VIGENTE DECONSTRUCCIÓN PENAL por Tharl

Portada de VIGILAR Y CASTIGAR: NACIMIENTO DE LA PRISIÓN

Que Michel Foucault es un pensador fundamental para nuestro tiempo es algo difícil de poner en duda; pero, por mucho que nos lo hayan advertido, es difícil no entusiasmarnos al seguir los pensamientos de este genio. Allá donde el historiador, filósofo, sociólogo y psicólogo francés emplea su arqueología del saber, siempre al servicio de los débiles y los marginados, surge una reflexión fascinante capaz de deconstruir con gracia, sencillez y mucha astucia su objeto de estudio. Realizó estudios críticos sobre la psiquiatría, la medicina, las prisiones, las ciencias humanas, etc. pocas instituciones sociales encargadas de la normalización y el control de las personas han logrado escapar de este genio preocupado por las relaciones entre poder y saber.

En “Vigilar y Castigar” le toca a las prisiones, al sistema penal y disciplinario pero va mucho más allá extendiéndose sobre todas las instituciones sociales, incluidas las ciencias humanas. Siempre nos han querido vender el siglo XIX como cuna de la libertad, igualdad y fraternidad. Cierto, y nadie niega las repercusiones de este ‘pacto social’. Pero si esta nueva forma de pensamiento cuajó, fue probablemente por ser útil a la formación de una nueva economía del poder esforzada en aumentar la utilidad de los cuerpos: más productivos, más dóciles. Para ello se instauró la sociedad disciplinada y carcelaria, el reverso a la ‘humanización’ de que el siglo XIX presumía. Es aquí donde surgen y cobran importancia las Ciencias Humanas encargadas de individualizar y objetivar los cuerpos creando el alma moderna. De acuerdo con su colega Bourdieu, para Foucault poder y saber se implican el uno al otro.

Las revoluciones liberales sustituyeron la aristocracia por la burguesía, la sangre azul por la verde; la religión por el nacionalismo; la omnipotente ‘vigilancia divina’ por la aún más omnipotente e impersonal vigilancia de todos; el pecado y la culpa por la desviación y la patología; la confesión por la cura-reinserción; el sacerdote por el psicólogo. En suma, el poder personal (soberano-súbdito) por el poder impersonal y estructural de las instituciones; la religión como instrumento de control por las, mucho más afinadas, disciplinas. Sí, estos cambios trajeron consigo la apertura de una razón común única e incuestionable a una racionalidad occidental con un espacio para el diálogo y con cartas a la tolerancia, pero es una racionalidad muy, muy regulada.

Los cambios en el sistema penal hay que situarlos en este movimiento más amplio. La prisión es un centro de vigilancia pero también de saber, se encarga de individualizar al criminal, ligando toda su persona y su vida con el crimen y creando al ‘delincuente’. Surge la criminología y la delincuencia. Y aquí encontramos la auténtica razón de este sistema penal basado en las prisiones. Si las prisiones siguen manteniéndose a pesar de recibir las mismas críticas una y otra vez y ofrecer las mismas alternativas que fracasan sistemáticamente es porque cumplen una función más allá de su declarado intento de reformar: las prisiones crean delincuentes y con ello une la delincuencia con los ilegalismos. Tras la industrialización surgió un nuevo tipo de ilegalismo masivo, político y social que se insertaba en la lucha de clases; la delincuencia ofrece una alternativa mucho menos peligrosa, más controlable. Si el sistema carcelario se sostiene no es por cumplir los objetivos que afirma perseguir, sino porque logra instaurar una norma de la que desviarse es acercarse a la infracción, legitima las disciplinas y los castigos, y se relaciona con las ciencias humanas. La penalidad no reprime los ilegalismos, los organiza. Un abismo separa un atraco del fraude fiscal. Distintos tribunales, distintos procesos y distintas penas.
La delimitación de la delincuencia, la “moralización” de las clases populares, la prensa y el uso político de la delincuencia logró enfrentar al delincuente y con su clase de origen, y sin embargo, accidentalmente, provocó una batalla en torno a la penalidad. Podemos reivindicar que el delincuente es la primera víctima y los crímenes de los poderosos sus directos responsables.

