UNA IRLANDA GÓTICA por sedacala

Portada de EL UNICORNIO

“El unicornio” es una novela de la escritora irlandesa Iris Murdoch (1919-1999).

Se la suele calificar como “gótica” por su ubicación en un caserón (castle, le llaman) cercano a la costa, en algún lugar perdido de una Irlanda indeterminada en el que se alternan playas solitarias salpicadas de arrecifes, con acantilados altos y siniestros por la negrura de la roca basáltica; en esa zona costera comienza también un páramo de tipo kárstico, que se prolonga hacia el interior de la isla formando una llanura yerma, sin árboles, y cubierta solo por musgos y ciénagas traicioneras. También se la considera “gótica” (y tétrica) por la climatología del lugar, fecunda en brumas, humedades y vientos, que incrementan su protagonismo con el transcurso de la trama, volviéndola cada vez más sombría.

Así es el escenario que alberga esta historia. Comparte rasgos característicos de otras obras de Murdoch, entre las que había leído, hace años, “El sueño de Bruno” de la que no recuerdo detalles, pero sí, que me gustó y que la califiqué con un 8.

Se observa en ella la influencia de la novela clásica decimonónica por el carácter gótico, invocado por lo tenebroso del paisaje y los interiores (sin luz eléctrica y con chimeneas encendidas en verano); por el estilo de la narración, franco, lineal y exento de complicadas innovaciones; y por el significativo puesto de institutriz, con el que entra Marian en el caserón rememorando a tantas y tantas novelas inglesas del siglo XIX (Jane Eyre, Agnes Grey, Otra vuelta de tuerca…).

Con esos antecedentes, la historia empieza bien pero sin alardes; el narrador omnisciente se dedica durante un corto trecho a explicarnos el proceso de incorporación de la joven Marian Taylor al grupo de personas que viven en la casa. Sin embargo ese intervalo dura poco, porque su protagonismo inicial se va deshaciendo gradualmente, quedando finalmente diluido en el grupo de los seis u ocho personajes más significados. A partir del punto en el que ella empieza a compartir protagonismo con los demás, la trama evoluciona y llega a alcanzar tal intensidad, que el lector queda abocado a una lectura expectante y compulsiva.

Pregunta obligada: ¿cuáles son pues las razones que originan esa expectación?

Iris Murdoch, como escritora, tenía los recursos y el oficio necesarios para construir una trama atractiva y nutrida de giros sorprendentes y adictivos, es decir, era una novelista competente. Pero además —y esta es la clave—, nos estamos dando aquí de bruces con su sello característico, es decir, con su capacidad para crear círculos cerrados de personajes entrelazados, en los que cada uno activa con inusitada vivacidad sus propios engranajes mentales, de los que surge una mezcla de sentimientos amontonados y poco identificables. Conceptos tales como: dominación, obediencia, frustración, resentimiento, celos, culpabilidad, contrición, y sobre todo los más básicos, amor y odio, tienen aquí un significado un tanto desvirtuado por su acumulación en uno o varios personajes (o quizá en todos). Ese aluvión de ideas tormentosas superpuestas desemboca en unas tremendas encrucijadas éticas o morales de algunos de ellos, dotadas de multitud de matices entre los que el sexo es, solo, uno de los ingredientes y quizá no el principal, como suele ocurrir tan a menudo. Tanta tensión entrecruzada liga a los personajes mediante extrañas relaciones de dependencia o dominación, desarrolladas en un ámbito espacial que se podría calificar como sofocante. Pero además es un espacio delimitado, que dispone de dimensiones físicas —la casa y sus jardines—, y también psicológicas, estas últimas por efecto de la palpable coerción que se detecta en el ambiente y que impulsa a cometer actos de dudosa conducta que —se supone— llevarían al grupo hacia su presumible autodestrucción.

Ese espacio físico y psíquico, me recuerda al que se crea al pie de El castillo kafkiano, en el que nunca puedes predecir cómo van a reaccionar los personajes, porque la red de tensiones que se teje es superlativa y ajena a los procesos de especulación racional del lector. Pero al contrario que en el mundo de Kafka, en el que lo imprevisible se revela absurdo (o kafkiano), en este otro, creado por Murdoch, esa imprevisión provoca en el lector un sentimiento de sofoco —no del todo desagradable, quizá, por lo sofisticado o sugerente de la proposición—, sino satisfactorio y sorprendente a la vez.

Hago aquí referencia a El castillo, para resaltar la condición de ámbito cerrado que tienen las novelas de ambos escritores, como escenarios en los que todo transcurre siguiendo un orden particular fijado implícitamente por sus autores. El espacio de El castillo, es simbólico, onírico y desconcertante, y remeda a la sociedad real con su uso de una lógica aparentemente racional que, al estar desplazada en paralelo con respecto a la real, transforma lo racional en kafkiano. El espacio de El unicornio, en cambio, es un recinto en el que se hurga en el trasfondo del carácter de los personajes; y lo que allí se descubre es extraño, retorcido, contradictorio, y perfecto para ser extendido por el tejido de relaciones interpersonales previamente creado, como si fuese una especie de pasta untable hecha a base de miedos e insatisfacciones. Por tanto, no hay otra relación entre lo simbólico (Kafka) y lo pasional (Murdoch), que no sea el carácter de recinto cerrado y autárquico que tienen ambos lugares, y también lo imprevisible de sus propuestas.

