LA DROGA DE BURROUGHS por Tharl

Portada de YONQUI

Después de leer a Proust necesitaba emborracharme. Así, me bebí a Bukowski en dos días y quedé con ganas de más. Me pasé a la droga.

El material no era muy bueno. Burroughs no pasa un compuesto demasiado complicado. El lenguaje es funcional, simple y llanamente. Sin retóricas, ni connotaciones, ambigüedades o sugerencias, sin misterios ni suspense, ni bofetadas al lector, ni ningún tipo de efectismo. No es que haya una intención minimalista, simplemente no hay un proyecto estético de fondo. Burroughs no es un gran camello. Las dosis de Yonqui son pequeñas y relativamente independientes, en papeletas de un par de páginas separadas por un espacio en blanco por cada elipsis y cambio de tema. Una detrás de otra, sin alterar el orden del discurso, sin un programa detrás. “Yonkie” surgió como anécdotas que Burroughs iba relatando en su correspondencia a Allen Ginsberg. Al pasar el material a la novela, el escritor beat no supo cortar bien el producto ni calcular bien las dosis.

Hablemos de la droga. “Yonqui” es el testimonio de un adicto cortado con un discurso didáctico, un manual para el yonqui. No confío demasiado en las afirmaciones médico-políticas de Burroughs (“hace falta un año y cientos de chutes para convertirse en adicto”, “la cocaína no crea adicción”, etc.) pero tienen algo a su favor: están escritas desde la experiencia. Pero algo en mis venas me dice que no es un testimonio muy puro. Ay, Burroughs te has pasado con el “mensaje”. El principio activo de Yonqui es la droga como forma de vida. No como medio que proporciona alegría o bienestar y algunos problemas, sino una forma de vida marcada por el síndrome de abstinencia. El tiempo, las relaciones, la subsistencia, los traslados, todo gira alrededor del próximo pinchazo. La droga domina todo tu presente. El problema es que en “Yonqui” esta forma de vida ocurre en el vacío. No hay un pasado -amigos, familia, sueños…- ni un futuro -esperanzas, promesas, metas…- alterado por la droga. Para el yonqui de Burroughs no existe más que la abstinencia y el alivio de la droga, y él se niega a hablar de otra cosa. Más de doscientas páginas superficiales entre chutes, consecuencias y prácticas para conseguirlos. A mediados del libro descubrí que el protagonista tenía mujer y vivía con ella. Apareció un par de veces más, pero no pude conocer ni su nombre. Cuando tomas “Yonqui”, los únicos problemas derivados de la droga son legales, nunca personales. Y es que la estrecha dependencia entre droga, policía y política -que recuerda la relación entre la delincuencia y el poder desarrollada por Foucault- es el punto más interesante de “Yonqui”, aunque sea tratado de refilón. La sociedad monta un circo alrededor de la droga, pero a los políticos y a la policía ni les preocupa la rehabilitación de los yonquis, ni lo que les ocurra, solo emplearlos para sus intereses. Hay algo bueno en un tratamiento tan superficial. Por mucho que le joda a Burroughs la pregunta, al negarse a responderla la proyecta sobre toda la lectura: “¿Por qué se mete? ¿Por qué recae una y otra vez”. En el prefacio afirma que, como todos, por falta de motivaciones lo suficientemente fuertes para otra cosa. Esa es la sombra que sobrevuela en cada chute, el protagonista no se desengancha por simple hábito. La vida del yonqui es su vida, lo ha escogido y no tiene por qué cambiarlo…

No deja de sorprender que un tema tan complejo sea tratado con tanta superficialidad. Tal vez ahí está el mérito de “Yonqui” que soy incapaz de apreciar. El único objetivo de Burroughs, en serio, el único, es ofrecer una versión alternativa, underground, de las drogas, alejada del discurso médico-político oficial cargado de intereses. Será por la censura a que sometieron el libro para su edición, pero no me parece una versión muy elaborada.

Con todo, la sensación que produce el consumo de “Yonqui” no está mal. Es neutra, aunque a veces, cuando parodia abiertamente los discursos oficiales, surge una dosis de humor e ironía que animan a seguir consumiendo las páginas. Al fin y al cabo “Yonqui” llena de tinta tus venas y no hay riesgo de sobredosis. Te metes un pico tras otro y en dos días has consumido todo “Yonqui”. Como la cocaína de Burroughs, “un pinchazo crea una urgente necesidad de un nuevo pinchazo para mantener el colocón. Pero una vez ha sido eliminado del organismo, la olvidas por completo”. Burroughs no crea adicción.

Escrita hace 10 años · 4.7 puntos con 7 votos · @Tharl le ha puesto un 5 ·

Comentarios

@Poverello hace 10 años

Llevo pasando el mono de tu reseña un día, y tanto espíritu y detalles pones en decir por qué no te ha gustado que la voy a sumar a mi lista de pendientes.