Foucault ha deconstruido admirablemente nuestro sistema penal en particular y nuestra sociedad en general. ¿Y ahora qué? Nos volvemos reaccionarios y atentamos contra un sistema del que tú y yo nos estamos lucrando, de un sistema que no tiene vuelta atrás pues la delincuencia es real; o lo aceptamos con cinismo y acidez de estómago. Lo mejor que podemos hacer, creo, es tomar conciencia de ello, interiorizarlo y tenerlo muy presente a la hora de decidir hacia donde queremos que apunten las nuevas reformas penales. Por ello este libro es tan importante, más con un gobierno y una ciudadanía deleznable que se frota sádicamente las manos ante una ‘doctrina Parot’. Desde luego, a mí que las prisiones desaparezcan porque la delincuencia haya perdido su utilidad política en un mundo globalizado, y porque los dispositivos de normalización ajenos a la prisión (psicología, hospitales, escuelas, trabajo social, arresto domiciliario, libertad condicional, etc.) se han desarrollado tanto que la hacen innecesaria, no me parece una respuesta del todo satisfactoria.

Foucault no ofrece respuestas, pero sí da pie a muchas preguntas incómodas y necesarios. Las disciplinas surgieron bajo el abrigo de la metáfora hombre-máquina para controlar el cuerpo e insertarlo en el sociedad de producción, ¿acaso no estamos viviendo una sofisticación de ellas con la metáfora hombre-ordenador para controlar el pensamiento e insertarlo en la sociedad del consumo? ¿Acaso la psicología cognitiva, en contraste con el conductismo más cercano al hombre-máquina y la disciplina tradicional, no es una de las principales herramientas para ello? Dicen que la posmodernidad es un intento de romper con lo anterior y superar el fracaso modernista, pero a veces tengo la sensación de que lo hace cayendo en los mismos errores, mediante las mismas tácticas pero más sofisticadas.
¿Es el terrorista, como lo fue el delincuente, fruto de una objetivación e individualización interesada? ¿Acaso el terrorismo surgió de la individualización y objetivación del activista político más ‘agresivo‘? ¿No permite el terrorismo restructurar un ilegalismo peligroso y popular por otro más controlable y que ofrece importantes ventajas al poder como: 1) el establecimiento de una continuidad entre la desviación de las ‘normas’ de protesta política (escraches, quemar un contenedor, plantar cara a la policía, etc.) y los atentados con muertes; 2) la naturalización del poder de reprimir, la legalización de sus técnicas y el rebajamiento de la tolerancia a la infracción política; 3) la instauración de un forma de lucha controlable (según las normas establecidas por el poder); 4) la justificación de medidas políticas que no serían aceptadas en condiciones normales; y 5) la creación de un campo de saber para la ciudadanía? ¿Acaso la delimitación del terrorismo, la ‘moralización’ de la ciudadanía y el control mediático, no los ha enfrentado con la clase media comprometida políticamente de la que surgió en los 60-70? ¿Acaso ahora la etiqueta terrorista no es ahora una herramienta política para demonizar movimientos sociales? ¿Deberíamos, aun condenando tal vez al terrorista, hacer énfasis en los abusos y estructuras de poder que han llevado a ello?

La vigencia y riqueza de Foucault, es, desde luego, incuestionable. Fue una voz importante en el mayo del 68, hagámosle eco en la situación actual. Tiene mucho que aportarnos.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 6 votos · @Tharl le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 10 años

Excelente crítica, tharl, de una obra más citada que leída. Foucault era una estrella cuando yo empezaba la universidad: algunas cosas no estaban traducidas y las leíamos (qué tiempos) del francés. Poco después, en 1984 ,se murió de SIDA y la estupefacción (¿qué será eso?) y el pesar fueron generales. Los historiadores lo leíamos no como filósofo, sino como un autor inclasificable que no paraba de hacer preguntas molestas y proponer líneas de investigación de lo más heterodoxas (y brillantes) A los estudiantes más positivistas no les gustaba nada, claro (¡si no ha pisado los archivos!, decían) En mi primera y lejana lectura me llamó mucho la atención la creación, el diseño y la implantación del panóptico de Bentham, una idea que aún hoy me sigue poniendo los pelos de punta.

Hace días que la tengo en la mesita baja, dispuesto para una nueva lectura por motivos "profesionales". Así que ya te contaré cuando vuelva sobre ella. Hasta entonces no me queda sino elogiar tu reseña, confirmar calurosamente la vigencia de Foucault y suscribir lo que dices (que dices mucho); desde luego, la prisión como elemento de control ideológico-conductual ha quedado obsoleto, toda vez que los microespacios de poder ya no deben tener una dimensión física; pero como la sociedad no ha generado, como bien dices, una alternativa, ahí queda esa extraña institución de otros siglos.

