HABLAR... Y NO CALLAR por sedacala

Portada de LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE

Ninguno de los que frecuentamos este sitio, había leído el libro. Sé que alguno ha visto la obra recientemente representada, la mejor opción, no cabe duda. El caso es que su lectura me dejó un recuerdo tan bueno, que pensé que merecía la pena escribir sobre ella.
A día de hoy el teatro de O´Neill es poco conocido y, de hecho, es difícil encontrarlo publicado. Pero no siempre fue así, hace cuarenta años su nombre era frecuente en las carteleras españolas, sus obras aparecían regularmente en una época en la que el teatro vivía momentos mejores. En los escenarios de entonces, convivían las obras de O´Neill con las de Miller, Mihura, Jardiel, Coward, Buero, o las de los más clásicos Ibsen, Wilde, Chejov, o Strindberg. Recuerdo dos hitos extraordinarios de aquel momento, a los que asistí como miles de personas más. El primero, el “Tartufo” de Moliere, representado en 1969 en el teatro de la Comedia de Madrid por un formidable Adolfo Marsillach, en un contexto de movilización que iba mucho más allá de lo puramente teatral; el segundo, “Un enemigo del pueblo” de Ibsen, en 1972, con Fernando Fernán Gómez, el mejor de todos nuestros actores, en el teatro Beatriz. No se puede negar que el clima político multiplicó la repercusión de aquellas dos obras, pero aun sin eso, fueron dos bombazos que indican bien la pujanza que tuvo el teatro por aquellas fechas.
El caso es que, por unas razones u otras, he sentido recientemente un acusado brote de afición por la lectura de textos teatrales, producto en buena parte de la impactante lectura de esta obra de O´Neill, que me ha llevado a pasearme por la obra de Ibsen, de Chejov, y por otras del propio autor americano. El pequeño hábito adquirido con la lectura de algunas de esas obras, revela enseguida la mecánica teatral, resaltando los parámetros en que se mueve la representación, que, lógicamente, son cambiantes según el autor y reflejan la evolución en el tiempo del hecho teatral, hasta confluir, supongo, en el teatro del absurdo o cualquier otra variante de las vanguardias. Pero no voy a seguir por ese camino, porque sería invadir campos que desconozco. Esta reseña sobre “Largo viaje hacia la noche” no se refiere, en propiedad, a una representación teatral, a la que obviamente no he asistido. No, yo de lo que quiero hablar aquí es de su lectura, que contiene aspectos teatrales, sí, pero yo quiero incidir en que los sentimientos que provoca en el lector no son una consecuencia de su condición teatral, sino de la sencilla asimilación del contenido de un libro.
Tengo la impresión, aunque reitero mi desconocimiento de los mecanismos teatrales, de que la trama que contiene esta obra y la evolución de la misma a lo largo de sus tres actos no contiene planteamientos cambiantes, vuelcos espectaculares, ni la exposición de tesis rompedoras en el campo de lo social al estilo de Ibsen en “Casa de muñecas” o en “Un enemigo del pueblo”, aquí el autor se mueve en otro terreno: el de la sutil exposición de los demonios interiores de unos personajes que van recorriendo, en un crescendo tormentoso, su viaje hacia la noche, que es el final (curioso y tentador juego de palabras con la novela de Céline), en el que elementos como el alcohol, la paulatina merma de la luz diurna, o ciertas revelaciones médicas, contribuyen a destapar las conciencias de los miembros de la familia que progresivamente hacen aflorar todo lo que se guardaban hasta ahí, en un doloroso, dramático, e inevitable “tour de force”. La traductora, con sus anotaciones a pie de página, mantiene permanentemente informado al lector de los múltiples detalles autobiográficos de un texto que, por lo visto, refleja con fidelidad las vivencias personales del propio Eugene O´Neill, hombre de vida tempestuosa que volcó aquí sus demonios familiares.
