QUATTROCENTO PARISINO por sedacala

Portada de NUESTRA SEÑORA DE PARÍS

Leer a Víctor Hugo, a día de hoy, es encontrarse con un escritor distinto, no sólo de cualquiera otro actual o del siglo XX, sino incluso, de su propia época; basta empezar a leer sus páginas para que inmediatamente se detecte su fuerte personalidad. Su particular estilo literario, denso y fogoso, cuenta la trama de una manera que tiene algo de maniquea, mucho de ideológicamente apasionada, y casi todo de épica y de grandiosa. Esta forma suya de narrar, hace que no se le lea sosegadamente, como a cualquier otro escritor, sino con un aluvión de sentimientos encontrados, fruto de la carga ideológica que quiere, y que logra, transmitir; tan es así, que, al cerrar sus páginas, parece que uno se hinche con todas esas ideas que nos transmite, que bullen en nuestro ánimo y que permiten identificar su sello característico y calificarlo de singular, como decía yo al principio. De todas formas he de decir que, antes de ésta, sólo había leído Los Miserables, novela, por cierto, de emotiva lectura, aún muy presente en mi memoria, y de la que me hubiera gustado escribir desde que adquirí el hábito de hacerlo; lo malo es que pasados cinco años tras su lectura, es ya demasiado tarde para rememorar y tampoco era cosa de leer otra vez las casi mil doscientas páginas, sólo para poder escribir sobre ellas. Como me faltaba Nuestra Señora de París, novela mucho más corta y, por tanto, más accesible, decidí leerla, y aprovechar la ocasión para escribir sobre Víctor Hugo, a continuación.
Retomo nuevamente lo que decía al principio, lo especial que es leer a Víctor Hugo, relacionándolo, con su condición de poeta, porque parece que las sensaciones que transmite hayan salido de una mente con un aliento, básicamente lírico; eso sí, de una lírica más épica y dramática que intimista. En cambio, lo que no tiene duda es que su carácter está impregnado hasta el tuétano, de un romanticismo fecundo y exultante; no es concebible la obra de Víctor Hugo, desprovista de la fuerza que le da su tendencia romántica, y digo fuerza, pero, igual podría decir entusiasmo, vitalidad, vehemencia, apasionamiento…, quizá todo eso sea lo normal en un hombre del romanticismo, pero, esos son los atributos que exhibe de manera inequívoca en sus novelas, y a fe mía que llaman poderosamente la atención.
En Los Miserables, toca el tema fundamental de la libertad y el derecho a la dignidad de los más desfavorecidos. Arranca la novela describiendo Waterloo, el último acto de unas guerras napoleónicas que conoció cuando, siendo niño, su familia viajaba tras la estela de su padre (general de Napoleón). En esa infancia castrense conoció España, como se aprecia en Nuestra Señora de París, en la que aparecen frases en español y alguna que otra referencia a España. Pasado Waterloo, situó el grueso de Los Miserables, en el momento álgido de las revueltas populares de mediados del XIX, cuya descripción siguió intercalando con los hechos propiamente novelescos.
Pero al igual que la redención y la libertad de los humildes era uno de los temas románticos habituales, el medievalismo, por el que Hugo tenía debilidad, era otro de los iconos del ideario romántico siendo el elegido para esta novela que se convirtió en su primer gran éxito literario. Hay que recalcar, que Víctor Hugo se asentó, casi desde sus comienzos, como una figura inmensa de la literatura francesa y europea, y que llegó a ser, por su formación y pretensiones, algo así, como el prototipo del hombre del Renacimiento que aunaba todos los conocimientos de su tiempo, como una especie de Leonardo redivivo conocedor de todas las materias, una de ellas, indudablemente, el medievalismo, otra, la arquitectura. Así que, con una combinación de ambas y con sus dos personalidades, la del erudito que describe la vida en el tramo final de la Edad Media, y la del novelista que crea su trama y sus personajes, se embarca en las páginas del libro atiborrándolo de contenido; y de esta forma, nos cuenta como era la arquitectura de aquella época y la relación que guarda con la de épocas posteriores hasta llegar a la del siglo del autor. Incluso, se permite elaborar una teoría, que yo calificaría de "sui generis", en la que vincula el final de la arquitectura, de la gran arquitectura que a él le gustaba: la gótica, con el arranque del recorrido de la imprenta: ¡El libro mató a la arquitectura! exclama con énfasis; y razona a continuación, de manera interesante, aunque yo creo que con bastante ligereza, que todas las artes medievales se expresaban mediante el lenguaje de los grandes edificios, fundamentalmente de las catedrales, en las que los poderes fácticos medievales volcaban sus esfuerzos y su dinero sabiendo que éstas se lo devolverían con creces. Pintores, escultores, escritores, arquitectos, músicos, todos se beneficiaban con la creación de esos grandes contenedores de la creación artística. Pero, hete aquí, que se perfecciona la imprenta y los cauces del arte se abren en caminos infinitos, directos y al alcance de cualquier economía, y esa especie de democratización que constituye el libro, destruye