'Cádiz' o cómo raptar a una mujer sin ser un libertino por Tharl

Portada de CÁDIZ

Quién iba a decir que el acta de nacimiento del liberalismo en España iba a ser en Galdós una novela sobre las buenas costumbres y el honroso arte de realizar un buen rapto.

Parece haber en ‘Cádiz’ aquí dos tramas principales. En el plano de la ficción, la rivalidad amorosa entre Gabriel y lord Grey (romántico inglés) que parecen disputarse a Inés; en el de la Historia, el nacimiento del partido conservador y el liberal disputándose la soberanía nacional. Durante los tres primeros actos (‘Cádiz’ es un drama en cinco actos), ambas tramas van de la mano: en la casa de doña Flora, Gabriel se relaciona con los liberales; en la casa de la de Rumblar con los conservadores; en las Cortes, al enfrentamiento entre los unos y los otros. Y entonces la política parece desaparecer de la trama. Galdós la escamotea de la historia igual que ha estado haciendo de la escritura: no hemos escuchado las prédicas de los diputados ni conocido las ideas a debate sino que presenciamos el incipiente espectáculo de la política. Mucho mejor: al hacerla espectáculo no solo arraiga la política con el sujeto de la soberanía, el pueblo, sino que lo hace mucho más salaó. Los comentarios de Presentación ante este novísimo espectáculo son el mejor momento del libro, y el corazón de la novela (lo veremos). Mientras la política desaparece de la trama, los dos últimos actos se centran en dos raptos antagónicos, el de Asunción e Inés: operados por lord Grey y Gabriel respectivamente; de pronto la que era una única trama amorosa entre dos rivales se ha desdoblado.

Acaecen aquí dos sustituciones. La primera es el reconocimiento de que las atenciones de lord Grey no se referían a Inés sino a su bovariana “hermana” Asunción. El rapto se desdobla en uno infame realizado por lord Grey y el rapto legítimo y casi por accidente de Gabriel. De pronto se hace evidente que el conflicto principal de ‘Cádiz’ ha sido desde el comienzo el de Amaranta/Rumblar, e Inés la pieza en disputa. Amaranta quiere a Inés para lord Grey; la de Rumblar para el señorito de los garitos don Diego: entre ambos, Gabriel. En el polo de Amaranta las ideas liberales, en el de la de Rumblar las conservadoras. Pero para entender cómo Galdós entiende el enfrentamiento entre ambos partidos hay que atender a una segunda sustitución.

A la falsa rivalidad amorosa entre Grey y Gabriel le corresponde su propia farsa: Gabriel – Flora – Don Pedro. Don Pedro es ese hombre ridículo y quijotesco emblema de los conservadores, para el que las nuevas libertades son la causa de los males de España y no las respuestas que se ha dado a la putrefacción del Antiguo Régimen. Don Pedro está solo en sus rivalidades. Está convencido de que Gabriel es su rival romántico y más tarde se querrá batir en duelo con lord Grey para defender el honor de Asunción, pero ninguno de los dos corresponde sino con burlas. Don Pedro es la pieza clave de esta novela. Él como tantos conservadores no se cansa de repetir lo mismo: se han perdido las buenas costumbres. Con las Cortes, con los franceses, con la libertad de imprenta, cétera. llegan el ateísmo y el libertinaje y la destrucción de lo más sagrado y hombres como lord Grey que raptan, engañan y violan a las honestísimas españoletas que habían jurado meterse en un convento.

Don Pedro, lord Grey, Gabriel. Asunción e Inés. Las buenas costumbres en disputa. Un rapto sin otro afán que el éxtasis de los sentidos y la profanación de lo más sagrado (Grey) y otro que pretende reparar una injusticia (Gabriel). Y dos duelos: uno a modo de farsa (Don Pedro / lord Grey) y otro de veras (Gabriel / lord Grey). La rivalidad-amistad entre lord Grey y Gabriel nunca fue parte de la trama amorosa, sino el núcleo del discurso político.

Ahora sí podemos entender el mecanismo de ‘Cádiz’. Galdós no escinde la trama de ficción de la histórica, ni pretende únicamente distribuir y contemplar dos mundos enfrentados (liberales/conservadores) al paseo de la ficción. Su nudo dramático integra ambas cosas. Ni siquiera se tratan de dos polos. Lord Grey-Don Pedro-Gabriel son los tres vértices masculinos de un triángulo complementado todas las triadas de la novela: Asunción-la de Rumblar–Amaranta, romanticismo-quijotismo-realismo, libertinaje-conservadores-liberales.

