UN DON DE MIERDA por Poverello

Portada de MUERO POR DENTRO

Hay tipos de esos injustamente desconocidos y casi condenados al ostracismo para la mayor parte de los mortales. Tipos que supieron adaptarse para lo bueno y para lo malo, que crearon cuentos bazofia (según sus propias palabras, justo después de recibir el Premio Hugo en 1956) para ganarse la vida usando el simple don de la ubicuidad de sus obras, pero que fueron capaces de crear novelas inmortales durante casi una década, novelas de una clarividencia que las conducen al camino inigualable de sortear géneros a pesar de que, al igual que le sucediera a su contemporáneo Ray Bradbury, se le encuadre de manera habitual y poco ortodoxa en la ciencia ficción.

Si buscáis a ese tipo se llama Robert Silverberg, y si queréis esa obra de dimensiones cósmicas que puede servir de paradigma es “Muero por dentro”, un exquisito tratado filosófico sobre la esencia del ser humano y que fue creado de manera ejemplar a partir de la simple y manida idea de la telepatía.

Que el pobre David Selig, protagonista terrible de “Muero por dentro”, tenga el poder de leer la mente es un aspecto obviamente transversal, pero en cierta medida trivial. De lo que trata la novela de Silverberg y que el autor plasma de manera inequívoca y omnímoda desde el mismo título es de la relación entre los seres humanos, la incomunicación y la forma de entenderse a sí mismos. No es difícil hallar paralelismos entre este libro y “El increíble hombre menguante”; ambos tratan de dos personas diferentes al resto, una por su capacidad para leer el pensamiento y otra porque poco a poco va reduciendo de tamaño hasta desaparecer, y esas realidades condicionan su visión del mundo y de sí mismos. Incluso en los finales de sendas obras se hace referencia explícita a Dios y al Cosmos como la nada que somos y la necesidad de aprender a relacionarse desde lo que somos. No ha de ser casualidad pues que, en “Muero por dentro”, cada vez que Selig usa el maldito don con las personas que ama las acaba perdiendo. Siempre e indefectiblemente.

No es difícil entender la novela de Silverberg como una crítica al individualismo, a los prejuicios y a la cultura de la inteligencia que casi nunca ayuda a ponernos en el lugar de los demás de manera real. David, un absoluto desgraciado -en el sentido triste y no despreciable de la palabra- que está tan acostumbrado a ver el interior de los demás que ni sabe cómo es el suyo en realidad, sólo llega a sentirse un ser humano feliz y con capacidad de relacionarse cuando percibe que es normal, cuando olvida el don que le hace diferente y, de manera definitiva, cuando se le puede asustar por la espalda.

Puede parecer en algún momento excesiva y cargada de intelectualismo la historia de David, especialmente aquellos capítulos dedicados íntegramente a los trabajos de filosofía que realiza para ganarse la vida, pero que no nos impidan los árboles ver el bosque: la relación directa y casi filial de estos trabajos con aquello que va experimentando el propio David es metódica y precisa. Respecto a la omnisciencia y culpabilidad sobre su propia existencia (el primer ensayo de Kafka), la referencia al amor-odio hacia su hermana (el posterior de Sófocles, Esquilo y Eurípides), la entropía como modelo fundamental en el pensamiento de David...

Mientras recorría las páginas de la equilibrada novela de Silverberg resultaba sencillo juzgar la actitud de David, y aún más la del interesantísimo personaje de Nyquist, una especie de sociópata incapaz de relacionarse más allá de la mera utilidad, pero el caso es que, de repente, se pone uno a pensar si le gustaría tener ese don de mierda, y que habría que ver si nosotros mismos no seríamos seres asociales de poder leer las mentes de quienes nos rodean. Yo, por mi parte no quiero tener ese don, ya bastante sufre uno inventándose cosas que los demás piensan como para encima saberlas de verdad. Quiero ser feliz, y confiar, que ambos conceptos son inseparables, igual que dos siameses que comparten corazón.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 7 votos · @Poverello le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@nikkus2008 hace 9 años

¡Que buena reseña amigo!; la verdad es que Silverberg me encanta. Leí solo dos libros de él. "El hombre en el laberinto" y "Lo mejor de Robert Silverberg" (cuentos seleccionados por él mismo). Ambos libros me gustaron bastante. Me gusta su estilo sencillo. Tengo el capricho de emparentarlo con Bradbury, sobre todo, por el estilo de los diálogos, no de la prosa descriptiva. Tengo este libro, y pienso leerlo. Por mi parte, no estoy seguro de no querer ese don; muchas decepciones podría acarrear ese poder, pero, ¿no existen de todos modos, y a lo largo de nuestra vida, muchas decepciones?

