REFLEXIONES DE UN NEUROCIRUJANO por sedacala

Portada de SÁBADO

Me gustaron las dos novelas que leí de Ian McEwan: “Expiación” y “Chesil Beach”. Y ahora, leyendo “Sábado”, veo que aquí su autor es tan diferente, que casi parece otro. Las dos novelas mencionadas enseñaban un escritor pulcro, ordenado e incluso refinado; tenían una trama más o menos lograda según su acierto personal o su sintonía con los gustos de cada lector, y es innegable que, al margen del tema, atesoraban una calidad cierta. En “Sábado”, las cosas se perciben de otra forma; no hay duda de que la calidad permanece, pero ¿dónde está la trama?, se pregunta uno a sí mismo mientras vaticina: ¿será que esto se va a resolver sin que haya trama? Estos planteamientos de esquemas cambiantes y arriesgados, podrían fastidiar a algún lector, pero no a mí, creo, incluso, que podría haber sido un acierto si se hubiera quedado en un simple ejercicio de estilo, cosa que, a lo largo de buena parte de la novela, pensé que iba a ocurrir. Pero no ocurrió; repentinamente sobrevienen las situaciones que dan lugar a la trama central, se desarrolla ésta, y se culmina todo el asunto; y me satisfizo mucho lo acertado de ese desarrollo y de esa culminación; y tal vez influyera en ello un cierto efecto sorpresa; cuando creía que nada iba ya a cambiar: ¡Zas!, cambio copernicano y además muy bien resuelto.

Efectivamente, al no aparecer la trama, todo hubiera quedado en un ejercicio reflexivo y analítico del protagonista sobre múltiples cuestiones que le afectan, o afectan a su familia, a su actividad profesional, a la actualidad política más candente, y a muchos más asuntos que pasan por su mente mientras transcurren las horas de ese sábado que da lugar al título de la novela; y ello en una especie de monólogo interior (pese a estar narrado en tercera persona) que abarca tanto lo cotidiano, como lo excepcional; lo banal, como lo trascendente; lo próximo, como lo global. De esta manera, el continuo transcurrir de páginas va imprimiendo el carácter del personaje sobre el fondo de sus circunstancias, suavemente, sin caer en el tedio, sin grandes aspavientos y, en definitiva, sin provocarle al lector disconformidad con sus ideas; lo sorprendente es que él expone las suyas con tal claridad que podrían chocar con nuestro propio ideario, a pesar de ello, a mí, al menos, no me molestaron por dos razones: una, porque su discurso no es dogmático, sino que maneja la duda como una parte importantísima de su manera de entender el mundo, y la otra, porque aunque en ese instante seamos los receptores únicos del mensaje, la misión de éste no nos parece un intento de convencernos de nada, sino solo el simple resultado de compartir sus sencillas e inocuas reflexiones: simplemente su mente funciona y sus ideas no se reciben como un intento de adoctrinamiento, sino como una mera reflexión, con la que podemos coincidir o no.

Así que ahí está uno leyendo, cautivado por la tenue plática que se desarrolla en la mente de Henry Perowne, eminente neurocirujano de un hospital londinense, que baraja cuestiones reales y cotidianas que interesan por su carácter insignificante de simple pensamiento, cuestiones, sin forma de novela, que son solo la vivencia de unas horas de un sábado cualquiera para un único individuo; uno más entre tantos. Es muy notable la tremenda miscelánea de materias que atraviesan su mente en esa fase inicial que podríamos denominar como “de reflexión”. La familia es una de las fuentes de meditación más constantes, incluyendo en ella a sus hijos y las actividades que lleva cada uno; su hija es poeta, su hijo incipiente músico de rock; incluye también a su excéntrico suegro, asimismo escritor y algo musicólogo, y a su mujer, abogada de éxito, que le da mucho juego para meditar sobre su vida de pareja, incluyendo afectos y sensualidad; también habla de su madre, antigua campeona de natación, pero mujer convencional, recluida ahora en una residencia con Alzheimer, a la que va a visitar regularmente y con la que toma el té, y nos explica cómo es ahora su relación mutua, la actual y también la pretérita; su situación profesional es otro tema recurrente, incluye compañeros de la clínica, algunos de rango inferior, otros de su misma categoría (con los que juega al pádel), e incluso pacientes de una significación especial; también disecciona su casa, inusualmente singular, en el centro de Londres, y su envidiable coche, y las actividades con las que generalmente transcurre su ocio. Como la novela coincide con los prolegómenos de la guerra de Irak (2003), la situación política internacional es otro de los temas a que dedica sus pensamientos; es un asunto éste en el que se revela claramente su punto de vista político, influido por el enfoque que los medios de comunicación dieron al tema (las armas de destrucción masiva), si bien no termina de germinar del todo en su mente aquel mensaje probélico, pues es un hombre inteligente y duda; sin embargo, cuando habla con su hija, joven y visceral, entra al trapo en el presumible debate: guerra sí, guerra no; madurez contra idealismo; y ello en medio de una innegable acritud; otras veces disecciona las discusiones literarias que suele mantener con ella, en esas ocasiones, de manera incluso relajada.

