QUÉ VERDE ERA... EL VERANO DE1928 por Tharl

Portada de EL VINO DEL ESTÍO

Ray Bradbury, fallecido hace escasos días, fue bautizado “el poeta de la ciencia ficción”, por mucho que él afirmara trabajar el género fantástico. Se debe a que su mayor logro -junto a su perspicaz distopía- fue (como dijo Faulkneriano en otro lado) introducir la lírica en un género donde escaseaba, la ciencia ficción.
EL VINO DEL ESTÍO, uno de los más famosos del autor que logro hasta una secuela, es un ejemplo del Bradbury más lírico alejado de la ciencia ficción para cultivar una fusión entre fantasía y realidad unidas por los ojos de un niño, el alter ego infantil de Bradbury.

EL VINO DEL ESTÍO es el recuerdo en época invernal de un verano en particular, ese verano en que el niño inicia sus primeros pasos hacia la madurez, toma conciencia de la vida y de la muerte y decide vivir. Es el recuerdo de todos los veranos, de la infancia perdida y de un modelo de vida extinto por un césped que no hay que cortar, los autobuses –máquinas rápidas sin cables ni railes, sin ronroneo ni balanceo-, la seguridad policial, cinesa (:s) y un progreso acelerado obsesionado con liberarnos de las tareas, de ofrecernos tiempo para obsesionarse en cómo rellenarlo, un progreso industrial empeñado en categorizarlo todo, en poner orden en el desorden y saber siempre en qué consiste el plato que tenemos delante. En EL VINO DEL ESTÍO se narra un paso más de aquel proceso iniciado décadas antes con la llegada ferrocarril al oeste americano; es un recuerdo nostálgico similar al de Steward -ese hombre que mató a Liberty Valance- o al del pequeño minero de los Morgan en Gales pero más contemporáneo, y yo añadiría que menos atinado.
Con esta intención Bradbury escribe una novela de episodios que paradójicamente carece de capítulos. Como es evidente unos son mejores y otros peores, pero sin duda son demasiados. Tanto lirismo, tanta nostalgia en ocasiones tan absurda como dedicar un episodio a cantar las maravillas de estrenar unos zapatos nuevos teniendo 10 pares usados en el armario y llorar porque se gastan, se me hace excesiva e incluso empalagosa. Sin duda le sobran 3 o 4 episodios y mínimo 50 páginas para no aburrir con un libro de relatos apenas camuflado en novela. Para colmo el modo de vida que construye para deconstruirnos, para que seamos consciente de lo que hubo, de lo que se perdió y hagamos balance con lo que se ganó para iniciar así una magnífica e imprescindible toma de conciencia de lo que somos, de por qué lo somos, qué fuimos y qué pudimos ser, consiste en un modelo de vida exclusivamente americano, compartido tal vez –y reflejado en obras- por gente como Scott Card o Stephen King, con un estilo similar al de Bradbury aquí (salvando las distancias…), un estilo de cuentacuentos sureño más o menos lírico, fascinado por el beisbol y por pequeñas comunidades americanas aisladas con esa mentalidad tan peculiar. A mi me cuesta mucho enganchar con esa afición por el beisbol, por cortar el césped, o salir después de cenar al porche con un sombrero de paja a sentarse en la hamaca y balancearse en ella.
No obstante destaco algunos episodios de gran lirismo y belleza, como el viejo coronel convertido en máquina del tiempo, la magnífica muerte de la bisabuela, la íntima relación intelectual entre un joven y una anciana, y por supuesto la intensidad simbólica del vino del estío, ese vino de cosechas de diente de león para tomarlo durante el invierno y calentarse con el estío. Si el libro declaradamente se divide en “ritos” y “descubrimientos” me quedo con la belleza lírica de algunos ritos, pero me sobran la moralina explícita de algunos descubrimientos (la maquina de la felicidad que hizo infeliz a su inventor, parábola de que la felicidad artificial jamás será suficiente (ejem, ejem, drogas); la necesidad de aceptarse uno mismo en el presente a pesar de todo y no vivir anclado exclusivamente en el pasado, etc. etc. y los excesivamente declarados ataques morales contra el progreso, la categorización y la eliminación de los ritos) por suerte el descubrimiento central y todos los episodios que contribuyen a él si merece la pena: el descubrimiento de Douglas de la vida y la muerte y su decisión de vivir.
Merece la pena también la fantástica unión -algo paradójica en el autor pero especialidad del poeta de la ciencia ficción- entre tecnología (cine, teléfono, tranvías…) y fantasía lírica, basta ya de ver siempre la tecnología como algo frío e impersonal sin ninguna posibilidad de ser o permitir la belleza o la emoción. Pero esto en vez de ser una unión necesaria entre la absurda división de razonamiento y emoción, se liga con el mito de la espontaneidad emocional y su inocencia, independencia y (falsa) naturalidad enfrentada al frío razonamiento siempre artificial, en este aspecto Bradbury añade un ladrillo más al ensalzamiento de este mito postindustrial tan enraizado. Un ejemplo claro de esto es el episodio de la abuela en la cocina, cuando tiene todo echo un desastre y sigue su “instinto” natural todo va bien, cuando trata de hacerlo a propósito, organiza las cosas y toma conciencia de lo que hace, se pierde la magia y el plato es insulso.

