ZONCERAS Y TEDIO por EKELEDUDU

Portada de EL MISTERIO DE LOS TEMPLARIOS

Entre 1307 y 1314 los Templarios fueron procesados y condenados lo mismo por Felipe IV de Francia que por el Papa Clemente V, que no era más que un mero títere de aquél. Si podemos hablar de algún misterio real en torno a ellos, el único evidente es el de la veracidad o falsedad de los cargos que se les imputaron. Algunos historiadores tomaron partido por el monarca francés; que yo sepa, la mayoría los considera inocentes de al menos buena parte de las acusaciones. Pero como sea, no hay consenso ni mucho menos. Ahora bien, el problema es que los Templarios, para empezar, eran Caballeros, una palabra que en sí misma ya excita la imaginación. Además, no eran Caballeros cualesquiera: eran monjes guerreros, y eso suena bien. Suena a soldados de Dios, a campeones de la fe, a paladines de la justicia y a cosas parecidas, por más que sepamos que cruzarse el Mediterráneo (o cualquier otro mar) para achurar al prójimo en nombre del Señor no es muy santo que digamos. Por si esto fuera poco, los Templarios tuvieron mal fin, entre acusaciones de veracidad dudosa. Era lo que faltaba para hacerlos entrar en la leyenda. Algo similar ocurrió con los cátaros: no profesaban un cristianismo cualquiera, sino uno herético. Su fe, sin embargo, parecía más cercana a Cristo que la ortodoxia católica. Que también ellos terminaran trágicamente, resultó el último ingrediente para que también ellos se volvieran leyenda.

No sorprende, entonces, que a unos y a otros se los asociara con tesoros jamás descubiertos o con el Santo Grial: las leyendas se acrecientan en el imaginario con el paso del tiempo. Ningún historiador serio halla en la actualidad base sólida para éstos u otros supuestos misterios que otros autores, más fantasiosos, han creído ver en los Templarios o en los cátaros. En el caso de los Templarios, por ejemplo, no cabe duda de que manejaron riquezas inmensas; pero sus gastos también eran inmensos. Sin duda ahí se iba parte del tesoro. Felipe el Hermoso se quedó con una buena cantidad. ¿Por qué no pensar que, si no se quedó con todo el tesoro, fue quizás porque antes de que éste llegara a sus manos pasó por las de los vivillos siempre dispuestos a hacer leña del árbol caído? En la novela histórica de Maurice Druon EL REY DE HIERRO, primera de la saga LOS REYES MALDITOS, el obispo Juan de Marigny cometía una bella malversación con bienes de los Templarios. Desde luego, es ficción; pero ilustra algo que se repite en todas las épocas. ¿Tan absurdo es presumir que muchos de los bienes de los Templarios pudieron correr un destino similar?

Se podría seguir así con todos y cada uno de los hipotéticos misterios atribuidos a los Templarios.¿Que podrían haber llegado a América? Por supuesto, pero la cuestión no es si ellos o cualesquiera otros navegantes precolombinos pudieron hacerlo, sino si lo hicieron realmente. De los Templarios (y ya que estamos, de la mayoría de los otros navegantes antedichos), sobre esa cuestión, sólo hay evidencia circunstancial. Y eso, siendo optimistas; porque francamente estamos hablando de constructores de fortalezas a los que en América aún no ha sido posible atribuirles siquiera un mísero ladrillo. Al menos quienes afirman, por ejemplo, que los egipcios llegaron a América, comparan las pirámides egipcias y las mayas, que no serán exactamente iguales, pero que proporcionan cierto asidero superficial a la teoría.

Este es el tipo de misterios sobre los que Martin Walker se explaya aquí, para colmo con el mismo estilo exasperante del que hizo gala en La historia de los Templarios, donde ya exhibía algo de la misma falta de seriedad que tanto abunda aquí, pero que al menos podía, con algo de buena voluntad, considerarse un ensayo histórico. No es éste el caso, pero además otros autores, si bien escribieron disparates tratando de hacerlos pasar como ciencia, al menos emplearon un estilo ameno y más astucia para dorar la píldora, caso del célebre Charles Berlitz, autor, entre otros libros de EL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS. Pero Walker está a años luz de Berlitz, quien cuando no contaba con fuentes concretas recurría a frases dignas del Oráculo de Delfos, pero no cometía la torpeza de citar autores de ficción, como sí se hace aquí. Cualquier aspiración de seriedad que pudiera tener este libro fracasa nada más con ese detalle. Y luego, está esa irritante costumbre de Walker de abusar de los puntos suspensivos, ya en tono irónico, ya para hacerse el misterioso.

¿Contiene esta obra algún dato histórico de relevancia? ¿Y qué sé yo? Siempre puede haber alguno, pero ¿qué le puedo creer a alguien que sugiere, aunque sin afirmarlo abiertamente, que los Templarios pudieron haber hallado la Piedra Filosofal, esa misma que permitía trasmutar cualquier metal en oro y que, según Joanne K. Rowling, sólo pudo crear Nicolás Flammel? Por supuesto, eso lo dice en HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL, una novela fantástica, pero si Walker no se priva de mezclar fantasía e Historia ni de apoyarse en literatura de ficción, ¿por qué no refutarlo de la misma manera? Queda claro que si este libro puede recomendarse a alguien, será a devotos de lo esotérico, lo misterioso, el Templarismo o a fantasiosos en general.

Escrita hace 10 años · 0 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 1 ·

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