CARLOS LLEGA por sedacala

Portada de LOS GOZOS Y LAS SOMBRAS

“Los gozos y las sombras” de Gonzalo Torrente Ballester, es una novela en tres tomos, titulados: “El señor llega”, publicado en 1957, “Donde da la vuelta el aire”, en 1960, y “La Pascua triste”, en 1962. Necesitó cinco años para publicar los tres y, sin embargo, la acción, al principio de cada tomo, es estricta continuación de la del tomo anterior, por lo que no es concebible la lectura de un tomo aislado de los otros, hay que leer los tres, y preferiblemente, de una tacada. Me ha parecido una novela redonda, a la que no es fácil encontrarle aspectos criticables, en parte por la calidad de su autor, en parte por los dos factores que indico a continuación.
El primero, el carácter global de la novela: Torrente trató, con ella, de hacer una obra de gran alcance, en la que poner en juego todos los elementos disponibles. Véase si no: los años treinta, como época especialmente apasionante; un lluvioso pueblo de la costa gallega, como escenario; variopintos grupos humanos, obreros, pescadores, agricultores, pequeña burguesía, aristocracia decadente y clero; una multiplicidad de personajes repartidos entre varias tramas paralelas o convergentes; un argumento constituido por variedad de asuntos: la propiedad de las tierras, la gestión del astillero, las obras de restauración de la iglesia medieval, el cooperativismo pesquero, asuntos íntimos, amoríos de toda índole, incluso vocaciones religiosas; y un espléndido argumento principal como centro y eje que mantiene las tramas periféricas vinculadas a su alrededor, es decir, muchos elementos. Hubieran podido, incluso, ser demasiados y haber dejado en evidencia a cualquier otro autor, pero ese temor no se cumple con Torrente; su enorme categoría aguanta perfectamente el reto, sacándose una obra redonda que satisface y que deja en el lector un magnífico poso.
El otro factor que influye mucho y muy positivamente, es el texto que utiliza. El lenguaje es fuerte, rico en expresiones y ágil en la exposición de la historia; es un texto que, a base de sarcasmo e ironía, ofrece un constante comentario paralelo que acota las situaciones y califica a los personajes, y lo hace con aires de descarada mueca burlona, pero sin abandonar un carácter eficiente, al estilo de los grandes escritores del siglo XIX, muy apropiado para una novela convencional como esta. Lo que quiere decir que encontramos aquí una duplicidad del texto, un sólo estilo y dos tonos diferentes, el serio y circunspecto, dirigiendo la trama con pulso firme hacia su desenlace, y el sarcástico e irónico, que, guiado por una pluma jocosa y burlona, parece querer detenerse en cada intersticio de la trama, a sacarle punta a las situaciones y a vacilar, inmisericorde, al sufrido personaje de turno. Siendo permanente la percepción de ambas sensaciones, se crea el efecto de estar leyendo dos novelas superpuestas, una encima de la otra, la sarcástica debajo, claro, porque burla e ironía han de ir de tapadillo; mientras que la más seria y razonada iría, lógicamente, encima, mostrando orgullosamente su faz.

Además, en aquel momento de su trayectoria creadora, Torrente evolucionaba hacia otra forma de escribir y, ya de paso, de organizar su obra. Ese proceso evolutivo culminaría con la publicación en 1972 de “La saga/fuga de J.B.”, novela que es tenida por su obra maestra, de menor difusión, de extrañísimo título, y cuya comparación con ”Los gozos y las sombras” es tan interesante que no he resistido la tentación de exponerla en esta reseña. Sus similitudes empiezan con una parecida ubicación en pueblos imaginarios de Galicia, Pueblanueva del Conde en ”Los gozos y las sombras” y Castroforte del Baralla en “La saga/fuga de J.B.”, continúan con las listas de personajes, pintorescas y numerosísimas, y coinciden, sobre todo, en que en ambas están escritas con un lenguaje burlón, desenfadado y de enorme calidad. Sus diferencias nacen del dispar enfoque de cada una, porque ”Los gozos y las sombras”, es novela convencional en la que el lenguaje irónico está levemente encubierto y la trama sigue los dictados al uso, mientras que “La saga/fuga de J.B.”, es novela vanguardista, con toda la ironía del lenguaje orgullosamente expuesta, y con un argumento que se retuerce en espacio y tiempo, hasta límites imposibles para todo el que no sea incondicional del autor, o para aquel que carezca de facilidad para seguir tales enredos. Torrente puso en práctica en ”Los gozos y las sombras” primero, y en “La saga/fuga de J.B.”, después, el concepto global de novela que tenía en la cabeza; muy larga, con muchos personajes y ubicada en un pueblo irreal de Galicia; quien lea ”Los gozos y las sombras” sin conocimiento previo de la obra de Torrente, ha de saber que está leyendo una novela clásica que, sin embargo, avanza las claves de su futura novela experimental; conocer esto, permite a dicho lector situar, cómodamente, la obra en su contexto.

