EL GENIO ANÓNIMO por Poverello

Portada de EL ASTILLERO

Escribir una reseña medianamente sensata sobre una novela de Juan carlos Onetti supone una empresa más ardua y arriesgada que resolver un logaritmo neperiano para un negado en matemáticas, como es mi caso. Dicen que a la tercera va la vencida, y tres obras del uruguayo han tenido que pasar por mis manos para obligarme amablemente a ello.

La suerte de emprender esta travesía con Onetti es que, al contrario que suele suceder con Borges, pocos están predispuestos a lanzar dardos emponzoñados en virtud de su dificultad, de lo poco o mucho que se ha leído de su obra o de lo que, sin duda, se ha oído contar sobre él. No hay dos bandos con Onetti, sencillamente porque el desconocimiento acerca de su genio literario es tan injusto como habitual, y lo mismo ni siquiera podríamos sumar demasiados enteros para completar uno solo.

Y sí, bueno, digámoslo, Onetti no es fácil, pero tampoco lo son Faulkner, Beckett, Joyce y estos últimos gozan de la fama que nadie llevado por la lógica osaría robarle al primero, que es de facto uno de los mejores escritores que he tenido la fortuna de leer.

Onetti es hijo legítimo de la gran e impetuosa generación surgida alrededor de la década de los años 30 del pasado siglo en la literatura de habla inglesa, que rompía los cánones preestablecidos de la novela y cuyos alargados frutos pudieron contemplarse de manera metódica en Latinoamérica 20 años después: Rulfo, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, García Márquez, el propio Onetti... y Benet, al que me resisto a obviar a pesar de que su nacimiento se produjera a este lado del charco.

Con todos estos escritores tiene Onetti confluencias a nivel narrativo, pero la originalidad del uruguayo y su manera particular de enfocar la trama y la definición de personajes dentro de sus historias lo convierten en un novelista único y universal más allá de comparaciones inevitables. El vacío y el sinsentido vital característico de este estilo y que puede contemplarse con facilidad en La ciudad y los perros, La muerte de Artemio Cruz, Pedro Páramo cobra en Onetti una dimensión extraordinaria que él mismo define en una de las páginas de El astillero: “la vida de los hombres continuaba siendo absurda e inútil”. La única escapatoria a esta realidad nada virtual parece ser la muerte.

Dicen de Onetti que la mayoría de sus obras son una sola alargada y esta que nos ocupa sería la culminación del auge y caída de Junta Larsen -protagonista heredero natural de la literatura europea de los años 30 y sus antihéroes: Viaje al fin de la noche (Céline), La náusea (Sartre)- a quien ya pudo conocerse de manera sesgada en Tierra de nadie, La vida breve, Dejemos hablar al viento o Juntacadáveres, aunque esta última la abandonara temporalmente para escribir El astillero y nos narra un suceso anterior a la que nos ocupa.

Con un estilo preciso y milimétrico en el que no sobra ni una coma el escritor nos desbroza los momentos finales en la vida del pragmático y amargado Larsen, que regresa a Santa María para hacerse cargo de un negocio e intentar sobrevivir a todo e incluso a sí mismo pese a quien pese. Una historia simple y supuestamente común, pero que en la pluma de Onetti nos ofrece una narración pausada, densa, compleja... como la vida de cada uno de los personajes de la obra y que logra introducirnos en ella y experimentar su desasosiego y su total falta de esperanza. Pero, claro, lo que define el que suscribe como milimétrico, pausado, denso y complejo, puede experimentarse por el lector como exceso, aburrimiento, pesadez y confusión. Más si cabe cuando a la prosa exigente de Onetti -esa que ni puede leerse demasiado deprisa, so pena de no entender ni misa la media, ni demasiado lento, so pena de conducirse a uno mismo a una inútil e interminable reflexión- hay que unir su usual característica de introducir en la trama un hecho trasversal que se desconoce y que sin embargo recorre de punta a cabo toda la obra, aspecto común a todos los escritores a los que hacíamos referencia con anterioridad, y que de manera también muy concreta puede verse en la novela En la penumbra de Benet.
Para no desmerecer en rarezas y rematar en idéntica línea la faena, Onetti regala al respetable dos finales, uno quizá deseado por según quién, y otro el más factible, como un nuevo argumento en esa mezcolanza entre lo irreal, lo ilusorio, el subjetivismo y la ensoñación que marcan muchas de las conversaciones y pensamientos de los personajes que aparecen en El astillero.