la arquitectura, que así ya no levanta cabeza porque abandona su tendencia a elevarse hacia las alturas, porque pierde toda la magia que tuvo con anterioridad, y porque deja de poner sus muros y sus espacios físicos a disposición de todos los artistas, los cuales, con una inversión monetaria infinitamente menor, llegan a mucha más gente a través del libro. Antes, el pueblo había de ir a la catedral a disfrutar del arte, la catedral focalizaba el arte y atraía a las masas; ahora con la imprenta, el arte puede dirigirse a la casa de cada cual, el foco de atracción ha basculado de la catedral a la persona, al individuo, que es quien ejerce ahora como polo de atracción. Y fruto del cambio, la nueva arquitectura que surge del Renacimiento ya no tiene que ejercer aquella función anterior, empieza a carecer de sentido, y se convierte, poco a poco, en una sucesión aburrida y falta de carácter de pórticos griegos y cúpulas romanas, que ya no tienen el profundo significado para el pueblo que tenían los airosos arbotantes y los afilados chapiteles de la arquitectura gótica.
Bueno, estas ideas son bastante discutibles, pero a la vez son muy singulares, y representan un buen ejemplo para explicar su talante vehemente y su entusiasmo en la exposición y defensa de la posición medievalista de la novela, y por extensión, de cualquier otra posición que hiciese suya. De hecho con esa teoría y con el resto de parafernalia con que recrea el ambiente del quattrocento parisino, consigue definir la atmósfera del momento y convertir a la propia catedral de Notré Dame, en la indudable protagonista, por encima, incluso, de unos personajes, también muy particulares, de los que hablaré enseguida.
Así, pues, la novela comienza con unas ceremonias en las que una embajada de dignatarios flamencos, asiste a la representación de un misterio —una especie de auto sacramental—, para después narrar la casi simultánea elección en la plaza pública del papa de los locos, una celebración popular inspirada en las saturnales romanas al más puro estilo carnavalesco, en la que, a las gentes del hampa (la también llamada Corte de los Milagros), se les concede el derecho a elegir a su propio dirigente, elección que recae en el mismísimo Quasimodo, que así se configura como el primero de los protagonistas en entrar en escena cuando ya se lleva un buen montón de páginas que, hasta ese momento, han cumplido la misión principal de situar al lector en ambiente y de explicar cómo era la fiesta y el bullicio popular en el París de la época. A partir de ahí, alterna capítulos que narran la propia trama, con otros que siguen exponiendo datos y más datos sobre materia artística o urbana, como los dos largos capítulos en los que explica la configuración urbanística de la ciudad, sus edificios más destacados, su estilo, sus características y la metamorfosis que la fue transformando poco a poco con el paso de los siglos hasta dar lugar a la ciudad que era París a principios del siglo XIX; o como el capítulo en que, enuncia la teoría que mencioné más arriba: ¡el libro mató a la arquitectura! Y esto son sólo las digresiones más señaladas, pero hay muchas otras menos extensas con las que ejercita el deseo de enriquecer los conocimientos de los lectores de su época, que por el empeño que pone en ello, hay que suponer que debían ser escasos. En total, bien puede decirse sin temor a exagerar, que un tercio de la extensión del libro está dedicado a la exposición de materias varias, relacionadas con la trama, pero ajenas a ella.
Pero bueno, aparte de todas estas cosas, Nuestra Señora de París es también una novela en la que se mueven unos personajes, dotados todos ellos, de fuerte personalidad y con una, claramente definida, pauta de actuación de la que no se apartan fácilmente; es decir, que los personajes tienen desde su arranque un comportamiento que podríamos considerar ciertamente maniqueo. Decir esto, no quiere decir criticar, sino constatar algo, que está ahí y que no tiene porqué ser negativo, como lo demuestra el hecho de que exactamente lo mismo, se detecta en Los Miserables, sin que tampoco allí pueda ser entendido como crítica. En mi opinión, lo que hace que el maniqueísmo no perjudique a la novela es la propia condición recia de sus personajes, que compensan sobradamente con su enérgico carácter la debilidad que les obliga a actuar de una forma prefijada. Es como si su propia identidad, en manos del destino, les obligase a comportarse según la pauta que se les ha marcado; sólo cuatro años después de publicarse Nuestra Señora de París, el duque de Rivas tituló su, también romántica, pieza teatral: Don Álvaro o la fuerza del sino, en la que también hay un destino fatal que conduce a cada personaje por su propia senda; no dudo, que en una obra de corte realista no tendrían ningún sentido esos comportamientos dirigidos, pero, en una romántica, sí lo tienen, su carácter, genuinamente romántico, lo admite, o al menos, yo así lo veo.
