POR ENCIMA DE LA POPA por Poverello

Portada de WALDEN

Si algún día me viera obligado por las circunstancias, supongamos, de la fama o de la conciencia individual a dar rienda suelta a mis experiencias vitales y narrarlas con todo lujo de detalles a modo de autobiografía a fin de compartir un ideario al que se aferra mi espíritu pues de él depende mi banal existencia, si hubiera de escribir tal cosa, decía, el bueno de Henry David Thoreau me ha ahorrado la molestia desde la primera a la última letra.

“Hay cierta clase de incrédulos”, comenta el narrador y filósofo en los primeros envites de Walden, “que a veces me hacen preguntas tales como si creo que puedo vivir solamente de verduras; y para dar con la raíz del asunto de una vez -porque la raíz es la fe- suelo responder que yo puedo vivir hasta con clavos. Si no pueden entenderme, tampoco comprenderán mucho de lo que tengo que decir”. No sólo lo entiendo sin ningún esfuerzo, sino que lo comparto con esa fe inquebrantable que ha de servir de raíz a toda opción y que quizá, haga inescrutable e intrascendente cada rincón de esta obra y cada sílaba de esta reseña. Si un individuo se encuentra verdaderamente convencido de algo, lo hará, por más impedimentos que parezcan existir, y tan sólo la muerte será capaz de separarlo de esa visión.

De rigor resulta, antes de tener la convicción de que a este tipo se le fue la olla cuando decidió irse a vivir a una casa destruida cerca del lago Walden sin apenas utensilios ni dinero, que el bueno de Thoreau, fiel a sus principios hasta las últimas consecuencias, acabó por estar un único día en prisión -episodio que se recoge en el libro precisamente, al suceder durante una de sus escasas visitas a la ciudad mientras vivía en el bosque- por negarse durante seis años a pagar impuestos que apoyaran tanto la situación de esclavitud de miles de seres humanos como la guerra contra México: "bajo un gobierno que encarcela a cualquiera injustamente, el lugar apropiado para el justo es también la prisión”. La influencia de su pensamiento en todo el movimiento pacifista de mediados del siglo pasado y en figuras de la talla de Tolstoi y Gandhi es inconmensurable. El ensayo que nos ocupa fue escrito en la década de los años cincuenta del siglo XIX y muchos de los argumentos y soluciones que propone, así como el grueso de su ideología, constituyen el eje del debate actual sobre un modelo alternativo de sociedad y de consumo. Hace poco más de un año, en un Foro, basándose en el título de un artículo de Anthony Appiah, profesor de filosofía de la Universidad de Princeton, preguntaba al auditorio el ponente Óscar Mateos, sociólogo y profesor de cooperación y desarrollo: “¿por qué nos condenarán las futuras generaciones?”. Una de las respuestas que se le antojaba obvia hacía referencia al hacinamiento sistemático de animales como los cerdos, con un cociente intelectual similar al de un niño de tres o cuatro años, para alimentación. Thoreau es categórico al respecto: “no me cabe la menor duda de que es parte del destino de la raza humana, en su progreso gradual, el dejar de consumir animales, de igual modo que las tribus salvajes dejaron de comerse entre sí cuando entraron en contacto con otras más civilizadas”.

