Sinopsis
A finales del siglo II antes de Cristo, Roma era el mayor centro de poder del Mediterráneo. Como dueña del mundo, y sobre las bases del griego, los romanos revitalizaron la escultura y la arquitectura creando obras sobresalientes: acueductos, carreteras..., y levantaron arcos triunfales, templos y capitolios. Todavía hoy las ruinas de lo que fue la grandeza de Roma sobrecogen por su belleza y grandiosidad.
La influencia del arte heredado de los etruscos se manifiesta en las primeras esculturas romanas. La loba del Capitolio, el símbolo de Roma, debió de ser encargada a los fundidores etruscos, que conocían bien el manejo del bronce. En la última etapa de la República, los retratos de funcionarios, cónsules y tribunos se popularizan y configuran el nuevo arte romano. Los rasgos de estas esculturas rehúyen la idealización helénica y procuran ser fieles al aspecto del retratado.
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