Prometí hablar de los personajes, y ya he mencionado a uno, a Quasimodo, el jorobado de Notre Dame; pero no son muchos, se acaba enseguida: la gitana Esmeralda, dom Claude Frollo, Jehan el hermano de éste, el capitán Febo, Pierre Gringoire y alguno otro de menor presencia. Cada uno de ellos representa una personalidad diferente; en el caso de Quasimodo, los buenos sentimientos encerrados, eso sí, en lo más hondo de un cuerpo deforme, horriblemente feo, cojo, y sordo, aunque fuerte y poderoso físicamente. La bella gitana Esmeralda representa la inocencia y la candidez; a pesar de vivir en la calle de sus habilidades como saltimbanqui, sus sentimientos son puros, y no concibe la maldad. Y ya está; no hay más personajes bondadosos, porque el archidiácono dom Claude Frollo, personifica, no sólo la maldad, sino, sobre todo, el cinismo más abyecto: pasa por hombre religioso, pero le corroe la lujuria. Su hermano Jehan es el despreocupado e irresponsable vividor al que todo le da igual y sólo vive guiado por su atroz egoísmo. El capitán Febo personifica la altivez, la soberbia y la grosera rudeza del joven que trata de conjugar un próximo buen casamiento con su afición a los burdeles y a las mujeres fáciles. Nos queda Pierre Gringoire, pero, éste es una excepción en la lista de malvados, o para ser justos con él, habría que decir que no es un genuino malvado; Gringoire representa el pragmatismo, no es malo, tampoco bueno, procura llevarse bien con todos y librar su pellejo de los múltiples problemas que le acarrea, pese a ser hombre ilustrado, su pobre condición social y económica.
El bosquejo de cada uno, con las características que el autor les atribuye en la novela, ilustra perfectamente lo que quise indicar más arriba cuando hablaba de dicotomía entre bondad y maldad, todos responden a esos patrones, no se salen de ellos en ningún momento y, sin embargo, el lector lo acepta como algo que tiene todo el sentido dentro de esta historia, como algo que no chirría, como si los personajes de esta novela por el mero hecho de vivir en el medioevo no pudieran ajustarse a otros comportamientos, más cambiantes o más complejos, sino que sus personalidades simples, en el sentido de inmutables (no son simples en otros sentidos, al contrario, son mentes complejas y torturadas), parecen las que, necesariamente, tenían que darse en aquellos tiempos.
Es evidente que esta novela no puede, dadas sus características, calificarse de otro modo que como novela histórica y, sin embargo, ¡que distinto es Víctor Hugo, de Walter Scott, el paladín de la novela histórica! y ¡que diferente es Nuestra Señora de París, de Ivanhoe! No cabe duda de que Walter Scott le da a la novela histórica un enfoque sumamente activo, mediante el cual, la sucesión de hechos que aparecen en la trama, es cambiante, y es frenética, no deja un minuto de descanso y configura muy certeramente el concepto de «novela de aventuras», aun manteniendo su carácter histórico y un aire serio y trascendente. También está en Ivanhoe el tono majestuoso y solemne, pero su finalidad no es atizar el drama, sino exaltar un pasado aventurero y glorioso. Víctor Hugo también usa en su novela un tono épico y grandioso, pero, en lugar de utilizarlo para acentuar el lado dinámico y aventurero de la trama, su interés es regodearse en los dramas personales de sus personajes que son colocados en terribles encrucijadas por el fatal determinismo a que, inevitablemente, les dirige aquella sociedad medieval, deleznable, lóbrega y profundamente injusta. Los amargos sufrimientos que padecían las gentes del pueblo en el París del siglo XV, no podían ser motivo de exaltación y si Víctor Hugo los expone es por lo contrario, a modo de denuncia de aquel pasado cruel. Lo que es muy significativo es que, a pesar de esas evidentes diferencias entre su planteamiento y el de Walter Scott, el enardecimiento y arrebato con que narran ambas historias, es cualidad común a ambos; los dos se entusiasman mitificando el pasado. En una lectura actual de ambas novelas, tal vez conmueva más al lector de hoy Nuestra Señora de París, por sus connotaciones dramáticas, pero, puede que disfrute más con Ivanhoe, por el superior dinamismo de su trama.
Las digresiones sobre arquitectura gótica y urbanismo, que a muchos lectores puedan resultar pesadas, para mí no lo fueron, aunque bien es verdad que en esa materia juego con ventaja. En cambio los capítulos en los que el autor describe algunas tramas periféricas a la principal, sin duda con ánimo de dar forma al ambiente medievalista de la ciudad de París, me parece que son un poco más tediosos y distraen en exceso del pulso de la historia principal. No me cabe duda de que eliminando los capítulos de temática urbanística, y aligerando un poco más estas tramas periféricas que decía, la novela hubiera adquirido una extensión de unas trescientas páginas, en lugar de quinientas, lo que estaría mucho más en consonancia con su contenido propiamente novelesco, y hubiera dado lugar a una lectura notablemente más ágil. Pero en ese caso no tendría ya el sello característico de Víctor Hugo, y quizá no sería tampoco esa lectura tan diferente y tan especial que decía al principio.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 6 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@nikkus2008 hace 10 años