Sólo hay una cosa que no termino de entender: tu último párrafo sobre el terrorismo. Parece que hables contigo mismo, de cosas ya muy sabidas para ti; pero yo no termino de determinar el alcance último de tus afirmaciones.

Saludos.

@Tharl hace 10 años

Gracias por el comentario Faulkneriano! Ya imagino que a los estudiantes más positivistas Foucault no debe hacerles mucha gracia jaja. Mi próxima lectura de él será “La Arqueología del Saber” para profundizar mejor en esas líneas de investigación que comentas. En psicología, donde he podido comprobar que se mantiene el positivismo más rancio, Foucault es un nombre que no ha salido en una sola clase (excepto psicología del arte, pero esa optativa molesta la han quitado por fin con el cambio de planes).
El panóptico de Bentham es, desde luego, espeluznante. El libro incluye una imagen terrible que me encantó y que condensa bastante bien su espíritu (christianhubert. ). Para mí, lo que lo hace tan espeluznante, como suele ocurrir, es que Bentham lo propone con toda su buenísima intención. El panóptico es un concepto que me recuerda a la jaula de hierro de Weber.

Veo por tus lecturas que le estas dando al tema de las prisiones en España. Ya me contarás qué tal tu segunda lectura de Foucault.


El último párrafo, al releerlo me he dado cuenta de que puede ser algo oscuro, al menos, si no se tiene reciente el libro. Sin embargo es una de las reflexiones que más me han molestado al hilo de Foucault, pues desde que calme mis adolescentes ansias revolucionarias que soñaban con barricadas -la imagen me sigue entusiasmando estéticamente-, he estado absolutamente en contra de toda lucha violenta. Sin embargo me parece una línea de fuga evidente e importante.
Foucault propone que el delincuente es una creación (intencional o accidental) de los procesos de objetivación e individualización del delincuente en las prisiones; y la delincuencia la inevitable consecuencia. La delincuencia supone la sustitución de un ilegalismo popular peligroso y politizado (como el que dio lugar a la Rev.Francesa) por uno fácil de controlar y útil al poder. Además, las gacetillas, la moralización de las clases populares y el uso de la delincuencia por el poder (alborotadores, chivatos, etc.), garantizaron el enfrentamiento entre el delincuente y la clase popular de origen.
Así, la delincuencia contribuye a varias consecuencias de lo carcelario:
- A establecer una continuidad entre la desviación respecto de la regla y la infracción
- A “naturalizar” el poder legal de castigar, “legalizar” el poder técnico de disciplinar con sus abusos y a rebajar el umbral de tolerancia a la penalidad.
- A servir de instrumento para la formación de un saber (Las Ciencias Humanas) que el poder necesita.
Etc.

