BECKETT por Faulkneriano

Portada de LOS DÍAS FELICES

Me he dado el gusto de leer con un poco de detenimiento la obra de Beckett, al que hacía muchos años que no frecuentaba y del que guardaba, eso sí, un imborrable recuerdo. Más que a golpe de efemérides (por cierto, hace 60 años que se estrenó Esperando a Godot) suelo hacer repasos de este tipo cuando alguna biografía se cuela por ahí: en este caso, la que el irlandés Anthony Cronin, bastante sugerente, dedicó a su compatriota de perfil de pájaro.

Así que, acabada la biografía, me he puesto con su primera novela publicada, Murphy, que ha resultado ser una más que meritoria primera novela, tan irregular como sugerente. Y luego, su teatro, el que he podido encontrar. Primero, Eleutheria, la obra que nunca estrenó ni publicó en vida, lo primero que escribió en francés, una desconcertante parodia de los dramas burgueses con un protagonista casi del todo beckettiano, quien termina por preferir aislarse en una habitación vacía a todo contacto con familia, novia, amigos o circunstanciales interlocutores (un cristalero entrometido, un espectador inquisitivo que se salta literalmente del palco para increparle) que le instan a definirse. Luego, he releído Esperando a Godot, un logro mayúsculo, sin parangón en el teatro moderno, que me ha sorprendido tanto como la primera vez. Daría un brazo (es un decir) por verla representada en alguno de los montajes que dirigió el mismo Beckett. A continuación, Final de partida, un tanto decepcionante, aunque indudablemente sólida. Y luego saltó la sorpresa, con Los días felices.

La escritura de Beckett es un ejemplo extremo de despojamiento, de eliminar todo lo accesorio, de reproducir la sinrazón de la vida humana con el mínimo de elementos. Cuentan que en la primera versión de Godot el muchacho-recadero llevaba un mensaje escrito del misterioso personaje que retenía junto al árbol solitario a Vladimir y Estragon en su inútil espera; en la versión definitiva, el mensaje desaparece y las dudas sobre su existencia crecen. Así en todo. La trilogía es también significativa: Molloy repta, Malone se limita a esperar la muerte en absoluta quietud y el protagonista de El innombrable es un torso casi irreconocible que vegeta, en medio de interminables soliloquios. Lo mismo pasa en el teatro: si en Eleutheria los personajes van y vienen entre dos escenarios y hablan interminablemente, a veces de cosas banales, en Godot no se separan del sitio (están esperando) aunque, al menos, tienen algún atisbo del resto de la humanidad con la visita repetida, aunque desconcertante, de Gozzo y Lucky y del muchacho mensajero. En Fin de partida el protagonista Hamm se ve reducido a una silla de ruedas, dependiendo en todo de su criado Clov, rodeados por una luz grisácea que bien puede anunciar el fin de todo. Otros dos personajes, los padres de Hamm, viven en el interior de sendos cubos de basura, sacando de vez en cuando la cabeza y farfullando palabras sin sentido. Días felices es aún más drástica, aunque no tanto como otras obras posteriores de Beckett (en “Yo no” en el escenario sólo se ve una boca femenina, fuertemente iluminada, a casi tres metros del suelo, que parlotea incesantemente: la obra, eso sí, es corta, como todas las de la vejez de don Samuel) Cuando accedió a escribir el libreto de una ópera, suministró a los cantantes, siempre deseosos de notoriedad... veinte líneas de texto.