Mí evaluación particular es compleja, como también lo es la novela. En esta reseña he hecho una exposición que resalta sus características más acusadas, todas ellas, además, de trazos que podrían calificarse de favorables, por atractivos y prometedores (al menos para los aficionados a ese género de cosas). Sin embargo, he de reconocer que las luchas internas de los personajes han sido, en algunos casos, tan tremendamente difíciles de desentrañar en todas sus peculiaridades, que este lector ha acabado optando por una actitud renuente y acomodaticia, algo así como un dejarlo estar, que aleja un poco de la intensidad de la historia, sobre todo al final de la misma. Pero es bastante lógico, porque en esta novela se manejan sentimientos personales y la reacción de cualquier lector ante una materia tan subjetiva puede ser enormemente variada. Lo cierto es que, al leerla, queda uno tan impresionado por sus características, que apetece enfrentarse al reto de explicarlas, independientemente de que al cerrar la última página el balance personal de lugar a un 8, o a un 7, o a cualquier otro dígito.

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Guille hace 7 años

Excelente reseña.

Muchos de tus comentarios se pueden aplicar tal cual a El libro y la hermandad, que tanto me gustó, así que has conseguido que aumente mi interés por esta novela (el otro día la tuve entre mis manos pero al final me decidí por Henry y Cato).

@Morgan hace 6 años

Curioso. Coincido en mucho de lo que comentas, sobre todo en lo de que impresiona tanto que uno necesita explicar (explicarse) la novela y las reacciones que provoca. Hace ya un tiempo yo publiqué en mi blog esta especie de reseña:

Novela raruna donde las haya, de esas que te dejan al acabar perplejo y desconcertado, sin saber a ciencia cierta si lo que acabas de leer te ha gustado realmente o no.
Le tenía yo ganas desde hace tiempo a Iris Murdoch. Después de leer algo así como «la novelista capital de la narrativa inglesa», y de enterarme de que es una de las autoras preferidas de mi amiga Raelana Dsagan (una estupenda escritora, que no tiene nada que envidiarle a la dama inglesa salvo la fama y los ingresos), me pareció que se trataba de una de esas deudas literarias que tengo conmigo misma y que voy saldando poco a poco.
Así que, para empezar, me alegro mucho de haber dado con este libro y haberme adentrado aunque sea por la puerta de atrás (se dice que no es su novela más representativa) en el universo literario de Iris Murdoch. Un microcosmos retorcido y extraño, personal, donde crecen y viven unos personajes con los que no es fácil empatizar. ¿Por qué? Básicamente, porque no parecen del todo de nuestra misma especie.
Claro, diréis, son ingleses, y podríais tener parte de razón. Ya que son todos peculiarmente ingleses. Mantienen entre ellos una especie de etiqueta de comportamiento que a nosotros nos parece poco espontánea. Una contención exterior que pagan luego con variados volcanes interiores, más peligrosos que el Etna. Pero es algo más, tienen reacciones sorprendentes ante las cosas que pasan a su alrededor y, sobre todo, ante las otras personas. El drama se sostiene sobre unos conflictos personales y filosóficos casi incomprensibles (en este sentido uno de los personajes, Effingham, se marca unos desvaríos a veces curiosos, que invitan a la reflexión, y otros que directamente obvias, diciéndote que la vida es demasiado corta para tratar de entender las ocurrencias de un monologuista beodo).
Por otra parte, eso del misterio y lo sobrenatural que yo había leído en la sinopsis no aparece por ningún lado. Ni está ni se lo espera. Sí es en cambio (o puede leerse desde esa óptica) una novela simbólica. El unicornio, representado por la protagonista, Hannah, es una criatura ideal e irreal, que adquiere para los otros características «funcionales», esto es, cada uno le asigna un papel distinto en el drama de su vida. Ella no es, sino que más bien refleja para cada uno lo que quieren y necesitan.
Así, le hacen encarnar el papel de la amada, del ángel, la espiritual sacerdotisa virgen, alejada de todo. La prisionera a la que hay que contener o el premio del amante abnegado.
Y ella... A ella no llegamos a conocerla del todo. Se nos muestra en sus acciones y en los pensamientos y re-acciones de los otros. Y permanece envuelta en el misterio, de manera que no podemos llegar a estar seguros sobre si sufre o disfruta de algún modo retorcido de su penitencia. O si, simplemente, se ríe de todo sabiéndose por encima del mundanal ruido.

Como digo, novela curiosa que merece la pena leer. Aunque el disfrute que produce es tan extraño como lo son la trama y los propios personajes.