GENERALITO por sedacala

Portada de TIRANO BANDERAS

Hace años que leí algo de Valle-Inclán, creo que una de sus Sonatas, y recuerdo que me dejó más frío que otra cosa, no me disgustó, pero no vi en él nada de mí interés. Hoy, leyendo Tirano Banderas, me he encontrado a un escritor muy distinto y a una novela muy especial y muy interesante. Pero ¿por qué es interesante?: pues, por nada de lo que normalmente suele atraer de un libro, ni su trama es de las que arrastran hasta el final, ni trata de ningún asunto especialmente atractivo. Son dos los factores que pueden hacer que Tirano Banderas guste al lector: uno de ellos, su lenguaje, el otro, la recreación de un mundo deformado, envolvente y delirante, que puede cansar, o enamorar, pero que no es fácil que deje indiferente a nadie. Hago un inciso aquí, para señalar la coincidencia no buscada (sino, no sería coincidencia) de haberme puesto a escribir, de manera consecutiva, sobre dos novelas de dos autores que las publicaron exactamente el mismo año: 1926. Y es curioso porque, aun siendo autores muy dispares, Kafka y Valle-Inclán, tienen, en El castillo y en Tirano Banderas, algunas características compartidas por ambos. El esperpento y el mundo del absurdo no son lo mismo, pero tienen una conexión obvia. Como lo es el hecho de que ambos deformen la realidad que aparece en sus novelas, Kafka presentándola bajo una apariencia alucinada y obsesiva; Valle-Inclán, acentuando sus rasgos hasta convertirlos en caricaturas. Su objetivo al crear esas trasfiguraciones no es el mismo, pero, en la práctica, ambos llevan al lector a sentirse transportado a un mundo particular en el que las cosas se rigen por patrones extraordinarios. Y volviendo a Tirano Banderas, ¿hay que considerar que esta novela se inscribe en aquel invento valleinclanesco que se denominó esperpento?, tengo que pensar que sí; yo tenía la idea previa de que el esperpento fue un fenómeno fundamentalmente teatral, pero debo reconocer que, aunque Tirano Banderas sea una novela, encaja a la perfección en las dos primeras acepciones de la palabra “esperpento” que figuran en el diccionario de la RAE, la primera, por representar situaciones o personas de marcado carácter estrafalario, la segunda, por ser una creación literaria del propio autor, sin entrar a considerar si es teatro o novela. Lo cierto es que a Valle-Inclán se le viene catalogando como un escritor nacido en el modernismo, y puede que esa filiación, tan relacionada con la poesía (el propio Valle se tenía por poeta), sea una de las causas que influyeron en la enorme importancia que tiene en ella el lenguaje, tanta, que desde el principio me ha hecho detenerme en el asunto y recrearme en los detalles, y meditar sobre los efectos que un lenguaje tan llamativo puede producir en un lector cualquiera.
Valle-Inclán aquí, se empeña en construir, para la novela, una manera particular de expresión que es una fusión de varios elementos. En principio, es una mezcla de lenguaje culto y popular, en la que resulta curioso encontrar términos refinados y escogidos compartiendo espacio, hombro con hombro, con las formas coloquiales más toscas y más propias de las clases populares. Otra de sus facetas, quizá la más llamativa, es comprobar como el autor funde en una aleación indisociable, palabras, expresiones, y formas verbales, provenientes de todos los lugares del mundo en los que se habla español, incluida ahí la propia península ibérica. Y, por último, una vez metido en faena, se anima a añadirle al guiso, vocablos o expresiones de su propia invención, que uno no encuentra ni encontrará en ningún diccionario porque son sólo suyos; y todo ello adobado con toques de sarcasmo burlón, muy propios de su especial manera de ser, vehemente y fogosa, la misma de la que, indudablemente, se nutrió el esperpento como género teatral. Al margen de la peculiar forma literaria de Tirano Banderas, existe otro foco de interés de la novela: se dice que con ella dio comienzo el subgénero literario que se dio en llamar “novela de dictador”. El asunto central de aquellas novelas era la recreación de un ambiente nutrido de caudillos iluminados, que ofrecían a sus países la solución de todos sus problemas, para luego gobernarlos a su antojo sin el más mínimo miramiento. En este caso, el país de Generalito Banderas es Santa Fe de Tierra Firme, donde unos viven a costa de otros y todos maquinan para quitarse de encima al rival que ven como más peligroso, y todo ello tratado bajo un prisma de cierta irrealidad jocosa claramente deformante. La acumulación de léxico especial podría ser indigesta para algunos, porque, lógicamente, no a todo el mundo le gusta pararse a analizar y a valorar la forma de hablar de la gente, que es lo que le gustaba a Valle-Inclán, y también a mí. Lo cierto es que esta tropa de personajes atrabiliarios, gachupines (españoles), indiecitos, criollos, labradores, militarotes, o revolucionarios, forman, en su conjunto, una amalgama parlanchina de tipos esperpénticos que platican entre sí en esa lengua grotesca e hiperbólica con que discuten los conflictos de ese imaginario país centroamericano (más o menos). O sea, que estas son las otras cosas, junto con el lenguaje, que a mí, particularmente, me han interesado más de la novela, como creo que les pasaría también a todos los lectores que, en general, valoran ese tipo de cuestiones.

