TÚ ERES EL AMO DE LA BURRA por sedacala

Portada de LOS SANTOS INOCENTES

Miguel Delibes, hombre de continente adusto y reseco, se integra fácilmente en la tierra áspera y quebrada de las zonas interiores de la península, donde su personalidad y su lenguaje, se confunden con el paisaje físico y humano, camuflados entre piedras, matorrales y hombres de campo.
Todo un personaje, pero nunca me entusiasmó. Con la excepción de «Mi idolatrado hijo Sisí», sus novelas me parecieron siempre demasiado frías. Encontraba que le faltaba algo para conectar con el lector (éste que escribe). En «Cinco horas con Mario», admiré su hábil utilización del léxico propio de aquella mujer, y también, su manejo del monólogo cómo mecanismo de transmisión de un determinado mensaje. Aun así, me resultó penoso leerlo, porque conseguía transmitir, tan bien, un ideario tan rancio, que se me hizo incómodo transitar por la novela, oyendo ineludiblemente lo que decía aquella mema.
Aquí, en «Los santos inocentes», vuelve a su afición por estos mecanismos particulares del relato, y se atreve a escribir la novela entera a base de usar la coma, y el punto y coma, pero no el punto final, que sólo está detrás de la última palabra de cada capítulo. Creo que con ello busca captar un tono de fluidez en los diálogos, una linealidad propia del habla recia de la gente del campo. La historia, además, viene transmitida por una voz narradora, externa al relato, pero integrada en el lugar, como si fuese uno más que habla como nacido orilla el pueblo. De manera, que el lector de «Los santos inocentes», aviado está, si no es capaz de asimilar la novela escuchando en su mente mientras lee, el idioma tosco, pero rico en modismos, con incorrecciones gramaticales, pero también con un extenso vocabulario de allí, ese castellano propio de las zonas rurales de la España arraigada a la tierra, en aquellos años sesenta, en que los medios de comunicación no se habían conjurado aún en sacar a los hombres del campo, de su incultura secular.
Aquella manera de comunicarse, yo personalmente, la conozco desde hace muchos años; al jovencito que yo era, le produjo rechazo, el altivo rechazo del que sabe que ha aprendido unas cuantas cosas que le sitúan por encima de aquellos a los que desprecia, pese a que intuya, en algún rincón de su mente, la idea de que quizá en ellos esté la esencia de sus propios orígenes; y, por encima de las incorrecciones que puedan cometer, esa habla contiene la sabiduría de lo viejo, de lo mil veces repetido, de lo asentado en los hábitos de cada uno y de todos, hasta convertirse en ley sancionada por la costumbre. Algunos la escucharán como si oyesen arameo y les costará asimilarla. Pero, para los que lo logren, esa habla es la vía que lleva a la inmersión en el mundo particular del cortijo, a aislarse de todo lo extemporáneo, y a sentir la dehesa extremeña alrededor, junto a una tropa de rústicos especializados en atraer la perdiz con cimbel, y otras tareas por el estilo.
Carmen, la mujer de Mario, me pareció, en su día, una mujer cargante e insoportable; en cambio, leyendo «Los santos inocentes», encontré que Paco, el Bajo, Azarías, la Régula, sus hijos y hasta el señorito Iván, eran la compañía más congruente y más acorde con el entorno campestre y cinegético de la dehesa que uno pudiera encontrar; ¿quiénes sino ellos, u otros como ellos, habrían de estar allí con más motivo y razón? Así que he leído esta historia con una comodidad y una adaptación al medio, que jamás hubiera sospechado en alguien de tan escasa vocación cinegética. Claro que luego viene la historia en sí misma, pero, esa es ya otra cuestión.
La trama no es un asunto agradable. Me llamó mucho la atención, la relación entre los rústicos y su explotador, y me trajo a la mente la situación de aquellos esclavos negros de Georgia, tal como la veía Margaret Mitchell, en «Lo que el viento se llevó». Para los blancos del Sur, era algo incontrovertible que los negros estaban divinamente bajo su manto: «pobrecillos, ¿dónde iban a estar mejor que con nosotros?» razonaban ellos con su lógica aplastante. Y el caso es, que los tíos se lo creían de buena fe, porque, sí que algunos propietarios de esclavos, les daban a éstos un trato bastante razonable.
Bueno pues aquí, dando el salto a Extremadura siglo XX, la situación era más o menos la misma, pero, con una diferencia, que es, que el señorito Iván era un bicho malo, muy malo, que pisoteaba a su gente porque para eso eran suyos, —tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra— le dice el médico del pueblo al Ivancito, cuando le lleva a Paco, el Bajo, con el Land Rover y una pierna rota, y trata de convencerle de la conveniencia de enyesar. ¡Pachasco! Que son los inconvenientes de estar así de bien protegidos, que como el amo sea un cabrón, la hemos fastidiado. Pero el tono amargo era previsible, me lo esperaba y no me sorprendió; y lo leí muy a gusto. Hasta al señorito Iván, hablando con éstos, se le mudaba el habla y se ponía a tono con el lenguaje rústico popular, que no es lo mismo hablar con la señora marquesa, o con el señor Ministro, que con Paco, el Bajo, o con Azarías, y el señorito sería malvado pero no tonto, y sabía adaptarse bien a las circunstancias.
Resumiendo, un libro muy cortito; extraordinariamente bien contado, con un texto que está inmerso, hasta el colodrillo, en el ámbito lingüístico del cortijo extremeño; con un desarrollo en el que se habla de caza, de la trocha, del cárabo y de cobrar las pitorras, y en el que los cazadores se encontrarán cómodos, porque entienden esas cosas. Los personajes son sencillamente perfectos, Paco, el Bajo, la Régula, el señorito Iván, y Azarías, parecen tener vida y carácter propios, el matrimonio con su prudente resignación, el señorito con su descarado y cínico egoísmo, y el subnormal, encerrado en su felicidad (milana bonita…), porque no es ninguna tontería pensar, que el tonto es, realmente, el más listo, porque es el que mejor se lo pasa.
Cuando leí «Mi idolatrado hijo Sisí», pensé: Delibes en esta novela sabe de qué habla, porque habla de la clase media acomodada de la ciudad de Valladolid, que es su mundo y de eso, sabe. En «Los santos inocentes», habla de lo que le gusta: la caza y el campo; de eso, también sabe y por eso, crea un texto que tiene la virtud de posibilitar la inmersión (¿lingüística?) en un mundo de un verismo increíble, contemplando una trama básica y elemental, a la vez que uno se recrea en la tremenda autenticidad de los personajes y de sus diálogos.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 6 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Guille hace 10 años

