Notas sobre La nueva lucha de clases por Tharl

Portada de LA NUEVA LUCHA DE CLASES: LOS REFUGIADOS Y EL TERROR

Como todos sus libros militantes, ‘La nueva lucha de clases’ es una aplicación inmediata de las ideas, figuras, conceptos y chistes habituales de Žižek aplicados a un fenómeno de actualidad. En 2016: los refugiados (o el terror).

Vuelven: la trampa del doble chantaje (Macron o Le Pen, neoliberalismo anglosajón o capitalismo autoritario, almas bellas o populistas antiinmigración…), la cúpula ética y sexual de Occidente (el apartheid, el dentro/fuera), el problema de Frankenstein o la subjetivación del monstruo, la ironía de reducir el legado emancipador europeo a su práctica colonial en el momento en que estas se han consumado y globalizado, la paradoja del superego como modelo de tolerancia (cuanto más obedece eres más culpable), el fetiche de la “violencia divina”, el rotundo “Auschwitz no fue un centro de enseñanza”, la guerra cultural como un desplazamiento abstracto del universal concreto de la lucha de clases, la sobredetermianción de esta sobre las demás luchas de colectivos, lo creepy como el núcleo siniestro del prójimo y el problema del goce (la impenetrabildiad del deseo proyecta paraísos en donde se está excluido), aquel énfasis lacaniano en que somos responsables de nuestros placeres (de nuestra forma de subjetivación), etcétera.

Junto a ello, una hermosa interpretación de Centauros del desierto y un análisis necesario de la economía política de los refugiados para decir que “el actual desorden es la auténtica faz del Nuevo Orden Mundial”. Agradezco que, más que en las intervenciones occidentales en Oriente Medio, Žižek se detenga en los 4 millones de asesinados en El Congo por violencia política y el polinomio “empresa extranjera”-“señores de la guerra”-“minerales raros”-“violencia política”-“refugiados”.

Y por tanto, vuelven los ataques habituales de Žižek: a la tolerancia liberal (que por un lado alimenta la extrema derecha y por otro cumple su programa bajo un racismo con rostro humano), al multiculturalismo (como cultura occidental dominante que se niega a sí misma y la posibilidad de un universal positivo) y a los fetiches de la izquierda radical (el colapsismo o la proyección anticapitalista en el terrorismo islámico y la violencia nihilista).

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De fondo esta la única cuestión verdadera para Žižek: “¿hemos de respaldar la aceptación del capitalismo como un hecho de la naturaleza (humana), o acaso el capitalismo global actual contiene antagonismos lo bastante fuertes para impedir su reproducción infinita?” (pp. 94 y ss). Estos son: la catástrofe ecológica, la integración de la propiedad intelectual como propiedad privada, las implicaciones socioéticas de la biogenética y las nuevas formas de apartheid. Los tres primeros asociados al bien común: de la naturaleza, de la cultura y de la herencia humana (naturaleza interior).

La disyuntiva es si queremos defender el bien común como intereses privados para quienes estamos dentro o de manera universal incorporando el cuarto punto. Lo primero lleva a un régimen autoritario-comunitarista; lo segundo es lo que Žižek llama comunismo. El “comunismo o barbarie” es relanzado a los liberales bajo la forma de “comunismo inexplorado o socialismo real”.

Y así llegamos de vuelta a los primeros trabajos de Žižek, los que le llevaron al psicoanálisis lacaniano (apenas presente en este libro): ¿quién es el sujeto de esta ontología política?, y con ello al antiguo dicho hopi que repite siempre: “nosotros somos aquellos que estábamos esperando”. No existe un agente revolucionario predestinado por la Historia, no existe una necesidad histórica de la revolución, no habrá un acontecimiento (un desastre ecológico, un flujo migratorio) en que advendrá el Gran Otro que nos salvará.

Ante ese obsceno fetiche colapsista de la izquierda radical que pretende importar y subcontratar la revolución, Žižek nos recuerda que si existe una necesidad histórica según la dialéctica del capitalismo global es la autodestrucción nihilista. El desastre solo alimenta la polarización que lo sustenta (racismo, geopolítica del interés propio, fundamentalismo, etc.). Y a los progresistas que retrasan su actuación esperando la luz al final del túnel hay que recordarles también que será “la de otro un tren que se acerca en dirección contraria”. Y llegamos así al lema del último Žižek, “el valor de la desesperanza”:

“El auténtico valor no consiste en imaginar una alternativa, sino en aceptar las consecuencias del hecho de que no hay ninguna alternativa claramente perceptible”. Y confiar en que está “libertad de” la Historia resulte también en una “libertad para” experimentar de manera creativa. Pensar más allá del “no hay alternativa”.


Respecto al asunto en sí de los refugiados, me quedo con dos cosas:

1) la forma en que Žižek replantea el problema de la inseguridad. No lo dice exactamente así pero viene a recordar la diferencia radical entre las violencias efectivas y la inseguridad imaginaria: que las primeras se sustentan en la gestión simbólica de la sensación de inseguridad (antiinmigración, racismo higiénico, lucha contra las droga, estado policial…) y que su efecto no es tanto la reducción de las violencias reales como investir de real politik los intereses ajenos y mantener la opacidad del problema, el “no hay alternativa”: saber, la dificultad de señalar estas violencias como el envés del capitalismo global.

2) la identificación entre terrorismo islámico y fascismo antiinmigración como dos formas de subjetividad nihilista.

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