Bueno, leer una docena de críticas tuyas, Seda, es como leer un libro, casi. Otra estupenda reseña, realmente; las disfruto mucho, porque intentás (y lográs) decir todo en cuanto al libro en cuestión, es decir, desde tus impresiones, puramente subjetivas, hasta la aceptación de otros puntos de vista, además de realizar el análisis desde varios puntos, me refiero al estilo, la extensión, la trama, sus puntos débiles y la exaltación de las virtudes, etc.
Amé con locura a "Los miserables"; siempre quise leer "Nuestra señora de Paris"; creo que me lo voy a comprar en este mismo momento (ya lo tengo, en tres tomitos de letra minúscula, no estoy para estas cosas, me voy a quedar ciego), total, unos mangos más, unos mangos menos, no hacen la diferencia y me van a asegurar agradables horas de lectura. Excelente reseña amigo, una vez más...

@Faulkneriano hace 10 años

Excelente reseña, sedacala. Estoy de acuerdo especialmente con:

- Lo sui generis que resultan las motivaciones de los personajes en el romanticismo, que hay que aceptar como vienen, con esa lógica propia al margen de la que pueda tener el lector.
- Las grandes diferencias que se oponen entre Walter Scott y Victor Hugo a la hora de enfrentar la novela histórica.

No estoy de acuerdo en lo de aligerar las tramas "periféricas" que dan un poco de espesor "historicista" a la principal. Será porque me resultan muy interesantes. Y si a ti no te sobran los capítulos "arquitectónicos", por obvias razones, a mí no me sobran los capítulos "históricos", por otras parecidas. Nada, nada, quede todo como está. No se enmienda la plana a los genios.

@sedacala hace 10 años

Hola nikkus, gracias por el elogio, pero realmente no lo merece, soy yo quien podría decirle gracias a Sopa de libros, por hacer el papel de escaparate al que poder transferir mi reacción ante cualquier lectura. Si no lo hiciese, dejarlo ahí dentro podría producir algún perjudicial efecto secundario; Así que creo que es preferible sacarlo, se publique o no. He llegado a la conclusión de que eso es lo más saludable.

Hola Faulkneriano, gracias también. Quizá recuerdes el entusiasmo que reflejaba la reseña que escribí sobre Ivanhoe. Por eso la he traído a colación. A mí me gustó más que Nuestra Señora de París, pero debo reconocer que el aliento romántico es parecido, y he tratado de desmenuzarlo, tal como yo lo veo.

Los últimos párrafos de la reseña señalando la pesadez (es un decir) de las tramas que hay alrededor de la principal, los puse para hacer ver cómo los ha recibido mi persona (y por tanto quizá otras). Sé que eso significa expresar una opinión heterodoxa, y por tanto, salirse de la ortodoxia que aceptáis muchísimas personas. Esto lo digo, obviamente, por tu comentario, de que “no se enmienda la plana a los genios”; yo no pretendo hacer tal cosa pero tampoco voy a dejar de expresar mi punto de vista por más “herético” que pueda parecer. Sabes que eso forma parte de mi manera de reseñar.

De todas formas, sabes también que no reseño nada, que realmente no me haya gustado, por motivos que todos conocemos. No es el caso de Nuestra Señora de París, que si me gustó. Lo de “las tramas periféricas” fue un comentario sin mayor trascendencia.

@sedacala hace 10 años

¡Víctor Hugo! Qué alegría leer compartir impresiones del maestro de lo sublime. Qué bien leerte sedacala, maravillosa reseña.

En el romanticismo, al menos en el de Víctor Hugo y especialmente en esta novela, se junta la epopeya y la tragedia (y el ensayo). Es como una recopilación de toda la narrativa anterior. Como tú dices, lo más cercano a la novela total, al humanista davinciano. No sorprenden entonces sus personajes. Todos, desde los protagonistas hasta la loca de la plaza, están guiados por la fatalidad, dirigidos a la tragedia, el clímax y la catarsis. Pero en este caso ese determinismo, esa fatalidad, viene exigida por el entorno, por la sociedad en la que viven y los cambios a que está expuesta. Sea más o menos verosímil (yo me lo creo), ¡qué resultado más sublime! Se nota qué es lo que buscaban estos escritores.
No por ello son personajes planos. Son personajes unidimensionales (puede que alguno bidimensional), pero en esa dimensión evolucionan enormemente. Estoy pensando ante todo en Claude Frollo, pero también en la sensibilidad y humanidad de Quasimodo.
No son personajes bipolares, buenos o malos. Al igual que admites con Gringoire, un pícaro-poeta, el resto de personajes tienen numerosos matices que impiden esa categorización bicotómica. Quasimodo guarda buenos sentimientos en su interior, sí, puede ser; pero no tiene nada que ver con el Quasimodo de Disney. Es un ser estúpido, ignorante y brutal. Brutal. Si Nuestra señora de París hubiera sido escrita hace poco menos de un siglo, Quasimodo hubiera violado a Esmeralda.
Claude Frollo no personifica la maldad, es la ambición más grande del ansia de conocimiento y poder. Es el punto álgido del intelectual-teólogo medieval. De su religiosidad podría hablarse mucho antes de destacarla con rotundidad. Es una criatura exquisita.
Esmeralda es esa pureza tan valorada en el medievo (y después) que atormenta a Frollo impidiéndole prosperar en sus estudios y ambiciones. Y con todo, está cargada de prejuicios y fantasías. La Esmeralda dulce y delicada con Quasimodo es una creación de Disney.
Son hombres del final del medievo, no cabe duda. No es concebible un Claude Frollo decimonónico: es una criatura extinta. Como Quasimodo, como Esmeralda. Debían morir.
No es el caso del soldado vanidoso y el mal poeta.