Una de las cimas de la narrativa en castellano, no cabe duda.

Dentro de lo de acuerdo que estoy con tu crítica al libro, me ha llamado mucho la atención esa sensación de frialdad que atribuyes a la obra de Delibes. Es uno de esos adjetivos que nunca asociaría a este autor. Curioso que a ti te lo sugiera.

No sé si has leído la trilogía de los diarios, te la recomiendo, sobre todo Diario de un cazador, el primero de ellos. La verdad es que podría recomendarte todo lo que he leído de él… excepto El hereje.

@sedacala hace 10 años

Pues sí, es curioso, pero la multiplicidad hasta el infinito de las posibles miradas de cada cual sobre una misma obra, es algo que nunca deja de sorprenderme, no sólo en literatura, también en cine, en pintura, en arquitectura y en general en todo orden de materias, iba a decir creadas por el hombre, pero no, porque incluso en las creadas por la Naturaleza se pueden dar esas discrepancias. Vamos que cosas mucho más gordas hemos visto en SdL; el caso que tú ahora planteas es como nada, apenas una pequeña diferencia de punto de vista.

En cualquier caso me explicaré. Me parece que Delibes es un señor muy serio y que siempre lo fue. Su prosa es excelente, no lo niego, pero para que una novela me emocione, que es lo que más valoro cuando leo, no basta con que sea técnicamente muy buena; necesito algo más. Como bien dices «El hereje» es un buen ejemplo de novela de buena factura, era la que a él más le satisfacía, y sin embargo yo después de leerla me quedé igual que estaba; no me dijo nada. Como decía en la reseña, me ocurrió lo mismo con «Cinco horas con Mario», sí, valoré mucho sus méritos, que los tiene, pero no me agradó. En cambio, «Mi idolatrado hijo Sisí», me gustó. Cecilio Rubes, su personaje protagonista me pareció toda una creación. En «Los santos inocentes» la mayor virtud que he encontrado es que, a través de esa murga pueblerina, consiguió introducirme en aquel ambiente, y una vez dentro, vives la pequeña historia intensamente y todo va sobre ruedas.

