EL SUR DE FAULKNER por sedacala

Portada de LUZ DE AGOSTO

“El ruido y la furia”, “Absalón, Absalón”, “Mientras agonizo” y “Luz de agosto”; cuatro novelas de Faulkner leídas, esta última algo más accesible que las anteriores (sólo relativamente); las leí con una incómoda sensación de desasosiego y desorientación y me hicieron sentirme perdido; ¿qué es esto? pensé, ¿por qué estos personajes extraños?, ¿por qué estas actitudes, aparentemente, extemporáneas?, al terminar no entendí nada de todo aquello y mi balance fue negativo; porque claro, leo para entender, no para acabar hecho un lio y me resultaba incomprensible que tantos lectores quedasen como traspuestos, como si les hubiese bajado a ver el Espíritu Santo mientras leían y eso que algunos reconocían también encontrar dificultad. Así que me propuse tratar de descubrir las ocultas razones por las que sus novelas provocan reacciones tan viscerales y tan místicas.
La obra de Faulkner se puede analizar fijando los mecanismos y las pautas que suele seguir con una mirada fría y detallada de su lectura. Visto así diría que en su manera de contar hay mecanismos que se repiten novela tras novela, como por ejemplo su gusto por una literatura de exposición críptica, que obliga al lector a utilizar métodos deductivos para comprender. Cuando empieza un capítulo, no se dice de quien va a tratar, bien podría no ser el que terminaba el capítulo anterior y eso se ha de descubrir según se lee; tampoco dice donde se encuentra el personaje, hay que esperar a encontrar los datos que permitan suponerlo, ya que es muy fácil que no sea tampoco el mismo lugar del capítulo anterior; por último, el momento en el que sitúa la narración puede ser, no sé, quizá treinta años atrás, o quizá vuelva a repetir otra vez el mismo lapso de tiempo del capítulo anterior pero visto ahora por los ojos de un personaje diferente del que lo vivió antes; así pues, hay que descubrir todos esos datos. Sus personajes, no parten, como es habitual, de una descripción hecha desde el punto de vista de un observador exterior; aparecen, en muchos casos sin decir de donde salen, y empiezan a moverse, e inmediatamente a expresar su sentir; el narrador irá perfilando su mundo interior, con sus ideas, con pocos diálogos —sólo en momentos clave muy concretos—, con el diagnóstico de la voz en off que transcribe y analiza su comportamiento y que hace que, por ejemplo, tengamos una buena percepción de los demonios que habitan en la mente de Christmas (el personaje principal), pero sepamos poco del talante personal de ese hombre en su vida cotidiana del día a día. En fin, que sus métodos se aprecian enseguida, en cuanto se empieza a leer.
Pero hay otra forma diferente de aproximarse a su obra que consiste en simplemente leer, esto es: ni observar, ni indagar, ni analizar, sólo leer, dejarse llevar por la lectura y ver cómo ésta nos afecta y eso es lo que haré a partir de ahora. Así pronto descubro que no hay desorientación, que todo se entiende a pesar de la manera particular con que el autor presenta los hechos y mejor sería decir que no los presenta, que se presentan solos, que aparecen sin mayor presentación; pero no importa porque, leyendo sin apresuramiento, uno sabe quién es quién sin dificultad, como por ejemplo ese niño de cinco años del que se habla, que sabemos que es Christmas de pequeño. La consecuencia de esa diafanidad relativa (sólo relativa), es que se lee con interés creciente, o sea, como debe ser; allí surgen los temas habituales del profundo sur de EEUU que, tratados con la dureza proverbial de Faulkner, convierten la trama en un inventario de los asuntos habituales del sur; que si la moralidad protestante, que si los problemas derivados de la prohibición, que si la pobreza producida por la gran depresión, que si un puritanismo endémico, y claro, cómo no, la cuestión racial y el terrible odio al negro, germen del Ku Klux Klan; todo mezclado y agitado, hace que las tensiones afluyan y que no haya un solo personaje relajado; todo áspero, duro y desasosegante y es verdad que leer estas cosas puede hacerse cuesta arriba, pero también lo es que la perspectiva de encontrar algo de auténtica calidad, puede ser motivo suficiente para contrarrestar la inercia, ponerse a ello y constatar que merece la pena.
