Notas sobre 'El jinete polaco' por Tharl

Portada de EL JINETE POLACO

No sé qué impulso me ha llevado a coger ‘El jinete polaco’ de la casa de mi padre. Dudo que haya mucha gente joven que lea a Antonio Muñoz Molina. Admito que pertenece a una generación que me cae más bien antipática, la del régimen del 78, la del desarrollismo, los baby boomers de El País… Imaginad mi sorpresa cuando veo que comienza como una novela de Marsé (los recuerdos del pasado que asaltan la intimidad de una pareja de ‘Últimas tardes con Teresa’) y sigue con la recreación mítica de Mágina a través de la memoria personal y colectiva y la repetición de leitmotiv como en ‘Cien años de soledad’. Sí, Muñoz Molina llegó 30 años más tarde y no es Marsé ni García Márquez, pero es buena literatura.

Mientras que en 1960 el consumo energético de la humanidad sólo se había triplicado respecto a la primera revolución industrial en el siglo XVIII, a partir de entonces se multiplicaría por catorce. Esto quiere decir que entre el mundo de Elvis o el cine clásico, el de Julio Verne y el de Kant apenas cambió el mundo, después: la Gran Aceleración, de la que la generación de Muñoz Molina fue su protagonista (y beneficiarios). Supongo que en España, además, el choque entre el desarrollismo y la posguerra hizo la ruptura más notoria. Por lo demás, es significativo que en ‘El jinete polaco’ esta discontinuidad sea más importante que la de la Transición.

Cuento esto porque la posición de partida desde la que escribe Antonio Muñoz Molina es la distancia insalvable que percibe respecto a sus padres, la ciudad en que creció y el mundo que tanto cambió en esos años. Dividida en tres bloques: pasado familiar, juventud y presente, ‘El jinete polaco’ parece el intento de suturar esa distancia a través de la memoria y la literatura.

Pero no es una memoria material preocupada por el rigor, los testimonios y la realidad documental; sino la memoria sentimental y literaria donde se diluyen las diferencias y una ciudad imaginaria puede representarlas a todas. Se trata de la mistificación del pasado a través de la imaginación: una fantasía privada sobre la vida del campo, sobre la Guerra (que es una realidad incuestionada en sus causas y efectos, aceptada, trágica), sobre la mujer (Nadia, una fantasía masculina rastreable en tantas novelas de la época) y sobre la masculinidad propia (ser ‘like a rolling stone…’).

Por más que ‘El jinete polaco’ se entregue (con un poco de naftalina) al terreno erótico, no hay en ella ningún cuerpo, no hay condiciones materiales, ni testimonios, ni diálogos, ni siquiera hay escenas: todo son bloques densos e intransitivos de una memoria personal y siempre romántica que se proyecta sobre el pasado, sobre los vecinos, sobre los padres o sobre las mujeres para reconstruirlas a partir de la imaginación y de los referentes literarios y pop de uno mismo. Si la novela tuviese otra forma, si se hubiera tenido que entregar a las escenas o a los diálogos, a la escucha de testimonios (que no es lo mismo que el relato oral), a la descripción objetiva y a la forma transitiva de un relato, entonces no habría podido sumirlo todo en la operación sentimental de su autor. Este es, me parece, el quid (y el logro) de ‘El jinete polaco’.

Dejando a un lado que tras un comienzo exigente la novela aterrice progresivamente en una narración más convencional y sobrepoblada, que sea una novela fatigosa, que su longitud esté mal medida, que Muñoz Molina no sea un maestro del periodo largo y la mayoría de sus frases se podrían separar con puntos sin sufrir cambios… lo que me admira es la confianza del narrador en su autoridad. Cómo se proyecta desde la distancia, reconoce la otredad y la habita desde sus fantasías, y también el poder de la literatura para hacerlo y forjarse en estas proyecciones un carácter.

En ‘El jinete polaco’ no hay ningún intento de escucha, ni de dar voz, ninguna preocupación por los lugares concretos, ni por las cunetas o los cadáveres de la historia, sino el intento de poner a cada cuál en su lugar literario. Y, sin embargo, lo hace con reconocimiento y ternura y desde la necesidad de comprender el tiempo entero desde uno mismo o, mejor, desde el encuentro de dos amantes.

Escrita hace 2 años · 5 puntos con 3 votos · @Tharl le ha puesto un 7 ·

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