FLORES EN EL ESTIÉRCOL por Poverello

Portada de EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO

“Lo más fatal que un hombre puede tratar de hacer es estar solo”. Dolorido lo comparte Copeland, el médico negro que da igual los títulos que tenga, pues, como el inspector Virgil de 'En el calor de la noche', es negro y eso basta para no ser digno y ser apaleado. Su único recuerdo agradable de un blanco es que uno se le acercara en un bar a darle fuego. Lo más triste del asunto es que la frase la suelta un hombre que se siente terriblemente solo, aun rodeado de gente, como cada uno de las almas errantes que pululan por esta tierna y dolorosa obra coral sobre el amor, la pérdida y la incomunicación.

Da igual que esa pérdida con la que decide sorprendernos la vida sea la de un ser querido, la de la inocencia, la de la fe en la justicia o en el sentido de la existencia... todas y cada una de ellas aparecen en alguno de los protagonistas de corazón solitario: Biff, Mick, Jake Blount, Willie, el indescriptible Mr. Singer. Da igual la pérdida, lo importante es si hay forma de vivir tras ella en un mundo febril que nos aísla y nos intenta anclar de manera inexorable en el desánimo y el individualismo. Sintomáticamente, el único ser de toda la obra capaz de comprender hasta el límite y con quién mejor se puede conversar es un sordo(mudo). Y paradigmática es también la explicación melancólica de Biff de por qué abre su negocio de madrugada, cuando ni le merece la pena el esfuerzo: “La noche era el momento. Estaban aquellos a los que de otro modo jamás vería”. Impotente soledad. Tal vez esto es lo peor de ese cazador solitario llamado corazón, que le es imposible ser gregario aunque sea esa la única forma llevadera de sobrevivir a la pérdida de la “presa”. Está condenado a tener espíritu de guepardo contenido en un cuerpo de león. Un absoluto desastre.

Afortunadamente McCullers comprende que los mejores frutos y flores nacen gracias al estiércol y su sentimiento timbrado y profundo se acerca más al rousseauniano de Hawthorne o Steinbeck que al descorazonador de Faulkner o Céline. Ni en lo hondo del dolor o del infierno más humanamente insuperable la escritora sureña renuncia a la ternura: “el médico aguardaba la aparición de la negra, de la terrible cólera como la de una bestia que surge en medio de la noche (…) Descendió a las profundidades hasta que finalmente no quedó más abismo. Tocó el sólido fondo de la desesperación, y se sintió algo aliviado.//En ello conoció cierta fuerza y una sagrada alegría. El perseguido se ríe, y el esclavo negro canta para su alma ultrajada bajo el látigo. Una canción sonaba en su interior ahora...” Pocas veces he tenido la dicha de gozar de unos textos en los que se entremezclen de manera tan sutil como apasionada el sufrimiento de la realidad con el ser humano interior que también somos y que es capaz de elevarse y sobrevivir por encima de la tragedia. He de reconocer no obstante, para no llevar a engaño a futuribles lectores, que tampoco es que encuentre uno exceso de consuelo en ello ni en la suposición nada errónea de lo que adviertes que está por venir.

El inicial estilo pausado y sin ahogos de McCullers colabora notablemente a que la narración fluya con naturalidad. Si bien en la primera parte de la novela puede atenazarnos esa sensación incómoda de no avanzar, su descripción situacional y episódica es imprescindible para alcanzar ese punto difícil y necesario de sentir, sufrir, comprender, derramarte con unos personajes tan dramáticamente humanos. De manera particular con Singer, enamorado de fidelidad exquisita en una relación de claro componente homosexual, extraña y hermosa, que atraviesa de manera trasversal toda la obra; John Singer, principio y fin de cada una de sus páginas, esté o no presente, protagonista de un prólogo cuya profundidad no se alcanza del todo a comprender hasta que casi se está cerrando el libro, y dónde después de él todo es un profundo y desolador epílogo.

La intensidad, explosión y cochura del estilo crítico de McCullers en lo tocante al racismo, al individualismo, a la desesperanza obligada de las clases pobres y, de manera mucho más concreta, su enfoque directo y nada velado hacia un tema tabú como la homosexualidad no serían comprensibles sin la propia historia personal de la que aparecen constantes referencias a lo largo de esta su primera novela: su nacimiento en una familia de clase media del sur, el piano y el amor por la música de la adolescente Mick compartido por la escritora, la profesión en común del padre de ambas -joyero-, el sentimiento constante de pérdida e impotencia seguramente marcado a fuego por sus constantes enfermedades y recaídas... y cómo no, su asumida homosexualidad que la llevó a tener varias relaciones con mujeres -incluida la mantenida con la otra excelente sureña Anne Porter- a pesar de haber contraído un conveniente matrimonio. En una sociedad tan estúpidamente puritana y clasista como la norteamericana de los años 40 la impertinente osadía de McCullers sólo es posible desde su recóndita soledad y su sentimiento de incomprensión. Sólo desde otro cazador solitario.