De comunes y ordinarias cuestiones que asumimos a diario como de lo más normales (¿qué ser perverso inventaría el concepto de normalidad?) trata el padre de la desobediencia civil en Walden, y partiendo de una base práctica y poética que intentara hacer suya a lo largo de toda su vida: “nadie puede ser observador imparcial y certero de la raza humana, a menos que se encuentre en la ventajosa posición de lo que deberíamos llamar pobreza voluntaria”, destruye desde sus fundamentos la teoría del utilitarismo de una sociedad basada en el descarte, en el beneficio material, en la que sólo tiene valor aquello que puede comprarse y que se aprecia sin remilgos en el fragmento más conocido de Walden: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”. Extensos capítulos dedica Thoreau a describir con la humildad y la admiración de un chiquillo el despertar de la primavera, las gotas de rocío, el renacer de las flores, las idas y venidas de los animales... el agua del lago que es vida. “El hombre consciente conserva la impresión de que existe una inocencia universal”, expone con lucidez,“¡Sencillez, sencillez, sencillez! Que os baste la uña del pulgar para llevar las cuentas”. ¿Es una pérdida de tiempo admirarse contemplando un árbol, un amanecer, una ardilla? ¿Es el arte y la belleza una pamplina? En una respuesta afirmativa o negativa tal vez radique el alma de a qué dedicamos buena parte de nuestro quehacer. “Si busco en mis recuerdos los que me han dejado un sabor duradero, si hago balance de las horas que han valido la pena, siempre me encuentro con aquellas que no me procuraron ninguna fortuna”, consumaba Saint-Exupéry.

Es mordaz, atrevido, cínico y divertido en la crítica a los sostenes de la cultura del 'bienestar' y no deja escapar ninguna oportunidad ante lo cotidiano:
“[A la mayoría] les sería mucho más fácil renquear por la villa con una pierna quebrada que con un pantalón roto (…). Y así es que conocemos sólo a unos pocos hombres, y una gran cantidad de chaquetas y calzones”.
“Más de uno, que no habría muerto de frío en una caja [de madera] como ésa, se ve agobiado hasta la muerte por tener que pagar la renta de otra, sólo que más grande y lujosa”.
No se salva de la quema ni la falsa y oportuna filantropía que evita el compromiso y las posibilidades reales de cambio global: “Si yo supiera con toda seguridad que un hombre se dirige a mi casa con el resuelto propósito de hacerme bien, correría por mi vida igual que ante ese viento seco y abrasador de los desiertos africanos llamado simún, que te llena la boca, los ojos, la nariz y los oídos de arena y te ahoga, y eso tan sólo por miedo de que me hiciera algo de aquel bien, que ese virus penetrara en mi sangre (…). Aseguraos de que prestáis al pobre la ayuda que verdaderamente necesita (...). Si se trata de dar dinero, daos con él”.

En determinada ocasión cuando el obispo de su ciudad le ofreció unos terrenos, Francisco de Asís, uno de esos locos necesarios que trabajaban por la paz, le respondió: “si tuviéramos propiedades, necesitaríamos armas para defenderlas”. No podía opinar de manera distinta el pionero del camino de la no-violencia y que debiera servir de piedra de toque a nuestro desnaturalizado modelo socio-económico: “estoy convencido que si todos los hombres vivieran con igual sencillez que yo entonces, no habría más hurtos ni robos, pues estos tienen lugar en comunidades donde unos tienen más que suficiente mientras otros carecen de lo necesario”.

No somos ratas en una bodega, sino seres que han de tender a la excelencia. Por eso concluyo con una de las nutridas reflexiones que nos regala, nos plantea, a la que nos invita Thoreau, como gozosa posibilidad de cambio, de revertir aquello que no consideramos justo, aunque hayamos de sobrevivir con clavos: “El universo es más ancho de lo que creemos. Pero debiéramos mirar con más frecuencia por encima de la popa de nuestro navío, como pasajeros curiosos, en lugar de limitarnos a hacer el viaje como zafios marineros enfrascados en hilar estopa”.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 5 votos · @Poverello le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Tharl hace 9 años