@Tharl hace 9 años

Tengo "Muero por dentro" en mi whistlist desde ni se sabe. Y mira que hace tiempo que dejé de lado la ciencia ficción. Pero ahí va a seguir, en la whist list, y más después de leerte. Espero, eso sí, que sea cortito.

Uy, a mí el don de la telepatía me parece también una putada, bastante tengo con saber lo que yo pienso. Cuando me interrogan por esa pregunta transcendental donde las haya "qué superpoder te gustaría tener", siempre respondo lo mismo: "dadme una bolita de cristal y dejadme tranquilo". Es el sueño de todo voyeur (a saber: amante del cine). Y, en el peor de los casos, puedo romperla en pedazos.

@Poverello hace 9 años

No soy yo un especialista en Ci-Fi, desde luego, quitando a los de toda la vida como Wells o Verne sólo he leído así que recuerde a vuelapluma a K. Dick, Asimov, Bradbury, o si queremos meter a Orwell, Huxley y demás distopías... Y este buen señor me gusta, vaya que sí.

La pena, como digo, que en las bibliotecas no hay apenas nada suyo y no están ni sus relatos ni El hombre en el laberinto; justo las dos que comentas, nikkus, y que son las que más me atraen.

Lo mejor contra las decepciones o no tener expectativas, algo a lo que a lo mejor ayudaría el don de mierda, juas, pero lo más probable es que me convirtiera en un nihilista recalcitrante. Virgencita, que me quede como estoy.

@_567_ hace 9 años

… Y ésta bien podría ser una de esas novelas inmortales que comentas en el primer párrafo, coincido contigo y con Nikkus en asociarlo con Bradbury en lo referente a que son enormes escritores (sin grandes recursos estilísticos pero insuperables en cuanto a imaginación y utilización de una escritura diáfana y profesional, ¡ese estilo tan adictivo y funcional es muy difícil de lograr, amigos!) que de manera ‘poco ortodoxa’ la peña tiende a colgarles la etiqueta de sci-fi cuando la temática argumental de su obra va mucho más allá y a esta interesantísima novela me remito, también a su estupendo final que deja en braguitas tanto a la telepatía (en teoría leitmotiv argumental de la novela) como a otros ‘sucedáneos científicos o paranormales’ que jamás podrán llegar a traspasar ese rasgo tan personal e intransferible de las personas que es la HUMANIDAD en su estado más puro. ¡Esta historia rebosa credibilidad!

David Selig me ha parecido un gran personaje, también la manera en que Silvelberg lo hace narrador en primera persona de algo tan personal como ese don que posee, quizá le faltaron unas cuantas páginas más (lamentablemente se hace cortito en mi opinión, Tharl, esa subdivisión en 26 breves capítulos…) para desarrollar esos muy potentes secundarios que son Judit (hermanastra que no hermana consanguínea de David, y este dato es muy importante, ¿eh, Poverello?) y el mismísimo Nyquist (otro ‘afortunado’ de poseer el poder telepático pero capaz de transformar ese don de mierda en un don sumamente PRÁCTICO para esos tiempos modernos que les tocó vivir a ellos, años 70’-Nueva York)… y me temo que a nosotros también en caso de haber poseído el don en estos tiempos… o no, ya que la diferencia al cargar la cruz entre Selig y Nyquist me parece de lo mejorcito de la novela.

Gran reseña, Poverello! Me vendiste la novela y no me arrepiento de haberla leído que no comprado (la encontré en mi biblioteca, muy buena la edición de La Factoría de Ideas con esas completas notas finales sobre el autor). Se agradece, y mucho, el descubrimiento.-

@Poverello hace 9 años

Pues me alegro de haber contribuido con un menudo grano de arena a tu disfrute.

"Muero por dentro" es de un realismo que apabulla; tanto que hasta se olvida uno de si es o no posible lo de la telepatía, pues lo que importa, desde luego, no es eso. Y ciertamente, importante es el dato de que sea hermanastra, y que los secundarios son de lujo, aunque no sé si siendo más larga se hubiera el lector despistado de lo central, que es Selig y su relación con la vida.

Lo de 'afortunado' entre comillas es más que cierto.