Un ejemplo:

“Don Celes peroraba con vacua egolatría de ricacho, puesto el hito de su elocuencia en deslumbrar al mucamo que le servía el café. La calle se abullangaba. La pelazón de indios hacía rueda en torno de las farolas y retretas que anunciaban el mitin. Don Teodosio, con vinagre de inquisidor, sentenció lacónico:
¡Vean no más, qué mojiganga!”

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 2 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 7 años

Buena reseña, sedacala, de una obra que no me despierta gran entusiasmo, a pesar de mi nota, en la que valoro, sobre todo, la creación de un lenguaje tan rico como exigente para el lector, ese mismo del que hablas, una creación particular de Valle, a la que es difícil encontrarle filiación precisa.

Me gusta más el Valle modernista de las Sonatas y de la Guerra Carlista, todo hay que decirlo.

Y de las novelas de dictadores, como bien dices, me gusta más Yo el supremo, o El otoño del Patriarca, aunque ésta es un precedente notable.

@sedacala hace 7 años

El caso es que vi, no sin cierta sorpresa, que habías votado este libro de Valle-Inclán “sólo” con un 7, cuando yo pensaba que estos juegos retóricos, un tanto excesivos, te gustaban mucho.

Estaba yo pensando, por ejemplo, en el desagrado que te produjo aquella reseña mía sobre Salambó, hace ya cinco años y medio.

No te creas, que me he releído unas cuantas páginas de aquella novela, en Internet, para ver si en realidad hablamos de la misma cosa. Y mi sorpresa ha sido que, a día de hoy, me ha gustado lo que he leído.

Que Salambó sea comparable, en alguna medida, a Tirano Banderas no lo sé, a mí me lo ha recordado el leer tú comentario, pero quizá estoy diciendo algún disparate. Pero lo que sí me ha hecho comprender ese vistazo que le acabo de dar, es que el gusto de un lector, yo en este caso, puede irse modificando con el paso del tiempo y, sobre todo con la ejercitación de la facultad de leer. Es muy probable, volviendo el razonamiento del revés, que si hubiese leído hace cuatro años Tirano Banderas, no me hubiera gustado nada, porque entonces iba yo más al simple seguimiento de una historia, mientras que ahora encuentro cierto placer también en la degustación de un texto que sobresale por lo sofisticado de sus excesos estilísticos, como es el caso de éste.

Y es cierto que, aunque me haya interesado como ejercicio estilístico, como novela, en su acepción más amplia, tampoco es gran cosa y por eso mi nota (7) hubiese sido menor, de no estar basada en el citado ejercicio de estilo.

@Faulkneriano hace 7 años

Valle es mejor prosista que novelista. Baroja es mejor novelista que prosista. Unamuno no tiene mucha idea de cómo escribir novelas: Azorín, ninguna. Machado se dedicaba a otros menesteres.

(Cap. 273: La generación del 98 y la novela)