Pero creo que has dado con el tema fundamental de la novela: esa teoría que calificas de “sui géneris” en la que se relaciona el fin de la arquitectura gótica y del medievo, con el inicio del imperio de papel. Es una reflexión fascinante, que yo no mutilaría por nada del mundo. Sería arrancar su sentido a la novela.
La tesis que subyace en Nuestra señora de París me sorprende por su modernidad cada vez que pienso en ella. Casi podría decirse que Víctor Hugo está deconstruyendo un momento histórico. Nuestra señora de París es un preludio a las teorías de la modernidad que producirán los primeros sociólogos: del paso de la razón única a las racionalidades. El maestro ha detectado con inmediatez ese momento de cambio en que comenzó a caer la Edad Media. Sus reflexiones no son nada descabelladas e insisto, pueden relacionarse con muchas de las teorías de la modernidad.
La arquitectura gótica, tan católica, tan propia del auge y caída de la Edad Media, tan escolástica, tan urbana y burguesa, cae bajo el peso de la imprenta y del papel. La cultura de la imagen, el pensamiento grabado en piedra inamovible, cede paso a la fluidez de la imprenta. Casi parece de esperar que Víctor Hugo relacione la arquitectura gótica con la Iglesia Católica y la imprenta con el pensamiento protestante. Unos, cerrados sobre sus imágenes y mediaciones eclesiásticas, otros introspectivos, volcados sobre el papel, reflexionando sobre la biblia de forma individual. De ahora en adelante las ideas, la sociedad, no tendrán la firmeza de la roca, sino el cambio y crecimiento del papel. Es inevitable que se flexibilice el pensamiento, que surja el pensamiento liberal, los afanes ilustrados, se escriban Cartas sobre la tolerancia, surjan Declaraciones de independencia y de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y que se abra paso la defensa de la libertad de pensamiento y de prensa. Una vez la imprenta destruye la arquitectura (gótica), parece inevitable la Revolución Francesa y la sociedad de Víctor Hugo. Esa revolución con tantos paralelismos con la de la Corte de los Milagros, como si de un conato se tratara, fracasada tan solo por darse en el momento inadecuado.
El maestro identifica también la esencia de ese pensamiento que se desmorona. Es la Catedral, híbrida entre el gótico y el románico, es Quasimodo y es la Corte de los Milagros. Gárgolas, fealdad, lo sublime, ignorancia, podredumbre, grandeza, brutalidad y un poder majestuoso que si fuera ilustrado podría sacudir los pilares del poder. Notre Dame, Quasimodo y el pueblo de París se funden en una única entidad, un único protagonista de la novela: son el espíritu del medievo y, para bien o para mal, con los cambios que introduce la imprenta, van a desaparecer y dar paso a algo nuevo.

Visto así, la mezcla de fascinación y crítica con la que Víctor Hugo aborda el Quattrocento es inevitable. Y sí, es muy romántica, le lleva a estupideces como despreciar toda la arquitectura posterior a la gótica; pero dos siglos después, la novela, los personajes y muchas de sus reflexiones siguen en pie, indestructibles, como la mejor de las catedrales.

@Tharl hace 10 años

Aquí el culpable del rollo anterior.

@Tharl hace 10 años

Sedacala, no vi tu comentario anterior cuando publiqué el mío. Recuerdo tu entusiasmo con Ivanhoe, realmente me convenciste (y no lo tenía pensado por considerar a Walter Scott un mero escritor de aventuras a lo Dumas) de leerme el libro. Ya lo tengo por casa, si la edición de El País tiene una traducción decente cualquier día de estos caerá.

Comprendo que es en esa comparación con Ivanhoe donde Nuestra señora de París ha salido más desfavorecida en tu lectura. Adoro a Víctor Hugo, para mí es el escritor de lo sublime, el escritor de mi adolescencia, de mi educación sentimental primaria y de Francia (París); pero admito igualmente su densidad. Prefiero denso a pesado, pero es indudable que en todas sus novelas hay duras cuestas arriba (e incluyo esta). Pero no lo cambiaría por nada del mundo. Como decís, es sello de la casa. Además, a menudo esas digresiones, que en su momento se me hacen cargantes por su “densidad” y por romper la narración, me conquistan irremediablemente una vez acabado el libro. Es el caso, por poner un ejemplo, del pasaje de urbanismo que mencionáis. Me influyó enormemente en mi primera visita a París. La visión (física y cultural) de París y Francia que me ha ofrecido Víctor Hugo en sus novelas, en esos pasajes más densos y pesados, es, junto con Céline y Trópico de Cáncer que leí tiempo después, la piedra de toque de mi visión de París. Para mí algo más que una ciudad.

@sedacala hace 10 años

Es cierto Tharl, tienes razón en que la mayoría de personajes no son planos, tienen sus vaivenes y sus dudas. Pero siendo eso cierto, también lo es lo que yo digo. Claude Frollo evoluciona, Quasimodo también, no son planos, en absoluto, están vivos; pero no por eso dejan de representar cada uno, el puesto que les corresponde en la trama. En la reseña ya lo decía: «no son simples en otros sentidos, al contrario, son mentes complejas y torturadas». Por tanto tienes razón, quizá yo lo esquematicé demasiado, están vivos, pero son personajes arquetípicos, el que es bueno, lo es; el que es malo, es muy malo y por muchos matices que se puedan aducir, de ahí no sales.

Con lo de “sui generis”, lo que quería decir es que la teoría es muy agradecida, rebosa lógica y sensatez, pero estas cosas rara vez son tan simples, y yo, no me atrevo a decir tajantemente que la teoría sea absolutamente acertada; aunque es seguro que tiene muchos aspectos que son muy ciertos. O sea que expreso mi temor de que razonamientos tan aparentemente fáciles, no estén suficientemente asentados. Y sin embargo, me admira su planteamiento.

Por la misma razón me parece muy interesante, esa doble relación que atisbas entre la arquitectura medieval y el catolicismo, y entre la arquitectura posterior y el protestantismo. Pero te digo lo mismo, no es fácil lanzarse a teorizar sobre esto sin apoyarse en una información mucho más exhaustiva.

