XIX por _149_

Portada de AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA

Houellebecq, con su perfecto aire de prosista de ordenador, afectando ese papel de outsider y, como la mayoría de gente que escribe en Internet, abusando de la primera persona, se acomoda en el cada vez menos exigente gusto del público con esta novela. De pronto me da la impresión de que al público lector le basta cualquier cretino que afecte subversión para identificarse con él, deshacerse en halagos y, así, encontrar una justificación para el propio malestar social. No entienden que el malditismo y la trasgresión ya no tienen lugar en un mundo totalmente permisivo, donde ya nada sorprende. Pienso, pues, que nuestro autor intenta pasarse de listo con esta novela, y lo irónico es que lo consigue. Ya volveré sobre esto.

Creo que esta novela ha sido mal entendida. A mí, al menos, me reafirma en la idea de que el éxito, en cualquier ámbito de la vida, es un malentendido radical. Sólo así me explico los aplausos que le prodiga la crítica a este autor. (Y es curioso: poco se ha mencionado que este escritor ha sido acusado de plagiar párrafos completos de la Wikipedia para sus obras.)

Houllequbec, según afirman sus lectores, ha escrito esta obra para denunciar ese lado injusto y miserable de la vida en sociedad —¿así o más cliché?—, postulando una teoría que, en mi opinión, simplifica, con toda intención, la manera en que funcionan las relaciones humanas. Pienso, sin embargo, que escribió esta novela no sólo para darse la razón a sí mismo, haciendo que su teoría encajase a fortiori en una realidad ya de por sí compleja —la manera en que deseamos al otro—, sino para despertar en sus lectores la sensación de que estamos siendo estafados por una estética hueca que impone el mundo mediático (“eso que ves en televisión, sólo eso es codiciable”). Y es ahí donde creo que fracasa, pues sus lectores no advierten su intención y caen rendidos ante su sistema de selección y exclusión sexual, al que sólo responden con un “¡es verdad!”, “¡tiene razón!”. ¡Pero cómo puede tener razón, Dios mío! Hay que andarse con cuidado al momento de identificarnos con lo que leemos.

Al personaje de Tisserand, por ejemplo, con quien Houllbuecq parece ensañarse tanto al grado de nimbarlo de todos los prejuicios estéticos que circulan en nuestro mundo, lo condena a un celibato por el simple hecho de ser “gordo y feo como un sapo”. Y esto se complace en repetirlo una y otra vez. ¿Cómo es posible que un francés escriba algo así? Un francés, es decir, alguien sin duda antecedido por incontables autores que tanto han escrito sobre el tema, desde Sade hasta Foucault. Para mi es evidente que esta novela esconde una artimaña. Eso, o estamos ante un malísimo escritor de novelas filosóficas que no sólo ha quitado tanto de en medio; que no sólo ha pasado por alto la seducción, la perversión, el fetiche y, en fin, todas esas quimeras que participan del “juego de la bestia de dos lomos” (para decirlo como Rabelais), sino que encima aboga por los dictados de un mundo igualmente superficial.

(Apuesto a que nadie se percató de que escribí dos veces mal el apellido de este autor.)

Escrita hace 13 años · 4 puntos con 3 votos · @_149_ no lo ha votado ·

Comentarios

@Culkas hace 13 años

Después de tu reseña lo que me sorprende es que le des un 7... Yo al menos suelo ser más exigente con mis puntuaciones.

@_149_ hace 13 años

Qué coincidencia, Culkas. Yo me leo a mi mismo y me percibo igualmente benévolo con este autor. Mea culpa.

Es curioso lo que me sucede a mi con la lectura: carezco de criterios consistentes para englobar, con puntuaciones verdaderamente justas, mis lecturas. Cada una es suceptible de inspirarme los criterios más dispares al momento de valorarlas. Y digo lecturas (que no libros), porque a veces hasta una misma obra es capaz de evocarme apreciaciones muy contrastantes. Debe ser ese punto ciego e indeterminado de la lectura, y también que..., bueno, uno se va haciendo viejo y olvida algunas cosas. Saludos.