Leyendo esto no pude evitar acordarme de otra forma de ilegalismo popular y político que en los años 60’ y 70’ tuvo un fuerte boom, cierto apoyo y más tarde frontal rechazo. Me refiero a ese ilegalismo que surge como forma de lucha política activa ante una sociedad del bienestar en la que se han legalizado el derecho a huelga, a manifestación, etc. y con ello se han regulado por completo. Un Estado del Bienestar, cuyo origen no está, como nos han querido vender (el último ha sido Ken Loach), en posiciones solidarias y de izquierdas de origen británico, sino en la Alemania de Bismark como estrategia declarada para hacer más dóciles a las clases pobres, peligrosas si no tienen futuro. Un estado que nos trajo la socialdemocracia y el pacto entre patronatos y sindicatos, pero que lo mantuvo con el cemento que da un mayor control de los medios y un desarrollo de la policía capaz de reprimir y controlar una movilización peligrosa sin convertirla en revuelta. Me refiero a ese ilegalismo que continuó las revueltas populares de décadas anteriores que dieron lugar a la revolución rusa o mexicana, pero adaptándose a las nuevas condiciones. En los 60’ y 70’ la población estaba comprometida políticamente, la Guerra Fría incitaba a ello, y no todos eran pacifistas.
Al leer a Foucault, yo que rechazo frontalmente la violencia como alternativa (que quede claro), me he preguntado si el terrorista no puede ser origen de una interesada objetivación e individualización de estos activistas más agresivos. En mi facultad había un profesor en la rama de criminología experto en ‘mentalidad’ terrorista y había seminarios y libros en la biblioteca desde la psicología social sobre terrorismo, visto casi como una patología social.
Al separar al terrorismo de otras formas de activismo ilegales, al moralizar a la ciudadanía en el credo de la lucha no violenta como alternativa y con el uso de los mass medios, se logró enfrentar al terrorista de la clase media comprometida políticamente de la que surgió. Igual que había ocurrido antes con el delincuente y el proletariado.
Esto tiene importantes ventajas para el poder:
- El terrorismo es un ilegalismo, como la delincuencia, más fácil de controlar y marcar que esporádicas movilizaciones violentas y generalizadas.
- Establece una continuidad entre la desviación de las ‘normas’ de protesta política (escraches, quemar un contenedores, enfrentamiento con la policía, etc.) y los atentados con muertes. No hay más que ver el uso político que se hace del término terrorista para criminalizar movimientos civiles para darse cuenta de ello.
- El terrorismo justifica la adopción de medidas políticas que jamás aceptaríamos en condiciones normales. No hace falta cruzar el charco para verlo, pero el 11-S es un ejemplo muy claro. El terrorismo naturaliza el poder de represión civil, legaliza técnicas vigilancia y persecución (que a veces juegan incluso con el terrorismo de estado ;) ) y sobre todo, rebaja la tolerancia a la infracción política.
- Instaura una forma muy regulada de lucha política que es fácilmente controlable por el poder.
- Tal vez -y aquí ya dejo de soltar hipótesis para entrar en la pura especulación a partir de una intuición-, el terrorista sirva como herramienta para un saber para la ciudadanía.

A día de hoy, sigue sin haber consenso en una definición sobre el término “terrorista”.

Ante estas reflexiones me quedé bastante molesto y por eso quería compartirlas. No me importa que la ciudadanía y la lucha no violenta sean parte de una gran mentira. El hecho de que tengamos fe en ellas las puede hacer ciertas. En cualquier caso son una hermosa mentira. Y precisamente la necesidad del poder de mantener la fe en esta forma de lucha no violenta como alternativa útil es lo que la puede hacer real. En Mayo del 68 así fue. Relativamente, también hubo, y diría que fueron necesarios, brotes de violencia. Si un gobierno decide no ceder ante la presión no violenta de los ciudadanos, entonces todo esto se desmorona…
Aunque el terrorismo o la guerrilla me parezca la única forma de lucha armada cuando hay un tremendo desequilibrio de poder entre dos bandos, nunca voy a apoyarlo por lo mismo que no apoyo una guerra. Pero estas reflexiones me están haciendo plantearme el hecho de ser menos radical en cuanto a la conducta impecable por parte de unos manifestantes.

Me extendí mucho, mil perdones. Espero al menos haberme sabido explicar.

@Faulkneriano hace 10 años

Coooooño, sí que te explicas.

Interesante tu reflexión sobre el terrorismo y la necesaria superación de las fáciles identificaciones.

De la identificación que mejor puedo hablar, por mi formación, es la que se establece entre pobre y delincuente, entre mujer soltera (o mal casada, o libre) y prostituta, entre rebelde (o al menos reacio a acatar CUALQUIER empleo, que no es lo mismo) y vago, que se dieron en toda Europa, también en España, en el siglo XVIII, que es mi especialidad. En ese Madrid que tú paseas a diario, a una mujer, a la caída de la noche podían detenerla nada menos que tres rondas distintas (de diferentes organismo de orden público) si iba mal vestida, si andaba a deshoras o si trataba con hombres que no fueran familiares directos, así como lo oyes. Era recluida automáticamente en el Real Hospicio de Corte, en el de San Fernando, en la Galera o cárcel de mujeres o, incluso, en sitios peores, y costaba Dios y ayuda (meses y a veces años) sacarla de allí.

Foucault abre muchas ventanas, aunque tiene pocas certezas. Su capacidad teorizante es de lo más atractiva. Luego tiene que venir el sufrido pelotón de los historiadores a confirmar o matizar sus afirmaciones. Desde luego, es un autor que merece la pena. Su Historia de la locura en la época clásica es una verdadera delicia para el intelecto.