Tras el paréntesis comparativo, volvamos a nuestra novela. Son mil cuatrocientas páginas en tres tomos, y decir que no hay que temerla por larga sería un consejo sensato, pero también un consejo muy desoído, pues tal extensión llevará a menudo a ignorarlo; serán decisivas, por tanto, las aptitudes que cada cual tenga con estos textos tan largos; es verdad que, una vez metido en ellos, se avanza y se mejora hasta llegar al punto en que la gran extensión empieza a jugar a favor. Y una vez tomado el camino de su lectura el disfrute está asegurado porque su escritura, además de calidad, tiene sarcasmo, sutileza, humor, ingenio, sensibilidad, inteligencia e imaginación; cualidades fácilmente observables en sus páginas, a poco que se lean unas cuantas; si se lee el libro entero, es seguro que se encontrarán muchísimos momentos en los que poder apreciar esas cualidades.
La trama se configura a base de conflictos de tipo social y de intereses, de tensiones sindicales entre los afiliados de la UGT (obreros del astillero) y los de la CNT (pescadores), o de las pugnas por el poder y el prestigio en el pueblo, entre los señores y los nuevos ricos; sorprende ver la intervención de los frailes del monasterio próximo en los asuntos de la iglesia medieval, y resulta interesante el reflejo de la política española en el ambiente local, a través del diputado don Lino (la novela termina en la Pascua del 36, tras la victoria de febrero del Frente Popular).
Un rápido vistazo al mapa, nos convence de que no hay lugar en Galicia que cumpla con lo que Torrente prescribe para Pueblanueva del Conde. Nos indica que está en la costa, que tiene puerto y playa, que en los días claros se ve en el horizonte Finisterre, y que sus habitantes van con mayor frecuencia a Santiago que a la más lejana Coruña; y como todo eso no casa, concluiremos en que es un lugar inventado en la Galicia rural, agrícola y, sobre todo, marinera; la tierra y los animales no dan para vivir y las familias dependen de la pesca y, sobre todo, del astillero. Tiene una iglesia con siete siglos, y un monasterio próximo habitado por frailes cuya vinculación con el pueblo les permite asomarse bastante a la novela. La trama empieza en el invierno del 34, con el regreso al pueblo del señor —Carlos Deza—, tras veinte años de ausencia. Corren los días de la segunda República, momento crítico y sumamente interesante. Las pequeñas sociedades que se suelen establecer en los pueblos, se articulan sobre un tejido social que es repetitivo; en este caso, en el vórtice del torbellino local, habita el residuo de una aristocracia desvencijada: Carlos, doña Mariana, y los Aldán, son todo lo que queda de la famosa saga de los Churruchaos y sus siete siglos de antigüedad; el prestigio social que se atribuye al poder y al dinero, sitúa también al adinerado Cayetano muy cerca de dicho vórtice; alrededor de los anteriores orbita el estrato intermedio formado por profesionales, comerciantes, el juez, el médico, el boticario, el maestro y, en general, los habituales del Casino; también anda por ahí el cura y los frailes del monasterio; y está por fin, en la periferia, el pueblo llano, aquí descrito como pobre de solemnidad, carente de educación y, por esas u otras razones, gentes de instintos primarios, más bien huraños y, en general, de escasos principios.
Los personajes se interrelacionan creando una urdimbre de tensiones y enredos en la que, mediante un texto muy dialogado, se forjan las peculiaridades de cada personaje. Los talantes o caracteres presentes en los personajes son múltiples: los hay bonachones, desgraciados, egoístas, dominantes, tiernos, obsesivos, excéntricos, correveidiles, rijosos, sensatos, o imprudentes; cada uno representa a una personalidad definida, pero todos ellos pasan por el filtro de humanidad al que Torrente los somete, convirtiéndolos en seres complejos y poliédricos, cambiantes e inseguros, que pueden modificar su comportamiento según de donde sople el viento, y que pueden tener una doble cara, seria, o desenfadada, lo que los hace fascinantes y los convierte en seres humanos de comportamiento impredecible, que es tanto como decir, totalmente verosímiles. El final del libro, nos termina por convencer del escepticismo de Torrente con el ser humano como portador de valores elevados, o mejor, como ejecutor de comportamientos nobles, porque predicar está bien, pero la palabra vale de poco cuando lo que cuenta son los hechos. La trama revela su brutal incredulidad ante la disponibilidad del ser humano como instrumento de perfección; tal descreimiento, dota a sus personajes —a todos, casi sin excepción—, de un carácter descarnadamente humano, lo que quiere decir mezquino y rastrero, que es como él lo visualiza. Y las miserias que observa en las personas, le llevan a ironizar y a burlarse, y le da risa la forma en que todos se ajustan a sus propias debilidades por bajas y rastreras que sean, y cuanto más lo sean, más risa le dan, porque entonces los encuentra aún más humanos y aún más burla le merecen, y la única válvula de escape que encuentra para dar salida a tanto escepticismo, es dejar correr su fecunda y bienhumorada imaginación. Maneja, por tanto, mecanismos que utilizan el humor como detonante, y la imaginación como acelerador y no sé hasta qué punto puede todo esto guardar relación con aquella teoría de encuadrar a Torrente en una particular versión española del realismo mágico. Él, por lo visto, renegaba de semejante idea.