Sin haberla leído, pero haciendo caso absoluto a tus comentarios me vienen a la mente los años 50, década curiosa, original y rompedora tanto en cine como en literatura. Justo de dos años después es una peli de Preminger, "El hombre del brazo de oro" que cuenta con pelos y señales la vida (por llamarla de algún modo) de un heroinómano y que supuso un golpe terrible para lo políticamente correcto. Recuerdo, sin haberlo leído tampoco, al también extremo en odios a amores Kerouac, y es que contar la cosa tal y como es trae estas consecuencias a veces desastrosas para el lector (y para otros gloriosa).
He tenido la inmensa suerte de trabajar durante años en una Comunidad Terapéutica de personas dependientes en rehabilitación y lo mismo si el tal Burroughs sólo habla de y desde la droga en una novela llamada yonqui es porque un yonqui solo vive para la droga y hasta ellos mismos olvidan que tienen mujer (mucho es sacarla una vez de refilón en toda la obra). Las lágrimas que he visto derramar cuando se hacen conscientes tras semanas sin consumir de lo mal que se lo han hecho pasar a esas personas que sólo existían si les podía sacar un beneficio.

Yonqui (junkie), palabra 'inventada' justo por esos años de la novela, proviene del inglés junk que significa basura, escoria. ¿Qué coño vamos a encontrar en una novela que se titula así?

@Faulkneriano hace 10 años

Buena reseña, Tharl.

La valoración crítica de la beat generation, mal que les pese a algunos nostálgicos, está en caída libre. Y no me refiero al tema de la droga (tan respetable como cualquier otro) sino a la bondad literaria de sus integrantes.

@_567_ hace 10 años

Esa falta de efectismo que comentas en un tema, en teoría, tan adictivo (casi siempre para mal) como el de la droga en la prosa de Burroughs fue el que sentí yo al leer “El almuerzo desnudo”, no me convenció del todo a pesar del respeto que pueda merecerme la Beat Generation en general. A este tío también le leí bastante poesía en su momento, un género en que lo hacía algo mejor en mi opinión, en aquella maravillosa y extinta revista cultural que se llamaba ‘Ajoblanco’ y que no sé si recordaréis algunos de los contertulios…

Muy buena reseña, Tharl, me cuesta reconocerte cuando sales de los clásicos y eso de que toquetees todos los palos me parece un gran punto a tu favor. Saludos.-

@Tharl hace 10 años

No me salió muy bien la excursión por la Generación Beat que sospecho es más importante como movimiento contracultural (donde les aplaudo) que como generación literaria. Coincido con Faulkneriano, no es cosa de los contenidos tratados, sino de sus méritos literarios. De hecho aseguraría que si estas novelas no han sido ya olvidadas es precisamente por sus contenidos. De todas formas yo hablo desde la lectura de Yonqui, que ni si quiera debe ser lo mejor de Burroughs. En cualquier caso, es como poco curioso que su obra haya tenido más repercusión en música, cine y cómic que en la literatura propiamente dicha.

Como no termino de creer en el discurso oficial sobre las drogas que tanto pone en duda Burroughs, me centraré exclusivamente en su visión. No pongo en duda que el yonqui solo vive para la droga, pero sí que su ida se de en el vacío. Me explico. Para Burroughs un yonqui no tiene conciencia de nada más que la droga, jamás. Nunca es consciente de su estado.
Puedo imaginarme e identificarme perfectamente con el estado de necesitar algo, hacerse promesas de prescindir de ello y encontrar siempre mil excusas, volver una y otra vez a lo que te prometiste que ibas a abandonar. Ser consciente de que estás pisoteando lo que valoras/valorabas y ser incapaz de evitarlo por falta de voluntad o control. También puedo imaginarme un discurso contrario, un punto de vista, más afín al de Burroughs. Decidir voluntariamente la forma de vida que ofrece el caballo por dar un sentido -la abstinencia y busca de droga- a la vida, un ritmo más intenso, e incluso una contracción y regeneración celular estúpida como la que se expone en la novela. Lo que no puedo aceptar es que la forma de vida del yonqui ocurra en el vacío, sin ningún conflicto interno, sin ningún conflicto externo más allá de la policía, etc. No estoy reprochando que Burroughs se quede en la “superficie” sin hacer introspección y explicitar lo que pasa dentro de los personajes; me encantan novelas y películas en las que el lector, fascinado por los personajes, debe dar sentido a sus actuaciones. Pero este no es el caso de Yonqui.
Pongamos que me equivoco y un yonqui no tiene conciencia alguna. Burroughs describe la vida del yonqui como una vida que oscila entre la estabilidad de tener un suministro constante de droga, la búsqueda de ella y periodos recurrentes de desintoxicación y abstinencia. Es posible y muy probable que en un momento de abstinencia fuerte no haya en la conciencia nada más que la droga. Pero mientras no hay abstinencia ya sea por tener un suministro constante o después de la desintoxicación, ¿ahí tampoco hay conciencia de la situación ni ningún problema? ¡Venga ya! Eso es lo que reprocho a Burroughs. No que ofrezca una visión radicalmente distinta y valida de la droga, algo que me habría entusiasmado, sino que no hay ninguna problemática real. La novela me ha parecido plana y superficial. Una sucesión de anécdotas ligadas por un discurso muy simple.
En fin, puede que este exagerando un poco sus defectos y que se me haya escapado la gracia de la novela. No sé, ha pasado una semana y ya apenas la recuerdo. Si la lees, Poverello, no dudes en compartir tus impresiones, a ver si coincides o no conmigo.

