NO LO HARÉ, NO LO HARÉ, NO LO HARÉ por Guille

Portada de CITA EN SAMARRA

“Había en Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones, y al rato el criado regresó pálido y tembloroso y dijo: Señor, cuando estaba en la plaza del mercado una mujer me hizo muecas entre la multitud y cuando me volví pude ver que era la Muerte. Me miró y me hizo un gesto de amenaza; por eso quiero que me prestes tu caballo para irme de la ciudad y escapar a mi sino. Me iré para Samarra y allí la Muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él y le clavó las espuelas en los flancos huyendo a todo galope. Después el mercader se fue para la plaza y vio entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Por qué amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le contestó, sino un impulso de sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, porque tengo una cita con él esta noche en Samarra”.

En un puzle que en ocasiones resulta un tanto desordenado (O’hara escribió esta, su primera novela, en cuatro meses) y con unos diálogos sobresalientes (a veces lo único que nos retrata maravillosamente a algunos personajes), O’hara nos pinta un cuadro de la alta sociedad de una ciudad americana de pequeño tamaño de los años 30, pero que bien podría ser cualquier sociedad cerrada y pequeña, alta o baja, donde todos se conocen y se está al tanto de la riqueza pasada y presente de cada cual y el coche al que cada uno puede aspirar, nunca por encima o por debajo del adecuado (el coche será un símbolo importante durante todo el relato y protagonista del final); donde las miserias y los vicios son de dominio público; donde todos y todas han tenido sus más y sus menos con todas y todos; donde los hilos que unen al grupo son innumerables y se mantienen unidos en un frágil equilibrio que cualquier rotura de uno de ellos puede dar al traste con toda la madeja.

Y es quizás esa telaraña social la que ahogó a Julian English y es, desde luego, el paisaje en el que nos movemos mientras le acompañamos en la pendiente que recorre hacia su propio Samarra, desde aquel mal día en el que con un fuerte y estentóreo ruido provocó el alud que le arrastró en una cada vez más rápida caída hacia su propia destrucción. Un derrumbe al que el protagonista se deja ir como algo irremediable cuando no ayudando a que ello se produzca con mayor rapidez. Esa sociedad asfixiante, en la cual ha vivido Julian, de la cual se ha beneficiado y cuyas reglas solo ha incumplido, como casi todos, en la medida en que la propia sociedad permite, ha creado en él una sensación de culpa de la que parece querer desprenderse mediante un castigo que no intenta evitar y que incluso persigue; algo muy católico, aunque él, como buen americano, sea de origen protestante (O’hara procede de una familia católica y en el texto nos encontramos muchas referencias a dicha religión y a los católicos como grupo social).

No hay un solo actor en esta feria de vanidades que llegue a caernos bien y para nada nos repugna el final al que sabemos se dirige nuestro protagonista, aunque ello no significa que no podamos sentir compasión y hasta querer gritar junto a su mujer que deje de hacer el gilipollas de una puñetera vez. En definitiva, ¿quién no ha se ha dicho a sí mismo en alguna ocasión, como si fuera una invocación, “no lo haré-no lo haré-no lo haré-no lo haré…” justo hasta el momento en el que lo hacemos?

Todo en el relato suena mucho, aunque desafine un pelín, al Fitzgerald del Gran Gatsby (un gran piropo por mi parte, quiero señalar), aunque su perspectiva es justo la contraria: mientras que allí un advenedizo es incapaz de entrar y sentirse parte de la sociedad a la que no pertenece por nacimiento, en esta un miembro destacado de esa sociedad, y al que su pertenencia a la misma no le sienta tan bien como los smokings que a menudo viste, acaba siendo trágicamente escupido por ella. No sé donde leí que Sinclair Lewis criticó la obra por pasarse de obscena. Sin embargo, a mí no deja de parecerme una obra con un cierto ramalazo puritano, donde, junto a la hipocresía y al despiadado juicio grupal imprescindible para el mantenimiento de esa rígida pirámide social, se señalan al alcohol (permitido socialmente y hasta favorecido a pesar de la prohibición) e incluso al sexo como disolventes de los cimientos de esa pirámide o, al menos, de esa puerta que impide el expolio de algunos de sus ocupantes.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 4 votos · @Guille le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 10 años

Cita en Samarra está en todas las listas de las mejores novelas norteamericanas y se cita en todos los tratados de crítica literaria anglosajona. Nunca la he leído. Tu reseña, Guille, me recuerda la necesidad de hacerlo. No citas malos compañeros de viaje.

@Guille hace 10 años

Merece una lectura, seguro.

@Poverello hace 8 años

Pues leída queda y en lo que a mí respecta no tiene nada que envidiarle a El Gran Gatsby, al que 'sólo' se le parece en la radiografía de la clase alta americana de principios del siglo XX, algo que hicieron muchos, no únicamente Fitzgerald y O'Hara.

Al contrario que a ti, a mí me caen bien casi todos los personajes, no porque sean buenos y castos, sino precisamente por su abundancia en las debilidades a las que no escapamos los seres humanos y que los hacen tan imperfectos como cercanos y reales. En este sentido no pude evitar recordar mucho más al Anthony Patch de Hermosos y malditos que a Gatsby.

Dicen que el propio O'Hara no estaba del todo convencido del resultado de algunas partes de su opera prima -algo por otro lado común en un primerizo y sin olvidar que Tolstoi se aburrió soberanamente escribiendo Anna Karenina-, pero a excepción de un largo monólogo interno de la señora English y que -aunque necesario según mi opinión- no cuadra del todo con el estilo del resto de la obra, me ha parecido una novela brillante, bien narrada, con esa fragmentación de la que hablas y que me parece de lo más estimulante y precisa. No me parece baladí, desde luego, que el primer capítulo de la novela nos presente a unos personajes que van a ser bastante secundarios y que el último retome in extremis el destino de otro par de ellos que apenas han aparecido en el resto de páginas. Y no creo que O'Hara pretenda dar una lección de moralidad con esos últimos apuntes, sino cerrar un círculo, nada mágico sino trágico, y cuyos límites no vienen necesariamente marcados por las decisiones de cada protagonista, sino por lo que supuestamente debe entenderse por condición social, clase, escala de valores...

Un aspecto que me ha resultado la mar de curioso para la época en que está escrita la novela es que apenas hay descripciones de acción durante los diálogos. Toma y daca, sin nada ajeno que te sitúe, que te despiste, ni siquiera dijo él, dijo ella... Los sentimientos son lo que dicen no los gestos que hacen.

Muy recomendable.

@Guille hace 7 años

Efectivamente, Poverllo, muy recomendable.

Y una prueba más de ello es que a los dos nos ha gustado desde planteamientos algo distintos.