Siempre me ha gustado el mar y entre mis fantasías románticas está la de ser un marino vasco en tiempos anteriores del vapor. Pero si tengo que elegir entre hilar estopa y dedicarme a la curiosa contemplación imparcial y certera por encima de la popa, no lo dudo, prefiero estar enfrascado en la vida del barco e hilar estopa. También es cierto que soy un zafio marino obsesionado por lo corpóreo. No me entiendas mal, soy curioso y me encanta el mar, palabra. No puedo resistirme al atractivo de asomarme por encima de la popa, perspectiva desde la que solo se ve el reflejo del cielo en las aguas y mi narciso rostro sobre ellas coronado de espuma; pero me gusta más hilar estopa. Inmerso en la vida del marino no hace falta asomarse por la popa, el agua se siente en cada movimiento, uno está inmerso en la vida y actividad del océano y de tanto luchar con y contra él, acaba conociéndolo mejor que el desinteresado pasajero que lo mira con ojos de turista. Y lo más importante, el marino acaba comprendiendo esa comunidad fascinante que es el barco, algo vivo. Son preciosos los horizontes, pero el auténtico marino antes que contemplarlo desde la popa se desloma por arriar las velas para dirigirse al horizonte, entre la complicidad y la lucha con las fuerzas de la naturaleza. A medida que uno forma parte del barco, va abriendo horizontes según varía el paisaje. No, no me cabe ninguna duda, prefiero hilar estopa. Y en el descanso, en las guardias o cambios de turno, me gustaría pasarme el tiempo contemplando el interior del barco, el modo en que trabajan mis compañeros, las relaciones que surgen entre ellos, la vida del barco, e incluso participar en la organización de esta comunidad. Sé que lo bonito de viajar en barco son los paisajes y las miradas especulativas dirigidas a el cielo y el mar, pero después de leer a Conrad no me cabe duda de que la vida del marino -la dura, alienada, sufriente e intensa vida del marino- apenas deja tiempo para la ociosidad.

Has llamado poderosamente mi atención sobre Thoreau. Lo leeré. Sin conocer de él poco más que su importancia, me inquietan algunas cosas de tu reseña. Por un lado los mitos sobre un Yo sustancial y ontológico que intuyo en tus palabras sobre Thoreau y que seguramente se relacionen con el pensamiento liberal de Emerson. Por otro lado, me inquieta la pasividad política que parece desprenderse en Walden por lo que comentas. La política no tiene nada que ver con el circo mediático a que estamos acostumbrado, sino con la vida y el cuidado en/de la comunidad, nada que ver con un voto cada cuatro años, vamos. Por eso no puedo comprender el aislamiento como un acto comprometido con la comunidad, sino tan solo con uno mismo. Con la propia espiritualidad, con la vanidad, o cualquier otro motivo, espurio, como todos; pero ni político, ni revolucionario, ni con voluntad alguna de cambio. Sin embargo, la escritura, crítica y publicación de Walden es en sí un acto político. También me pregunto sobre si de verdad Thoreau está desprendiéndose del pensamiento utilitarista y liberal que pretende criticar o si no es más que la otra cara de la misma moneda, la complementaria y contraria que no cambia el paradigma sino que lo completa cerrándolo y asfixiando el cambio. Que los inconformistas se exilien al campo y renuncien a la política refugiándose en el cuidado de su cuerpo y espíritu -pues, ilusamente, piensan que es lo único que realmente les pertenece y sobre lo que tienen autoridad- me parece muy conveniente, y alarmante.

Todo esto dicho como quien piensa en voz alta, sin salirme de lo hipotético y, que quede claro, desde mi profundo desconocimiento de Thoreau. Así que espero que me corrijas en los probables y numerosos errores.

Y, por supuesto, me inquieta enormemente la pretensión de “ser observador imparcial y certero de la raza humana”, entre la ingenuidad y el peligro. No me fío de los observadores imparciales ni de nadie que se desentienda de los asuntos inherentes a la “raza humana”. Por mucho que nos asomemos por la popa, siempre lo hacemos desde un barco y su posición aquí y ahora, inmerso en las necesidades del presente, condiciona la mirada.

