LA HUIDA por sedacala

Portada de CORRE, CONEJO

Libro de lectura obligada, por su repercusión y por elevar a John Updike al envidiado estatus de autor de referencia. Tiene un lenguaje directo, fácil, cotidiano y a veces trivial, lo que no excluye, que por momentos, eleve el tono de manera inequívoca y alcance un tono trascendente, poético y hasta místico, manteniendo el tipo bastante bien hasta que la narración vuelve a instalarse en lo prosaico y en lo común, para retornar después a lo mismo. Estos calificativos de trivialidad o de sencillez relativos al lenguaje y a las situaciones, no los aplico a la propia novela, que no es vulgar en absoluto, sino a algunas situaciones que se retratan en ella. A pesar de las fases del libro que tienen un contenido más sensible o elevado, se lee con notable facilidad, sin resultar pesado para ningún tipo de lector por su estilo llano, directo y coloquial.

La clave de la novela, está a mi modo de ver en las características de la historia, cuyo planteamiento tiene connotaciones sociales, por el comportamiento del protagonista y la subsiguiente reacción de los que le rodean; y también psicológicas, por cómo su mente se intenta acomodar al mundo exterior. El narrador no es Harry, ni ningún otro personaje; es un narrador omnisciente que sabe como piensa el protagonista y nos trasmite sus pensamientos. El año en que se escribió la novela, 1.960, marca la frontera entre las generaciones de jóvenes que vivieron la posguerra y las que pierden ya ese referente. Hay varios fenómenos culturales urbanos de esa época, las películas de James Dean, los Teddy boys, el rock and roll norteamericano, o la generación beat. Todos estos movimientos juveniles de contestación a la cultura de los mayores, basados en el desarrollo económico, y en el cambio de costumbres sociales, tenían además una apoyatura estética en la forma de vestir, en el baile, en la música y en la creación de mitos. Esto, les confería una aureola de innovación y ruptura en todos los órdenes que era sumamente atractiva para las generaciones jóvenes.

Esos elementos y esa estética, casi no aparecen en la novela, pero Harry Conejo, está sintiendo de alguna manera su influjo. Y en consecuencia, su inquieta personalidad especial, cae victima de un ambiente ya inoculado con el virus de la contestación. El, realmente, es un don nadie, un tipo corriente, demasiado corriente para que su mente sensible e inquieta se conforme con el papel que la sociedad le ha asignado. Y toma medidas para acabar con eso sin cortarse lo más mínimo; pero no medidas eficaces, coherentes y racionales. No, no era así como reaccionaban estas generaciones. Al contrario, actúa de manera directa, visceral y despreocupada, y luego, después, se empieza a hacer preguntas. Y razona sobre múltiples temas contrapuestos, existenciales, religiosos, sexuales, afectivos, familiares; cualquier cosa la somete a su análisis. Pero lo más curioso, es que se pregunta todas esas cosas sin dejar de correr, correr en sentido figurado, quiero decir. Él huye, a veces juega al golf y charla con el pastor episcopaliano, y otras veces fornica de manera compulsiva, pero incluso esas, son también formas de escapar; en realidad está tratando de evadirse de una realidad, la suya, que no le gusta nada. La sociedad americana en que se inscribe su comportamiento, sufrió un cambio muy grande en aquella época, y las actitudes de ese estilo, a la vuelta de pocos años empezaron a diluirse en la nueva cultura y en los nuevos usos y costumbres. Pero, en aquel momento, provocaron una indudable conmoción. La novela, refleja muy bien ese choque.