Pero al fin las reflexiones avanzan y, en un momento dado, la novela convencional llega con el desembarco de la trama, que se engarza con todo lo anterior (que, desde luego, no tenía nada de gratuito), dando lugar a unas interesantes situaciones en las que el tema médico (neurocirugía), juega un papel bastante importante. El producto resultante es una novela eficiente, ¿un thriller?, que jugando con los recursos que manejan la mayoría de los novelistas consigue obtener un resultado brillante. Cierto es que por mucha brillantez que tenga no deja de ser una novela convencional, muy bien resuelta pero convencional. La etapa inicial produce la sensación de haber descargado sobre uno mismo una retahíla inacabable de mensajes —todo lo que ha cruzado su mente durante horas—, que trascienden de lo manido y funcionan como soporte de información alusiva a la esperada trama, y que, llegado el momento, ésta reconoce y utiliza convincentemente.

He mencionado hasta aquí los asuntos que componen el grueso de su hilo de razonamiento en la zona inicial de la novela; no he hablado o he hablado menos, de los nuevos temas que eclosionan con la irrupción repentina de la trama y que se desarrollan de forma parecida a la que había hasta ese momento; en realidad, la tónica de la narración sigue basada en el monólogo interior del protagonista; solo cambia el hecho de que haya nuevas cuestiones emergentes, pero de esas ya no digo nada, porque no quiero destriparlas. En fin, que esta novela y, por extensión, este autor, están especialmente indicados para aquellos lectores que no se conforman con la narración de una historia convencional, por buena que sea, y buscan en la lectura una combinación de calidad literaria, con buenas historias, y con el complemento añadido de un estilo narrativo que ofrece motivos para pensar, en mil cosas si es necesario, o para hacerse preguntas o, en definitiva, para disfrutar de un autor, como este, que ofrece mucha calidad acompañada de algunos cambios sorprendentes, y que, hasta ahora, puedo decir que no me ha fallado.

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 7 años

Interesante reflexión sobre las opiniones del personaje (o del narrador), que no tienen que coincidir con las del autor ni, por supuesto, con las del lector, pero que deben ser lo suficientemente interesantes para despertar su interés. En esto hay gente que confunde el rábano con las hojas.

La novela parece interesante y tu reseña consigue mostrárnosla así.

De McEwan no conozco más que Expiación. Ahí tengo trabajo, porque tiene una obra ya muy extensa. Me pondré con ello cuando toque. Voy a empezar a leer novelas inglesas del siglo pasado, así que ya tendré ocasión.

Como siempre, un placer leerte, sedacala. Espero que hayas pasado un buen verano. Aquí seguimos inmersos en él, por lo que al calor se refiere.

@sedacala hace 7 años

Yo no tengo ni idea de cual es el ideario político, o no político, de Ian McEwan. Es evidente, como dices, que el escritor y el personaje no tienen por qué pensar igual, entre otras cosas porque lo que dice el personaje debe venir supeditado al carácter con que el autor le haya creado..., pero, en este caso intuyo, tengo la sensación de que debe haber unas cuantas coincidencias.

Lo cierto es que tiene pocas pero excelentes puntuaciones, a las cuales me sumé en vista de que lo terminé con cierto grado de entusiasmo, cosa que no suele ser muy normal.

Ya veo que Mérida este año está que se sale. Saludos.

@arspr hace 7 años

Bueno, pues mis recuerdos de Ian McEwan son buenos, así que me la apunto sin dudarlo.

Entre novelas en las que parece que "no pasa nada", hasta que de repente pasa y te dejan tocado (o a mí me dejaron), no puedo pasar sin indicar "Algo ha pasado" de Joseph Heller...

@arspr hace 6 años

Pues, muchas gracias por la recomendación porque efectivamente es muy buena novela.

Coincido en gran parte de tu reseña excepto precisamente en el núcleo de cuando "pasa algo". Y es que no he podido evitar un "hala, chaval, ¡venga peliculón de sobremesa!".

En mi opinión, sobra totalmente y empeora a ojos vista una novela que se podría haber cerrado de mil maneras mucho más sencillas, realistas y naturales. No sé, no sé, mejor que no pase nada de manera interesante, a que venga John Wayne y el séptimo de caballería de manera absolutamente olvidable. Es que incluso cierta pausa narrativa tras "el evento" en aras de engañar/sugerir cierto dilema ¿moral? de garrafón

@arspr hace 6 años

(que se me ha disparado el dedo)

Decía que la pausa tras el "evento", y la respuesta posterior a "la gallega", (o a lo Puchi que últimamente se lleva mucho más), del protagonista, para intentar generar tensión en el lector, son dignas del culebrón venezolano-colombiano-A3media más chusco y chungo que uno se pueda imaginar.