¡Oh, melancólico corazón!, por muy amado que seas del resto del mundo ¿encuentras acaso sentido a tu existencia cuando perdiste aquel objeto a quién amar?

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 9 votos · @Poverello le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@_567_ hace 11 años

A veces del estiércol brotan las más hermosas flores…
Esta es una novela sumamente dolorosa, el retablo de personajes solitarios que desfilan entre sus páginas compone un universo vital de tal magnitud que poco puedo añadir a lo que has expuesto en tu soberbia reseña; casi es preferible dejar al futuro lector la oportunidad de cargar sus propios cartuchos mentales (siempre es preferible guardarse uno en la recamara para encarar al destino cuando vengan mal dadas, y aquí se nos dan claves muy útiles al respecto) en esa escopeta imaginaria con la que al menos tendrán la oportunidad de abatir su propia desesperanza… llegado el momento.
Biff, Copeland, Mr.Singer… muchos de los personajes dejan huella en la memoria del solitario lector pero en mi caso, puede que unos 20 años transcurridos desde que traspasé la contrapuerta del bar de Biff, o la portada de la novela de Carson, para conocerlos a todos un poquito mejor; te aseguro que es la impronta de Mick la que ha dejado mayor calado en mi memoria. Ah! esa manera en que perdemos la inocencia cuando empezamos a crecer, a desarrollarnos, a buscar el desesperado abrazo amoroso de la muerte.

Recientemente leí en “Vidas escritas” de Javier Marías (una suerte de ensayo biográfico sobre grandes escritores de todos los tiempos) una anécdota curiosa sobre la Srta. McCullers que me viene al pelo para comentar aquí: En el capítulo dedicado a la elegante Djuna Barnes se nos cuentan algunas de las múltiples aventuras que tuvo con hombres y mujeres; en cierto momento de la historia dos cazadoras, mujeres como ella, competían por hacerse con su compañía, asediándola hasta la extenuación, eran Anaïs Nin (por vía literaria y epistolar) y Carson McCulers que llegó a montar guardia ante su apartamento durante una larga temporada; la entonces desconocida escritora pasaba horas gimiendo y sollozando ante su puerta, pero la Srta. Barnes era inflexible, adoraba su soledad, y su única respuesta fue el silencio; salvo un día en que perdió la paciencia y respondió a los timbrazos: “Quienquiera que esté llamando a ese timbre, que haga el favor de irse al infierno”. La jovencita Carson, a quién Djuna no había leído aún, entró en el averno unos años después, con solo 50, una verdadera pena.-

@Poverello hace 11 años

Cierto, Krust, todos los personajes son memorables. Infinitos aun siendo tan poquita cosa que no te queda más remedio que entenderlos a todos sin excepción. La experiencia de Mick es tan real y sentida como la de tantas chavalas que conozco, ¡y han pasado 70 años! Su pérdida paulatina de la inocencia comienza a fraguarse en ese capítulo tan común de una fiesta que no sale como esperas. Cualquier detalle sin importancia puede girar tu vida. Dentro de 20 años es probable que siga recordando a estos personajes, porque seguiré recordándome a mí mismo, y yo soy cada uno de ellos. No sé con cuál quedarme.

Por otra parte confío en que nadie me ame tan agónica y adolescentemente como para plañir bajo mi ventana. Yo sería de los que diría pasa. Recuerdo 'Cinema paradiso', esa espera también infinita de Salvatore esperando que se abra una ventana.

@Tharl hace 11 años

Gran reseña Poverello. Jamás oí hablar de McCullers hasta que me prometí -por eso de conocer un poco más de literatura del siglo XX- leerme la colección de CLÁSICOS CONTEMPORANEOS INTERNACIONALES que tenía por casa. La escritura americana es el siguiente que me espera, espero que con más acierto que Huxley. Tras leer tu reseña la leeré con más ganas. Solo espero que no sea tan terriblemente pesimista como creo intuir... No me importa soportarlo con una película pero los libros pesimistas y desesperanzados (paradójicamente no incluyo como tal las tragedias), si son buenos, son capaces de destrozarme cada día que paso en su lectura, y aun después de ella. Confieso que es por ello que nunca me atreví con LAS UVAS DE LA IRA.

@Poverello hace 11 años

No sé que decirte Tharl. Por aquí en la web hay gente que sabe más de esta buena señora y su literatura (Faulkneriano mismamente seguro), pero a mí la sensación que me queda tras terminar la novela es de tristeza y desazón ante la soledad y el aislamiento, pero no es un libro potencialmente pesimista ni mucho menos. Antes al contrario, por su forma de enfocar las relaciones, los personajes tan tiernos, invita al movimiento, a la lucha, a la relación. No sé, a amarnos sobre todas las cosas.

