Empezar un nuevo libro de Dickens siempre me desconcierta. No tiene ni el denso rigor descriptivo, ni la aguda conciencia de la Historia, ni el penetrante análisis social de otros autores decimonónicos. ¿Me había engañado el buen recuerdo de ‘David Copperfield’? Oliver no había salido aún del orfanato cuando ya había desaparecido cualquier duda. Dickens no pertenece a su siglo, es un escritor del futuro.
La mayoría de los escritores del XIX, tan cultos, describen las escenas a la manera de un cuadro, pero Dickens no. Dickens narra desde una absoluta simpatía visual sus personajes, introduciéndose cariñosamente en su punto de vista, lo que le vuelve asombrosamente cinematográfico.
Dickens puso el secreto de su estilo en boca de David Copperfield, quien para ganar el amor de sus compañeros en Salem House narraba sus historias favoritas "creyendo profundamente en ellas" y con "sencillez y gravedad".
De ese tono proviene la famosa ironía dickensiana, que demuestra que se puede ser tremendamente irónico y satírico sin ser un imbécil. Supongo que a David Foster Wallace le convendría haber leído a Dickens en lugar de a Jonathan Swift. Es una ironía que comenta, denuncia y desenmascara las dinámicas sociales de su tiempo manteniendo siempre las apariencias, respetando la performance caballeresca de casi todos sus personajes con independencia de su condición social. Se trata de señalar la teatralidad que sustenta la distinción social: una ironía que rebaja a los seres pomposos como Mr Bumble y confiere una genuina dignidad, como pompa de jabón, a los miserables como Lince o el mismo Fagin. El resultado es una experiencia radicalmente igualitaria.
Si tuviera que resumir en pocas palabras por qué me gusta tanto ‘Oliver Twist’, y Charles Dickens en general, diría que por su extraordinaria superficialidad. Atentos a como se niega a profundizar en la psicología de Oliver en el momento más importante del personaje. Para empezar introduce en análisis psicológico del narrador omnisciente en las maquinaciones de Fagin:
«El astuto y viejo judío tenía al muchacho en sus garras y, habiéndole mentalizado mediante la soledad y la oscuridad para que prefiriese cualquier tipo de compañía a la de sus propios pensamientos en un lugar tan inhóspito, ahora le estaba inculcando lentamente en su alma el veneno que esperaba que la ennegreciera y le cambiase el color para siempre.»
Un escritor menos grande habría creado un complejo drama psicológico en torno a Oliver y su culpa por haber decepcionado a Mr Brownlow o alrededor de un trauma de orfandad. Pero Dickens huye de la dramaturgia del análisis psicologicista: su psicología consiste en un juego de apegos y afectos, lo que le convierte también en un excelente manipulador. Tan capaz de crear a un inolvidable personaje maquiavélico como Fagin como de llevar al lector por donde quiera.
Esta pasión de Dickens por lo epidérmico le permite comprender mejor a sus criaturas, armar diálogos al mismo tiempo sencillos, costumbristas y sensacionalistas y adelantarse a la narración cinematográfica, construyendo también una poética del gesto. No hay un solo párrafo que no contenga al menos un destello cargado de afectos que vuelve a sus criaturas más reales y vivas en la imaginación que las que de verdad.
‘Oliver Twist’ está repleto de personajes y destellos de este tipo: la gracia de Lince y Bates, las artimañas de Fagin, el odio y la violencia que se cuela respectivamente en las líneas de Monks y Sikes, el asesinato de Nancy que debió de marcar profundamente al Dostoievski de 'Crimen y castigo' y momentos de una ternura inolvidable como la bendición que dio el pequeño Dick a Oliver el último día que se vieron. Así es como se narra con sencillez y gravedad:
«La bendición venía de los labios de un niño pequeño, pero era la primera vez que Oliver la había oído invocada sobre su cabeza y a través de todas las peleas y sufrimientos de su vida posterior, de todos los apuros y cambios de muchos años agotadores, nunca la olvidó ni un instante.»
Escrita hace 10 meses · 5 puntos con 1 voto · @Tharl le ha puesto un 9 ·