LA TRAGICOMEDIA FALLIDA DEL DINERO por Tharl

Portada de EL MERCADER DE VENECIA

EL MERCADER DE VENECIA, escrita por Shakespeare en su época juvenil, es una tragicomedia, en la que hace confluir esto dos modos teatrales. La tragedia consiste en la venganza de un usurero perverso, Shylock, situada en una comedia de enredos normal y corriente ambientada en la Venecia clásica, la misma en que Otelo se vio arrastrado por los celos. La mezcla es, en cierto modo, fallida.
A partir de la estructura de la comedia donde goza de más libertad, Shakespeare desarrolla tres hilos argumentales. Pertenecientes a la tradición de la comedia son los protagonizados por las parejas Lorezo-Jessica y Bassanio-Porcia que viene complementada en un estrato social inferior por Graciano-Nerissa. Estos dos hilos pasan sin pena ni gloria con rencillas amorosas, enredos a menudo gratuitos -el último acto con la intriga de los anillos me parece completamente sacado de la manga-, y, cómo no en la época, un juego de cambio de “sexo”. El hilo correspondiente a Bassanio-Porcia aún tiene cierto interés y carga argumental, pero no puedo evitar sentir que el de Lorenzo está en pañales, sin desarrollar lo más mínimo, como si de un pegote se tratará cuya única función es humillar un poco al judío hundiéndole más en la desgracia -y también un diálogo injustificado pero gracioso al principio del último acto -“En una noche como esta…”-. Sin duda, lo que salva la obra del olvido es el dúo de tintes más trágicos formado por Antonio y Shylock, a pesar de que, en principio Shylock no es más que un “tipo” cómico en encarnación de la avaricia.
La comedia, ambientada en la Italia imaginada por Shakespeare, impone la estructura, el final feliz -incluso mediante un desvergonzado deus ex machina para volver a enriquecer a Antonio- y la ridiculización del antagonista, robando a la tragedia el sublime clímax que requiere la trama; por su parte, la tragedia impone una trampa principal que roba la atención de hechos del mismo peso que resultan un estorbo cuando solo queremos escuchar a Shylock e impide el retrato social que según tengo entendido es propio del género cómico. Mucho me temo que lo que debería ser una suma de atributos se torna en resta. Shakespeare funciona mucho mejor cuando juega a añadir elementos cómicos a la tragedia, donde elevo a las más altas cotas de la genialidad la figura del clown -estoy pensando en el bufón de Lear pero no solo- y aquí desperdiciado en un soso Lancelot.

Los tres hilos que estructuran el drama se entrelazan hábilmente y comparten la misma temática: la importancia del amor y la amistad frente al dinero, pues en palabras de Brassanio en el único acto de este hilo argumental que merece ser destacado, el dinero es tan solo apariencia y “no hay vicio tan simple que no adopte - un signo de virtud en su interior”. Aun así, la sensación de desequilibrio en el drama es constante, con una inmensa irregularidad.
Esto tampoco es nuevo en un autor que parece ponerse a escribir dejándose llevar por sus personajes, tanto que a menudo la trama resulta lo de menos frente las vicisitudes de sus criaturas -“Hamlet”-, o los personajes secundarios eclipsan a los primarios -disfruto más escuchando a Mercurio que a cualquier otro en “Romeo y Julieta”-; todo con tal de explorar y explotar los juegos del lenguaje que ofrecen sus distintos personajes, a menudo forzando lo que sea necesario por tal de soltar un chiste. Coincido con Antonio Machado cuando decía que Shakespeare es un “poeta de poetas”, y de momento mi poeta favorito de cuantos ha creado sigue siendo Hamlet.
Dicen que el “cisne de Avon” no modificó ningún hábito teatral de su tiempo, que en todos ellos había siempre un contemporáneo que le aventajaba y que se dejaba llevar por completo por los gustos y caprichos del público; nada de eso importa, ni su falta de equilibrio, ni su conformidad, ni una sola de sus insuficiencias, siempre y cuando haya un personaje capaz de, con su lenguaje, cobrar vida más allá del texto y del escenario e incluso trascender la realidad. En “El Mercader de Venecia” ese personaje es Shylock, y cuando no está en escena, el interés se desvanece. Algo fatal considerando que no sale ni en la mitad de los actos y que en la otra mitad sus actos apenas cuentan con importancia.

Cierto, Porcia debería cautivarnos por su dulzura e inteligencia, y es cierto que está magnífica en el acto del juicio, pero la eclipsa el judío. Antonio, el primero en ser presentado, como si fuera a tener algún protagonismo real, en un excelente acto que describe una tristeza sin motivo, al menos no en amores ni negocios, lo que parece indicar que el dinero no da la felicidad sin una bella dama que conquistar, debería fascinarnos por su concepto del honor y la amistad, pero el usurero le arrebata todo su peso sin necesidad de tocar su carne. Y el resto no merecen mucha más atención. Es Shylock, repito, el que da vida a la historia. Shylock trasciende el tipo del avaro -¿por qué me suena mucho mejor ávaro en esdrújula?- gracias al odio, pero es un odio personal y concreto, no metafísico, un odio basado en rencillas personales, humillaciones y perjuicios. Pero que tampoco piense nadie que con esto Shakespeare desee polemizar sobre el antisimetismo y la locura del odio, en absoluto, Shylock es un personaje lógico y coherente, comprendemos sus motivos, pero los contenidos de aquellos -el enriquecimiento personal a cualquier precio- y el distanciamiento del autor impiden sentir la menor piedad por él. Algo muy distinto del no-judío de Zaragoza creado por Galdós, quien poco tiene que envidiar a su modelo.

