TRÁNSITO INFERNAL por sedacala

Portada de PELANDO LA CEBOLLA

Si alguien está pensando leer “Pelando la cebolla”, lo primero que debe saber es que no hablamos aquí de una novela, sino de las memorias juveniles del, ya por aquel entonces (2006), consagrado y laureado escritor Günter Grass, que vertió en este libro su trayectoria vital en la Alemania de los años cuarenta y cincuenta, y lo hizo en un momento en que la remembranza de aquel pasado convulso podía fácilmente destapar dudosas y malintencionadas interpretaciones del máximo morbo periodístico. Su nombre ya era sobradamente conocido desde que escribiera “El tambor de hojalata” en 1959, y las concesiones de los premios Nóbel, y Príncipe de Asturias, en 1999, agrandaron su popularidad hasta ponerle en el punto de mira de los que, leyendo este libro, se encontraron cosas tan llamativas como que el polemista y dicharachero escritor de izquierdas, llevó en el cuello de su guerrera el símbolo de las Wafen-SS, eso sí, cuando tenía la tierna edad de diecisiete años. La verdad es que su obra literaria estaba ya repleta de obras que trataban aquellos años, si bien desde otros puntos de vista más inocuos, como su infancia en Danzig (“El tambor de hojalata”), o como aquel episodio tremendo del hundimiento del navío Wilhelm Gustloff (“A paso de cangrejo”), considerado históricamente como el record mundial de catástrofe naval en tiempos de guerra o de paz (9.343 fallecidos, seis veces más que en el Titanic). Son memorias con un contenido tal, que hace pensar que fueron creadas con un claro carácter de testimonio lanzado al aire a modo de desahogo, sin ánimo de ocultación de detalles, sin ningún tipo de tapujos y contándolo todo aun a sabiendas de la repercusión que podrían tener ciertas revelaciones. Es indudable que la independencia de que hacía gala en ellas, reforzaba su posición personal, dejándole al margen de ataques y maledicencias referentes a episodios juveniles vinculados al régimen anterior, o por lo menos así era como quería verlo él, con un olímpico desprecio de las opiniones contrarias.

Centrándonos en el libro, hay que decir que su lectura está presidida por dos aspectos fundamentales: uno, la impronta que marca el lenguaje que utiliza; otro, el terrible momento histórico en que se desarrolla; creo que ambas cuestiones dejarán a lo largo de su lectura un rastro que agrandará su valoración final. Al menos ha sido así en mí caso.

Gunter Grass no escribe como lo haría el escritor convencional que busca, en la cuidada ortodoxia de su escritura, el equilibrio de su texto. El suyo es un estilo muy peculiar, con el que dice las cosas de manera sumamente personal y muy simbólica, apoyándose, además, para poder brillar, en una prosa absolutamente libre, en la que a menudo refuerza el sentido de lo que quiere decir con repeticiones y giros propios del lenguaje hablado, recurriendo a palabras que son la suma de varias palabras con ánimo de recalcar contestaciones o lanzar exabruptos inopinados. Crea de esta forma un lenguaje extrovertido, ocurrente, e incluso jovial, formado por vivencias personales que, en algunos momentos, descienden a la sencilla categoría de chismes, chismes con los que llevar al lector de la mano a donde él quiere, contándole cosas que a veces le interesan y otras no tanto, pero en las que siempre hay una amenidad implícita que las convierte en absolutamente digeribles, e incluso, bastante atractivas. Si sumamos a esto la indudable sensación de que el material con el que está construido el relato, rezuma la trascendencia propia de un momento histórico tan decisivo, el conjunto acaba por arrastrar a un lector que antes o después simpatiza con el autor y se deja llevar por los detalles de una narración tan sumamente personal. A veces hay que reconocer que sus extravíos de carácter simbolista, oscurecen un poco su prosa, que por momentos parece críptica e indescifrable, pero son momentos cortos y pasajeros que se ven continuamente contrapesados por ese tono de chanza que no abandona en ningún momento, ni en los más graves, de su discurso.

Pero como decía más arriba, hay dos consideraciones que marcan este libro: una, como acabo de explicar, su enorme personalidad como escritor; y la otra, quizá aún más influyente, el escenario político, sociológico y económico, propio de aquellos años; para exponer esto último, mencionaré ciertos movimientos del protagonista, que creo conveniente contar porque ayudan a saber qué es lo que va uno a leer y lo transcribo sin pudor, porque, al no ser novela, no hay trama propiamente dicha y lo narrado pertenece a acontecimientos históricos sobradamente conocidos que no destripan la lectura. Así y todo, sé que conocer de antemano lo que va a ocurrir puede molestar a esos lectores que valoran un absoluto desconocimiento previo de lo que leen, por lo que hago aquí un notorio llamamiento a no continuar leyendo si no se desea saber más sobre su contenido; o sea, incluyo aquí eso que venimos llamando SPOILER.