En el centro de la trama se encuentra la pareja protagonista, de la que emanan afectos, tensiones, dudas…, ellos, como todos, tienen una faz que quieren que sea la suya, la que les gusta, la que quisieran enseñar siempre; mas no siempre lo consiguen, porque de su propio interior surge otra imagen, distinta e incontrolada, que los supera, los adelanta, los perjudica y los deprime. Ambos, Carlos y Clara, se pasan media novela dándole vueltas a sus complejas personalidades guiados por la pluma penetrante e inteligente del autor que parece gozarla a modo, con esas búsquedas introspectivas en los bajos fondos del alma de los hombres; y de las mujeres claro. Esta es la segunda gran dualidad de la novela: sus personajes —todos, no sólo Carlos y Clara— no tienen una sola cara, tienen dos, al menos, y tal duplicidad da lugar a un interminable y complejo proceso dialéctico, que está perfectamente integrado en la trama.
Fue y es aún muy conocida, la serie de televisión en la que colaboró el propio Gonzalo Torrente Ballester; las críticas que recibió, fueron elogiosas y acordes con el nivel de excelencia del libro, pero no la seguí en su momento y no sé, por tanto, si aquellos resultados están en consonancia con la percepción que estoy trasladando a esta reseña. Algunos actores pusieron rostro a los personajes, hasta fijarlos en el imaginario colectivo de generaciones de españoles. Quien mejor representa este efecto es Charo López, cuyo rostro quedó para siempre asociado con el personaje de Clara Aldán; fue una acertadísima elección, como lo fue la de Amparo Ribelles, como Doña Mariana, o la de Carlos Larrañaga, como Cayetano.
Carlos Deza, que es el eje central de la trama, fue protagonizado por Eusebio Poncela y no sé si su elección fue tan acertada como las anteriores, tengo dudas. Pero, independientemente de ello, el personaje literario me ha impresionado. Pese a no ejercer su profesión de psiquiatra a lo largo de la novela, mantiene un interés que oscila entre obsesivo y travieso por psicoanalizar a sus interlocutores, a los que acoge con su carácter tranquilo y su personalidad afable, abierta, flexible, escrutadora, y proclive a un enriquecedor intercambio de pareceres. Los procesos dialécticos a que me refería antes, descubren que su carácter tiene un lado irresoluto, indeciso y, tal vez, frío, aunque siempre receptivo, sensible y avanzado. Pero mi interés por detallar tanto su personalidad no es casual, y si reseño todos estos matices suyos es porque he encontrado en él a uno de esos personajes maravillosos que la literatura nos ofrece de vez en cuando, dotados tanto de cualidades: fuerza, sensibilidad, o carisma, como de debilidades que le hacen desvalido y humano, y consiguen que lo queramos, o que quisiéramos ser amigos suyos. Sobresale también por su carácter culto, refinado, amable, siempre dispuesto a la tertulia, a la oportuna confidencia, a relajarse un poco tocando el piano, a preparar un café, a tomar una copa, a fumar un pitillo; aunque también con dudas, miedos, fantasmas, y…, por qué no, demonios particulares. Mi mente se dirigió rauda a Ralph Touchett, aquel primo inglés de Elizabeth Archer, la protagonista de “Retrato de una dama”. Terminé aquella novela —larga aunque menos— de Henry James, entusiasmado con aquel personaje que rellenaba con su personalidad media novela. Carlos Deza pertenece a aquella misma raza de personajes magníficos; de esos que, en muchos momentos del libro, lees una frase que, salida de su boca, te deja pasmado, suspenso y pensativo: ¡Qué bárbaro, qué tío, qué ingenio, qué inteligencia, qué gran lectura! Bueno, pues ese es el personaje. Y cuando decía: “qué tío” me refería a don Gonzalo, aquel hombrecillo feo, bajito, cegato, cargado de hombros, repeinado, que enfundado en su terno y apoyado en su bastón, hablaba con voz de pito y un verbo redicho y perfeccionista; de grandísima cultura y, por lo que sé, con la mala leche de cualquier viejo cascarrabias; pero, por encima de esa imagen peculiar, era un hombre con un extraordinario sentido del humor, guasón, lenguaraz, dispuesto a verter su inteligente ironía sobre cualquier personaje o situación que se le pusiera por delante. Pero, sobre todo, un escritor de una casta superior que —es mi opinión— hubiera merecido cierto premio con más merecimientos que aquel otro escritor gallego al que sí se lo dieron.

