EL FINAL DE GUERRA Y PAZ por Tharl

Portada de GUERRA Y PAZ

Esto no es una reseña de ‘Guerra y paz’ sino unas notas sobre su final, que ocupa 412 páginas, incluye dos epílogos -de 75 y 50 pp. respectivamente- y que he leído con el corazón en un puño sin motivo. (Siempre según la versión definitiva de 1873, en la edición de Austral que lamentablemente es la única en que se conserva la soberbia traducción de Lydia Kúper para el taller de Mario Muchik. La otra versión, de 1866, cambia en contenidos, estructura, páginas y caracteres y desenlaces).


Nikolai, Andréi y Pierre, los tres protagonistas, alcanzan el clímax de sus historias en la primera parte del Libro cuarto. No sólo son caracteres absolutamente distintos entre sí, sino que Tolstoi adecua su escritura a cada uno. Nikolai podría actualizar al héroe aventurero de una “novela romance” o de una leyenda de la Rusia absolutista de las que tanto debían gustar en Francia (“Jacquot el desorejado”, de Dumas); Andréi es un héroe clásico, capaz de elevarse al rango de las tragedias; y Pierre es de los tres el personaje más del gusto “moderno”, un burgués de educación europea con una profunda neurosis: no sabe lo que desea. Los tres despliegan una asombrosa interioridad por medios distintos: Nikolai se caracteriza por la descripción de sus acciones; Andréi por una evolución interior altamente narrativizada y Pierre por un despliegue de monólogos, innovadores sueños oníricos, focalizaciones y momentos de un temprano estilo indirecto libre. Lo más asombroso es que apenas te das cuentas de que el estilo cambia entre uno y otro. Como tampoco te das cuenta de que nunca (creo) coinciden los tres en escena.

Relacionando a los tres protagonistas está Natasha. No la añado entre los protagonistas porque Natasha es, tan sólo, el objeto de deseo que circula entre Nikolái, Andréi y Pierre dando consistencia y movimiento a la novela. Lo digo de manera algo reduccionista y provocadora porque no deja de ser cierto y porque nada de se entiende en “Guerra y paz” sin Natasha, objeto de deseo y piedra angular en el centro de un triángulo. Sin embargo, la imaginación literaria y humana de Tolstoi es tan expansiva que Natasha y su desarrollo se convierte en uno de los arcos más hermosos de “Guerra y paz”.

Si hay un cuarto protagonista, este es la Historia y las digresiones al respecto, las Guerras napoleónicas, lo que a Tolstoi le gusta llamar como si fuese un fenómeno newtoniano “el desplazamiento masivo de Occidente a Oriente y de Oriente a Occidente.

Nada más comenzar el Libro cuarto los tres protagonistas alcanzan el clímax de su arco narrativo. Cada uno según su talante: mediante un asunto compromiso, mediante una elevada lucha entre el amor, el orgullo y la muerte o mediante el contacto miserable con la vida humilde y el “alma rusa”. Estamos en una novela de 1800 páginas y las cosas función despacio: entre el inicio y fin de este encadenamiento de clímax suceden 74 páginas. Son, con razón, las más emocionantes de la novela. ¿Y luego? Todavía quedan 338 páginas.

El Libro cuarto es el libro de Pierre y de la Historia, aunque en libros anteriores el balance se saldó de otro modo. La segunda, tercera y cuarta parte del último volumen de ‘Guerra y paz’ están dedicadas enteramente a recoger lo sembrado en la primera, a cómo cambia el carácter de Pierre tras el encuentro con Platón Karatáiev y a la fatal retirada de los franceses. Dando consistencia al arco de este Libro: Natasha, que vira de Andréi hacia Pierre. Prácticamente son 203 páginas de anticlímax antes de llegar al mayor anticlímax de los dos epílogos.


Tenéis que perdonadme que insista tanto en contar las páginas, no se me ocurre nada más banal, pero me he dado cuenta de que lo que más me emociona de ‘Guerra y paz’ y de las novelas de su clase es su dimensión temporal. Y el tiempo en literatura se mide así: en páginas.

Ya me pasó durante el baile de Natasha, que leí con hondísima emoción. Desde que se anuncia el baile sabes que Natasha y Andréi se van a encontrar (casi) por primera vez. Sabes que se van a enamorar. Son tal para cual, su vida hasta ese momento los ha llevado a ese punto e incluso han tenido un encuentro indirecto predisponiéndoles a lo que va a suceder. De pronto, todas, todas, todas las líneas de las novelas coinciden en un mismo punto que Tolstoi ha construido con sumo cuidado. Y sabes que tras ese encuentro nada será lo mismo. En mi caso particular, que estaba releyendo la novela, sabía incluso cómo iba a acabar su romance al final. Y, sin embargo, el conocimiento de lo que está por venir, lo que ahora llamamos “la memez de los spoilers”, no hace si no intensificar la emoción del momento. Lo que deseas leyendo el baile de Natasha es presenciar en detalle y con placer cómo va a suceder todo lo que sabes que va a suceder. El suspense es eso. No es un truco del prestidigitador que oculta información (al lector, a los personajes), sino la construcción de un bloque temporal tan cohesionado que en cada segundo de lectura se dilata el presente en una emoción vastísima donde se siente todo el tiempo pasado y futuro.

