MODERNO DRAMA VICTORIANO por sedacala

Portada de LA MUJER DEL TENIENTE FRANCÉS

Tengo conceptuado a John Fowles, escritor inglés fallecido en 2005, como un magnífico creador de historias de muy marcada personalidad. En ésta novela intenta reproducir los mecanismos propios de escritores como Charles Dickens, Wilkie Collins, Elizabeth Gaskell, George Eliot, o de las hermanas Bronté, es decir, de los mejores escritores ingleses del siglo XIX. La acción se ubica en 1867, en medio del largo reinado de la reina Victoria de Inglaterra, pero el narrador (el propio escritor) sitúa sus comentarios en su época, en 1967, que es el año en que publica esta novela. Leyéndola se saca la conclusión de que fue escrita con la intención de analizar y fijar, desde una perspectiva moderna, la idiosincrasia propia del prototipo de ciudadano de la Inglaterra victoriana.

Vemos, además, que los capítulos podrían perfectamente dividirse en dos bloques claramente diferenciados. En el primero se incluirían los que describen los personajes, sus movimientos y los diálogos que recrean la compleja relación que conforma la trama. En el otro bloque, en cambio, se incluirían los capítulos que contienen una valoración de los comportamientos de esos mismos personajes, en los que sus decisiones se interpretan, se analizan y se comparan con otras parecidas de épocas anteriores o posteriores, con la aportación de múltiples citas de carácter literario, científico, jurídico o de cualquier otra índole que incidan en el asunto. Los capítulos que describen la acción y los que la comentan van continuamente intercalados, de manera que es como si conformaran dos libros entrelazados; uno sería una novela y el otro sería el ensayo que, simultáneamente, va analizando la trama de dicha novela en tiempo real. La lectura del conjunto es fácil, en tanto que utiliza un lenguaje sin especiales dificultades y su narración sigue una secuencia más o menos lineal en la que la alternancia temporal de los acontecimientos solo se ve modificada en algunos momentos puntuales. El talante del narrador es siempre jovial e irónico, en la mejor tradición del mismísimo Dickens, haciendo prevalecer un notable sarcasmo que hace muy gratificante el seguimiento de la trama. Utiliza además ese tono tan característico de los escritores ingleses que combina crítica, o incluso autocrítica, con racionalidad, humor, elegancia y sutil ironía, tratando siempre de salvaguardar la honorabilidad que se supone inherente al rol de los auténticos caballeros.

La novela traslada casi todo el protagonismo a la figura de Charles y reserva mucho menos para la de Sarah, que es la mujer a la que se hace referencia en su título. Charles es un caballero, y Sarah es una institutriz, el interés de Fowles por representar los conflictos internos de esa sociedad, en la que viven Charles y Sarah, está perfectamente justificado por el enorme juego que aportaban los conflictos amorosos —que se convertían en sociales de inmediato— al desarrollo del leitmotiv de la novela que, recordémoslo, busca diseccionar la sociedad, someterla a análisis, y extraer conclusiones. Para poder centrar al lector en ese asunto, el autor dedica bastantes páginas a hacer una descripción precisa del organigrama social de la Inglaterra victoriana, enumerando los distintos estratos en que se estructura ésta: los campesinos y sus penurias, las miserias de los barrios obreros, la numerosísima servidumbre al servicio de los más poderosos y una burguesía enriquecida por la prosperidad del comercio y la industria y así hasta llegar a lo más alto de la pirámide social en la que sitúa la arrogante y un tanto decadente aristocracia, formada por caballeros, ladys o gentleman, en sus múltiples categorías. Todo queda perfectamente especificado en los capítulos correspondientes, de tal forma que su exposición, aun siendo un tema recurrente en tantas y tantas novelas, sirve para situar adecuadamente el tema a tratar.

