LA LITERATURA EGIPCIA por sedacala

Portada de ENTRE DOS PALACIOS

Naguib Mahfuz recibió el Nobel de literatura por la importancia, entre otras razones, de su “trilogía de El Cairo”, obra integrada por tres novelas, la primera de las cuales es “Entre dos palacios”. El conjunto de su obra se puede distribuir entre varios periodos: novelas históricas ambientadas en el antiguo Egipto faraónico; tramas alrededor del nacionalismo egipcio que convulsionó el país en la primera mitad del siglo XX; búsqueda de asuntos en la sociedad urbana contemporánea; e incluso en su última época, cuentos con un enfoque que deriva hacia el surrealismo. En esta novela, cuyo leitmotiv son las cuestiones sociales, refleja la vida familiar de un comerciante de clase media, con una descripción exquisitamente exhaustiva de cada miembro, de la familia en su conjunto, y de los lazos matrimoniales con que ésta va creciendo; es básicamente una historia familiar que hacia su final se contagia en cierta medida de las circunstancias políticas del momento (revueltas nacionalistas contra el protectorado británico).

Hago antes de nada una pequeña declaración de principios: yo creo que la postura que se debe adoptar para enfrentarse a una novela situada en una sociedad islámica, es la de imbuirse en su cultura, adaptarse al medio en que se desarrolla, e interpretar la narración en ese contexto, sin escandalizarnos ante comportamientos que para nosotros serían impropios, aunque para ellos no lo sean. Sin embargo debo decir también que yo no conseguí esa adaptación, ¿por qué razón? Todo proviene del disgusto que nos invade cuando observamos que los que ostentan el poder aprovechan la autoridad que les otorga su religión, para hacer una interpretación espuria y sobre todo —como era de temer—, para hacerla en su propio provecho. Así comprendemos en sus correctos términos la actitud del “pater familiae”, para el que el alcohol, las mujeres, las juergas, u otros asuntos parecidos, son opciones válidas para él, u otros como él, pero son pecados gravísimos para aquellos que están bajo su jurisdicción. Y algo así es inasumible, porque cualquier lector podría adaptarse a otra cultura pero no al cinismo y a la mentira. Eso sería como dar legitimidad a la ley del embudo.

Volviendo a la novela, su lectura hace que el lector se sienta ante un escritor de gran calidad, algo frecuente en los premiados con el Nobel de literatura; su prosa es directa, a veces un poco críptica, aunque sin llegar a lo intrincado, pero siempre es entrañable, y muestra además una amplia gama de personajes y caracteres, trazados todos con una maestría extraordinaria. Esto impresiona desde el principio, pero hay que recalcar además que esa impresión positiva se ve enseguida acompañada por el encontronazo que el lector siente al tropezar con la realidad social, de costumbres, y religiosa en que se inserta la narración. La influencia de la religión sobre los miembros de la familia abarca a todo y, por tanto, todos los comportamientos son retrógrados hasta lo inimaginable, y siempre, claro está, en una misma dirección; el padre de familia es todopoderoso, los demás miembros no tienen ninguna capacidad de opinión ni de decisión en ningún asunto, es un sometimiento total, y en esa misma línea, como se puede uno imaginar, todavía es peor para las mujeres, ya sean hijas o esposas. Y es especialmente significativo que, aunque hijos o esposa tengan alguna tentación de rebelarse contra ese orden (son humanos y al fin y al cabo se les podría pasar por la cabeza), esa reacción prácticamente no se produce ni de obra, ni siquiera de pensamiento.

Hay que puntualizar que a pesar de que el protagonista aparezca como tremendamente estricto, su dureza no se puede considerar rara o infrecuente, sino al contrario, sus amigos le admiran por considerar su dureza como algo ejemplar. En el texto quedan reflejados el sentir de cada elemento de la familia y los recursos a que recurre cada uno para acomodar sus sentimientos a las circunstancias opresivas, en una lucha entre la naturaleza humana y la inevitable imposición, en la que suele triunfar esta última; y es que están tan impregnados de sumisión que se la aplican a sí mismos sin titubear, y más aun las que más la sufren, que son las mujeres. Sorprende constatar el grado de cinismo de los que ostentan el poder, al aplicar las normas religiosas severamente a los demás, allí donde ellos mismos se las saltan a su conveniencia. De lo que se infiere inmediatamente que esas normas religiosas, que abarcan todos los ámbitos de la sociedad, funcionan como un mero instrumento de perpetuación del poder, sin posibilidad de que los sometidos lo revoquen, por cuanto dichos preceptos están coartando a todos, impidiéndoles desprenderse de su influjo, a riesgo de verse perseguidos por una sociedad que protege (es un decir) a los que se someten al Islam, mientras castiga severamente a los demás, y no me refiero solo a lanzar anatemas sobre ellos, sino a ponerles a disposición de una autoridad con capacidad para administrar severos castigos corporales o penales. No solo aparecen los diálogos interiores de los oprimidos, también el padre manifiesta las quejas que le atribulan, barajando sus inquietudes, y su calculada evaluación de cuál debe ser el límite de la exhibición pública de su despotismo, y digo pública porque es significativo descubrir aquí, en su discurso interior, la enorme importancia que le atribuye a la “pública opinión”. En todo caso el diálogo interior en este y en todos los personajes es de gran altura y la posición del autor se decanta inequívocamente por criticar duramente un sistema social, que no debería dejar indiferente a nadie, aun profesando la religión islámica.