Y sí, estoy con las cárceles, aunque mi investigación sea a pie de obra y de menos vuelos intelectuales y de tediosa búsqueda de documentos (menos polvorientos ahora que son digitales)

@Poverello hace 10 años

Jolín, Tharl, cuando te pones te pones. Y con los ensayos más si cabe.

Interesantísima reseña y mejores comentarios. Difícil para alguien vago como yo dedicarme a plasmar en un comentario medianamente extenso las 'ocurrencias' enormes a las que me inducen y conducen tus reflexiones. Así, me contento con realizar algunas consideraciones, algunas de las cuales en mayor o menor medida aparecen en tu comentario posterior y el de Faulkneriano.

Lo primero creo que no exagero si opino con contundencia que en la actualidad (en buena medida debido a esa involución de la que habláis y que bajo ningún concepto las convierte en lugares de reinserción social) las prisiones son guetos para lo que la sociedad decide considerar inadaptados, o más concretamente excluidos. Con todo lo absurdo que lleva implícito esa palabra escasamente objetiva, pues es la propia sociedad (no solo a nivel particular sino como ente sinérgico) la que excluye por determinados factores o condicionamientos que no han de venir al caso. Los datos respecto a considerarla un gueto de contención son contundentes. En 20 años la población reclusa en España se ha duplicado y estamos en unos 80.000, creo recordar, porque los datos son de hace dos años más o menos. De dicha población cerca del 80% son presos por temas relacionados con el consumo y tráfico de drogas. Y de este enorme porcentaje, más del 85% tiene problemas mentales como consecuencia del consumo habitual, a los que, como prueba del gran esfuerzo institucional para lograr una reinserción/inclusión que no desean pues no son consideradas personas de utilidad pública, se les ha retirado la atención psicológica y psiquiátrica por falta de fondos. Un ejemplo claro de este proceso de exclusión es la evidencia de dónde suelen construir en la actualidad las cárceles: a las afueras de la población, alejadas del tejido social y perjudicando claramente a las familias que quieran visitar a los reclusos. Excluidos que aún se les hace más.

Curiosa la diferencia evidente que haces, Faulk, entre pobre y delincuente, que será a nivel teórico muy efectivo, pero como práctica es tan aleatoria como una moneda de tres euros. Incluso los medios de comunicación se niegan la libertad de otorgar el nombre de delincuente a los banqueros corruptos, los políticos, o la infanta, sin ir más lejos. Los delincuentes son los habituales, los yonquis, los ladrones de poca monta... los habituales, los pobres, vamos, que son los que dañan al establishment.

Respecto al terrorismo, muchas cosas interesantes se apuntan, y claro veo, que ya renunciando a temas históricos, la palabreja de marras se emplea según a quien convenga o los intereses políticos y económicos a los que hayamos de servir. Si hay algo que me repele de veras y jamás justificaré es la violencia (sea personal, de banda armada o del estado) pero igualmente me repele la demagogia o el utilitarismo. Dos ejemplos que no se han de sacar del contexto de la exposición. Primero: cuando el atentado de Hipercor parece más que claro según todas las pruebas que ETA sí avisó a la policía de la colocación del artefacto. ¿Por qué no se avisó? Un despiste, puede, otros sostienen que ETA estaba teniendo muchísima influencia y apoyo en Euskadi e interesaban determinadas circunstancias que supusiera un golpe para la banda.
Segundo y más global: los atentados de los que hablabas del 11-S sirvieron para justificar la invasión de Afganistán, cuando el 90% de las personas implicadas en los mismos eran saudíes (aliados de los Estados Unidos). Cuando un país occidental invade, bombardea, masacra son daños colaterales, cuando lo hace una banda (que estos propios países meten en un listado negro más que interesado) es terrorismo. El punto de inflexión que dejó bien a las claras lo que entendemos desde aquí por democracia (el gobierno libre del pueblo si me interesa) fue con la victoria de Hamas en las elecciones palestinas. Era grupo terrorista, pues las invalido, porque yo, por supuesto, no soy terrorista.
El terrorismo, con el que estoy en contra, es un total herramienta política, por todas las partes, quienes lo ejercen y quienes supuestamente lo soportan.

Volviendo a las cárceles, que como veis me enciendo -mil disculpas- recuerdo a Dostoievski: "el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos". Ahí queda, que de civilizados andamos muy justitos.