Huelga decir que el epíteto novela corta debido a su extensión no casa bien con Onetti, ya que leer uno sólo de sus párrafos en ocasiones supone mayor concentración y esfuerzo que hacerlo con todo un capítulo de Los miserables, pero puedo asegurar que ese esfuerzo inconmensurable bien merece la pena.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 4 votos · @Poverello le ha puesto un 10 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 8 años

Excelente reseña, Poverello. Onetti se merece todos los lectores del mundo. El, tan discreto, no hizo ningún esfuerzo por conseguirlos, más que escribir centenares de páginas magistrales. Su prosa habla por sí misma.

Dos cosas.Una. ¿Por qué dices que es una novela corta? No lo es por su extensión y, desde luego, tampoco por su levedad: como bien dices, su envergadura es considerable, en todos los sentidos. Y dos: a Onetti no solo hay que leerlo despacio: hay que releerlo y, como yo he hecho más de una vez, leerlo en voz alta, para darse cuenta de lo que te estás metiendo para el cuerpo.

Es cierto: al menos desde La vida breve, las novelas de Onetti parecen siempre la misma, y no solo porque transcurran en Santa María ni porque Juntacadáveres Larsen aparezca en todas ellas, sino porque parecen la crónica ininterrumpida de una manera de estar en el mundo que, pese a su tristeza, es tan atractiva, por irresistiblemente humana, que bien merece leerse todo de un tirón, como una conversación que nunca quisieras interrumpir con un hombre muy sabio.

En fin, que tenía que haberle puesto yo también un diez.

@Poverello hace 8 años

De las dos cosillas, muy bien planteadas, un par de aclaraciones.

Cuando decía lo de novela breve hablaba en general de Onetti, no de esta novela, aunque tampoco es que sea larga, desde luego, en la edición que he leído de Cátedra, quitando la magnífica introducción a la obra y el autor creo que no llegaba a las 150 páginas. Las otras dos que he disfrutado eran El pozo y Para una tumba sin nombre, ambas cortas, pero con una enjundia fuera de toda duda.

Sobre lo de leerlo demasiado lento -que no despacio porque no es lo mismo, creo yo- pongo un símil musical y hablaremos de tempos, a ver si me explico mejor: con Onetti ni Largo ni Adaggio ni Presto ni Allegro, sino Moderato o a lo sumo Andante, y en estos dos últimos sí que entra lo de despacio, con calma y sin prisa. Si vamos lento, pienso que no serviría de nada porque hay tantos matices que en una primera lectura sería imposible sacarlos sin perderse de la trama. Comparto ciento por ciento lo de que Onetti es un autor para releer sus novelas, a la que seguro se le sacaría un jugo extraordinario, pero eso lo dejo para cuando sea mayor, como tú, ji, y ya haya leído de primeras 'todo' lo que me he dejado en el tintero. Quizá cuando cumpla los 80 o más, como lo de leerlo del tirón, aun sabiendo que sí que puede ser lo suyo.

Un 9 tampoco es manco.

@Faulkneriano hace 8 años

Leamos a Onetti andante. O, mejor, da capo. Muy musical estás tú: hay que hacerse entender.

@Poverello hace 8 años

Habida cuenta de tu afición a la música clásica se me vino a la mente de súbito. Espero que los lectores y lectoras con otros ocios menos melómanos sepan disculparme el exceso.

Un abrazo.

@nikkus2008 hace 8 años

Grande Pove, gracias por esta detallada reseña. Tengo una cuenta pendiente con este escritor. Son muy grandes los elogios como para perder la oportunidad de algún día leer algo suyo.

@Tharl hace 8 años

Pues no he leído nada de este buen señor. Leyendoos, espero cruzármelo algún . Un placer leeros.

@Poverello hace 8 años

Yo espero no cruzármelo, ji, que me daría un pasmo.

No se debe tener una cuenta pendiente con este señor, que luego uno seguro que se arrepiente, aunque haya que buscar el momento oportuno.