MUNDOS PARALELOS por sedacala

Portada de SOSTIENE PEREIRA

Una de las particularidades de la literatura, y también del cine, es la capacidad que tienen ambos medios para la creación de mundos paralelos al que vivimos, que nos sirvan como plataformas a las que transportarnos y vivir allí el relato a nuestra satisfacción o conveniencia, sin preocuparnos demasiado por su viabilidad real, o mejor aún, evadiéndonos despreocupadamente de la realidad en la que vivimos. El problema que arrostramos algunos lectores es que esos mundos paralelos a veces no nos gustan, o no nos encontramos cómodos en ellos, en cuyo caso se reduce la facilidad de absorción de la historia y se dificulta el traspaso de las barreras que imponen los medios escrito o audiovisual, dejándonos fuera, sin posibilidad de disfrutar a fondo una historia que tal vez concluyamos, e incluso, que quizá valoremos plenamente, pero que en ningún caso nos permitirá llegar a esa especie de comunión que mencionaba antes. No es lo que ha ocurrido leyendo este libro, muy al contrario, la trayectoria que sigue Pereira por sus páginas me ha hecho sentirme especialmente bien, haciéndome disfrutar muchísimo con ellas.

Viene todo esto a cuento de mi reflexión sobre “Sostiene Pereira” —que acabo de terminar—, la cual está muy influida por su ambientación en el Portugal de 1938, en plena dictadura salazarista, y en un ambiente muy condicionado por la trascendencia de los hechos que acaecían en ese momento en Europa, y sobre todo en la vecina España. La novela cuenta la historia de Pereira, periodista veterano que redacta la página cultural de su periódico de Lisboa, con un formato de pequeña historia que se va desarrollando en los escenarios cotidianos de su día a día, hasta que en algún momento dado de su desarrollo, empieza a manifestarse el trasfondo político sobre el que está montada y con el que culmina. La verdad es que la existencia de dicha trama nos la imaginábamos desde el principio, al observar como el narrador omnisciente va soltando como una letanía aquella frase que da título a la novela y que se repite a lo largo de ella: “Sostiene Pereira que tal y tal y tal…”, como si la frase supusiera el inicio de una declaración ante, no sabemos quién, tal vez ante la policía, o tal vez ante un juez, ya lo iremos viendo.

Es un libro de unas 180 páginas y no demasiado nutridas, lo que quiere decir que puede leerse en muy poco tiempo; yo, sin embargo, lo he leído a razón de unas diez páginas diarias durante unas tres semanas. Supongo que para muchos, leer así resultaría exasperante, pero es un método que a mí me funciona, porque si la obra no me interesa demasiado, leer diez minutos diarios no está mal, y si verdaderamente me interesase, sería un placer cotidiano esperar la llegada de esos extraordinarios diez minutos, y además durante bastantes días. Pero contar esto es desvelar esas ideas raras que manejamos algunos lectores en nuestro fuero interno, cosa que no era mi intención; si lo traigo a colación es más para recalcar que las sensaciones extraídas de esos diez minutos de lectura diaria han sido para mí tremendamente gratificantes.