EL MERCADER DE VENECIA es la primera comedia que leo de Shakespeare y probablemente, de sus obras, la que menos me ha gustado. Pero no quita que su mezcla de verso y prosa -a veces gratuita, otras de acorde a la nobleza del sentimiento- y sus endecasílabos de verso blanco roto por trisílabos y hexasílabos -al menos en español- hagan la lectura agradable y fluida.
Lo mejor, sin duda, el famoso monólogo de Shylock, pues los grandes personajes de Shakespeare no hablan, monologuean:
“Ha infamado mi nombre y me ha hecho perder medio millón. Se ha reído de mis pérdidas y burlado de mis ganancias. Ha insultado a mi raza, hundido mis negocios, enfriado a mis amigos e inflamado a mis enemigos. ¿Y cuál es su razón? ¡Que soy judío! ¿No tenemos ojos los judíos? ¿No tenemos manos? ¿Órganos? ¿Dimensiones? ¿Sentidos, afectos, pasiones? ¿No comemos lo mismo? ¿No nos hieren las mismas armas? ¿No sufrimos las mismas dolencias y nos curan los mismos remedios? ¿No sufrimos en invierno y en verano el mismo frío y el mismo calor que los cristianos? Y si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no perecemos? Y si nos ofendéis, ¿no vamos a vengarnos? Si en todo lo demás somos iguales... ¡También en eso lo seremos! Si un judío ofende a un cristiano, ¿cuál es su bondad? La venganza. Pero si un cristiano ofende a un judío, ¿cuál debe ser su tolerancia? Siguiendo vuestro ejemplo... La venganza. La maldad con que me instruís yo la ejecutaré y lo haré de tal modo que sin duda superaré a los instructores.”
Sé de algún actor secundario polaco que daría un riñón por recitarlo.

Un 6.5.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 5 votos · @Tharl le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Poverello hace 11 años

Cada vez que escucho el monólogo de Shylock no puedo evitar acordarme de 'Ser o no ser' y troncharme de la risa.

@Faulkneriano hace 11 años

Buena reseña, Tharl. Entiendo tus razones pero no las comparto (del todo): pareces entender que de la mezcla de tragedia y comedia se deriva un híbrido, menos ajustado, de menos valor que la pura tragedia (que intuyo es más de tu agrado) cuando Shakespeare no hizo toda su vida más que mezclar los dos registros para conseguir algo diferente, único, un género en sí mismo. Shylock es un personaje que crece, como tantos otros del Bardo, empujado por el brutal verso blanco, convirtiéndose, de secundario, de tipo curioso y hasta cuestionable, en un vendaval de razones, en una poderosa presencia imaginaria. Y es que en Shakespeare el argumento, la diposición de los actos, la estructura, todo cede ante un torrente de palabras grandiosas. Concedo que no es la mejor de sus obras pero... amigo, hay que paladearla, como un buen vino añejo.

La cuestión judía es curiosa y un tanto resbaladiza: siempre he querido leer El judío de Malta, de Christopher Marlowe, el gran rival de Shakespeare, más extremado en su retrato del judío ruin común en la Edad Moderna.

Por cierto, a las tres líneas que indicas había que añadir otra, según muchos comentaristas, de marcado tinte homoerótico: la que une a Antonio y a Basanio, aunque aquí haya que leer bastante entre líneas: no sería desusado en esa época.

@Faulkneriano hace 11 años

Estamos de acuerdo en lo esencial -Shakespeare se siempre mezclo tragedia y comedia, Shylock es tremendo (aunque prefiero a Yago) y en Shakespeare el argumento, estructura, etc. carece de importancia frente al mundo creado por sus personajes- pero discrepamos en nuestro juicio. Para mí, aquí, la mezcla rebaja los materiales de partida, impresión que no tuve con el resto de sus obras. El motivo es, probablemente, la ausencia de un segundo personaje a la altura de Shylock, la usura de protagonismo de éste, y sus frecuentes ausencias del escenario.
La hibridación shakesperiana de que hablamos nunca acaba por fundirse del todo, las obras de Shakespeare siguen siendo fácilmente distinguibles en comedia y tragedia, aunque una contenga elementos de la otra. En este sentido es cuando digo que -con todos los reparos posibles por ser esta la única comedia suya que leí y por mis escaso conocimiento teatral- le sale mucho mejor cocinar una tragedia con elementos cómicos que lo contrario, como es el caso.
Tienes toda la razón en lo de esa cuarta línea que comentas, aunque yo la interpreté más como una conexión de las dos principales. Es una línea corta pero interesante, desde luego más que la de Lorenzo-Jessica. No he visto esa connotación homoerótica que comentas, aunque es bien posible. De todas formas, creo que una parte de la crítica -probablemente por clara influencia freudiana- disfruta demasiado interpretando -y a menudo torturando- los textos para encontrar un trauma sexual o alguna “desviación”. (Lo digo sin ánimo de ofender a nadie porque creo que en sus inicios esta crítica lo interpretaba como tal, y sospecho que eso era lo que les hacía disfrutar morbosamente tanto).

Compartimos el interés por Marlowe, aunque yo he oído hablar de él por primera vez hace muy poco. Pero me interesa leer al otro gran escritor elisabetiano.

A mí me pasó igual al leer el monólogo, “Ser o no ser” fue mi primer acercamiento a él.

Gracias por los comentarios.

@Tharl hace 11 años

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