Así que avanzo, y empiezo a vislumbrar las claves que me abren las puertas de las novelas de Faulkner y de su entendimiento. Su texto es sintácticamente claro, sin mayor dificultad, sólo el jugueteo con las circunstancias obliga a prestar atención, pero se tiene la sensación de que será una tarea superable. Donde se pone peor, para mí, es cuando se trata de comprender por qué ocurren las cosas, qué sentido tienen algunos hechos extraños o algunas actitudes de personajes que parecen fuera de la lógica más común, sobre todo cuando además Faulkner no aclara, describe, sí, pero no dice los porqués. Igual me ocurrió en “Mientras agonizo” en la que traté en vano de explicar mi desconcierto en una reseña más que frustrante. Ahora, comparando mi situación de entonces con la actual, veo que sí, son parecidas pero con la diferencia de que es que ahora puedo explicar cómo y porqué asimilo la novela, mientras que entonces no supe.
Ahora la veo como una historia que se me cuenta como se me contaría un sueño, o mejor, una pesadilla que la mente visualiza con un tono general seco, ausente, codificado…; cuando leo “Luz de agosto” me parece estar leyendo la transcripción literal de un relato narrado por una voz sumida en un estado de shock que, dada su situación, no malgastaría en ello detalles fútiles, matices, justificaciones, o razonamientos, sino sólo palabras y frases dictadas por una fuerte confusión de procedencia onírica. Haciendo un símil, es como si el lenguaje literario con el que está escrita la novela fuese la traslación a sus páginas del lenguaje cinematográfico con que Hitchcock presenta a James Stewart deambulando, como un zombi, por las calles de San Francisco en una alucinada persecución de Madeleine. Claro que “Vértigo” no guarda relación con “Luz de agosto”, pero el lenguaje visual, un poco obsesivo, que se utiliza en esta película, me recuerda mucho el aliento espiritual que inspira el texto de Faulkner.
El narrador omnisciente de las novelas del siglo XIX, por ejemplo, narraba como lo haría una mente racional, acogiendo con aquiescencia lo que entra en la lógica, y con extrañeza lo que sale de ella. En un texto moderno, del siglo XX como es el de Faulkner, el narrador plantea los acontecimientos con aire de distanciamiento, abstracción y desapego, describe los hechos más extraños que ejecutan sus personajes sin pestañear, como lo haría un narrador imperturbable ante las locuras, que aceptase cualquier disparate como la cosa más normal y, simplemente, se dedicara a narrar. Esto no implica frialdad, muy al contrario, el autor es consciente de la grave significación de lo que cuenta, porque tras plantear el conflicto, desata las pasiones y carga las tintas en las actitudes arrebatadas, acentúa la parte épica de lo narrado, acumula términos dramáticos y trascendentes, o introduce pasajes en cursiva y sin comas que se integran en el tono general de ensoñación (como letanía de palabras e imágenes que circulan obsesivas por la mente del protagonista); y ahí es cuando surge también su otro rasgo característico y de gran impacto: declamar imprimiendo a su verbo un énfasis sonoro, que va de lo solemne, a lo místico, adornado con adjetivos lapidarios y orgullosos, extraídos tal vez de la arenga incendiaria de un agitador integrista, o quizá del sermón de un predicador visionario que, en su soflama, señalase al cielo mientras condenara las debilidades humanas con voz tonante y quejumbrosa.