Un libro irregular con todo lo mejor y lo peor del autor pero siempre recomendable, y desde luego de lectura recomendada. 6.5

Gracias Ray por todos estos buenos momentos y por los no tan buenos.

Escrita hace 12 años · 5 puntos con 5 votos · @Tharl le ha puesto un 6 ·

Comentarios

@FAUSTO hace 12 años

Buena reseña, Tharl. Será el próximo libro (hace años que lo tengo en la estantería) de Bradbury que lea, y que mejor época que este mismo verano. Será una lectura como homenaje a este escritor y su al excepcional recuerdo de su obra “Crónicas marcianas”, y como “recuperación” de su prosa, ya que hace años que no leo este autor. Espero que, por lo menos, me guste un algo más que a ti.
Saludos.

@FAUSTO hace 12 años

Vaya, con las prisas se fueron algunas teclas de sitio. Repito.

Buena reseña, Tharl. Será el próximo libro (hace años que lo tengo en la estantería) de Bradbury que lea, y que mejor época que este mismo verano. Será una lectura como homenaje a este escritor y al excepcional recuerdo de su obra: “Crónicas marcianas”; y también como “recuperación” de su prosa, ya que hace tiempo que no leo a este autor. Espero que, por lo menos, me guste algo más que a ti.
Saludos.

@lucero hace 12 años

Comparto tu valoración Tharl, lo leí hace muchísimos años y no se si por la voracidad lectora de mi adolescencia, pero se se hizo denso y excesivo. Pero también dejó en mí un poso de notable lirismo que aún recuerdo. Muy buena (como siempre) tu reseña. Saludos

@Tharl hace 12 años

Gracias a los dos por los comentarios.
Creo que es muy buena obra para homenajear a Bradbury. Tiene, como dije, lo mejor de su prosa y también sus manías. Otra cosa es que te guste más o menos la ambientación. Te recomiendo tomarlo un poco como un libro de relatos particular, parecido a CRONICAS MARCIANAS, y no tanto como una novela, tal vez así se te haga menos largo de lo que se nos hizo a lucero y a mi.
Un abrazo

@nikkus2008 hace 12 años

Muy buena tu reseña Tharl; soy casi un incondicional de Bradbury, por lo que le perdono sus excesos de azúcar, espolvoreados frecuentemente en sus relatos. Lo tenía previsto para este verano que pasó (lamentablemente el verano ya ha pasado). Cuando lo lea, te escribiré para ver si existen coincidencias en la apreciación del libro. Yo también le agradezco a Ray sus obras. Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Fahrenheit 451 y Las doradas manzanas del sol me parecen una maravilla, no menos que eso. Saludos a todos!

@Faulkneriano hace 12 años

Fijaos en una cosa,Tharl, Fausto, Lucero y Nikkus: los obituarios tampoco nos inclinan hacia el elogio desmedido. Bradbury tiene sus limitaciones y sus servidumbres: ingenuo, nostálgico, mejor cuentista que novelista. Nikkus recalca lo que son sus mejores obras: de acuerdo con Crónicas marcianas (sobre todo) y El hombre ilustrado y, menos, con Farenheit 451. Tendría que leer de nuevo Las doradas manzanas del sol, porque recuerdo cuentos muy buenos, mezclados con otros menos felices. Estoy ahora con El país de octubre, un volumen de cuentos terroríficos, que escribió antes incluso que Crónicas marcianas, siendo protegido de Augusth Derleth (¿os suena, lovecraftianos?) y lo más que puedo decir es que son muy irregulares. La nostalgia no nos debe engañar. A César lo que es del César, desde luego, pero...