A mí también me pasa a veces eso de que determinados libros, o partes de un libro, se te quedan muy grabados a pesar de que objetivamente te costara un cierto trabajo leerlos. Quizá este sea uno de esos casos y quizá por eso le puse un 7 y no más nota. Lo que no es obstáculo para que luego tengas mucho que decir, como se aprecia en la longitud de la reseña. En definitiva, que me gustó, pero con todos los matices que se puedan extraer de la reseña. Y sí, Ivanhoe me gustó más, pero sabiendo cómo te manifiestas, tengo mis dudas de que te guste más que Nuestra Señora de París.

@Guille hace 10 años

Un auténtico placer leeros.

@Faulkneriano hace 10 años

¡Vaya dos patas para un banco!

Tharl, flipo con tu interpretación de la conexión gótico-imprenta.

Y de personajes unidimensionales, nada. Adivinen quién es mi favorito.

@Poverello hace 10 años

Magníficos comentarios y reseña. Poco que añadir más allá de un apunte que considero mucho tiene que ver con el concepto global de novela de Hugo y de Sir Walter. De uno que tiene en pendientes esta de Hugo.

A pesar de los empeños cinéfilos por confundirnos en sus variopintas adaptaciones, la novela de Hugo no se llama El jorobado de Notre Dame (sólo un versión para la gran pantalla en su título original se llama como el original). La otro novela mayor de Hugo, Los miserables, tampoco se llama Las aventuras de Jean Valjean. Si miramos a Walter Scott la idea desde luego es bastante distinta: Ivanhoe, Rob Roy, Quintin Duward... aunque por ejemplo, en las dos primeras, el protagonista del título no aparezca durante capítulos enteros.

Con ello tan sólo pretendo decir que si Scott crea héroes -aparezcan más o menos en escena siempre a su alrededor gira la trama de secundarios- Hugo crea estructuras, y de alguna manera, del mismo modo que Los Miserables es difícil de entenderse en su complejidad sin los extensos capítulos dedicados a sucesos históricos, personalidades o clases sociales (Tólstoi tampoco se quedaba atrás el muchacho) por lo que puede desprenderse de la reseña y de los comentarios la protagonista de Nuestra Señora de París es en cierta medida la propia catedral, porque es el drama coral lo que habita en el fondo de Hugo y lo que le hace un escritor distinto y excesivo como bien comentas al principio, sedacala.

Del mismo modo que no me imagino a Hugo llamando a su novela el Jorobado de Notre Dame o Esmeralda, la zíngara, no se me pasa por la cabeza que Scott llamará La vuelta de los cruzados a Ivanhoe. Ambas obras perderían buena parte de su sentido profundo y el enfoque y direccionalidad de los escritores.

Me encantó Ivanhoe, y espero que tu edición, Tharl (creo que ya lo comenté en la reseña de la novela de sedacala) no contenga tantos errores tipográficos como la mía, glup.

¿Quién es tu favorito, Faulkneriano? No nos dejes en ascuas.

@sedacala hace 10 años

Gringoire ¿What else?

@Faulkneriano hace 10 años

Naaaa (así dicen los negros en las novelas sureñas, no sé por qué; será cosa de la traducción) No es Gringoire

Pista cinéfila: a mi personaje favorito de Notre Dame le pongo siempre la misma cara de quien lo interpretó en el cine, esto es, la misma cara del amigo filósofo de Marcelo Mastroianni en La dolce vita, el suicida Steiner.

@sedacala hace 10 años

Pues el mío sí. Un tío listo, Gringoire.

@Poverello hace 10 años

Así que te gustan los 'malos', Faulkneriano. Como eres un intelectual. Y seguro que en "El monje" tu preferido también era Ambrosio.

@Faulkneriano hace 10 años

Nos ha fastidiao. A ver, volviendo al cine. Si ves El prisionero de Zenda ¿con quién te quedas? ¿Con el buenazo de Stewart Granger o con el maloso de James Mason? Natural.

Ya sin bromas, sedacala, Frollo es una de las expresiones más agónicas que recuerdo de la esencia medieval. Si su pecado fuera la lujuria, sería fácilmente olvidable. Pero su gran pecado es ¡ay! el orgullo de un hombre tremendamente inteligente sometiendo su cerviz a la Iglesia y a Dios. Claude Frollo tiene mucho de sacrílego en su pisoteo de las normas humanas y divinas. Todo un personaje. Gringoire es el siguiente.

@Tharl hace 10 años

Subscribo palabra por palabra la definición de Faulkneriano sobre Claude Frollo. Yo tampoco lo reduciría a la lujuria ni apostaría todo por su ortodoxia religiosa. Por eso me cuesta dividir los personajes de Nuestra señora de París en buenos y malos. Claude es un personaje fascinante como pocos. Gringoire también me gustó, pero lo recuerdo bastante menos, debe ser que lo confundo con otros pícaros mientras que Claude Frollo parece sobreponerse a todo personaje con el que se trate de comparar.

