VALE LA PENA por Guille

Portada de ESTRELLA DISTANTE

Permitidme empezar el comentario dando las gracias (muchas gracias) a mi cabezonería sin cuyo empuje y determinación no hubiera sido posible la lectura de esta novela. Gracias por animarme a volver a Bolañó tras el mediano éxito que tuvieron conmigo sus detectives salvajes (prometo solemnemente una atenta relectura). Gracias porque no paró de incitarme a continuar a pesar de que el recelo con el que empecé no disminuyó tras las primeras páginas, todo lo contrario, no era capaz de encontrar sustancia ni objetivo alguno. No podía ser que tanta gente pudiera estar tan equivocada con el genio del autor, el problema tenía que ser mío. Continué y mi recompensa no tardó en llegar, es más, no paró de crecer hasta alcanzar el final de la novela. Gracias (muchas gracias).

Bien es verdad, que esta feliz obstinación se vio pronto favorecida por el atractivo de los campos literarios por los que la novela iba transitando, lugares reconocibles y en los que me encontraba muy cómodo, un territorio que me iba recordando cada vez más a la escritura de mi admirado Vila-Matas. Un terreno literario que va más allá del mero entretenimiento, en el que la forma es clara, sin barroquismos innecesarios, donde no hay solemnidades ni tremendismos, pese a lo doloroso o lo profundo de lo relatado, donde la desesperanza se tiñe de ironía; un reino literario donde la trama no es el monarca absoluto, donde no es extraño que la corriente se desborde en afluentes tan atractivos como el cauce central del que parten; un mundo creado en primera persona en el que personaje y autor confluyen, se mezclan, entrelazan sus vidas, la real, la imaginada, la soñada, consiguiendo una impresión de realidad que envuelve y disuelve la ficción, y que casa muy bien con el estrecho vínculo que ambos autores establecen entre la vida y la literatura que “es básicamente un oficio peligroso”.

Y por último, aunque no menos importante, en pocas páginas volví a experimentar la fascinante sensación de ser invitado por el autor a completar el libro, a hacerlo mío, a involucrarme en la narración, a convertirme en su cómplice, una sensación acrecentada por lo abiertas que quedan las muchas cuestiones que el libro plantea a pesar de su brevedad y que se articulan en torno a dos binomios fundamentales, agresor y víctima, por un lado, y acción y pasividad, por el otro.

Toda la novela está recorrida por el símbolo del doble, de lo doble, del perseguido y potencialmente perseguidor (el siamés martirizado que se convierte en martirizador y viceversa) que se complementa con la formulación de un Yo no ajeno a lo siniestro, a lo oscuro, a la maldad. Todos somos parte del juego, todos sentimos en mayor o menor grado la fascinación del mal y del malvado, todos estamos hechos del mismo barro. Un planteamiento que acojona y que puede ser muy peligroso si resbala por la pendiente del relativismo, pero que capta muy bien el alma de sociedades como la española tan bien retratada por Goya en su pintura negra “Duelo a garrotazos” (e imagino que el propósito de Bolaño es aludir a la chilena cuya bandera ostenta una estrella, una estrella distante en el nacimiento de la novela).

“No parecía un poeta. No parecía un ex oficial de la Fuerza aérea Chilena. No parecía un asesino de leyenda. No parecía el tipo que había volado a la Antártida para escribir un poema en el aire. Ni de lejos."

Y junto a ello, e íntimamente relacionado, el cuestionamiento del papel a jugar, la alternativa entre acción y pasividad. En este sentido, es muy significativo el sueño sobre el barco que naufraga en el que el narrador, al final, se ve a sí mismo en el agua agarrado a un palo de madera podrida comprendiendo que Wieder (la encarnación del mal en la novela) y él habían estado en el mismo barco que se hundía, el barco que uno había contribuido a hundir y el otro no había hecho nada por evitar. Y no menos significativo es el principio: “Yo estaba en una fiesta en la cubierta de la popa y escribía un poema o tal vez la página de un diario mientras miraba el mar.” En este caso el hundimiento se produce mientras se mira el mar y se escribe un poema, en otros casos el horror se extiende a nuestro alrededor mientras se piensa en “cuestiones sin importancia. El tiempo, por ejemplo. El calentamiento de la tierra. Las estrellas cada vez más distantes.”

Pero no hay solución fácil. Romero, el investigador tras la pista de Wieder y poseedor de esos “Ojos que creen en todas las posibilidades pero que al mismo tiempo saben que nada tiene remedio”, en un momento importante de la novela dice lo siguiente: “en cuanto a que no puede hacer daño a nadie (el Wieder desaparecido), qué le voy a decir, la verdad es que no lo sabemos, [...] ni usted ni yo somos Dios, solo hacemos lo que podemos.”

Y en esta disyuntiva entre acción y pasividad se da una especial relevancia a la función del arte, a su compromiso con lo social y lo político, a su relación o no con la moral, a sus límites, a su utilidad como indagación de lo humano, como indagación o catarsis personal, a su utilidad en general o su fracaso absoluto: “En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar.”

Quizás tengo razón Romero, solo hacemos lo que podemos y quizás la literatura, esta literatura, solo tenga sentido como barrera a un mundo en el que “la Poesía la hagan los no-poetas y la lean los no-lectores.” Solo por ello valdría la pena… ¿o no?


P.D. El martes 17, en una de esas casualidades que tiene esto de la lectura, El País publicó un artículo de Enrique Vila-Matas (“¿Qué Faulkner cae sin que nadie lo mire?”) en el que se confirma que la cita que antecede al texto de la novela (“¿Qué estrella cae sin que nadie la mire?”) es real, es de Faulkner y pertenece a un libro de poemas que el autor americano tituló “The Marble Faun and A Green Bough”.

Escrita hace 6 años · 4.6 puntos con 5 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 6 años

Buena reseña, Guille. Me interesa sobre todo por el tema del doble, uno de los temas mayores de la literatura.

Tengo la sensación de que se está empezando a olvidar a Bolaño. Yo mismo, tras leer dos o tres de sus novelas mayores, no he seguido por ahí. Tiempo es de volver sobre este escritor tan personal, a la que, quizá, el mundo editorial jaleó sin descanso hasta propiciar cierto hartazgo. Roberto, claro, no tiene la culpa.

@Guille hace 6 años

Muchas gracias, Faulkneriano.

Pues yo voy a contracorriente: me he puesto ahora a recordarlo. Tras terminar esta, me puse inmediatamente con Amuleto y me está gustando más todavía.