A mi siempre me llamó la atención su dedo índice. Lo tenía torcido, sin duda, por ese gesto romántico e implacable que sólo poseen los que escriben a mano. Una breve anécdota: en 1950, Fuentes se encontraba en Suiza por razones diplomáticas. Una noche, al ir a cenar con unos amigos, notó la presencia de un hombre junto a 3 damas en una mesa contigua. Era un hombre algo viejo y de mirada cansina; elegante, sin embargo, "como una servilleta almidonada" y que comía apaciblemente su faisán. Se trataba de Thomas Mann. Ese encuentro iba a ser muy significativo para Carlos Fuentes, pese a que no tuvo el valor de hablarle. (Esta anécdota, narrada por el propio Fuentes, puede encontrarse en línea en cualquier sitio. Son no más de 5 páginas que dan muy buena cuenta del rico mundo interior de su autor.)
Saludos.