Hasta aquí, la fría radiografía que saco de ¡CORRE CONEJO!; de aquí al final, mi opinión particular. Es un libro muy especial, con las características de cierta novela americana costumbrista; describe la historia de forma clara y muy detallada, contando los problemas diarios de este chico, de su familia y de un pastor protestante que se empeña en ayudarles; es tan puntilloso que cae en el naturalismo al detallar algunas cosas de una manera muy perfeccionista. Pongo dos ejemplos muy dispares: uno, se excede un poco, con la actitud sexual de él y ella en la cama, y no lo hace por recalcar el erotismo, sino por definir bien la tensión que inunda su mente; otro ejemplo: jugando al golf con el pastor, da detalles de cómo vuela la bola cuando él la golpea abriendo la cara del hierro 7; supongo que pretende con ello que nos ambientemos en el “fairway”, pero más parece una clase teórica de cómo hacer bien el swing. Luego vienen momentos en que su mente, a través de la voz “en off” del narrador, se lanza a elucubrar sobre su mujer, sobre la del cura, sobre la otra, y la otra, y desde luego sobre si mismo, sobre su hijo, sobre el porqué de que todo haya ocurrido así y tratando de adivinar que es lo que va a ocurrir a continuación. Debo reconocer, que estas meditaciones no están mal hilvanadas y tienen una carga de profundidad que no tenían la mayoría de las novelas americanas de la época. Sin embargo, el lector ya lo habrá sospechado, nada de todo eso ha llegado a tocar mi fibra sensible. Cuando ya se ha instalado en mi ánimo de lector una cierta decepción, he aquí, que el libro pega un giro brusco en su trayectoria, como a unas cincuenta páginas del final. Y he de decir, que esas páginas restantes, si que tocan mi fibra sensible. En ellas, suceden cosas menos vulgares y mucho más trascendentes y sobre todo, se vuelve mucho más naturalista aún; se diría que repentinamente, ha empezado uno a leer un libro de Zola, por los trazos tremendistas y muy minuciosos. Así, se convierte en la parte mejor del libro, incluyendo en esa afirmación el mismo final.

Pero, así y todo, el sorprendente final no llega a hacerme cambiar la valoración del libro en su conjunto. Hay que convenir, en que para que a alguien le guste realmente un libro, ha de tocar un tema que le atraiga en alguna medida. Esto, no me ocurre en absoluto con la historia de un tipo corriente, que vive en su pequeña localidad del Este de los Estados Unidos. El tema, no solamente no me atrae nada, es que además me desagrada; generalmente las historias salidas de la vida cotidiana me seducen poco, sobre todo si son próximas a las circunstancias de mi vida diaria. Se podría decir que me duelen. Ya que he mencionado a Zola, pongo un ejemplo suyo: las situaciones terribles que se exhiben en Germinal son durísimas, hasta el punto de que muchas personas, conociéndolas, serían reticentes a iniciar su lectura. A mí, en cambio me entusiasmó el libro y no me molestó en absoluto su lado más dramático, que queda ampliamente compensado con la fuerza de su narración. ¡CORRE CONEJO!; en cambio, me ha dejado un sabor amargo y una buena dosis de tristeza y de desasosiego. La explicación: aquí se cuentan cosas que les pasan a personas que cogen todos los días el coche para ir a trabajar a un trabajo rutinario y poco gratificante, que pasan después por casa de la abuela para recoger al niño, que se ponen a ver la tele por la noche, y que tienen que aguantar como el llanto del niño no les deja ver su programa favorito; es decir, que podrían ser los vecinos de al lado. Sí, ya sé que esto es EEUU, años sesenta y no mi calle ni mi barrio, pero a Harry le siento próximo. Zola, en cambio, es un producto típico del siglo XIX, y la vida de los mineros de la Francia de entonces, me queda muy lejos. En esas condiciones, claro que digiero yo con buen ánimo las desgracias que ocurren en una novela.

En resumidas cuentas, está muy bien, y le gustará mucho a bastantes personas, pero yo particularmente, me mantuve distante, o quizá poco comprometido, durante casi todo el transcurso de la historia. Sólo al final, las últimas cincuenta páginas escapan de esas sensaciones, y las leí con auténtico interés. Es más, sin haberme satisfecho el ochenta por ciento de la historia, no me arrepiento en absoluto de haber leído el libro en su conjunto, quedando compensado por el gran interés del final.

Escrita hace 12 años · 4.7 puntos con 6 votos · @sedacala le ha puesto un 6 ·

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