POSDATA
Los que hayan leído esta reseña pensarán, que sí, que todo esto está muy bien, pero que no se animan a leer una novela como esta por dos razones.
Una, porque es muy larga y no se encuentran con el ánimo necesario para afrontarla; y dos, que, además de larga, tiene toda la pinta de ser un dramón rural de aquellos que tiran para atrás.
A lo primero diré que sí, que la gran extensión es un obstáculo, en tanto la novela sea pesada o no se lea con la deseada fluidez, pero como no es este el caso, sino el contrario, la gran extensión se convierte en una ventaja, por cuanto así, es obvio que cuanto más dure, mejor.
A lo segundo diré que sí, que formalmente tiene trazas de drama, pero que es un drama que Torrente sabe enfocar con aires de chanza; digamos que su escepticismo sobre el género humano es tal, que le lleva a tomarse a chacota los problemas de los personajes y aunque la historia es seria y sentida, el autor y el lector comparten, codo con codo, una visión divertida de todo lo que maquinan o padecen los personajes.

Lo anterior quiere decir, que el lector debe estar tranquilo en el doble sentido de que no se le va a hacer eterna, sino al revés, y de que tampoco se le va a encoger el alma con los sufrimientos de los personajes. Es la sonrisa la que asomará múltiples veces en su lectura, sobre todo una sonrisa profunda de cierta conmiseración con las debilidades consustanciales con el género humano, que viene propiciada por el comentario del autor que, con grandes dosis de camaradería, le comenta al lector, como dándole un codazo cómplice y como queriendo decirle: ¡Fíjate, fíjate que imbécil es fulanito!

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 1 voto · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 8 años

Excelente reseña, sedacala: a una novela de 1400 páginas hay que dedicarle una crítica consecuente, que no se puede reducir al "me gustó". Es lo más cerca que estuvo Torrente de escribir una novela decimonónica, y así se lo tomó, y hay que decir que el empeño le salió bordado. Tienes razón con lo del lugar imaginario, pues debía conciliar la tierra y el mar de Galicia, todo en uno. De hecho, la serie que mencionas se rodó en Pontevedra, que tiene poco de portuaria, aunque esté cerquita del mar, y en Bueu, que sí es costera.

Lo que mantiene intacto el interés de la novela es el sentido del humor de Torrente, que, como bien dices, retrata muy a lo vivo las inconsencuencias y contradicciones del ser humano, soslayando el melodrama, aunque nos brinda una peculiar historia de amor que satisface al lector, pues bien sabe mostrar en ocasiones la hondura de los sentimientos de los personajes. Describe muy bien la atmósfera opresiva de la provincia, las inercias sociales, el conservadurismo.

Por la vía de la novela decimonónica no se puede ir mucho más allá. El mismo torrente lo entendió así y cambió, como bien dices, de registro, a partir de los 70. A mí me interesa más La saga/fuga de J.B, que puede entenderse coo el reverso fantasioso y metaliterario de esa población descrita en Los gozos....

Sobre su longitud, ahí está. Es cierto que se lee muy bien. Yo la leí hace treinta años, con todo el entusiasmo de la primera juventud, a la que no se le resiste literalmente nada de nada, ni el novelón más gordo ni la experimentación más radical. No he vuelto a releerla, por lo que poco puedo aportar en detalle. Recuerdo vagamente la serie: me interesó más el libro, eso sí, porque la televisión no suele recoger ese sentido del humor y ese divertido descrecimiento que es la marca de fábrica de autores como Torrente, tan estimables como un tanto olvidados.

@sedacala hace 8 años

Creo que es Bueu, el lugar en que probablemente pensaba Torrente, por más que lo camuflara en la novela.

Efectivamente, si tuviese que concentrar en un solo argumento, todo lo que me gustó de esta novela, probablemente diría que lo mejor es el fantástico sentido del humor de su autor, y también la enorme habilidad con que consigue fusionar lo humorístico, con lo serio, dando lugar a esa novela “decimonónica” que dices, que es, a la vez, seria y extremadamente burlona. También comparto absolutamente contigo, lo de que los medios audiovisuales, sea cine o televisión, adolecen de incapacidad para trasladar determinados matices, de claridad meridiana en el papel, a la voz y a la imagen.

“La saga/fuga de J.B.” es otra cosa, y aunque la disfruté mucho (muchísimo, en lo que se refiere al lenguaje) en muchos momentos, en otros me superó. No, yo sin duda (como ya sabes) puestos a elegir, prefiero el clasicismo y digo aquello de “los experimentos con gaseosa” (Eugeni D´Ors).