Podría pensarse por lo dicho, que ésta no es la única novela decimonónica con este formato y que muchas otras también comparten la división en capítulos descriptivos y capítulos analíticos, como pasa en la misma obra de Dickens, de Gaskell, y sobre todo de la magnífica escritora que fue George Eliot. Pero es que aún faltaría por señalar el importante matiz, evidenciado por su contenido analítico y psicológico, que acerca la novela al estilo de Henry James y la aleja un tanto de los autores antes mencionados de carácter más claramente decimonónico. Ese matiz es la incursión de la novela en el terreno de la metaficción literaria, que le hace trascender de su carácter victoriano para convertirla en una obra decididamente moderna. Fowles utiliza los capítulos más analíticos para juzgar las decisiones de los personajes, pero sobre todo para introducir en sus comentarios la voluntad de su personaje protagonista (Charles), por supuesto, sin que este se sienta personalmente concernido, razón por la que pone al crearle un interés especial en que disponga de todos los atributos que conforman una personalidad completa y el más importante de ellos, e inseparable de cualquier carácter moderno, es el libre albedrío, del que se jacta orgulloso el protagonista en una velada que comparte con el personaje del médico en un capítulo, por demás, memorable. Así, las decisiones de Charles se empiezan a escapar a las capacidades de su propio creador, lo que da pie al pique dialéctico en el que se enzarzan personaje y autor, un poco al estilo de lo que hicieron algunos autores de la primera mitad del siglo XX, como Unamuno en “Niebla”, o Pirandello en “Seis personajes en busca de autor”, que trataron situaciones parecidas. Por eso decía antes, que el narrador es omnisciente y, por serlo, sabe todo lo relativo a la narración, pero con la especial salvedad de que, en este caso, no podría saberlo todo si el protagonista consiguiese domeñar la voluntad del autor. En realidad, tampoco queda muy claro si la experimentación a que se lanza en los capítulos más analíticos conduce a conclusiones realmente brillantes o es un simple ejercicio de lucimiento dialéctico; pero da un poco igual, porque, independientemente de su éxito o fracaso en dicho cometido, se puede afirmar que este asunto de la metaficción literaria da lugar a las páginas más brillantes de un libro que, de esta manera, adquiere una trascendencia muy superior a la que hubiera tenido de haberse ceñido su autor a desarrollar una trama estrictamente convencional.

En los años ochenta y con el mismo título, el director Karel Reisz adapta esta historia al cine, tomando como protagonistas a Jeremy Irons, en el papel de Charles, y a Meryl Streep, en el de Sarah. No recuerdo que me pareciera una película muy convincente, desde luego menos que la novela, pero no sé si ello fue porque no presté la debida atención a su visionado, o sencillamente, porque la densidad de la obra literaria la hace poco adecuada para ser llevada a la pantalla; el caso es que la adaptación me pareció digna pero no me entusiasmó. Sin embargo es muy de agradecer su mera existencia, por cuanto nos permite disfrutar de la acertada elección de los actores principales y de las ventajas que ello comporta para quien lee, que pasa toda su lectura visualizando mentalmente los rostros de ambos actores (si es que ha visto la película), con la clara idea de que ninguna otra pareja de actores podría haberles igualado —cosa que no es cierta porque otros actores con toda seguridad podrían haberlo hecho igual de bien—, pero creerlo le aporta al lector esa satisfacción propia de las emociones que entran en la mente por los ojos y no por la imaginación, que es como, normalmente, transcurren las cosas en toda obra literaria.

Es muy curiosa, la ubicación del arranque de esta novela en el mismo lugar exacto en que se desarrolla la parte más decisiva de la novela “Persuasión” de Jane Austen. Las primeras páginas de “La mujer del teniente francés”, tienen como escenario, el espigón que protege una pequeña dársena deportiva, llamada “The Cobb”, que hay en mitad de la playa de la localidad turística de Lyme Regis, en la fachada Sur de la Gran Bretaña, que es, por otra parte, el lugar en el que vivió John Fowles hasta su muerte en 2005.