@Tharl hace 10 años

El tema de las identificaciones, de cómo una desviación de la sagrada 'norma(lidad)' burguesa se asocia con la delincuencia, y así lo marcan la continuidad de las instituciones que precisamente deben evitar ese recorrido (hospicio-reformatorio-prisión, p.e y simplificando), es uno de los temas principales del libro, pues va mucho más allá de las prisiones y de lo penal. Al hilo de la identificación del pobre con el delincuente, el cómo los cambios penales de la 'modernidad' dejaron de juzgar el acto para juzgar a la persona, centrándose en su biografía y convirtiendo al pobre en delincuente aun antes del delito, es uno de los puntos más fascinantes del libro. La mujer soltera-prostituta y el insumiso-vago son algunas de esas ventanas abiertas a la investigación que se siguen facilmente del libro.
Otro de los puntos fundamentales es el que indica poverello. La gran 'reforma penal' del XVIII y sobretodo XIX (en Francia al menos), no es para reprimir los ilegalismos, sino para restructurarlos de forma que la burguesía salga aventajada (cuanto más enriquecida, más) y se ponga en su lugar al tolerado vulgo y al sobrepoder monárquico. Se persigue la delincuencia de necesidad, pero se tolera la delincuencia de explotación y de los de arriba. Y nosotros estamos ahí, no seamos hipócritas. Cuando aceptamos que no nos den un recibo, o cuando tratamos de escamotear una nimiedad a hacienda, cometemos un ilegalismo que aunque nos suponga un beneficio mayor que al atracador, es infinitamente más tolerado por la sociedad y por la ley. Es absolutamente distinto el proceso que sigue a un narcotraficante medio o a un atracador que a un poderoso corrupto. El sistema se encarga de que ellos no sean delincuentes... No es que en la práctica la distinción pobre-delincuente no sea efectiva, es que la teoría se encarga de que así sea.
En cuanto a las prisiones, Foucault indica que las mismas críticas que le haces tu ahora al sistema penitenciario se llevan repitiendo (con excepción de las cifras), desde sus orígenes. Y las mejoras que se proponen siguen siendo las mismas y con el mismo éxito... De ahí que concluya que la función que hace relevantes a las prisiones, y que ahora empieza a flojear por haber otros medios, es precisamente lo que tu indicas: crear una delincuencia, aislarla, controlarla y explotarla.

Respecto al terrorismo, no solo me quiero referir a su uso en la práctica como herramienta política, ni a su imposible definición o la ambiguedad de ella (para mi el terrorismo es igual de terrible que cualquier acto de guerra, suponiendo que se puedan diferenciar); sino a que el mismo concepto es una herramienta política cuyo principales objetivos son 1) separar al enemigo político o al criminal de guerra con sus derechos del terrorista y 2) crear un tipo de ilegalismo mucho más controlable y delimitado que sirva además como herramienta política. De nuevo, como con el delincuente, no es la práctica del término lo perverso, sino su misma existencia.
Eso sí, una vez creado el terrorista, no puedo, por supuesto, apoyarlo. De momento. Tampoco apoyo, y dudo que Foucault lo hiciera, al delincuente (traficante, asesino, violador, etc.). Pero sí creo que hemos de insistir en romper, como indica Faulkneriano, con las identificaciones. Un 'perroflauta' o un 'antisistema', por mucho que vaya a escraches (algo que sí apoyo plenamente), queme comentendores o se enfrente a la policia, NO es un terrorista. De la misma forma que en el Madrid del XVIII a la mujer de la que habla Faulkneriano no había que identificarla con una prostituta, ni a un insumiso sin trabajo como un vago.

Por otro lado, me interesa lo que dices, Faulkneriano, de la capacidad teorizante de Foucault y de la necesidad de que vaya un pelotón de historiadores a rematar su trabajo. Con esta clase de libros yo que no tengo formación, ni herramientas críticas, ni datos como historiador con los que rebatir al autor. Por mucho que me pese, no me queda más quebaceptar su argumentación histórica. Mi crítica se ha de limitar, por tanto, a constatar la coherencia y la lógica de su discurso. Ahí si puedo decir que Foucault sabe lo que hace. Según lo lees, por mucha distancia que trates de mantener, te guía por donde quiere a la perfección y no hay trabas que ponerle. La única crítica que le hago es por su discurso. En su interés de hacer una revisión histórica y de despertar conciencias, no solo olvida mencionar el lado positivo, mucho más manido, es cierto, de todos los cambios que señala; sino que parece sugerir una intencionaldiad maquiavélica en todo este proceso. Eso es algo con lo que yo discrepo. Creo que la historia es incontrolable y que todos estos procesos se deben más a accidentes y coyunturas que a una élite o a una conciencia perversa que empleó a su favor las 'hermosas' ideas de doble filo de la ilustración y de después.No obstante, como tampoco me han dado una educación formal centrada en la lectura crítica, ni en la reflexión y mucho menos en el análisis de discurso que tanto le gustaba a Foucault (hasta 5º de carrera no escuché la palabra discurso en un aula y fue en una optativa y de refilón), pues mis limitacines en este punto también son grandes.