Creo que antes me expliqué mal. No quise hacer en ningún momento una conexión entre el arte gótico y la imprenta. Víctor Hugo en la novela sí habla de cómo la imprenta acabó con la arquitectura (gótica) “¡El libro mató a la arquitectura!”. También relaciona, y aquí también coincido con Hugo, la arquitectura gótica con su momento espacio temporal: orientación hacia reurbanización, nacimiento de la burguesía y el comercio, universidades, etc. y también la brutalidad, religiosidad e ignorancia de la época. Yo solo insisto, o así lo interpreto, en las semejanzas que hay entre Quasimodo, Notre Dame (creo que en un momento Víctor Hugo afirma que Quasimodo era el espíritu de Notre Dame y que sin él sus campanas no vuelven a sonar igual) y el pueblo (la corte de los milagros). Los tres son personajes sublimes que mezclan lo bello y lo épico con lo feo y lo grotesco fundiéndose en uno solo que, creo, trata de fundir la “esencia” de la época, al menos desde un prisma romántico.
Donde sí cedo paso a la especulación es en continuar un poco las reflexiones del libro sobre la arquitectura y su desaparición por la imprenta. Pero, igual que existe una fuerte relación entre el barroco y la contrarreforma, no me parece del todo descabellado relacionar la arquitectura (gótica) con una mentalidad medieval y católica y de una razón férrea y el libro impreso con una mentalidad más volcada hacia sí misma (como la protestante), de lectura personal y que abre a una racionalidad mayor que admite la libertad de pensamiento y separa la vida pública de la privada. Las semejanzas y diferencias entre la Revolución Francesa y la revolución de la Corte de los Milagros, con el aviso de Luis XI, mira tú por donde, en la Bastilla (descrita cuidadosamente y con referencias y comparaciones con el pasado reciente y presente del autor); creo que da pie a esta interpretación del libro. Aunque como no lo tengo nada fresco puedo estar patinando.
Para mí no cabe duda de que la obra es un canto épico al auge y caída del medievo y el comienzo de la sociedad moderna.
(no sé si ahora me expliqué mejor o si sigo sonando igual de excéntrico)

No vi ninguna película de esta novela, a parte de la adaptación de disney. Alguna recomendación?

@sedacala hace 10 años

Coincido con Poverello. Faulkneriano, eres un intelectual y Tharl también.

Frollo es un gran personaje, ¿quién lo niega? pero, con todos los matices que queráis, es un personaje malvado y su hermano igual y Febo también. Y Esmeralda es buena y Quasimodo también. ¿Matices? Todos los que queráis, son personajes muy complejos, lo sé y lo dije así. Pero si en una reseña hay que hacer un esbozo de la trama y de sus personajes, no se puede decir otra cosa.

Distinto sería querer profundizar en el sentido de cada personaje; entonces sí, entonces se podrían decir otras cosas. Pero yo no tenía intención de ir tan lejos, simplemente quería decir, cómo es la novela.

@Faulkneriano hace 10 años

¿A los intelectuales les gustan los malos? ¿Qué es eso? ¿La fascinación del mal?

Hombre, hay personajes buenos que tienen mucho predicamento.. No digo nombres, pero haberlos haylos.

@sedacala hace 10 años

Eso es coger el rábano por las hojas.

Mi comentario, como es lógico, se refiere a los malos, igual que podía referirse a los buenos.

Lo que les gusta a los intelectuales, como su propio nombre indica, es darle al intelecto, es decir, estrujarse las meninges tratando de ver el lado de las cosas que, a simple vista, no se ve. Eso es lo que a mí me parece propio de un intelectual; y está muy bien, no lo critico.

Y, es obvio, que esto se puede hacer en ambos lados, en el malo y en el bueno. No descarto que se puedan encontrar matices negativos en Esmeralda, por no decir en Quasimodo que seguro que los tiene.

Yo simplemente digo lo que ya dije. Que Frollo es muy “malo”, por mucho carácter que pueda tener el personaje.

@Poverello hace 10 años

Yo debo de ser el menos intelectual de todos, porque mi intención al llamar intelectual a Faulkneriano (estando de acuerdo al ciento por ciento con sedacala respecto a lo de manejar el cerebro) era la más simple de todas las posibles: te gusta Frollo porque es un intelectual. A mí también me gustan los malos, como a las Femme Fatale, pero los buenos más si son tan buenos como malos los malos.

Tengo que leer Nuestra Señora de París... Y ya estoy tardando.

De pelis seguro que mejor te informará Faulkneriano, que maneja mejor el intelecto, yo sólo vi "Esmeralda, la zíngara", con un espectacular Sir Charles Laughton como Quasimodo. Aparte de la de Disney, claro, cuyo final para niños es como para cortarse las venas varias veces seguidas, no vaya uno a sobrevivir.

@Tharl hace 10 años

Me da miedo preguntar, Poverello, por qué, si a Faulkneriano le gusta / se identifica con Frollo por ser un intelectual, por qué motivo a ti te ocurre lo mismo co las Femme Fatale...

@Faulkneriano hace 10 años

DEFINICIÓN DE INTELECTUAL EN LA DRAE

3. adj. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras. U. m. c. s.

¡Ya me gustaría a mí! Mis ocupaciones son mucho más prosaicas, veramente.

Que se explique eso de las femmes fatales.

@Poverello hace 10 años

Eres más malo que Frollo, Tharl. No digo exactamente que me identifique con las femmes fatales, sino que me gustan un poquitín los malos como a ellas, lo que no es lo mismo, aunque se parezca. No digas con quién te identificas tú, que como sea con Quasimodo va a haber risas hasta en París.