Bueno, pues éste es el caldo de cultivo literario en el que se genera la obra, y ésta también es mi base de partida, aquí es donde quería venir a parar para explicar que no quiero juzgar la obra desde un punto de vista escénico; el resultado ha de ser bueno, porque está reconocida como la obra maestra de su autor, pero ni me siento capaz de analizarla, ni deseo hacerlo, solamente quiero dejar mi testimonio de que, como simple lectura, está entre las mejores páginas que haya leído últimamente. Los cuatro personajes fundamentales de la obra, Tyrone el padre, Mary la madre y los dos hijos, Jamie de 33 años y Edmund de 23, entablan unos duelos dialécticos alternos, dos a dos, en los que evolucionan desde una simple charla intrascendente, hasta iniciar una vorágine inclemente en la que se sueltan dardos, cada vez más duros y afilados, llegando a una especie de delirio en el que se dice de todo, en el que no se calla nada, en el que la sinceridad más descarnada se instala en la conversación, y se pierde la medida de lo correcto y lo incorrecto, de lo que se puede y de lo que no se debe decir. Es un clímax enfebrecido y cruel, en el que explotan las pasiones que esos cuatro personajes llevan guardados desde no se sabe cuándo, y con una excusa tan potente como esa, el escritor afila su pluma y se luce en un texto grandioso en el que se mezcla el hálito de los vapores etílicos con la elegancia propia de personas cultas que recitan a sus poetas más queridos, que declaman párrafos enteros de textos teatrales (el padre es un actor de renombre), que se explayan en un refinamiento que no es incompatible con echarse en cara lo más rastrero, soez y mezquino que uno pueda imaginar, aunque tampoco con la tímida aparición de alguna porción extra de cariño combinada, eso sí, con fuertes dosis de bilis. O´Neill fue además, un escritor pulcro y muy meticuloso y la descripción en letra cursiva de las situaciones y sobre todo de los estados de ánimo de cada personaje, consiguen que en el momento de decir el texto, conozcamos el gesto y el talante que utilizan como si los estuviéramos viendo, gracias a que el autor nos los acaba de describir con la necesaria precisión.
Tengo que reconocer que hubo momentos en que los parlamentos de esta obra me recordaron por su desgarro los habituales de las obras de Tenesee Williams, pero creo que hay diferencias sustanciales entre ambos autores. El estilo literario de este último es quizá más ampuloso y enfático, sus personajes adquieren rasgos muy definidos, y se ven afectados por trastornos de una personalidad extrovertida, insólita y vulnerable, donde el sexo y todo lo que conlleva, masculinidad o feminidad, adquiere protagonismo, donde los personajes parecen influidos por el agobio cálido y húmedo de unos ambientes sureños de atmósfera decadente, o incluso gótica. O´Neill es más sobrio, menos extrovertido, las pasiones de sus personajes están más solapadas, pero son más profundas, la complejidad y la negatividad de su psicología se sumen en un ambiente pesimista, e incluso trágico, que él coloca en un escenario burgués de aparente normalidad, quizá sea ese mayor intimismo lo que procuró a su obra un mayor recorrido teatral, en comparación con la obra de Tenesee Williams, que se llevó más al cine. En cualquier caso, es obvio, leyendo sus biografías, que O´Neill llegó primero, instaurando un estilo demoledor que, independientemente de sus diferencias, que las hay, tuvo que ejercer una gran influencia sobre Williams y posteriormente sobre Arthur Miller.
No voy a engañar a nadie diciendo que el tono general de su obra es ligero; es, inequívocamente, dramático. Pero sin embargo, por alguna razón que se me hace difícil de identificar, su lectura, a mí al menos, ni me produce desazón, ni me arruga el alma. No sé si es que la lectura corta, propia del teatro, mitiga en alguna medida ese tipo de sentimientos, o es que la fuerza impresionante de su texto centra la atención del lector, haciéndole olvidar un tanto, los aspectos pesarosos de la trama. Lo que quiero señalar es que ese tipo de cosas habitualmente me afectan, pero leyendo a O´Neill, sorprendentemente, no me afectaron.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@nikkus2008 hace 8 años