Aquí aparece toda la ideología de Galdós y del pensamiento liberal. Para zafarse de las críticas de corrupción de costumbres que les lanzan los conservadores, los liberales presumen de mantenerse en un burgués y decente punto intermedio y acusan de los excesos románticos de la libertad a ese extraño concepto que es el libertinaje. Galdós va más allá. Para él el libertinaje de lord Grey y el conservadorismo de Don Pedro son dos caras de la misma moneda y su única superación el liberalismo. Por eso el corazón de la novela es el retrato de Asunción y de Presentación (como ya lo fue el de don Diego en ‘Bailén’): dos chicas a las que el encierro conservador de su madre ha convertido en místicas sin contenidos por dentro e hipócritas por fuera, lelas delirantes (entre la santa y el niño) que no saben actuar en sociedad y pueden reemplazar a Dios por un amante en un chasquido, víctimas como Bovary de una imaginación indefinida. El encierro de la razón produce libertinos. No es gran cosa lo que separa a estas víctimas de la imaginación de las heroicas y ridículas ruinas del Antigua Régimen como la condensa de Rumblar y el caballero de la triste figura, Don Pedro.

Cuando Gabriel reemplaza a lord Grey en el rapto de Inés convierte así un rapto malo (contra la costumbre) en un bueno (liberación del encierro conservador); y como si no fuera suficiente después se vuelca contra el autor del primer rapto. Gabriel sustituye esta vez al enemigo de los liberales, Don Pedro para limpiar la conciencia de los nuevos tiempos: tiene que matar a lord Grey. En esta doble sustitución está todo el entramado político, del mismo modo que en el retrato de Asunción está su ahondamiento religioso y en la reacción a las Cortes de Presentación la ligazón sociológica de ambos elementos.

Cierro con algunas notas. Es una novela verbal, escrita como un drama teatral. Y eso hace que se note más que nunca que Galdós escribe como los antiguos: los personajes no hablan, se expresan o, dicho de otra manera, hablan desde su ser. Son distintos modos de una misma retórica. Si bien Galdós pudo haber leído ‘La señora Bovary’, de Flaubert cogió el retrato, pero no esa revolución que convirtió la frase en la unidad de la escritura: el nacimiento del estilo.

Aunque ‘Cádiz’ es una novela más bien estática, porque Galdós no narra las acciones (y ni siquiera las figura como en ‘Gerona’; en su escritura el significado roba el significante) sino que deja que los personajes se expresen en ellas, la distribución estática de valores y significados es atravesada por el arco, este sí dinámico, de Gabriel: digno en su primer acto, se convierte en hipócrita en el segundo al entrar en los dominios de la de Rumblar, recupera su dignidad en el tercero al decir la verdad ante la condensa a su regreso con Presentación, la vuelve a perder en el cuarto borracho de romanticismo y de celos por la presencia de lord Grey, y la recupera definitivamente en el quinto superando en dignidad todos los estados anteriores: Gabriel ha descubierto que antes que nada está la justicia, y se ha opuesto a quien teniendo inteligencia, belleza y riqueza la pone al servicio de la nada.

Escrita hace 2 años · 0 votos · @Tharl le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Tharl hace 2 años

Entre faltas de redacción y lapsus (quise decir: "en el retrato de Asunción está el ahondamiento psicológico*" del entramado político, y no el religioso), me he dado cuenta de que he cometido un error tremendo.

El duelo con lord Grey no representa la expulsión del liberalismo de sus propios excesos. El romanticismo no se encuentra a este lado, el de la modernidad, sino junto al Antiguo Régimen. Esos excesos de la libertad son la negatividad del pensamiento conservador, su contracara. El liberalismo de Galdós aquí está solo como un espacio monolítico que aspira a la universalidad de los tiempos modernos.

En 1873, Galdós aún no había percibido aquella ruptura del espacio liberal que en Francia había quedado de manifiesto en 1848: el sueño de la burguesía se rompía en la lucha de clases. Es esa conciencia, además, la que hacía a Flaubert dejar de hablar como los antiguos, con una retórica que aspiraba a la universalidad, para volverse hacia sí mismo en una escritura artesanal que representa únicamente a su autor: el estilo.