@Poverello hace 9 años

Debo de haberme explicado como un libro cerrado, Tharl, haciendo un flaco favor, en subsidiariedad, a la obra y existencia de Thoreau, o quizá sea consecuencia de eso que decía de que la raíz consiste en la fe y que no es fácil de entender determinadas opciones desde una perspectiva... adaptada, digamos. Thoreau hiló estopa a reventar, pero no igual que un esclavo metido en una bodega como si no existiera el mundo o el ser humano no hubiera de sobrevolar sobre sus propias miserias. Me parecía evidente el sentido que le daba el escritor a mirar por encima de la popa.
Mientras habitaba los bosques, Thoreau trabajó como un mulo, reconstruyó la casa y montó un huerto teniendo por aquel entonces de agricultura, la misma idea que tengo yo de física cuántica. Y se relacionó con el resto de peña que andaba por allí, pidiendo ayuda y siendo respetado por todos por su carácter y forma de entender la vida, aunque, en buena medida, por entonces sintiera como máximos hermanos -según sus propias palabras- a la Naturaleza y al Dios Pan.
El tipo, estuvo en Walden unos dos años y pico, y vivió hasta los 44 años -desgraciadamente, pues se lo llevó antes de tiempo la tuberculosis que padecía desde bien joven-, por lo que tuvo bastante tiempo de hacer otras cosas igualmente poco ociosas.

Henry Miller, otro sujeto bastante especial y que prologa un par de ensayos de Thoreau, comenta en en la introducción de Walden: “tan sólo hay cinco o seis hombres, en la historia de América, que para mí tienen un significado. Uno de ellos es Thoreau”.
Resulta obvio que un personaje cuya ideología (por llamarla de algún modo sin ser exacto) influye reconocidamente en la metodología y enfoque de gentes como Gandhi, Martin Luther King o en movimientos de objetivos principales tan distintos como el pacifismo, el ecologismo, el anarquismo (aunque sus posiciones para muchos están más cerca de los libertarios)... no se debe a que un colega se pirara dos años al bosque y comiera sólo verduras y frutas silvestres. Sólo tienes que leer su tratado sobre la desobediencia civil para comprender un poco la postura y enfrentamiento radical de Thoreau con sus contemporáneos, en una época, por ejemplo, donde los esclavistas estaban a morder apenas unas décadas antes de que comenzará la Guerra de Secesión. La pena de Thoreau, seguramente, morir tres años antes de la abolición, porque el escritor, no sólo se negó a pagar impuestos (inténtalo ahora y ya verás, que sólo unos poquitos optamos por la ilegal objeción fiscal a los gastos militares), lo que sí es un planteamiento eminentemente político, sino que colaboró como activista en el Underground Railroad, un ferrocarril clandestino que ayudaba a liberar esclavos africanos de las plantaciones, y poco antes del ahorcamiento del líder abolicionista John Brown, declaró públicamente en el cerco de una sociedad puritana, que su asesinato era similar al de Jesucristo. Thoreau no fue un hippie, sino un ser humano libre en el único sentido responsable de la palabra.

Y tu inquietud sobre lo de “ser observador imparcial y certero de la raza humana”, que no recale en la primera frase de la afirmación, sino trate de entender la explicación final, que comparto al ciento por ciento: “a menos que se encuentre en la ventajosa posición de lo que deberíamos llamar pobreza voluntaria”. La cosa me resulta de lo más fácil de entender, y así lo hicieron los nombrados padres de la no-violencia (Gandhi, Luther King), así como numerosos líderes espirituales (Buda, Jesucristo) y de movimientos sociales (César Chávez, Casaldáliga). La base de la libertad de pensamiento y de acción (sólo puede ser imparcial quien se siente libre) está en no tener cosas como opción voluntaria y desinteresada, pues a través de esta decisión se vence el miedo a que te puedan despojar de todo. La seguridad es el mayor peligro para el progreso de la humanidad.