Escrita hace 4 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Poverello hace 4 años

Como siempre, magnífica y documentada reseña, sedacala.

No sé por qué había olvidado a Fowles entre el maremágnum de libros pendientes. En su momento me anoté El mago para leer por una reseña de @Guille, pero no estaba en la biblioteca pública y quizá por eso se me pasó de la mente, junto con mis recelos a la hora de abordar determinadas obras por mi presunción de estilos, como me ha sucedido con todas las escritoras y escritoras que mencionas excepto Dickens o las hermanas Brönte.

Nueva oportunidad, porque he visto que una de las obras que están en el catálogo es la que reseñas. Abajo prejuicios.

@Faulkneriano hace 4 años

Què casualidad. Yo estoy con El Mago, que no es nada victoriana que digamos... Ya diré algo. Saludos.

@sedacala hace 4 años

Me gustó El Mago. Es una historia sorprendente.

@sedacala hace 4 años

No. No sé en qué estaba pensando. La que a mí me gustó no fue El Mago, sino El coleccionista.

@Faulkneriano hace 4 años

Conozco El coleccionista por la versión para el cine de William Wyler, con la bellísima Samantha Eggar.

El Mago es un libro de dimensiones intimidantes, harto extraño.

@Faulkneriano hace 4 años

Me ha gustado mucho El Mago. Difícil de olvidar. Voy ahora a por El coleccionista, Capricho y La mujer...

@sedacala hace 4 años

Pues esa (El Mago) es una buena recomendación, a ver si la encuentro en mí biblioteca.

@Faulkneriano hace 4 años

Fowles es un escritor arriesgado, qué duda cabe. No tiene dos novelas iguales. Su afán experimentalista lo asocia a lo mejor de la novela inglesa del siglo XX, epecialmente a William Golding, otro que no se repetía. Es muy fácil equivocarse si se quiere contar una historia victoriana basculando todo el rato entre el presente y el pasado y haciendo del anacronismo una marca de estilo. Lo peor, la profusión de citas de la literatura decimonónica. Lo mejor, un insólito retrato de mujer y un final ciertamente prerrafaelista y sorprendente.

@sedacala hace 4 años

Veo que no te ha gustado ese juego que practica Fowles durante toda la novela de jugar con la alternancia entre el presente y el pasado, incluso regodeándose un poco en ello en una exhibición de anacronismo facilón. El retrato de ella es extraordinario por insólito, como dices, pero el de él también lo es, a pesar de ser mucho más previsible. También el final es ciertamente sorprendente y le sienta bien el calificativo de prerrafaelista, aunque no alcance bien a entender por qué se lo adjudicas (quizá influyan en ello algunas imágenes de la película).

Mi capacidad para analizar una novela como esta, de cierto retorcimiento, es limitada. Sé que me gustó, sé que terminé su lectura con esa sensación de satisfacción que hace que sigas teniendo ganas de coger nuevos libros porque sabes que antes o después volverás a encontrar otro parecido. Y en mi caso fue una sensación global, de conjunto, que no se puede atribuir a esto o a aquello, pero que es inequívoca, y que además contrasté con otra persona de mi entorno, que la leyó después de mí recomendación, que también le gustó y con la que compartí una interesante charla sobre la novela, que sí que es verdad que se presta mucho a ello.

@Faulkneriano hace 4 años

Cuando digo que es fácil equivocarse al alternar entre presente y pasado no estoy diciendo que se equivoque Fowles. Lo hace mujy bien, todo hay que decirlo.

Digo lo de prerrafaelista porque nuestra pelirroja termina siendo poco menos que la musa de Dante Gabriel Rosetti y la conrfidente de su hermana.

Más arriesgada es Capricho: un relato ambientado en el siglo XVIII que cuenta a la vez un extraño viaje donde nada es lo que parece, el nacimiento de una nueva religión y hasta una extrañísima historia de ciencia ficción, todo en uno.