En fin, no creo exagerar cuando hablo de la frialdad, porque eso fue lo que me quedó en varios libros suyos y yo me guio mucho por las sensaciones. Pero también es verdad que las características sobrias de su manera de escribir, deberían cuadrar bien con mi forma de leer. No sé, seguiré leyendo cosas suyas de vez en cuando, y supongo que acabaré dando con obras menos adustas y más emotivas. Esa sería mi principal demanda hacia su obra, por la experiencia habida hasta hoy.

@Guille hace 10 años

Sigue guiándote por las sensaciones. En cualquier caso, hay muchas caminos por los que un libro nos puede emocionar, todos transitados muchas veces, pero no todos transitados por todos.

@Tharl hace 10 años

Vaya, sedacala, me pones en un aprieto. Quiero leer otra obra de Delibes en un futuro y tengo por casa “El Hereje” y “Las guerras de nuestros antepasados”; pero ahora, por tu culpa, la novela que quiero leer suya es “Los santos inocentes”. No quiero arriesgarme a otro desengaño con este autor.
Magnífica reseña. No opino de los contenidos por no haberla leído. Nos pusieron la película, allá en la Educación Secundaria, con 13 años. Solo recuerdo risas y un hombre que se meaba las manos. En algunas edades no se pueden dar margaritas a los cerdos.

De “Cinco horas con Mario” sí me animo a comentar algo, porque fue una de esas experiencias difíciles de clasificar. Sí, me gustó, al comienzo mucho, y reconocí muchas virtudes, pero algo falló tan profundamente que no me reconozco del todo cuando digo en voz alta que me gustó. Me pregunto hasta qué punto es por esa “frialdad” que comentáis.
No acabo de coincidir en esa calificación, pero puede que sea un término parecido, pero inadecuado, a la sensación que me produjo la novela. Percibí una enorme capacidad de empatía en Delibes, y superando todas las distancias de opinión, fue capaz de mostrarme realmente la forma de pensar, en cierto modo tan coherente, de Menchu. Incluso llegó a hacerme capaz de ponerme en su piel. Lograr semejante humanidad en un personaje que, al fin y al cabo, no deja de ser un “tipo” -y además desagradable- y lograr semejante empatía, supone ser un maestro en los senderos del afecto. Pero fue entonces, cuando Menchu me produjo semejante compasión, cuando la impiedad de Delibes e incluso condescendencia y desprecio por ella me distanciaron radicalmente del autor.
En cualquier caso, la novela no es, ni lo pretende ni da lugar a ello, un melodrama; ni una obra de grandes pasiones y sentimientos. Es una novela entre formas distintas de ver el mundo, y su convivencia. Los sentimientos que una novela así puede suscitar al lector son los propios de una situación comunicativa: comprensión, empatía, compasión, rechazo, desprecio, etc. Pero no grandes sentimientos como el amor, la tristeza, el entusiasmo o la épica. No por ello es peor, ni mejor.

Un placer leeros

@sedacala hace 10 años

Recuerdo perfectamente los comentarios alrededor de tú reseña en “Cinco horas con Mario” y que los volcabas hacia el tema de su crítica política. Me acuerdo porque yo no compartía ese enfoque, a mí me parecía que la crítica era más social que política.

Lo de la frialdad sí que es cosa mía, Guille no lo comparte en absoluto, pero si yo lo digo es porque lo siento. De hecho, aunque le he puesto un 9 a esta novela, ha sido más por sus aspectos formales o estéticos, que me parecen muy logrados, que por su fondo. De hecho están tan logrados que consiguen emocionar, pero no porque la historia en si misma sea emotiva, sino porque a base de técnica te mete dentro y una vez ahí ya te relajas y disfrutas. A mí modo de ver, es su acierto cómo ”escribidor” (en honor al otro Mario), lo que pone la novela a un nivel muy alto y la saca de la frialdad que casi siempre advierto en él.

En cambio, fíjate como Guille si coincide conmigo en que “El hereje”, no es lo que más le gusta.

Y “Los santos inocentes”, se lee en tres días, no te debe dar ninguna pereza (150 páginas).