La novela realista era eso. En absoluto aquella supuesta tiranía del relato sobre la historia, es decir, de la lógica dramática sobre “la vida” de las escenas, del “narrar” sobre el “mostrar”. En cada novela decimonónica suele haber una teoría de la acción, de las relaciones humanas y de la Historia, pero no es más que un esqueleto. El principio compositivo de ‘Guerra y paz’ es tanto lógico y dramatúrgico como muy especialmente temporal. De lo que se trata es de ver en escena cómo los personajes habitan y transforman con sus actos esas estructuras.

El efecto del tiempo se siente todavía más en la primera parte del Epílogo de ‘Guerra y paz’. La segunda, nada tiene que ver con la novela. Es un apéndice, un ensayo sobre la Historia y la antinomia entre libertad y necesidad verdaderamente interesante, pero que si no fuera por la necesidad de Tolstoi de dar siempre la última palabra no estaría integrado en la novela cerrándola a la manera de las conclusiones con que se cierra una disertación cualquiera.

La primera parte del Epílogo también comparte esa necesidad de tener la última palabra respecto a todo y puede llegar a sentirse como una traición. Respecto a la Historia, el matrimonio, la sociedad, la política, Rusia y, por supuesto, los personajes. En ninguna otra parte resalta tanto el conservadurismo de Tolstoi que cuando aquí quiere dar a sus protagonistas un final feliz. Me enfadé cuando despacha a Sonia como una mascota o una “flor estéril”, como si cientos de páginas atrás no hubiera compadecido sus vivos deseos o no hubiera conocido el conflicto entre su lealtad a los Rostov y su amor a Nikolái. Tuve una sensación de similar decepción hacia todos los demás cierres; y, sin embargo, son páginas que he leído profundamente emocionado, igual que las últimas partes del Libro cuarto.

La emoción sin un motivo narrativo de estas páginas no está, pues, en los acontecimientos, sino en el tiempo. Ante el Nikolái del epílogo, responsable y terrateniente, es imposible no evocar sus crisis anteriores, su ímpetu como soldado, como cazador, como jugador y perdedor aguerrido o su compromiso, hace más de mil páginas, en el invernadero con Sonia… y sentir entonces el efecto de cierre, el peso temporal de 1800 páginas de novela, de la vida que pasa, de los sueños rotos, las posibilidades perdidas, la madurez alcanzada, que si bien el final es feliz -y creo que en el caso de Nikolái lo es especialmente- sigue produciendo una tremenda, indefinida e injustificada emoción. Lo mismo puede decirse de Natasha, que parece otra, y uno siente y comprende esa honda transformación mediada por la pérdida, la culpa y el dolor; de Pierre, de Marie y de cuantos personajes aparecen en el epílogo, con la emotiva presencia fantasmal de Andréi a través de su hijo y de los recuerdos. Antes que la calculada escritura, que el gracejo de la expresión, que la coexistencia de códigos distintos en una misma novela o que los múltiples subtextos, esta dimensión temporal de la novela me parece lo más valioso y bello del género, la maestría épica de ‘Guerra y paz’.

Escrita hace 4 años · 5 puntos con 2 votos · @Tharl le ha puesto un 10 ·

Comentarios

@Poverello hace 4 años

¿Qué te la has leído dos veces? De aquí a nada alcanzas a Faulk, que no recuerdo bien si, durante un tiempo, se la leía todos los años.

Guerra y Paz me parece una novela descomunal, que también leí con esta traducción (un tanto pestiño, porque todas las notas estaban al final como si fueran apéndices, pero grandiosa). Junto con Los miserables, que se parecen como un huevo a una castaña, es la novela clásica más inolvidable que he leído. Ahora ando con El conde de Montecristo y me da a mí que la apuntaré entre las tres glorias.

@Tharl hace 4 años

Justo releí ‘Los miserables’ el año pasado y también me marcó mucho, aunque de manera distinta. Leo lento y voy a novelón por año. Si no fuera por eso releería ‘Guerra y paz’ anualmente, pero entonces no tendría meses para las demás novelas de Tolstoi, que estoy deseando leer. Y sus ensayos. Y sus diarios. Y ‘Guerra y paz (1866)’. Y ‘Guerra y paz’ de nuevo.

@Faulkneriano hace 4 años

No había visto hasta hoy este encendido comentario. Gracias, Tharl. En estos tiempos me gusta ventear el entusiasmo...

@Tharl hace 4 años

Con 'Guerra y paz' dificil es no entusiasmarse. Es un tipo de narración, épica, poco frecuente y con una sabiduría narrativa muy poco impositiva (nada que ver con Víctor Hugo) que me pone los pelos de punta. Por más que se considere la novela decimonónica un corpus relativamente estable y homogéneo me cuesta encontrar algo parecido.