@nikkus2008 hace 12 años

Si hay algo que reconozco como un enorme mérito en vos, amigo Faulk, es que no sos un fanático ciego, para nada. Me explico: le das puntajes a algunos libros de Faulkner bastante discretos, si mal no recuerdo he visto algún seis, algunos cuántos sietes, etc. Sos un fervoroso admirador de Faulkner, y sin embargo, esto no te impide ser cuidadoso y exigente con él, o con las notas, más precisamente. Reconozco a su vez como un defecto en mi, el carecer de ese equilibrio. Es decir (y trato de ser lo más justo posible) que cuando algo me gusta demasiado, como Woody Allen, o Lovecraft o Baudelaire o The Beatles o Floyd o Hesse - por poner casos varios - me cuesta enormemente analizar sus obras; he crecido con la magia (probablemente imperfecta) del cine yanqui ochentoso de Spielberg y con la violencia y melancolía de Scarface (esa melancolía que surge de vidas perdidas por la ambición: "El mundo es tuyo") y como ya lo he dicho, con "Los Beatles" y con "Queen" y con "Creedence Clearwater Revival" y con "Pink Floyd" y "The Doors", con Armstrong y Coltrane y Miles Davis. Es decir, y creo que ya lo hemos tocado este punto, que me traiciona la emoción, ya se trate de recuerdos, ya se trate de esa alegría inefable que surge del momento, del instante, terrible, de leer, ver o escuchar algo que nos apasione, con esa pasión y emoción que suprime cualquier tipo de intento de explicación fría. Cuando veo "Indiana Jones: en el templo de la perdición", recuerdo el AUTOCINE al que fui, creo que por primera vez en mi vida, y no puedo evitar ignorar los defectos que pudiera tener (y seguro que los tiene) aquel tipo de films tan corrientes por aquellos años, porque sobrevive a ellos (los errores, defectos) la alegría de representar "años mejores", donde todo estaba entonces por venir, por descubrirse. Esa es la nostalgia que me gusta de Bradbury; y si no se ES melancólico por naturaleza, de nacimiento, si no se siente esa inseparable angustia, muchas veces increíblemente confortable, ese amor por los días encapotados, grises y ventosos, no sabrá jamás entonces de lo que hablo. Vuelvo a decir lo mismo que en otras ocasiones: de Bradbury me enloquece su estilo, sus maneras, mucho más que el fondo, que la profundidad de sus relatos.
Amigo Faulk, la nostalgia SI ME ENGAÑA, y yo encantado...me dejo engañar por ella.

@_567_ hace 12 años

Este verano pinta más gris, Tharl, pero si entre todos evitamos que la altura de la quema de libros en la pira de la incultura que las modernas sociedades intentan implantarnos alcance niveles superiores a nuestro crecimiento como individuos puede que el próximo año alcancemos ese nivel de verdor que se le supone a la evolución de la especie humana. Hermoso homenaje a Bradbury, personalmente 'Farenheit 451' me parece una excelente novela, sólo por ella, como testamento literario del autor a falta de descubrir otras de sus obras en mi caso, merece que su memoria no se pierda en el olvido…

@FAUSTO hace 12 años

Bastante de acuerdo con tu visión sobre esta peculiar obra: una simbiosis entre el libro de relatos y novela. Como comentas, a pesar de su corta extensión, sobran algunas páginas, hay partes de relleno. También coincido con los episodios que destacas, que, curiosamente, me han gustado más los que tienen como participantes a los adultos. De los tres libros que he leído de este autor (“El árbol de las brujas” y “La feria de las tinieblas”) con características comunes: fantasía, aventuras y niños como protagonistas, “El verano del estío” es, según mi criterio, el mejor del trío. Unas historias sobre la fugacidad del tiempo, los recuerdos, vivir el presente con intensidad y el binomio vida-muerte, que son variables en calidad y atención, pero que de una forma global, y como dices al final, es una lectura recomendable con varios momentos amenos y agradables.