@Guille hace 10 años

Uf, sedacala, es cierto que coincidimos en El hereje pero en Los santos inocentes no podemos tener unas sensaciones más alejadas.

Recuerdo que leí el libro hace muchísimo pero todavía tengo muy grabado el estado permanente de rabia en el que lo hice. Lo de relájate y disfruta que dices sí que viene a cuento porque yo sentía todo lo que leía como una violación (es por hacer el chiste, que nadie se me enoje, que no tengo la intención de quitar hierro a todo lo que supone una violación), y lo sentía tanto por lo que suponía la figura del señorito y de toda la familia y su vida en el cortijo como la esclavitud agradecida y humillante de Paco. ¿Frío? Para nada, calentito me tenía a mí el Delibes, pero bien calentito el jodío.

@sedacala hace 10 años

Tienes toda la razón en que eso debe ser lo normal en casi cualquier lector, pero no ha sido mi caso. Supongo que tiene que ver con la popularidad que adquirió esa historia gracias al cine. Y fíjate que yo no vi esa película, pero es igual, porque se han pasado tantas imágenes en TV, que yo iba ya totalmente predispuesto a soportar la maldad del señorito Iván, y además, estas cosas, leídas, las soporto mucho mejor que en el cine, las imágenes me perturban mucho más. Total, que entre unas cosas y otras, cuando me senté a leer, ya había saldado, sobradamente, mí cuenta en forma de hiel, y leí muy tranquilo, pero insisto, muy metido en la historia y fijándome mucho en cómo está escrita.

Por cierto, que sin haber visto la “peli”, y como me ha ocurrido ya en varios casos, leí viendo nítidamente las caras de los cuatro actores principales, a Rabal y a Landa, les premiaron en Cannes, Terele Pavez y Juan Diego, sin haber sido premiados encajaban en los papeles como anillo al dedo, sobre todo Juan Diego, que nunca me pareció buen actor, porque siempre le veía dar el mismo tipo de persona, la suerte que tuvo aquí es que el tipo que siempre daba era, precisamente, coincidente con el señorito Iván, ¡vamos, que hizo el malvado perfecto!

@Poverello hace 10 años

Me gusta mucho tu reseña, sedacala, como Delibes también.

Creo que soy uno de los desafortunados que me vi 'obligado' a leerlo hace demasiado tiempo cuando estudiaba y eso me ha impedido darle el valor añadido que le corresponde a determinadas obras suyas demasiado 'comunes' en el ámbito de bachillerato: "El camino" creo que sin duda es una de ellas, de la que tengo pendiente una relectura.

Todo lo que he leído suyo me ha parecido cuanto menos de un gran nivel literario, siendo capaz de manejar diferentes estilos narrativos y haciéndome disfrutar de lo lindo. Incluyo "El hereje", que me pareció de un método y de un estudio concienzudo y demuestra el talento que tenía Delibes para crear una ambientación en sus novelas que invitan al lector a creer que está viviendo, en este caso, en pleno siglo XVI. No veo esa frialdad a la que haces mención, por ponerle tu mismo nombre, aunque tras las explicaciones y comentarios sí que puede suceder en parte lo que en el movimiento de cine neorrealista, ausente de excesos, o componentes diría incluso del naturalismo, mostrando personajes humanos, espontáneos... pero de alguna manera se aleja de ellos como única manera de mostrárnoslos tal y como son. "Las ratas", "Cinco horas con Mario"... ninguna me ha dejado indiferente.

La película "Los santos inocentes" me parece excepcional, y todos los personajes maravillosos, hasta la interpretación de Juan Diego, que tampoco es santo de mi devoción.

@sedacala hace 10 años

¡Caramba! ¿Tú también, Poverello, hijo mío?

A fe mía, que me vais a crear complejo de lector frígido. Porque si a mí Delibes me parece frío y a nadie más se lo parece, de ello se infiere automáticamente que el frío soy yo.