Todo esto que cuento, ha de servir para crearse una imagen ajustada del ambiente social, y para conocer las pautas de comportamiento de sus personajes, y como tal conviene saberlo. No creo que haya desvelado la trama al exponer ciertas actitudes de los personajes pero, de cualquier forma, creo que es fundamental conocer esos detalles antes de decidir enfrentarse a su lectura. Hay que tener en cuenta que el objetivo básico de esta historia, es exponer y desarrollar a través del narrador omnisciente, la inquietud que atormenta a los personajes, desde el padre con su poder tiránico, hasta los demás en sus diversos grados de sometimiento, incluido entre ellos el delicioso personaje de Kamal, el hijo de diez años. Es un conflicto que late permanentemente en sus mentes, y que podríamos identificar como la lucha del espontaneo sentimiento humano, de un lado, y la rígida ortodoxia que impone la religión islámica, del otro; es un estado de enfrentamiento que bulle de forma latente en el corazón de esa sociedad, y suponemos que lo que ocurre en esta familia es representativo de lo que ocurre en muchas otras parecidas. Su lectura por tanto es muy densa, y al lector le puede parecer, o muy gratificante, o por el contrario, muy demoledora, y ante la duda conviene tener todo bien identificado antes de decidirse a leerla.

Pero no quiero dejar de apuntar aquí, que hay dos rasgos a favor de la novela tremendamente atractivos; ambos pueden compensar un poco la extrema dureza de los comportamientos sociales, pudiendo, incluso, resultar determinantes a la hora de decidir su lectura. El primero rasgo, es el estilo de los diálogos entre personajes; el autor dota a las conversaciones de un habla sinuosa, llena de circunloquios, proverbios, sentencias islámicas, sugerente cortesía, y una eclosión de figuras retóricas, hipérboles, o metáforas, que dotan a los diálogos de una exuberancia tortuosa e imaginativa que pronto identificamos como un rasgo de orientalismo, retrotrayéndonos al mundo fantástico e idealizado de “Las mil y una noches”. El segundo rasgo a su favor es una sobresaliente exaltación de la parte más sensible y entrañable de la naturaleza humana, con la eclosión de sentimientos tales como afecto, emoción, dulzura, amor… pero también envidia, concupiscencia, terror, resentimiento, despecho; en definitiva una explosión de sensaciones positivas y negativas, que afloran del lado más humano de los personajes con una intensidad aún más potente, si pensamos en las durísimas restricciones ya mencionadas.

En definitiva, Mahfuz nos propone a través de su texto una historia con unos monólogos que son literaria y emocionalmente de una gran altura, pero que también son de un enorme interés para el lector que quiera satisfacer su curiosidad entrando en el recóndito mundo de las callejuelas de los barrios populares de El Cairo, quedando impactado y sobrecogido con la visión del funcionamiento de una sociedad tan antigua que parece descendiente directa de épocas medievales. Su perspectiva crítica fue, obviamente, la razón que hizo recaer sobre él la animadversión de los sectores fundamentalistas, que lo convirtieron en blanco de un extremismo que identificó su actitud como un ataque contra el Islam y sus costumbres, haciéndole sufrir varios atentados que lo limitaron físicamente y lo obligaron a finalizar sus días recluido ante el temor de nuevos ataques.

Escrita hace 5 años · 4.7 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 5 años

Buena crítica. Ahmad es un personaje fascinante como pocos.

@sedacala hace 5 años

Sí, el padre es un personaje fascinante, pero los demás no se quedan atrás, como ese hijo que tiene de un matrimonio anterior, o como el niño de diez años en el que se mezcla la visión infantil con la impuesta por su educación islámica, pero sobre todo las mujeres; la mujer y las dos hijas son personajes magníficamente trazados, llenos de sensibilidad y de fuerza y por tanto absolutamente creíbles. Es lo que más me ha gustado de esta novela, la construcción de los personajes.