«Así que mi pequeña estatura me había condenado a seguir a mi madre al baño Addi, todos los domingos por la mañana. Una prueba humillante que hacía felices a mis compañeros al verme pasar, con mi cubo en la mano, en dirección al infierno. Tuve que sufrir mucho tiempo este universo glauco, húmedo, poblado de carne fláccida, nalgas en su mayoría gigantescas, tetas colgantes como odres medio vacíos, pubis enmarañados bajo vientres chorreantes y una profusión de gritos estridentes devueltos por mil ecos fantasmas. Estas penosas escenas eran interminables. Encantadas de encontrarse unas con otras, las mujeres pasaban allí horas y horas...» (p. 77)
Las fotografías de Luis Asín sí son hermosas: capturas de la luz, las celosías y las texturas de Marrakech.
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