Habrá que leer a este O´Neill entonces, cosa que hace rato quiero hacer. Excelente reseña, como siempre. Tengo en mi biblioteca "A Electra le sienta el luto" de la colección Borges. Veremos, si es que avanzo un poco en los que tengo empezados hace meses, si me vuelco a él.

@Faulkneriano hace 8 años

Buena reseña, sedacala. Ya me gustaría haber visto a esos dos pájaros de cuenta que dices (aunque yo no creo que Fernán Gómez sea nuestro mejor actor)

Toda la razón del mundo: O'Neill es más sobrio que T. Williams (y, posiblemente, mejor escritor, aunque el endemoniado sureño es un dramaturgo nato, imposible de superar en su terreno).El cine inclinó la balanza en favor del segundo, aunque también O'Neill ha sido llevado a la pantalla, a veces en la más curiosa de las compañías, como Greta Garbo (en Anna Christie) y John Ford (Hombres intrépidos, que resume varias obras marineras de O'Neill)

Cuando era un crío me tragué las cuatro horas de Llega el hombre de hielo en la tele (cortesía de la extrrañísima televisión de los 70, que emitía toda clase de cosas). Tardé varias horas en cerrar la boca. Siempre pense que era una peli un poco rara, pero luego descubrí que era una versión para televisión del American Film Teather, con Lee Marvin, Fredric March y Robert Ryan, nada menos. Por cierto, recomiendo esa colección de dvds que no es difícil encontrar en bibliotecas: tiene un repertorio considerable de teatro moderno, de Arthur Miller a Harold Pinter, con actores estratosféricos (como Dustin Hoffmann, cuando era Dustin Hoffmann, en Muerte de un viajante) Volviendo al hombre de hielo, que he visto varias veces, no sé por qué un hato de perdedores, que no salen de un bareto de mala pelea, tienen tal atractivo: cosas de la literatura.

No es mala cosa leer a los grandes autores teatrales, sobre todo porque los teatros actuales suelen prodigarse poco en obras de texto, prefiriendo a veces no sé qué mejunjes. Hace dos semanas vi un montaje (modesto, pero simpático) de El burgués gentilhombre, de Molière, y disfruté como un chiquillo. Claro que también me hubiera gustado una de Joe Orton, pongo por caso.

Es curioso cómo se lo montan algunas tragedias (y la obra de O'Neill lo es): las más sibilinas comienzan pintando un escenario, nunca mejor dicho, luminoso, que parece repeler todo hecho luctuoso; las más bravías empiezan diectamente en la negrura y en la desesperanza, y ya no sueltan del pescuezo al espectador. En Largo viaje... las sombras no tardan mucho en invadir el escenario, desde luego.

Una curiosidad con el título. No es lo mismo Largo viaje hacia la noche (que parece referirse a la vida de los protagonistas) que Largo viaje del día hacia la noche, como yo la conozco (que implica, al describir el curso del sol, cierto carácter de implacable repetición, de infierno en la tierra, que le va muy bien a la obra)

La obra tiene una secuela que no conozco, Una luna para el bastardo, en la que Jamie es el protagonista superviviente.

@Tharl hace 8 años

Esta obra representada me impactó mucho, más por el texto y la escenografía, creo, que por las interpretaciones (en Madrid siempre declaman...). Es curioso lo que comentas de que a ti no te produjera desazón por cuestiones textuales; su representación me dejó clavado en el asiento.
O'Neill parece un grandísimo dramaturgo, algún día espero volver a cruzarme con sus textos.

@sedacala hace 8 años

Pues sí, recuerdo perfectamente ambas representaciones. La de Marsillach es posiblemente la primera vez que fui a un teatro y no creas que ha habido muchas más después, dejando al margen musicales, teatro como tal, se podrían contar con los dedos de las manos. Por cierto, una curiosidad: ¿qué actor español crees tú que superó a FFG?

Veo que efectivamente la obra figura también con el título que indicas, pero no le veo mucha significación a esa diferencia, cualquier viaje hacia la noche no puede hacerse desde otro momento que no sea el día.
He señalado las conexiones con Tenesee Williams porque me parecen muy oportunas, aunque también, pensándolo, aparecen las diferencias. Lo que verdaderamente me parece importante de esta obra es el texto, que, a mi juicio, leído, es extraordinario. Leí también otra obra suya, “Deseo bajo los olmos” y, aun en su misma línea, me pareció inferior. Debe influir mucho en el impacto que produce esta obra, el hecho de que fuesen sus propias vivencias personales las que aparecen reflejadas. Es sabido su origen irlandés, con todo lo que significa, y las difíciles circunstancias de su vida, entre las que destaca la relación con su hija Oona, que primero fue novia de un tal J. D. Salinger, y luego esposa de otro tal C. S. Chaplin, y madre de una tal Geraldine que anda por aquí; después de eso no volvió a ver a su padre.

Pues sí Tharl, es curioso, pero ya dije que refleja la realidad de lo que me ocurrió, sin saber muy bien a que atribuirlo, simplemente me entusiasmó la lectura.

@Poverello hace 8 años

Yo vi la versión teatral protagonizada por Hector Alterio, hace un porrón de años, y aún recuerdo escenas como si fueran ahora mismo. Y el final me impactó soberanamente.