Si he contado todo esto es para situar debidamente Los días felices. Winnie, una mujer de mediana edad, aparece en el primer acto cubierta por un montículo de arena hasta la cintura, con una bolsa (conteniendo una serie de objetos diversos, entre ellos un revólver) y una sombrilla al alcance de la mano. Su ¿marido? Willie se mueve por detrás del montículo y el espectador le ve contadas veces, casi nunca entero, su mano acercando objetos o señalando a su mujer determinadas cosas; sus intervenciones son tan telegráficas como absurdas: lee anuncios por palabras y contesta con monosílabos. Se trata, pues, de un casi monólogo de una mujer, privada misteriosamente de movilidad y, progresivamente, de su memoria, que, pese a lo deshilvanado de su discurso, lleno de citas poéticas y de frases a menudo inconclusas, muestra una extraña entereza, una fuerte personalidad y una incomprensible resistencia a la adversidad (cuya causa nunca se explica, of course) Lo extraño es que Winnie se configure, con tan pocos mimbres, como un personaje fascinante, del que lo ignoramos todos, pero en la que intuimos una vida intensa, mezclándose coraje (organizar su existencia con tan escaso apoyos) y cobardía (manifestando un miedo pánico a quedarse sola), autoindulgencia y sensibilidad, audacia y convencionalismos. Sus frases más repetidas (“abundantes mercedes”, refiriéndose a lo bueno que le deparan sus extraños días, en medio del desierto y de una perpetua luz brillante, punteados por extraños timbres que sustituyen al alba y al ocaso; “el estilo antiguo”, frase siempre acompañada de una sonrisa, rememorando, posiblemente, las cosas, ideas, expresiones y actitudes anteriores a su extraña situación vital) se abren paso en la conciencia del lector, expresando de modo tan mínimo una actitud vital: desde luego, para recordar, como “esperamos a Godot”. El segundo acto es una vuelta de tuerca a una situación que no parece poder avanzar más: Winnie aparece enterrada hasta la cabeza, su memoria se deteriora, vuelven sus fantasmas (atención a la extraña referencia a una posible violación en su infancia) y su miedo a quedarse sola se acentúa. Ya no puede ni manejar las cosas de su bolsa para llenar sus extraños días, ni casi hablar con Willie, ni repetir sus versos favoritos, y sin embargo insiste en su optimista salmodia, desgarradora, conmovedora, extrañamente sincera. En el final Beckett procedió a podar, eliminar toda obviedad, toda evidencia y hay que estar verdaderamente atentos para captar el sentido de las acciones últimas del personaje (y medio) que se afanan por el escenario. La unviersal congoja de Winnie se confunde ya, a esas alturas, con la del lector.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 7 votos · @Faulkneriano le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Poverello hace 11 años

Qué poquito he leído de Beckett. Tan sólo 'Esperando a Godot' y 'Primer amor', un realto cortito pero intensísimo y con muchas de las peculiaridades a las que haces referencia en tu reseña y que serían característica de Beckett. Siempre lo tengo presente como posible, porque ambas obras me gustaron. Godot me dejó sin palabras, también ahorcado en mi a veces patética inactividad.

Más me animas, si cabe, Faulk, con tu magnífica reseña sobre la obra de este gran escritor.

@FAUSTO hace 11 años

Gran reseña, Faulkneriano. Al igual que Poverello, tengo el mismo corto número de experiencias con este escritor, pero con una valoración muy distinta; eso sí, debo coincidir con vosotros que fueron sorprendentes. Me inicié con “Fin de partida”, la cual comentas, y mi primera impresión fue bastante negativa, al punto de que el título iba a ser premonitorio con mis lecturas sobre Beckett, y además el libro iba acabar en la basura (es un decir, me parece un crimen tirar un libro) como los protagonistas ancianos de la obra. Superé con paciencia el estupor de estas primeras páginas y conseguí terminar esa insólita pieza teatral. Por lo menos no me arrepentí, fue algo mejor y al final se pueden sacar algunas consecuencias o interpretaciones, no obstante el lector debe poner bastante de su parte y algo de imaginación. Algo parecido sucedió luego con “Esperando a Godot”, aunque su simbolismo y mensaje (una de las posibles: todos esperamos a un Godot, y para cada uno será diferente) tiene una interpretación más “clara” y con bastante riqueza en matices. Aun así ninguna me apasionó, las puse un 5 raspado, y es que varios diálogos son difíciles de digerir o buscarles un cierto sentido, es más fácil de tacharlos de destinos o de un humor (o tragedia) disparatado. El teatro absurdo me decepcionó, para mi gusto, muy radical, su “puesta en escena “, sin embargo tengo intención de probar con Ionescu.
En cuanto a la prosa de Beckett, tengo dudas en darle otra oportunidad y más teniendo en cuenta que la escritura absurda y alegórica de otros autores, especialmente Kafka, me encanta, pues su mezcla con la realidad no la convierte en irreal o ilusoria; sus tramas y argumentos deforman la existencia para mostrar el lado oscuro del ser humano y la vida, sin llegar al grado del esperpento, donde todo tiene su “lógica”.

Y hablando de argumentos, al leer tu análisis del segundo acto de “Los días felices”, me ha venido a la memoria las últimas escenas de la magnífica “¿Qué fue de Baby Jane?” , donde (espero no ser muy explicito para quien no haya visto la película) las dos hermanas en la playa sienten algo parecido a lo que describes de Winnie: una hermana está postrada en la arena sin poder moverse (no recuerdo si también está enterrada) y la otra desvaría mientras recuerda su optimistas años de niñez.

@Poverello hace 11 años

Vaya, Fausto, con lo de Baby Jane. Me encantó Baby Jane, aunque creo que no es de las favoritas de Faulk, por ser fino.

Lo del teatro del absurdo es lo que tiene, que o te gusta o apaga y vámonos y te entran ganas de quemarlo. Yo soy de los primeros, y he disfrutado tanto con Beckett como con el 'Pic-nic' de nuestro ínclito Arrabal y con Ionesco, de quien tuve la grandísima suerte de ver en escena 'La cantante calva' (lo que me reí, leches). Yo le puse un soberano 10 a Godot, del mismo modo que le puse otro a varias pelis de los hermanos Marx, que más sentido absurdo desprenden, si es que tienen algún sentido. No sé, será la esencia. ¿Supongo que tampoco te gustará mucho el primer Auster?

