A LA NOVELA, LO QUE ROMEO Y JULIETA AL TEATRO por Hamlet

Portada de LA CARTUJA DE PARMA

Acabo de finalizar la lectura de LA CARTUJA DE PARMA de Stendhal y aún me encuentro arrebatado por su catártico final y por las excelencias que me ha ido ofreciendo a lo largo de sus no pocas páginas.
Ahora entiendo la fascinación que esta obra ha ido deparando a tantos lectores, desde su alumbramiento en tan sólo dos meses de 1839. Hecho que aún hace más sorprendente su aquilatada calidad literaria, sin duda, fruto de un inspirado arrebato de genialidad, tras ocho años de sequía literaria para su autor. No obstante, en ella se palpa el profundo conocimiento de Stendhal del mundo y caracteres que describe en un excelente ejercicio combinatorio de precisión cirujana y belleza poética. LA CARTUJA DE PARMA es algo así como la explosión creadora de un genio contenido, y bendita sea esa contención a la luz de su insigne fruto.
No me extraña en absoluto, que entre otros, Honore de Balzac ( que le dedicó un estudio) la considerara la novela más importante de su tiempo, André Gide la novela francesa más grande de todos los tiempos, y que el mismísimo Tolstoi se viera influido por ella (salvando la diferencias y distancias), para bien de su aclamada GUERRA Y PAZ.
La historia de Fabricio del Dongo, su amor por y con Clelia Conti, y sus relaciones con personajes tan maravillosos e imborrables como Gina Pietranera, duquesa Sanseverina, o el Conde Mosca, rebosa frescura, fuerza, dramatismo, ironía y belleza por los cuatro costados. Una historia vibrante, repleta de hallazgos literarios, frases para la posteridad, momentos insuperables de tensión dramática, amores y desvaríos varios, personajes verosímiles pero excepcionales, son sólo algunos de sus maravillosos ingredientes.
Después de leerla me vienen a la cabeza, incluso con nostalgia, tantos momentos inenarrables (salvo para la pluma de Stendhal) como las escaramuzas del joven y atolondrado Fabricio en Waterloo o su estancia y fuga de la prisión de la ciudadela, por citar sólo algunos. También sus formidables, complejos y fascinantes personajes, con el conde Mosca y sobretodo la bella, astuta y sublime duquesa San Sanseverina a la cabeza.
En LA CARTUJA DE PARMA la acción más variada, las intrigas más elaboradas y el amor más impredecible y desbocado, se suceden prodigiosamente. Ese pequeño microcosmos que es la corte de Parma da una muestra diáfana del profundo conocimiento que tenía Stendhal de la rica y compleja condición humana, de sus acciones más elevadas… y de las más abyectas. Su elaborada escritura y su fina ironía hacen el resto.
También son muchos los momentos que dan lugar a la reflexión, incluso para el lector contemporáneo, al tiempo que le dan acceso a un sentir y vivir alejado en el pasado pero cercano como todo lo humano, pese a sus infinitas variaciones. La postura de Stendhal al respecto es clara, en unos apéndices que he leído, dice a propósito de ciertos historiadores graves y amantes de lo anecdótico: “¿Qué nos importa hoy un interdicto lanzado contra los venecianos o la historia de uno de los cien tratados de Nápoles?, mientras que se ve con interés la manera que se tenía en el siglo XVI de vengarse de un rival o de agradar a una mujer”. LA CARTUJA DE PARMA es fruto de esta actitud, una respuesta a ese interés, que se centra en lo humano y espiritual, motor al fin y al cabo de la vida, por encima de lo histórico y accidental. Aunque que nadie se lleve a engaño, la riqueza de detalles históricos, geográficos y de todo aquello que ayuda a situarse en el periodo en que se enmarca esta obra, está muy elaborado.
Uno de los aspectos que también me han fascinado, sólo entendibles en su época, es la relevancia de las juramentos religiosos y su incuestionable poder para determinar los destinos de las personas, más allá de lo inconcebible, uno diría de que de lo humano si no fuera porque son mujeres y hombres sus reos. Sorprende que el juramento, hoy tan frágil y devaluado, tuviera un poder tan ilimitado, y no porque hubieran personas externas que obligaran a su cumplimiento, si no porque su sacralización latía dentro de uno mismo. Muchos pensarán que son fantasías de un novelista, pero no estoy de acuerdo, por algo LA CARTUJA DE PARMA lejos de estar considerada una ensoñación romántica pasa por ser un ejemplo de Realismo avant la lettre.
Como única pega, si es que puede mencionarse como tal, es que cuesta al principio entrar un poco en la narración precisamente por eso, por esa descripción y necesaria instalación en la época en que se suceden los hechos. Y es que los hombres como Stendhal no entendían de fáciles concesiones comerciales, por suerte. Una vez adaptados (aquellos que os decidáis a su lectura) a lo que se os ofrece, preparaos para disfrutar de una novela emocionante y emotiva como pocas.
Por último, para concretar y encauzar mi admiración por este clásico (que en el caso de no producirse podría eternizar mi reseña), decir que me parece a la novela lo que ROMERO Y JULIETA al teatro. Y aunque pueda parecer blasfemo, sobretodo viniendo de mí, rendido admirador del genio de Stratford-upon-Avon, me parece, personalmente, preferible a la inmortal obra de los amantes de Verona.

Escrita hace 13 años · 4.8 puntos con 5 votos · @Hamlet le ha puesto un 10 ·

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