Me ha hartado esta Dolce Vita de Caracas, tan de su época. La devastación de un hombre, profesional liberal, aplastado por la ciudad y los compromisos familiares y laborales que destruidas sus fantasías de poeta ahoga las penas en amantes y alcohol. No pueden interesarme menos estos lamentos de macho doliente.
Sí me interesa la habilidad cinematográfica de Garmendia para yuxtaponer la conciencia individual y la metrópolis, pasado y presente, sueño y realidad, en un montaje de planos sin solución de continuidad que se lee como el visionado de una peli de Resnais (La guerra ha terminado, 1966) o Costa-Gavras (Z, 1969). Garmendia pertenecía al mismo zeitgeist marcado por Faulkner, Picasso, Sartre y el cine. En él me interesa, sobre todo, un juego de tiempos verbales poco habitual.
Es una narración en presente cinematográfico a varios tiempos, muy descriptiva: imágenes, metáforas y adjetivos, como una cámara en mano que desde dentro de la acción no deja un cuerpo, un rostro o un detalle sin registrar, sobre todo si es sórdido. La narración también es vehemente, cínica, audoindulgente e inconscientemente machista; marcas de una época.
La gran pasión de Día de ceniza es lo escatológico. Garmendia narra el sexo y las deyecciones con la misma prolijidad de imágenes y metáforas. Se trata, no obstante, de literaturizar cualquier contenido y de regodearse en lo que él sigue considerando una materia vulgar más que de una escritura joven y espontánea libre de prejuicios.
Los personajes son siempre "títeres" o "muñecos" o "figuras", seres cosificados que surgen en el campo perceptivo del protagonista. La poética de la crueldad de Día de ceniza se basa en el registro despiadado de lo objetual, incluyendo como tal a cuerpos y rostros, en recoger meticulosamente cada detalle fuera de lugar o ajeno al orden natural, y especialmente los signos del paso del tiempo. Día de ceniza es también escatológica en el otro sentido: una novela dedicada por entero al fin. Una novela de la decadencia.
Aquí algunos fragmentos, cogidos casi al azar, para catar el tono, el estilo descriptivo e impresionista, la mujer como figura literaria y satélite de la masculinidad doliente, la cosificación de los personajes y la poética de la decadencia:
«El oído borra la música filtrada de los radios, el zumbido del automóvil que pasa, alguna voz perdida, un grito o un canto de mujer que ha llegado a la acera adelgazándose por entre tabiques, cortinas y corredores solitarios achicados por la penumbra». Olé.
«El local ofrecía un aspecto de despojo, de exterminio lento y se veía demasiado grande y escueto, tal vez porque en otra época fue cómodo y lujoso y el tiempo lo vino destruyendo a pedazos»
«Aparecía ante ellos el alemán, un ser casi inexistente, todo de pelo y huesos; un arbusto enteco trasplantado a una tierra hostil que lo había atrofiado por completo...» o «Irrumpió en mangas de camisa, jadeante, la figura de títere de Pablo Gil con su pelo amarillo, baboso, cayéndole en los ojos y en sus dientecitos de conejo a flor de labios que dibujaban una risita cómica y nerviosa»
Del libro me hartó la afectación de su estilo y su aplanamiento: la ausencia de otro movimiento en el tono que no sea el declinar.
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Nota:
Día de ceniza se publicó en 1963 por Monte Ávila. El mismo año de Rayuela y La ciudad y los perros y, pese a todo, no desmerece a ninguno de los dos. Es tan bueno y tan malo como otras novelas del bum latinoamericano y pertenece al mismo mundo existencialista, urbano, comprometido y de vanguardia.
Inmersa en su propio bum, petrolero, Venezuela tuvo la mala suerte quizás de construir un ecosistema editorial propio de editores venezolanos, fondos públicos y lectores internos, ajeno a las becas de Paris, a las editoriales españolas y a la solidaridad de la izquierda global con las víctimas del imperialismo yanqui. En otras circunstancias puede que Dia de ceniza o País portátil no fueran tan difíciles de encontrar.
Escrita hace 7 días · 0 votos · @Tharl le ha puesto un 7 ·