@Tharl hace 10 años

No me salió muy bien la excursión por la Generación Beat que sospecho es más importante como movimiento contracultural (donde les aplaudo) que como generación literaria. Coincido con Faulkneriano, no es cosa de los contenidos tratados, sino de sus méritos literarios. De hecho aseguraría que si estas novelas no han sido ya olvidadas es precisamente por sus contenidos. De todas formas yo hablo desde la lectura de Yonqui, que ni si quiera debe ser lo mejor de Burroughs. He leído que “El almuerzo desnudo” es su mejor novela, y que en ella cambia la narración tradicional -espontanea diría yo, contando anécdotas como si las estuviera relatando a un amigo, sin elaborarlas demasiado ni darlas un sentido más allá del valor anecdótico- por el En cualquier caso, es como poco curioso que su obra haya tenido más repercusión en música, cine y cómic que en la literatura propiamente dicha.

Como no termino de creer en el discurso oficial sobre las drogas que tanto pone en duda Burroughs, me centraré exclusivamente en su visión. No pongo en duda que el yonqui solo vive para la droga, pero sí que su ida se de en el vacío. Me explico. Para Burroughs un yonqui no tiene conciencia de nada más que la droga, jamás. Nunca es consciente de su estado.
Puedo imaginarme e identificarme perfectamente con el estado de necesitar algo, hacerse promesas de prescindir de ello y encontrar siempre mil excusas, volver una y otra vez a lo que te prometiste que ibas a abandonar. Ser consciente de que estás pisoteando lo que valoras/valorabas y ser incapaz de evitarlo por falta de voluntad o control. También puedo imaginarme un discurso contrario, un punto de vista, más afín al de Burroughs. Decidir voluntariamente la forma de vida que ofrece el caballo por dar un sentido -la abstinencia y busca de droga- a la vida, un ritmo más intenso, e incluso una contracción y regeneración celular estúpida como la que se expone en la novela. Lo que no puedo aceptar es que la forma de vida del yonqui ocurra en el vacío, sin ningún conflicto interno, sin ningún conflicto externo más allá de la policía, etc. No estoy reprochando que Burroughs se quede en la “superficie” sin hacer introspección y explicitar lo que pasa dentro de los personajes; me encantan novelas y películas en las que el lector, fascinado por los personajes, debe dar sentido a sus actuaciones. Pero este no es el caso de Yonqui.
Pongamos que me equivoco y un yonqui no tiene conciencia alguna. Burroughs describe la vida del yonqui como una vida que oscila entre la estabilidad de tener un suministro constante de droga, la búsqueda de ella y periodos recurrentes de desintoxicación y abstinencia. Es posible y muy probable que en un momento de abstinencia fuerte no haya en la conciencia nada más que la droga. Pero mientras no hay abstinencia ya sea por tener un suministro constante o después de la desintoxicación, ¿ahí tampoco hay conciencia de la situación ni ningún problema? ¡Venga ya! Eso es lo que reprocho a Burroughs. No que ofrezca una visión radicalmente distinta y valida de la droga, algo que me habría entusiasmado, sino que no hay ninguna problemática real. La novela me ha parecido plana y superficial. Una sucesión de anécdotas ligadas por un discurso muy simple.
En fin, puede que este exagerando un poco sus defectos y que se me haya escapado la gracia de la novela. No sé, ha pasado una semana y ya apenas la recuerdo. Si la lees, Poverello, no dudes en compartir tus impresiones, a ver si coincides o no conmigo.

@Tharl hace 10 años

Algo en mi ordenador se ha vuelto loco que se ha enviado el comentario dos veces antes de tiempo. Corrijo una frase que se quedó incompleta:
"He leído que “El almuerzo desnudo” es su mejor novela, y que en ella cambia la narración tradicional -espontanea diría yo, contando anécdotas como si las estuviera relatando a un amigo, sin elaborarlas demasiado ni darlas un sentido más allá del valor anecdótico- por el COLLAGE Y EL CUT-UP. En cualquier caso..."