LA SANGRE DE LOS POBRES por Poverello

Portada de LA VIOLENCIA DEL AMOR

“¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuerto, hermosos edificios de grandes pisos, si no están más que amasados con sangre de pobres que no los van a disfrutar?”.

Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, fue un buen hombre, incluso antes de que se le cayeran todos los antifaces al sistema mientras contemplaba incrédulo las miserias de ese poblado campesino que visitaba en 1978 y que, junto con el asesinato de un compañero días antes, le llevó a la condenada tarea de la denuncia. Romero era un buen hombre, y entonces se hizo aun mejor, más justo. Tal vez por eso, su ministerio como Obispo duró tan sólo tres años; lo mismo que la vida pública de Jesús. No se puede decir la verdad, ponerse del lado del pobre y seguir vivo. Su claridad me abruma, me hace sufrir, emocionarme y repensar mi ingrávida vida: “la muerte es signo de pecado, cuando la produce el pecado tan directamente como entre nosotros: la violencia, el asesinato, la tortura donde se quedan tantos muertos, el machetear y el tirar al mar, el botar gente. ¡Todo esto es el imperio del infierno!”.

Decir que esta obra es irregular sería muy cierto, que se repite en ocasiones más que el ajo, también o aún más... y que está sujeta a la subjetividad del compilador una verdad tan grande como la propia vida de Monseñor Romero. Incluso la propia cita de la sinopsis, tan clarificadora sobre su comprensión de la lucha por el Reino, ni aparece en el libro. Pero en realidad, da un poco igual, a pesar de que se pueda dudar de algunos de sus planteamientos más ingenuos, porque esta es una OBRA PARA ATEOS en casi todos los textos que abarcan la realidad social y política de manera irreprochable, esos en los que nadie puede estar en desacuerdo si es capaz de lanzarse a una lúcida reflexión. Romero habla del Marxismo, de la propiedad privada, del materialismo, del aborto, del comunismo y el capitalismo, de la causa de los pobres, del dinero, de la ecología, de la justicia social, de la violencia estructural, de los medios de comunicación, de la oligarquía en El Salvador y de su ejército, que en orgullosa e indecente connivencia decidieron asesinarlo. “El pastor no quiere seguridad, mientras no le den seguridad a su rebaño”; coherencia de la que muchos hombres de Iglesia debieran aprender.

No es de extrañar que, su radical denuncia, llevara a la propia Iglesia -esa que tanto amaba- a la oposición compulsivamente respecto a su hermoso legado, cuando en incomprensible contraparte, sacralizaba a espuertas a la Madre Teresa de Calcuta, buena cristiana que le da menos dolores de cabeza. A ella y a los poderes fácticos. “Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando los privilegios y el apoyo de las cosas de la tierra -¡tenga miedo!- no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Ahí la llevas.

Y mientras la ignorancia dolorosa de su Iglesia intenta condenar a Monseñor inútilmente al ostracismo, la Comunidad Anglicana lo venera -como tantas asociaciones laicas- y fue nominado al premio Nobel de la paz en 1979, por su Violencia desde el Amor: "No odien. No dejen que se anide en el corazón de ustedes la serpiente del rencor. Que no hay desgracia más grande que la de un corazón rencoroso. No odien. Ni siquiera a los que torturaron a sus hijos. Ni siquiera a las manos criminales que los tienen desaparecidos. No odien". Difícil, pero no imposible, al menos para mí, que confío en su vida y en su obra: “no nos podemos contentar con grandezas mediocres”.

"Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás". Esta frase profética, tampoco está en el libro, pero Monseñor sigue muy vivo, en el pueblo, en cualquier pueblo que crea en la justicia y luche contra la opresión.

Gracias por todo “San Romero de América”.

Escrita hace 12 años · 0 votos · @Poverello le ha puesto un 6 ·

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