Quizá, puestas así las cosas, habría que juzgar la posible idoneidad de la palabra “frío”, para referirse a lo que yo me estoy refiriendo, me ha parecido que tú Poverello, lo insinúas. El primer párrafo de la reseña, lo incluí a modo de declaración solemne de mi modo de ver la obra de Delibes en lo tocante al tema: “caza y campo”. Lo de, adusto y reseco, y añado ahora también, castellano viejo, me sirve para explicar cómo veo su obra. No me resulta fácil acumular más razones, sobre las ya expuestas, para explicar el porqué de esa visión mía seria, severa, trascendente…, pero tan desprovista de signos de relajación, de humor, o de emotividad. No me parece mal eso que apuntas, Poverello, sobre el cine neorrealista italiano, podría significar una buena imagen para hacer entender el por qué yo veo una mirada severa, donde otros veis calidad y calidez. La calidad yo también la veo, nunca se la he negado; lo que siempre eché en falta fue la capacidad para estremecerme leyéndole.

Gracias por vuestros comentarios, algunos sabéis que es lo que más me gusta de SdL.

@Faulkneriano hace 10 años

¡Pachasco!

@Tharl hace 9 años

He pasado la mañana en la España rural de Los santos inocentes. Al leerla uno siente la tierra.

Me pasó como con Cinco horas con Mario: me gusta Delibes, reconozco su talento y le noto a un paso de la grandeza. O sea, para los amantes de la cuantificación, a falta de unas décimas para el 8.

Lo que comenta Sedacala en su reseña es muy cierto. Leyendo Cinco horas con Mario uno llega a pensar que Miguel Delibes, de mismas iniciales que Mario Diez Collado, podría estar hablando de sí mismo, proyectado en ese intelectual aplastado por el peso de una sociedad anquilosada. De igual manera, al leer Los santos inocentes uno piensa que Delibes lleva la tierra en la sangre, esa tierra castellana que tan poco cambió desde el feudalismo. Y esto es gracias a su capacidad de fundir al narrador con el entorno retratado. En Cinco horas con Mario era Carmen, aquí el narrador parece un hombre más del cortijo. Y para ello Don Miguel tiene el buen hacer de doblega la prosa al relato. Una vez más persigue la oralidad en una escritura coloquial y fluida que, como bien dice Sedacala, recrea el habla de la gente del campo. Pero, ¿era necesario para ello suprimir todo punto?
Delibes es un escritor inquieto y no ignora su época. Que estamos hablando de 1981, hombre, y ya quedan pocas convenciones por romper en la novela, si queda alguna. Pero Delibes lo tiene claro: toda experimentación, todo estilo, debe adaptarse al relato como un guante, si no, es innecesaria. Hay en él una voluntad, y creo que esto es importante, de experimentar sin oscurecer el texto. La forma siempre adaptada al fondo. Delibes es la sobriedad castellana adaptada a su tiempo.
Y así tenemos una narración sin puntos, pero relativamente lineal, distribuida en párrafos, con diálogos en estilo directo integrados y segmentación por capítulos. En forma, innovación e intención no tiene nada que ver con El otoño del patriarca, y no solo porque García Márquez se adelantara 6 años. Sí, tanta coma contribuye a la buscada oralidad, pero me pregunto si no resulta excesivo, si soy el único que echa en falta una pausa, si solo a mí me parece que tanto “y” y tanto “, que” no logra suavizar algunas transiciones que requerían un punto y resultan forzadas y artificiosas, algo fatal para esta novela.
Para todo esto es importante otro aspecto que señalaba perfectamente sedacala: el vocabulario concreto, la expresión terruñera, que dificulta la lectura allá donde Delibes se esfuerza por hacerla fluida y accesible. Es precisamente este léxico, donde Delibes demuestra su maestría y la causa de que página a página podamos sentir la misma tierra que pisan y trabajan los personajes, los humillados y ofendidos de la vida campesina.

Y eso es toda la novela, la historia de los humillados y ofendidos del campo de la España franquista. Personajes pobres e inocentes y ricos egoístas. Buenos y malos, ya sabéis. Lo mejor es la habilidad que señala Sedacala al retratar la relación de Paco, el perro*, e Ivan, su amo*.
Delibes plasma las fuerzas en conflicto, las tensiones de la sociedad rural que acabaran explotando al final. Los sumisos, los tontos e inocentes libres, el señorito, el cargo medio humillado por el señorito, y la juventud, esa juventud insumisa sin apenas peso en la historia, sin que quede claro si es por orgullo o por indiferencia.

¿No hay más que un reflejo crítico de la sociedad de su tiempo? ¿Eso es todo? Tierra, humillados y ofendidos. Sí, nada más. Y nada menos. Todo abonado con algo de humor, ternura e indignación.

Y ahora, a revisar la película.