Todo eso me ha pasado por la mente leyendo la novela. Cierto, son gratuitos juegos de comparaciones que yo planteo a modo de asidero dialéctico al que me agarro para intentar explicar al que lee la recepción que da mi mente a sus novelas, cómo me llegan y las asimilo y cómo procuro interiorizarlas, labor nada sencilla, pero, por eso mismo, sugestiva y atrayente: un excitante reto. Pero puntualizo, no pretendo que esto signifique otra cosa más que simples mecanismos momentáneos de interpretación personal para consumo interno, a los que doy forma escrita por pura curiosidad, por saber si alguien entiende algo. Porque no siendo nada fácil la lectura de las novelas de Faulkner —cosa que sabe cualquiera—, es muy probable que la reseña que intente interpretarlas, tampoco sea nada fácil y más aún si su tono general participa de ese aura de relato fantástico, o ilusorio que se me habría traspasado por exudación desde cada poro de las palabras y las frases que componen el libro.
He escrito algo sobre el método que sigue Faulkner en sus novelas y mucho de cómo me afecta su lectura, pero muy poco de “Luz de agosto” y trataré de solucionar eso ahora. Dije que están en ella los elementos habituales de las novelas del sur, hay además una trama que retrocede en el tiempo vinculando el presente con el pasado —muy propio de este tipo de novela— y contando desde sucesivos y diferentes puntos de vista; hay también una historia bien hilvanada, un argumento sólido, unos personajes muy carismáticos, y un nexo de unión entre todo ello que son las pasiones y las frustraciones de unas personas maltratadas por la vida, oprimidas por normas y convenciones sociales, que son letales para todo desgraciado, vagabundo, o desclasado que ande por ahí y en general para todos los que no se quieren doblegar ante una sociedad clasista, intolerante y pacata, que no admite desviaciones y que castiga sin piedad cualquier muestra de orgullo individualista.
Faulkner, no se conforma con mostrarnos la presión a la que la sociedad somete al individuo, va más lejos y expone la presión subsiguiente a esa con la que el individuo se presiona a sí mismo, aquella con la que esos parias sufren el efecto de una fuerza superior que saben que no podrán dominar y que les lleva, mediante un proceso fatalista prefijado por el destino, a su propia destrucción. Las páginas en las que el autor, armado con su lenguaje introspectivo y apasionado, hurga en el universo psicológico de unos personajes, ausentes y absortos en su tormento, son de un profundo dramatismo, expresivo y sobrio a la vez, y por sí solas serían ya motivo suficiente para leer la novela. Son páginas en las que también está aquel murmullo característico de la ensoñación, la voz del narrador que llega como adormecida, que aparenta estar bajo los efectos de alguna sustancia que embotara la mente y que, a esas alturas de la novela, es una forma de expresión especialmente conveniente para acentuar la encrucijada en que hallan los personajes y, por tanto, es muy bienvenida. Algunos de ellos portan en su interior el germen que ha inoculado la presión externa y lo desarrollan, y en el desarrollo final del reverendo Higtower, uno desearía que el murmullo onírico, fuese un poco más explícito y un poco menos onírico, para entender bien su tormentosa inquietud (penúltimo capítulo). No ocurre lo mismo con el último suspiro de la novela, es entendible, pero requiere ser interpretado, igual que pasa con el conjunto de la novela: que uno ha de estar en disposición de asimilarla e interpretarla (último capítulo).
El citado capítulo dedicado a Higtower enfrió un poco mi valoración que hasta ese momento era más alta. Sigue siéndolo pero menos, sin embargo se lee de un tirón, y el hecho de que en ese casi final me encontrase con lo que había temido encontrar durante el resto de la lectura, sin hallarlo, no debe empañar el gusto de haber leído con satisfacción el 95% restante: OCHO que pudo ser nueve.
Sin embargo, cada cual tiene sus preferencias y las mías pasan por los métodos clásicos; es cierto, he podido disfrutar bastante con las páginas más intensas de “Luz de agosto”, pero en el fondo de mi ser, creo que, antes que los sonidos maravillosos y apasionados del leitmotiv wagneriano, escogería el sobrio y abrumador equilibrio de la música de Bach.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@nikkus2008 hace 9 años