Claro, que no sé qué puede resultar más drástico, si el pesimismo o el amarnos sobre todas las cosas.

Creo que en algunas zonas del planeta no leerse Las uvas de la ira es delito. Y también invita a la lucha, la esperanza y a seguir confiando en la bondad del género humano a pesar del desastre.

@sedacala hace 11 años

No sé que pasa me pasa hoy, que cada vez que leo algo que has escrito se me ocurren cosas que decir. En la reseña que has escrito sobre el libro de Carson McCullers, dices que las historias duras las sobrellevas en el cine pero no en las páginas de un libro. Y digo que es curioso por que a mí me ocurre exactamente lo contrario. Por muy bueno que sea el escritor, en el libro no veo caras de sufrimiento, sí, ya sé, me las imagino, pero no es lo mismo, me resultan mucho más dolorosas si las veo y las oigo físicamente, ya sé también que son actores, que simulan el sufrimiento, que no lo padecen ellos mismos. Sí, pero la sensación de realidad que provoca el cine es brutal, y yo, voy y me lo creo. En el libro es distinto, será verdad o no, puede habérselo inventado el escritor. En resumen, lo contrario que a ti.

Ahora bien, si hay un libro jodido, jodido, es “Las uvas de la ira”. Poverello dice que no tanto, por que le va mucho lo del talante franciscano y el compromiso social, pero yo te digo que es de los libros más deprimentes que he leído… ¿Eh, Poverello?

@Poverello hace 11 años

Jajajajajaja. No sé, sedacala, puede que tengas razón. Yo los he leído bastante peores y sin atisbo casi de esperanza; si acaso en algunos un ramalazo al final, por ejemplo 'Viaje al fin de la noche', 'Una temporada en el infierno', 'La náusea'... Entiendo que Las uvas es un libro duro y triste, pero qué sé yo, a lo mejor estoy acostumbrado a ver cosas parecidas y en los libros/pelis con buena gente detrás pues no soy capaz de ver ese hundimiento como lo único cuando existe el amor, la colaboración, la entrega incluso dentro del desastre. Este hecho se percibe muy bien en el filme de Ford, aunque la ausencia del final que aparece en la novela casi lo hace peor, incluso pareciendo menos duro.

Y bueno, si 'Las uvas' es deprimente en el sentido honesto que dice sedacala no me hagas ni caso, Tharl, aunque ya lo has empezado a leer, porque lo mismo McCullers -como su colega Anne Porter- muy buen cuerpo no te deja.

Yo sufro en el cine y en la literatura, así que me abrazo a los dos. Franciscanamente.

@Tharl hace 11 años

Jajajaja.

Yo sufro en cine y en literatura por igual, la diferencia es que el cine lo sufro en el momento y durante el resto de la tarde y si de veras me ha gustado, de forma anestesiada y obsesiva durante los días siguientes. La literatura, por el contrario, si es buena, me cala hasta los huesos, puede llegar a empapar cada minuto de mí día a día. Por eso adoro los libros largos, las magnas obras como LOS MISERABLES o GUERRA Y PAZ. Para mí, leer este tipo de libros es casi un viaje interior y noto su influjo en mí, y me siento cambiar a lo largo de la lectura. Por eso siempre me ha dado tanto reparo leerme LAS UVAS DE LA IRA, por ejemplo. No quiero permanecer más de dos horas en una angustia como la de FUNNY GAMES y otras películas del genio de Haneke o en la degradación enfermiza de un film de Polansky.
Cierto que el cine suele ser más real, pero, personalmente, la literatura me acompaña más, me influye en mayor medida. Entendiendo en todo momento libro-película, la suma de las unidades hace que sea distinto. No sé… alguna vez al hablar del tema con un muy buen amigo cinéfilo he comparado la experiencia de ver una película (la suma de ellas sería distinta al igual que los visionados repetidos) como una relación de una noche, no solo en el sentido hedónico más superficial, sino en el descubrimiento, la experiencia única, la intensidad, el conocimiento tan repentino de universo en su complejidad, la huella que puede llegar a dejar en el caso de no desembocar en una relación (del tipo que sea), etc. Mientras que para mí la literatura es como una relación duradera, en la que evoluciono junto al libro y recorro un camino con él más o menos largo. Más lento, tal vez menos intenso, pero más prolongado y hondo. No sé si logro hacerme entender, en fin, estoy divagando.

Lo dicho amigos, un abrazo y nos vemos en la cruz.
(de momento el primer capítulo de McCullers me ha encantado)