Retomando un poco lo de los personajes redondos, monodimensionales y demás, miro a mi alrededor y observo que, por norma general, todos y todas somos en cierta medida 'personajes' con pocas sorpresas, pero eso no nos hace menos interesantes. Quiero decir, en el sentido profundo de uso de este modelo de héroes o villanos típicos del romanticismo, lo que sucede es que hay una característica principal que define al personaje: la fe, el honor, el amor, la envidia, el orgullo, y como suele suceder entre los viles mortales, esa particularidad vela totalmente el resto, porque si eres malo, ya puedes tener momentos de generosidad que no te los va a reconocer ni el tato. Con los buenos ya es otra cosa, porque esos mismos viles mortales que somos comprendemos que alguien sea un desgraciado de por vida y no hay que darle más vueltas, pero si a un tipo que suele ser coherente, generoso y responsable se le ocurre cometer una pequeña tropelía se le echará en cara de por vida. Tal vez por eso nos atraen más los malos (excepto Valjean, claro), porque los vemos más reales. Habráse visto.

@Tharl hace 10 años

jajaja, después de decir que un Quasimodo de la literatura contemporánea hubiera violado a Esmeralda, más vale que no diga que me identifico con él. Me quedo con Frollo, pero el hermano, que no es tan malo como dice Sedacala :P Aunque ya me gustaría ser un intelectual como Claude, o tener la suerte de Febo...

Bueno, yo creo que nos parecemos más a los personajes de Chéjov que a los del romanticismo... Conozca pocas personas a la que pueda definir únicamente por una característica principal, aunque cada uno tenemos nuestros motivos recurrentes y obsesiones. Tampoco creo que nos parezcamos mucho a los personajes del realismo (excepto los de Stendhal. Bendito egocéntrico), tan psicologizados y racionales.

De cara a los demás, más vale ser un desgraciado de por vida que bueno y meter la pata :D

@sedacala hace 10 años

Efectivamente Tharl, es obvio que cuanto más moderna es la obra literaria más nos parecemos a sus personajes. Pero, dicho esto, habéis de reconocer que a los personajes del romanticismo no nos parecemos nada y sobre todo a éstos, que son medievales. Algo así era lo que yo quería transmitir en la reseña diciendo lo de su comportamiento dirigido, es decir, personas afectadas por esa característica principal que los define, fe honor, amor, envidia, orgullo…, tal como bien dice Poverello.

A mí me llegan mucho más los personajes de la época de transición entre siglos XIX y XX, desde H. James, M. Proust, I. Svevo, T. Mann…; ahora estoy leyendo “La edad de la inocencia” De Edith Wharton (continuadora de Henry James) y es exactamente el tipo de lectura que me gusta, y me identifico muy bien con sus personajes.

@Tharl hace 10 años

Hay muchas formas de concebir los personajes y disfruto con todas ellas. En tu reseña describes perfectamente esa concepción romántica.

¿Mi favorita? ¿Los personajes que más me llegan? ¿Con los que más me identifico? No es tanto por su cercanía temporal o la del autor, como por su abordaje. Me identifico más o reconozco como más semejantes (e incluso modernos) algunos personajes de Shakespeare que de algunas novelas actuales.
Más que la coherencia o cuidada construcción lógica de los personajes, me gustan aquellos en los que el autor se deja fascinar por sus criaturas. Como Stendhal, fascinado consigo mismo. Para mi gusto, lo más importante de un personaje es fascinarme, presentárseme como un misterio a tratar de comprender, como un semejante. Cuando esto ocurre, la novela deja de ser el desarrollo de la psicología del personaje -como en el realismo, y como puede que ocurra en los autores que mencionas y no he leído (acabo de empezar a Proust esta semana)- y el relato se transforma en un maravilloso intento condenado al fracaso por comprender a ese ser de tinta. Me encanta esa sensación que me producen los cuentos de Chéjov de que el narrador escribe el relato en un intento desesperado por comprender lo ocurrido, de darle sentido y comprender a los protagonistas, esfuerzo baldío que acaba cayendo en el lector. Por eso me gusta más el narrador contemplativo que sabe menos que los personajes que el omnisciente.

Creo que nos hemos desviado un poco de “Nuestra señora de París”, pero da gusto cuando una reseña da tanto juego.

@Faulkneriano hace 10 años

¿Y lo agradable que es ver un hilo con 26 comentarios?

@Poverello hace 10 años

Dentro de 100 años la peña dirá que cómo es posible que nos identificáramos con los personajes del siglo XX, que no son nada realistas.
Quiero decir con ello, que sin duda comparto lo que se comenta acerca de las características de la novela del Romanticismo, pero en el Realismo creyeron superar eso y tampoco nos identificamos, en el Naturalismo aún más, y lo mismo... Será costumbre porque, creo que ya lo comentaba en otro lugar, yo tengo más de algunos de los protas de obras de Dickens que de Chinaski, Reilly, Ferdinand... Castorp. El realismo sucio, pongo por caso, tampoco muestra personajes comunes, sino que pretenden marcar una tendencia concreta a la hora de escribir y que el lector se identifique con ellos (los comprenda o los odie) por muy descabellado que pueda parecer. Como dice Tharl, desde luego. Me gusta lo que fascina, y también me chirría más el narrador omnisciente. Nadie conoce toda la realidad, sólo su propia percepción de la misma.

Es un gusto esto, vaya. Y ya no hablo más hasta que me lea "Notre-Dame de Paris", ea.