Mención aparte merece 'El tercer policía', que leí gracias al fantástico ejercicio de marketing de Faulkneriano realizó en la reseña de otro de los libros de O'Brien, y al que quizá sí le podrías dar una oportunidad, Fausto, porque sí que todo cobra sentido tras algunas secuencias desternillantes y de lo más caóticas.

Saludines a ambos.

@Faulkneriano hace 11 años

Gracias, poverello, por las flores inmerecidas. Beckett no entabló relación alguna con el "teatro del absurdo" de Ionesco y Adamov ni se interesó por ese enfant terrible del teatro pánico que se llamó Fernando Arrabal (Pic-nic, por cierto, está a la altura del mejor Beckett) Era muy suyo, don Samuel, muy independiente, vaya. Sí que leyó y reconoció en su medida la obra de O'Brien y, por supuesto, veneró al "tercer mosquetero" de Irlanda, Joyce, con el que tuvo especial relación en París (la cosa daría para una novela, sobre todo porque la hija demente de Joyce, Lucia, se metió por medio, pero esa es otra historia) El estilo de Beckett es único y él nunca reconoció influencia alguna. Kafka y Beckett tienen ambos un estilo inconfundible y una poderosa imaginación, pero no me parece que tenga mucho que ver: Kafka construye minuciosas y detallistas pesadillas con los recursos más sofisticados de la narrativa clásica y Beckett se instala en las migajas del lenguaje, en los detritus del pensamiento, elaborando un discurso tan minimalista como abstracto, tan eficaz como incomprensible a ratos.

Me hace gracia la referencia a Baby Jane: a ratos parece una competición entre las dos protagonistas a ver quién sale más fea y desencajada. Una de ellas está paralítica; la escena de la playa no la recuerdo bien, la verdad. Esta película, que no me parece de las mejores de Aldrich, va siempre unida a un adjetivo: grandguiñolesco. Véase si no cualquier crítica al uso. Una cosa es cierta: los personajes de Beckett siempre tienen alguna tara física, a veces extrema: se ve que la inmovilidad o la dificultad de movimiento va bien al discurso que se quiere tejer.

Fausto, me da la impresión de que el teatro de Beckett no es para ser leído y que debe ganar muchos enteros siendo representado. Sus artefactos están muy medidos escénicamente: en Los días felices Winnie sonríe treinta veces (la sonrisa va unida a la evocación del "estilo antiguo") y los tiembres suenan en ocho ocasiones. Pues bien, en los apuntes de Beckett para la dirección de la obra se especifica cómo son cada una de las sonrisas y el tono de los timbres. Es lo mismo que pasa con las indicaciones sobre la luz: la que baña la escena en Los días felices es anaranjada, muy cálida, propia de un desierto, extremadamente fuerte. Igualmente Beckett llega a describir minuciosamente las idas y venidas de Billie... ¡que el espectador no ve la mayor parte del tiempo, por estar detrás del montículo! La conjunción de movimiento (o ausencia de movimiento), silencios, luz, sonidos y parlamentos (punteados además de forma muy precisa) deben dar a esta obra una textura que ningún lector puede apreciar debidamente. Se me objetará que esto pasa con toda obra teatral, que para ser bien comprendida debe ser representada, pero al menos los parlamentos de Shakespeare son "bonitos", para entendernos (¡quién no ha leído algún mónologo de Hamlet por puro gusto!), pero los de Beckett no quieren serlo: quieren ser eficaces en escena, despojados, austeros, apenas comprensibles. No por eso te tiene que gustar, claro: sólo justifico (en parte) la relativa aridez de un texto leído a secas.

Y acabo, que ya es cuento largo. Beckett no reconocía como suyas las obras por él escritas que se representaban cambiando la más mínima acotación escénica (hasta ese punto entendía fundamental la descripción del hecho teatral y no sólo el texto: hubiera muerto del disgusto si ve a Vladimir y Estragón vestidos, pongo por caso, de payasos o de esclavos romanos, o si hubieran dejado en la oscuridad por un instante el montículo de Winnie. Para ser irlandés, era un tipo serio, aunque su sentido del humor es devastador: recuerdo que entendía Esperando a Godot como una "comedia".