Thoreau cambió (y sigue cambiando) la perspectiva de cientos de personas a la hora de enfocar su vida y sus intereses, es un emblema incluso en su país, que ya es mucho decir. Y con todo ello transmito, Tharl, que estoy más que de acuerdo con la mayoría de tus preocupaciones e inquietudes, con la demagogia alarmante de los individualistas... y precisamente por todo ello, admiro desde las entrañas a Thoreau, porque simboliza los valores opuestos.

@Poverello hace 9 años

Debo de haberme explicado como un libro cerrado, Tharl, haciendo un flaco favor, en subsidiariedad, a la obra y existencia de Thoreau, o quizá sea consecuencia de eso que decía de que la raíz consiste en la fe y que no es fácil de entender determinadas opciones desde una perspectiva... adaptada, digamos. Thoreau hiló estopa a reventar, pero no igual que un esclavo metido en una bodega como si no existiera el mundo o el ser humano no hubiera de sobrevolar sobre sus propias miserias. Me parecía evidente el sentido que le daba el escritor a mirar por encima de la popa.
Mientras habitaba los bosques, Thoreau trabajó como un mulo, reconstruyó la casa y montó un huerto teniendo por aquel entonces de agricultura, la misma idea que tengo yo de física cuántica. Y se relacionó con el resto de peña que andaba por allí, pidiendo ayuda y siendo respetado por todos por su carácter y forma de entender la vida, aunque, en buena medida, por entonces sintiera como máximos hermanos -según sus propias palabras- a la Naturaleza y al Dios Pan.
El tipo, estuvo en Walden unos dos años y pico, y vivió hasta los 44 años -desgraciadamente, pues se lo llevó antes de tiempo la tuberculosis que padecía desde bien joven-, por lo que tuvo bastante tiempo de hacer otras cosas igualmente poco ociosas.

Henry Miller, otro sujeto bastante especial y que prologa un par de ensayos de Thoreau, comenta en en la introducción de Walden: “tan sólo hay cinco o seis hombres, en la historia de América, que para mí tienen un significado. Uno de ellos es Thoreau”.
Resulta obvio que un personaje cuya ideología (por llamarla de algún modo sin ser exacto) influye reconocidamente en la metodología y enfoque de gentes como Gandhi, Martin Luther King o en movimientos de objetivos principales tan distintos como el pacifismo, el ecologismo, el anarquismo (aunque sus posiciones para muchos están más cerca de los libertarios)... no se debe a que un colega se pirara dos años al bosque y comiera sólo verduras y frutas silvestres. Sólo tienes que leer su tratado sobre la desobediencia civil para comprender un poco la postura y enfrentamiento radical de Thoreau con sus contemporáneos, en una época, por ejemplo, donde los esclavistas estaban a morder apenas unas décadas antes de que comenzará la Guerra de Secesión. La pena de Thoreau, seguramente, morir tres años antes de la abolición, porque el escritor, no sólo se negó a pagar impuestos (inténtalo ahora y ya verás, que sólo unos poquitos optamos por la ilegal objeción fiscal a los gastos militares), lo que sí es un planteamiento eminentemente político, sino que colaboró como activista en el Underground Railroad, un ferrocarril clandestino que ayudaba a liberar esclavos africanos de las plantaciones, y poco antes del ahorcamiento del líder abolicionista John Brown, declaró públicamente en el cerco de una sociedad puritana, que su asesinato era similar al de Jesucristo. Thoreau no fue un hippie, sino un ser humano libre en el único sentido responsable de la palabra.

Y tu inquietud sobre lo de “ser observador imparcial y certero de la raza humana”, que no recale en la primera frase de la afirmación, sino trate de entender la explicación final, que comparto al ciento por ciento: “a menos que se encuentre en la ventajosa posición de lo que deberíamos llamar pobreza voluntaria”. La cosa me resulta de lo más fácil de entender, y así lo hicieron los nombrados padres de la no-violencia (Gandhi, Luther King), así como numerosos líderes espirituales (Buda, Jesucristo) y de movimientos sociales (César Chávez, Casaldáliga). La base de la libertad de pensamiento y de acción (sólo puede ser imparcial quien se siente libre) está en no tener cosas como opción voluntaria y desinteresada, pues a través de esta decisión se vence el miedo a que te puedan despojar de todo. La seguridad es el mayor peligro para el progreso de la humanidad.