En cualquier caso, las flores para Foucault. Él si que cuando se ponía se ponía y era capaz de sacudir los cimientos de todas las instituciones. Yo me conformo si logro animar a algun lector a acometer su lectura.

@_567_ hace 10 años

“Consciente o inconscientemente, muchos novelistas, periodistas y ensayistas (y cineastas, no los olvidemos) han transmitido una imagen deformada del franquismo, en la que se cargan las tintas en aquellos aspectos más garbanceros (el estrafalario lenguaje oficial, el generalito barrigudo y de voz tiplisonante que provoca más risa que horror, la paranoia sobre los enemigos de la patria, la demasía freudiana de los sacerdotes, las sentencias de muerte pringadas de chocolate con picatostes, la épica caduca de los manuales escolares, la estética cutre del nacionalcatolicismo, los desmanes surrealistas de la censura). Se construye así una digerible impresión de régimen bananero frente a la realidad de una dictadura que aplicó, con detalle y hasta el último día, técnicas refinadas de tortura, censura, represión mental, manipulación cultural y creación de esquemas psicológicos de los que todavía hoy no nos hemos desprendido por completo. Se forma así una memoria de tarareo antes que de conocimiento, una memoria de anécdotas antes que de hechos, palabras, responsabilidades. En definitiva, una memoria más sentimental que ideológica. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa: mostrar un aparato policial torpe puede hacer olvidar la realidad de una policía que, realmente y para desgracia de tantos que lo comprobaron en carne propia, era sumamente eficaz en su trabajo.”

“El vano ayer” – Isaac Rosa (Pág.32)

Leyendo esta estupenda reseña y comentarios subsiguientes, me ha venido a la cabeza este fragmento del libro que estoy leyendo actualmente. El argumento va sobre la represión franquista que sufrieron profesores y alumnos de la Universidad de Madrid en los primeros años 60… pero me temo que en muchos aspectos seguimos siendo igual de bananeros, plátanos que además nos siguen metiendo doblados, y aguante usted ciudadanito de a pie que ya salimos de la crisis en un par de quinquenios más…
¿Para qué necesitamos cárceles si podemos aplicar DISCIPLINA en los colegios, en los puestos de trabajo, en las comisarías? Debieron preguntarse los hijos de puta que dirigían el cotarro dictatorial de aquella nefasta dictadura. Paradójicamente, el verdadero TERRORISMO es el que siguen aplicando los todopoderosos de hoy en día (¿Quién los vigila y los castiga a ellos?) contra el populacho que los sustenta (y que no deberíamos olvidar nunca que es infinitamente superior en número): recortes de libertades y servicios básicos, fomento de la incultura, control mental por parte de la Policía del Pensamiento, control económico por parte de la banca que nunca es manca… nada, que me enrollo, sólo quería comentar que muy interesante todo lo leído aquí.-

@Faulkneriano hace 10 años

En estas semanas he estado releyendo el libro en cuestión y me sorprende lo dstinto de nuestras lecturas. El tema definitivo es el entronizamiento de la "sobriedad punitiva" a fines del siglo XVIII y la sustitución de la cárcel como depósito de presos en espera de castigo a la cárcel como castigo en sí, algo que hoy nos parece obvio pero que hace dos siglos era una cosa casi impensable.

La cárcel comienza a discutirse desde su creación y pronto confiesa su inutilidad y su fracaso... excepto en una cosa: controlar los ilegalismos, aunque de una manera impensada. Puede que no evite la reincidencia en el delito ni rehabilite a nadie, pero al menos sirve para algo: crea la delincuencia (aquellos que están, han estado o estarán en la cárcel), mucho más identificable, controlable y utilizable que el ancho mar de los ilegalismos varios, siempre difusos y a la vez poco manejables. Esta es la parte que más os interesa, se nota, pero son las últimas 50 o 100 páginas. A mí, en cambio, me interesa más la primera parte, la que habla del lento fin de los suplicios, de las ejecuciones públicas y ejemplarizantes, de la vindicta pública, de la afirmación del poder real en cada ejecución, del papel de la multitud.