La época que abarcan los años en que sucede esta narración, viene tremendamente influida por las especiales circunstancias que se vivían en Alemania desde mediados de 1944, año en que decide alistarse voluntario en el ejército (concretamente en la marina, porque quería servir en un submarino), hasta 1957, año en que se traslada a Paris en donde escribe “El tambor de hojalata”, momento clave de su trayectoria en el que accede definitivamente al éxito literario. A lo largo de esos trece años recorre un camino extraordinariamente variado, que arranca con la dureza del periodo de instrucción militar a los diecisiete años, sigue con la participación en el frente del Este en una guerra defensiva, desarrollada en franca retirada, en la que queda separado de su unidad, corriendo más riesgo de que le ahorque la policía militar de su propio ejército (por desertor), que de que lo mate el enemigo ruso. Milagrosamente a salvo, llega el restablecimiento de sus heridas en un hospital absolutamente desabastecido, todavía dentro de una Alemania moribunda; pasa luego una larga temporada, primero en un campo de prisioneros (ya en manos de las fuerzas de ocupación), después en una especie de reformatorio en donde afirma hacerse amigo de un compañero suyo bávaro, tremendamente religioso, de nombre Joseph y de apellido que él desconoció entonces, filiación y antecedentes coincidentes con los de un tal Ratzinger; y al fin llega su definitiva puesta en libertad, que da lugar a un peregrinaje por distintos trabajos y ocupaciones (fundamentalmente tallando piedra como escultor), hasta que tras uno o dos años consigue volver a contactar con su familia, localizada en algún lugar de la cuenca del Rhin. A este respecto, es explicable la dificultad que tuvieron muchas familias para reencontrase, como lógica consecuencia del desgarro que produjo la guerra, agravado además en su caso por el hecho de que los vencedores (los rusos) expulsaron sistemáticamente a toda la población alemana de Danzig (su ciudad natal), que pasó a repoblarse con polacos, a denominarse Gdanks, y a formar, definitivamente, parte de Polonia. En los últimos años hasta 1957, cuenta sus progresos artísticos y literarios (dedica sus ratos libres a la poesía), y narra la evolución de su vida sentimental, hasta los momentos previos a su matrimonio, con el viaje que hizo con su pareja por Italia y con su asentamiento durante aquellos dos años en París. Conviene también reseñar aquí que, en este periodo en el que pasa de los dieciséis a los treinta, Grass desarrolló más su primera vocación de niño relacionada con el dibujo y con la escultura, que con su otra gran vocación, la literaria, en la que además le dio antes por la poesía, que por la prosa.

Como se puede comprobar por lo dicho, la narración de ese periodo muestra una trayectoria que va de soportar la euforia propagandística del régimen nazi en el final de la guerra, a tener que sobrevivir en la sociedad competitiva y febril de la República Federal de Alemania en el periodo de arranque del milagro económico alemán, lo que supone una mutación nada desdeñable, con la consiguiente alteración del ánimo que hay que suponer en alguien que pase de ser un ilusionado jovencito de dieciséis años (y nazi), a convertirse en un taimado, vapuleado por la vida, y, en definitiva, experto joven de treinta años (e izquierdista, además). La convulsión que, en semejantes circunstancias, debió producirse en su personalidad, tuvo que ser necesariamente brutal y su libro va haciendo que el lector capte progresivamente ese cambio y asimile los efectos que van apareciendo paulatinamente en la personalidad de nuestro protagonista.

Toda la gracia de “Pelando la cebolla”, que es mucha, reside en la atenta observación de esa mutación, contada con un atractivo y personalísimo lenguaje.

Escrita hace 4 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 4 años

Magnífica autobiografía. Fundamental para entender meejor El tambor de hojalata y lo que siguió....

Uno de los escritores alemanes más lúcidos del siglo pasado, que ya empieza a olvidarse.

@Tharl hace 4 años

Pues parece una mutación fascinante, Sedacala, que seguramente estará muy bien inscrita en la Historia. De un joven exaltado nazi a toda la rearticulación ética, política y sentimental que tuvo que producirse después. Gracias por ponerla sobre la mesa.

@sedacala hace 4 años

De tú comentario, Tharl, se deduce que no acerté a dar en mi reseña una idea ajustada del personaje en el punto de partida de estas memorias, que es el año 1944 (tenía 16 años). Nuestro protagonista no era exactamente un joven exaltado nazi, era más bien un joven que, siguiendo la marea propagandística del régimen nacionalsocialista, decidió alistarse para luchar en lo que más le gustaba, que eran los submarinos. Pero no era (al menos es lo que él mismo dice) una especie de descerebrado que fuera por ahí rompiendo los cristales de los judíos.