Thoreau cambió (y sigue cambiando) la perspectiva de cientos de personas a la hora de enfocar su vida y sus intereses, es un emblema incluso en su país, que ya es mucho decir. Y con todo ello transmito, Tharl, que estoy más que de acuerdo con la mayoría de tus preocupaciones e inquietudes, con la demagogia alarmante de los individualistas... y precisamente por todo ello, admiro desde las entrañas a Thoreau, porque simboliza los valores opuestos.

@Tharl hace 9 años

Ya te advertía yo que no conocía lo más mínimo a Thoreau.
Me has calado perfectamente, tuve la equivocada impresión de que Thoreau era un hippie decimonónico o incluso un Nazarin. También tengo la impresión de que es un auténtico liberal, en el mejor sentido de la palabra.
Después de lo que me cuentas... Ole por Thoreau.

Ojalá tengo la oportunidad de meterle mano pronto al libro. Suena de maravilla.

@Poverello hace 9 años

Puede ser que algo de Nazarín tuviera Thoreau. Eso sí, teniendo similar conocimiento del personeje de Galdós que tú de Walden.

Aunque no dejó de evolucionar a nivel de pensamiento, algo que cambió poco a lo largo de la corta vida de Thoreau fue su enfrentamiento con las supuestas bondades del progreso. Esto no significa que fuera una persona inmovilista o conservadora, ni mucho menos, pero sí consideraba que una vuelta a los orígenes, en buena medida, haría del ser humano más sensato, coherente y libre. Tal vez por ello fue recurrente en el hecho de buscar momentos de soledad en la naturaleza, compartir también experiencias con los indios americanos... Uno de los capítulos más claros en este sentido en Walden, se llama precisamente soledad. De hecho, este último aspecto es el más valorado, ¿cómo no?, por la remilgada sociedad de Estados Unidos, que levanta monumentos al Thoreau que se va al campo a vivir como ese hippie que no da problemas y olvida al rebelde que ponía en tela de juicio el propio modelo de estado. Un ejemplo paradigmático de esto es la magnífica película “Sólo el cielo lo sabe”, donde esta concepción de su obra y de Walden (aunque es cierto que otras también en parte) está presente en todo el filme.

Del mismo modo, no era Thoreau una persona que optara por el asociacionismo, ni en movimientos ni en partidos políticos y, aunque colaboraba activamente en muchas de sus luchas no llegó a formar parte, que yo sepa, ni como afiliado o como socio de ninguno de ellos.

Es una pena que se lo llevara la enfermedad tan pronto, porque en sus Diarios (que no he leído y son demasiado extensos para que me den ánimos de hacerlo al completo) apunta muchas ideas que proponen cambios mucho más globales, algunos referentes a posturas medioambientales y ecológicas, y que, de manera intrínseca, conllevan la creación de colectividades.

Parece, según algunos apuntes, que también se volvió algo más flexible a nivel social -no ya como opciones personales- con la lucha armada, posiblemente debido a la situación increíble de violencia con los esclavos. El propio John Brown, al que apoyó ideológicamente, no era precisamente un pacifista y asesinó a varios esclavistas. Recuerdo a este respecto una frase de Gandhi y que mucho tiene que ver con el planteamiento de Thoreau: “allí donde sea preciso elegir entre violencia y pasividad aconsejaré siempre la violencia”.

Un tipo curioso este, desde luego.

@nikkus2008 hace 9 años

Gran reseña amigo. Tengo un par de libros del autor. Espero poder hacerme un hueco y leer algo de él. Creo que oy a coincidir mucho con su pensamiento...un abrazo.