El universo de Pereira lo forman muchos elementos, es un concepto global que, de manera simplificada, coincide más o menos con el Portugal de 1938, pero que precisando más, coincide con Lisboa, o con esa ciudad balnearia a la que va a tomar las aguas, o con el tren que utiliza para desplazarse, o con los clásicos tranvías lisboetas, o con la playa en la que se baña, o descendiendo más aún al detalle, con su casa, su oficina, las porterías de ambos fincas y de otras muchas, coincide también con los restaurantes, los cafés y las terrazas que frecuenta, incluso diría que con los platos de la excelente gastronomía portuguesa por los que tiene predilección. Ese es el decorado que reviste los recorridos por los que deambula Pereira. Pero eso es solo el marco físico, y tan importante o más son las personas con las que entabla contacto para su trabajo o para su actividad particular; allí están el director de su periódico, la portera de su edificio, el camarero habitual de su café favorito, el médico del balneario con el que entabla amistad, y también el empleado que contrata como redactor, que representa el eslabón de conexión con esa trama política subyacente que sirve de soporte para esta historia. Y después de enumerar todas estas cosas y personas, solo falta añadir lo más importante, la presencia del propio protagonista, sin él quizá todo se derrumbaría, o al menos cojearía un poco; con él en cambio, este universo “pereiriano”, queda definido al completo. Nuestro personaje es periodista, de cierta edad, con exceso de peso, aquejado de problemas cardiovasculares, permanentemente dialogante con el retrato de su mujer, fallecida unos años atrás, a la que pone al día de las vicisitudes de su existencia. Es, de suyo, de carácter acomodaticio, y su personalidad es entrañable y pacífica. Se mueve inquieto, sí, pero, a la vez sosegado y apacible; controla algunas cuestiones y se ve superado por otras, como podría ocurrirnos a cualquiera en nuestro propio mundo particular. La actitud que este hombre adopta ante la sociedad que le rodea es la de acoplarse a las circunstancias, tal vez por no molestar, o tal vez por no sofocarse, y eso le hace dar una imagen que parece la de un espécimen de ciudadano vulgar y corriente, que vive cada día como si fuese a ser el penúltimo (el hombre anda mal del corazón), y viese más que justificado pedirse una “omelette” a las finas hierbas, con una limonada en el café Orquídea.

Se podría pensar, leyendo todos estos rasgos de su personalidad, que Pereira es un hombre triste, un misántropo, en definitiva una especie de fracasado; pero sería una equivocación, porque su actitud ante la vida le permite adaptarse a sus circunstancias y aunque a veces le cueste un poco, se acopla a su entorno mejor de lo que pudiera pensarse. Pero al mismo tiempo, no se doblega fácilmente y se desenvuelve con mucha más solvencia de la que tal vez presumimos al principio. Y la prueba es que nunca deja de pensar en cómo son las cosas y en cómo deberían ser, por lo que la observación de una suma de sucesos que se dan a su alrededor llevan sus pensamientos más allá de lo que acostumbra, creándole un conflicto interno de cariz más bien filosófico, con el que el autor plantea hábilmente el quid central del argumento, permitiendo que el lector comprenda bien a Pereira y participe del dilema que le afecta. En ese recorrido por la Lisboa de 1938, Pereira piensa, siente, reflexiona y se va dejando llevar por lo que le dicta su conciencia, no cómo lo haría un hombre de acción, sobrado de recursos, o rebosante de energía, sino como lo hace un hombre insignificante, poco dotado para enfrentarse a conflictos, que sin embargo utiliza el sentido común y su bondad característica para, sin hacer casi ruido, acabar haciendo lo que cree que es su obligación.

Volviendo al principio, quizá ese mundo paralelo en el que se mueve Pereira me resultó tan entrañable porque lo identifiqué, leyendo sus páginas, con el que conocí veinticinco años después de la época de esta narración, en 1963. Portugal no debía haber cambiado tanto y mi mirada era la de un niño de doce años, ¿podría ser así?: lo ignoro. No sé hasta qué punto mis sensaciones provenían de mi infancia, o de la capacidad evocadora de Tabucchi, pero es verdad que me sentí más que cómodo leyéndolo. Y en todo caso creo que el mérito mayor es el acierto de la creación de un personaje de trazos tan perfectamente dibujados; en literatura, no siempre son tan fáciles de encontrar y, el hecho de que aquí haya ocurrido, ha supuesto para mí, un reconfortante hallazgo.

Escrita hace 5 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 5 años

Hombre, diez minutos diarios de lectura... Es como tomarse un gran vaso de limonada a cuentagotas... Demasiado estresante para mí.

@sedacala hace 5 años

Hombre, diez minutos diarios de lectura... dedicados a este libro. Es como tomarse un gran vaso de limonada a sorbos... Ya sé que muchos prefieren tomárselo de un solo trago.

Naturalmente, leo otras cosas el resto del día.

@Lorizar hace 5 años

Extraordinaria reseña Sedecala. Me apunto corriendo el libro.

@Faulkneriano hace 5 años

Hay que reconocer que la novela está bien.

@Poverello hace 5 años

Sedacala sigue con sus reseñas geniales y documentadas. Yo ya anoté el libro ayer en mi macrolista de pendientes. Menos mal que es cortito, porque a veces me cuesta encontrar más de esos diez minutos diarios.