@FAUSTO hace 11 años

Interesantes opiniones. Las imágenes de “¿Qué fue de Baby Jane?” me “salieron” al leer tu descripción psicológica de la protagonista, ¿quién sabe si también lo hubiera visto al leer el drama? Puede que tengas razón, Faulkneriano, cuando mencionas lo excesivo de la película, e incluso tiene algo de histrionismo en las interpretaciones (la sobreactuación de Baby Jane tiene su razón de ser), pero me encantaron las dos actrices y más sabiendo el odio verdadero y brutal que sentían ambas. Una de las famosas lindezas que lanzó Bette a su “compañera” Joan Crawford no tiene desperdicio: “no la mearía aunque estuviese ardiendo en llamas”.

Y, como dice Poverello, puede que la relación con el teatro del absurdo deba ser una especie de “amor a primera vista”, si se analiza o razona buscando un significado claro en lo escrito pierde toda su fuerza; y conociendo mi forma de leer tropezaré varias veces en la misma piedra y se me escapará lo que a vosotros os hace disfrutar, esa esencia. Cosa que no me ocurre con la prosa kafkiana, y que parece evidente las diferencias que existen con el estilo de Beckert. De todas formas, sigo pensando en dar una oportunidad a Ionesco, ya sea para ratificar mis impresiones anteriores o para poder vislumbrar algo parecido a las vuestras.
Lo del teatro está escrito para ser representado estoy totalmente de acuerdo (interesante tu información de la minuciosidad y la exigencia de Beckett), es un espectáculo ver una representación. Pero si el argumento, una vez leído, transmite poco al lector…, ufff, no apostaría mucho por ver esa función. Claro que hablo desde la ignorancia, pues no he visto ninguna de las dos obras de este peculiar teatro. Además hay trabajos teatrales que logran transmitir grandes sensaciones por sí mismos, incluso obras de difícil representación o directamente irrepresentables (según el texto original) como “Fausto” de Goethe o “La Celestina” son un deleite su lectura.

Lo que comentas de Auster, Poverello, sólo he leído un par de novelas: “Tombuctú” y “El palacio de la luna”, y ambas me gustaron, sobre todo la última. O’Brien lo tengo en mi wishlist, en concreto “En nadar-dos-pájaros”, y fue a raíz de la reseña de Faulkneriano que citas.

Sobre los hermanos Marx ahí coincidimos en todo. Una de mis preferidas es “Sopa de gansos” que, si no me equivoco, es la más surrealista y disparatada de toda su filmografía.

Saludos para todos.

@Nastenka hace 11 años

Tampoco he leído yo mucho a Beckett, "Esperando a Godot", "Primer amor", "Compañía" y algunos de sus poemas...
Y ninguno de esos acercamientos ha resultado infructuoso..

Los personajes de Beckett (los conocidos por mí hasta ahora) tienen siempre, además alguna enajenación, un "desorden" que nos hace perturbarnos y sumergirnos con ellos en un mar de confusión.

Apuntaré este, aunque en mi mente ya estaba leer todo lo posible de Beckett, mi próxima lectura suya será la trilogía, que ya me llama desde la librería de casa...

@_567_ hace 11 años

En el caso de Murphy, el protagonista padece un desorden mental más que un defecto físico. Esa novela ha sido mi primer y único acercamiento a Beckett hasta el momento y como me sorprendió gratamente supongo que intentaré leer algo más de su obra, Molloy o El innombrable me llaman poderosamente la atención…
En cuanto al teatro escrito, que es mi kriptonita literaria (por lo de que es un género que me desarma y no acabo de disfrutar del todo), me veo en la obligación de descubrir, como mínimo, Esperando a Godot. Y si la experiencia es satisfactoria, repetiremos. En todo caso espero ver alguna obra de Beckett en el teatro, el escénico o el arte sobre las tablas, que ese si que me gusta mucho!!!

@Faulkneriano hace 11 años

Nastenka, leeré Compañía: dicen que es un texto bastante autobiográfico.

Y, Krust, si no te pasa el teatro prueba con la novela de Beckett: es como los medicamentos, que pueden tomarse en comprimidos o en jarabe. Vaya comparación más pedestre...

@Poverello hace 5 años

No voy a hablar mucho que ya está dicho todo, pero suscribo: increíble lo de las acotaciones escénicas de Beckett. Es verdaderamente alucinante la meticulosidad, pulcritud y exigencia con la que están escritas. Ciertamente, parece imposible hacerse una idea de la obra sin vera representada. Y no paraba el autor de seguir corrigiendo y modificando para quitar todavía más los aspectos superfluos. Flipante.

Y solo por comentar. la obra es de 1960, pero no sé si existe antes alguna obra de teatro en la que puede percibirse tan claramente (sobre todo en la segunda parte) una especie de monólogo que, por momentos, es como puro fluir de pensamiento.

@Faulkneriano hace 5 años

Cierto lo de las acotaciones. Son tan exhaustivas como historiadas las de Valle Inclán.

Toda la obra es un monólogo, cada vez más delirante, si hacemos caso omiso de las telegráficas intervenciones del hombre.