Lo primero, felicitarte por tu extremadamente genial reseña. Lo segundo, decirte que en todo caso, diste en el clavo con este escritor. Leíste, sin embargo, más que yo a Faulkner. Leerlo tranquilamente, sin desesperar ante las dificultades que se van presentando, es la clave, me parece. Mi primera novela fue "Las palmeras salvajes", y me alucinó ese estilo cargado, confuso, difícil. No me amilané ante la confusión, sino que seguí adelante, pudiendo verificar que las cosas se van aclarando solas. Los párrafos sin respirar de Faulkner, me dan placer, un extraño y vivo placer. Hay descripciones exquisitas, intensas, que dejan exhausto al lector, pero que le deja una sensación, en compensación, de goce.

Tremeda reseña para un tremendo escritor (me falta muchísimo por leer de él)..se agradece.

@Tharl hace 9 años

Maravillosa introspección y autoanálisis sedacala.
Con Faulkner creeo que me pasa como a ti. Cuando quiero entenderlo bien, todo, me desespero; cuando me dejo llevar, las páginas vuelan con una ligereza preocupante. Al final siempre me queda la herida de haber desaprovechado el texto... Me quedan siempre, algunas de sus descripciones exquisitas -recuerdo una en Mientras agonizo que es de lo mejor que he leído nunca, aunque algo excesiva- y algunos monólogos desquiciantes que me perturban.

Un placer leerte

@nikkus2008 hace 9 años

Seguro Tharl, esa descripción, será la de la carreta, al principio, creo...yo también recuerdo partes, no todo el libro.
Me queda, como a vos, ciertos fragmentos inolvidables; pero inolvidables por el recuerdo que estos suscitan, no por las líneas precisas. ¿Recordás que parte es la que te gustó de este libro?

@sedacala hace 9 años

A mí me impresionó el capítulo que estaba narrado por la agonizante madre. Me pareció muy sentido.

@nikkus2008 hace 9 años

"La habitación austera y limpia estaba impregnada de domingo. En las ventanas, las cortinas limpias y zurcidas ondulaban ligeramente bajo la brisa llena del olor de las tierras labradas y de las manzanas silvestres"...

"La madera y el metal, faltos de grasas, corroídos por las intemperies, crujen y se bambolean, agudos y secos, lentamente, tremendamente; es una serie de detonaciones secas, indolentes, que se oyen a seiscientos metros en el cálido silencio, sosegado y balsámico, de este atardecer de agosto".

" Pero, como podían comprarse a plazos las piezas de recambio, una parte del material se quedaría allí: grandes ruedas inmóviles, descarnadas, mirando al cielo con un aire de profundo asombro, entre pedazos de ladrillo y zarzas enmarañadas; calderas calcinadas, alzando con gesto testarudo, sorprendido y cansado unos tubos que ya no humeaban y que se enmohecían en medio de un paisaje erizado de tocones de árboles, un paisaje de desolación, tranquilo, apacible, inculto, tierra convertida en erial donde, lentamente, unos arroyos estancados y rojizos se iban ahondando con las largas lluvias tranquilas del otoño y con el furor galopante de los equinoccios de primavera"

"Entonces, un viento frío, arrafagado, parece atravesarle. Un viento a la vez violento y suave, que desparrama, como briznas de paja, como residuos vegetales, como hojas muertas, todos sus deseos, sus desesperaciones, sus sueños trágicos y demenciales y su miseria irremediable."

@nikkus2008 hace 9 años

Nadie, nunca jamás había dicho el término OLOR A DOMINGO...creí que era el único imbécil en reconocer esa mezcla de carbones encendidos, carnes asadas, salsas hirviendo en las olas, miles de ellas (estoy seguro de que hay olor a fileto, tuco, como quieran llamarla a las pastas italianas que comí durante toda mi infancia y adolescencia), evaporándose en el aire, acentuados estos aromas, por el silencio del domingo..un silencio indiscutible.

@nikkus2008 hace 9 años

Perdón...acabo de decir algo incorrecto...él dijo IMPREGNADA DE DOMINGO..NO OLOR A DOMINGO...cosas de las altas horas de la madrugada...de última, es lo mismo..impregnada a domingo, me resulta tan mágico, o mejor dicho, algo más completo, que comprende, a su vez, los aromas del domingo...

Bueno, basta, ahora sí...que me duermoo.

@Poverello hace 9 años

No, si al final te va a gustar más Faulkner que al propio Faulkneriano, sedacala. Quién te lo iba a decir tras "El ruido y la furia", por mucho que Luz de agosto sea más fácil de leer que el resto de las que mencionas.