Reafirmo la pervivencia de Foucault y constato, a la vez, que los historiadores no han aprovechado todas sus sugerencias. También que alguna cosa que dice es un poco aventurada, pero se explica tan bien...

@Tharl hace 10 años

Es curioso ver como de una misma obra, aunque no sea literaria, pueden producirse tan diversas lecturas. Eso de la objetividad y el acuerdo interjueces… Como tú dices, en este caso se debe a los distintos intereses. A mí, por mis intereses académicos y personales, me interesa ante todo la visión de la reforma penal como nueva economía del poder y gestión de los ilegalismos en un movimiento más amplio; a ti, imagino que por tus intereses profesionales, si he entendido bien, te interesa más la descripción de este cambio que va de los suplicios hasta las prisiones pasando por las mazmorras y las ejecuciones públicas.
No creo que un tema sea más definitivo que otro, el mismo Foucault afirma que su objetivo es: “estudiar la metamorfosis de los métodos punitivos a partir de una tecnología del cuerpo donde pudiera leerse una historia común de las relaciones de poder y de las relaciones de objeto.” O sea, que su objetivo de estudio es el entronamiento de la sobriedad punitiva, sí, pero como cristalización de un proceso más amplio de cambios en la economía del poder a través del saber y la objetivación del individuo para sujetarle desde las instituciones. Ese proceso más amplio y general, en los que los cambios del sistema penal serían solo una parte fundamental, es lo que a mí más me ha maravillado del libro. Tal vez en mi reseña me centré demasiado en la figura del delincuente, pero es todo este amplio proceso el tema de mi interés. La figura del delincuente me parece interesante por varias inquietudes que me despertó, de las que ya compartí algunas y porque es la figura en que coinciden la objetivación del individuo en la nueva economía del poder y las instituciones penitenciarias. No en balde se encuentra como tú dices al final del libro, casi a modo de conclusión.

¿A qué cosas te refieres por aventuradas? Sin duda Foucault se expresa estupendamente, tanto que yo, que no tengo otras lecturas ni herramientas con que contrastar lo que dice, me dejo llevar como un niño en la cuna y me lo creo todo :glubs. Envidio también tu capacidad de lectura, a mí me costó más del doble de semanas trabajar el libro y aún tengo la sensación de que no le saqué toda la miga que tiene.

Un abrazo!

@_567_ hace 10 años

¿Qué pensaría Foucault sobre la Doctrina Parot? Ahí lo dejo, no tengo demasiada idea sobre el tema pero me resulta interesante, sólo añadir que leo con mucho interés los comentarios que se suceden a esta reseña…

@Faulkneriano hace 10 años

Tharl, un ejemplo. Dice que las cadenas de presos (las que los trasladaban desde donde eran juzgados hasta donde cumplirían la pena) se interrumpen en 1837 y dedica varias páginas a contar cómo fue la última, en 1836, sacada de una crónica que más parece la descripción de un carnaval. Fiándose de una sola fuente, deduce que las cadenas daban lugar a verdaderos tumultos populares y que los presos se convertían, al mostrarse por los caminos, en verdaderos héroes populares a los que podía y debía ayudarse. Esto es excesivo: las cadenas eran molestas, lentas, propiciaban las fugas y, sobre todo, el descontento de los ayuntamientos de los pueblos por donde pasaban, que debían colaborar con ellas y tener a los presos, aunque fuera una noche, en sus improvisadas cárceles municipales. Los paisanos veían a los presos con más temor que simpatía, por lo que he visto, aunque no faltaban "colegas" que les pudieran ayudar a escapar (sin que pudiera deducirse una simpatía popular). Alguno me dirá que me pongo de parte del poder, pero eso se desprende de la documentación que he visto, o eso me parece a mí. Algo parecido podía decirse de las obras públicas.

Es un ejemplo, claro, de cierta inexactitud de Foucault, nada serio por otra parte, en su libro impecable y fecundo. También es un ejemplo de lo tiquismiquis que somos algunos. Hay alguno más.

Y sí, Krust, a mí también me gustaría saberlo.