Tharl ha escrito una
nota hace 10 añosAcabo de retomar mi volumen de cuentos de Kafka, que de tanto hablar de él me entraron ganas de volver a leer algo suyo. Leí uno de los cuentos que me faltaban ("Primer sufrimiento" en "El artista del hambre").
Hummm... Me reafirmo en lo buen escritor que es Kafka. No me cabe duda de que es literatura. Como me suele ocurrir con los buenos cuentos, y este hombre tiene muchos, lo acabé con la necesidad de releerlo. Es un buen cuento. Es concreto y seguramente su protagonista, un trapecista que vive en el trapecio, está vivo. Pero sigo percibiendo algo raro, aunque no sepa explicarlo, que no me ocurre con otras lecturas y que me invita a dar el salto a una lectura sociológica, filosófica o histórica (otros optarían por la biográfica), casi como si necesitara de ella para entender el cuento. Aunque digo que es concreto y vivo hay una llamada a la abstracción.
Puede deberse al extrañamiento. Kafka es un maestro del extrañamiento. Toda buena lectura tiene una dosis de ello. El tipo de extrañamiento que a mi me fascina se refiere a la psicología del personaje. Consiste en la pregunta ¿por qué ha hecho eso? El personaje como problema. Es la incapacidad de comprenderle plenamente, de “acabar con” él lo que me fascina, lo que me obsesiona y dispara infinitas interpretaciones posibles, dudas, proyecciones, etc. que, quiero pensar, tiene el efecto de ampliar mi mirada al intentar comprenderme a mí y a los demás y de interpretar la realidad que me rodea. Y sobretodo, insisto, me fascina. En Kafka, y no sé si será común a la literatura centroeuropea, el extrañamiento no se refiere al personaje y su psicología, que también; ni a la escritura, que también, pero como herramienta; sino, sobre todo, al entorno, a las condiciones existenciales que dice Kundera. Tal vez el hecho de que estas condiciones existenciales sean distintas a las mías (por exageradas, por parabólicas, o por simple técnica narrativa y decisión estética), sea parte del problema. Para apropiarme lo que leo en Kafka, para experimentar su lectura en primera persona, tengo que dar un largo rodeo: salirme primero de ella, racionalizarlo, “descifrarlo” según claves externas (personales o sociales) y entonces ya, puedo incorporarlo a mi día a día, a mi representación del mundo. De ahí el grado de abstracción que puedo experimentar al leerlo. No sé si a vosotros os ocurre algo parecido.
Un ejemplo. En el cuento que comento, el protagonista, un personaje kafkiano típico -gris, alienado por su trabajo, perfeccionista- ha tenido una reacción repentina sin motivo aparente. Yo me pregunto ¿por qué reacciona así? ¿Por qué necesita de repente dos trapecios? ¿Qué necesidad, qué carencia, le ha llevado a esta sobreactuación tan absurda -llora desconsolado, aterrorizado en la red del equipaje de un tren-? Y me extraña tanto, me fascina hasta tal punto la ausencia de una respuesta a esa pregunta, que me veo obligado a releerlo en busca de una respuesta. Y empiezo a lanzar hipótesis: reacciona así por la presión del viaje (repuesta inmanente, dentro del texto, y absolutamente insuficiente y pobre), porque de pronto ha estallado algo en él, ha tomado conciencia del absurdo de su vida (mejor: inmanente, mas completa y verosímil, pero aun así insuficiente, ¿en qué consiste ese absurdo de su vida, porqué ahora?), por la alineación del trabajo en una sociedad capitalista, por un sentimiento de angustia existencial, etc. A partir de aquí, son ya interpretaciones desde fuera, sociológicas o filosóficas. Es a través de esta racionalización de la experiencia del personaje, hecha absolutamente en tercera persona, que empiezo a apropiarme del texto. Pero este mismo rodeo necesario es lo que me deja algo frío, igual que un buen ensayo. Tal vez sea, simplemente, que los problemas que explora este tipo de literatura es más abstracta (aunque no por ello menos importante) que la de otro tipo.
No me gusta compartir estos ejercicios de introspección lectora. Cada uno lee a su manera y no veo por qué a nadie ha de importarle la mía, sino, si acaso, su resultado: la lectura que hago del texto, no el proceso. Pero ya que el diálogo se ha extendido, espero que así comprendáis mejor qué preguntaba y por qué cuando hablaba de si funciona o no esta literatura, y cómo.
Espero no poder leer nunca a Kafka como leo a Chéjov, porque significará que las condiciones existenciales se han desplazado de uno al otro… Y aunque el presente parece apuntar en esa línea, prefiero, por lo menos, el drama de Chéjov.