Me alegra que le hayas cogido el punto desde el dejarse llevar, que a veces es lo que hay que hacer con la buena literatura, disfrutarla sin más. Por mi parte creo que jamás he gozado tanto una lectura como con este señor. Cualquier párrafo me parece una delicia. El capítulo en Mientras agonizo de la matriarca es imprescindible.

Excelentísima reseña, impresionante disección de la obra del norteamericano, con la que comparto todo.

@sedacala hace 9 años

No te creas Poverello que es oro todo lo que reluce. Es posible que Luz de agosto sea relativamente facilona, o que El ruido y la furia, y Absalón… sean muy retorcidas y Mientras agonizo, sea una historia extraña, y desde luego en esta novela de ahora he disfrutado y si no le puse el 9 es porqué me sentó mal ese capítulo penúltimo dedicado sólo a Higtower no se sabe a cuento de qué. Pero a pesar de todo eso, añadí al final de la reseña esa coletilla de índole musical para hacer saber que Luz de agosto me gustó mucho, pero lo mío es lo otro.
Mi temperamento me hace disfrutar más, a un nivel algo más alto con otro estilo narrativo. No creo que sea, como dice nikkus, una cuestión de extensión; si me han gustado todos esos libro que él ha citado muy atinadamente, no ha sido sólo porque sean muy largos, sino que han influido otras cosas, como por ejemplo un tratamiento de la personalidad de los personajes que me gusta que sea más global, más en su totalidad y no sólo recreando los aspectos más fuertes o más arrebatados de los personajes; ya dije, en ese sentido, en la reseña que Faulkner describe muy bien los demonios que corren por la cabeza de Christmas, pero echo en falta la definición de la personalidad de ese hombre desde un punto de vista más cotidiano. No creo que en la literatura haya necesariamente que valorar más estos estilos efectistas, por el mero hecho de serlo. Claro que su prosa es muy emotiva, como también lo son muchos pasajes de Tanhauser o de Los maestros cantores…, pero aun gustándome muchísimo, yo prefiero La Pasión s/S. Mateo, o las suites para cello, o las cantatas de JSB; en realidad son magnitudes heterogéneas y debíamos conformarnos con no comparar y apreciarlo todo indiscriminadamente, pero la naturaleza humana es imperfecta y al final tendemos a discriminar. Yo por lo menos.

@Guille hace 7 años

Bueno, por fin he terminado una novela de Faulkner y lástima (espero que mi optimismo no sea prematuro) no haber intentado antes la lectura de otra obra que no fuera “El ruido y la furia”, con la que sigo atascado. Eso sí, aunque la he disfrutado, no han sido raros los momentos de desconcierto y al final no me ha parecido una novela redonda.

Coincido con Sedacala cuando dice en su interesante reseña que a Faulkner hay que leerle en ciertas ocasiones como si de música se tratara, dejándose llevar por ella sin querer comprenderla en su totalidad. Una música en la que hay notas que uno solo puede intuir, notas que no se llegan a comprender del todo o nada en absoluto e incluso notas que no se entienden para qué fueron puestas ahí. Afortunadamente, al l poco, la música retoma su melodía y el disfrute vuelve a ser la norma.

Entre esas notas a las que me refiero están algunos de los comportamientos de los personajes; ciertas acumulaciones de adjetivos que en lugar de precisar el concepto terminan por desfigurarme la escena o el personaje; la combinación de algunas palabras que solo en sueños (bien de nuevo por Sedacala) puedo concebir juntas; esa sensibilidad que me es tan extraña, tan incomprensible y que alude a olores que se tocan, luces que se huelen, sonidos que se saborean y que me sacan del relato, aunque sea solo temporalmente. Pero sobre todo no he sido capaz de encontrar el fin, el motivo que llevó al autor a combinar las tres historias que vertebran la novela y que presentan una importante desproporción entre ellas. En mi humilde, y seguramente equivocada opinión, cada una es innecesaria para las otras y tanto la de Lena como la de Hightower, con otro tratamiento, podrían haber formado parte del glorioso conjunto de pequeñas historias que jalonan y enriquecen la columna vertebral de la novela que es Christmas, indiscutible protagonista del relato.