Y II. EL FRÍO. UN NIÑO por Guille

Portada de RELATOS AUTOBIOGRÁFICOS

Creo que esta droga que es Bernhard me hace exigir dosis más fuertes a cada uno de sus libros y en el caso de “El frío” quizás estaba cortada en exceso.

Las decisiones que toma Bernhard en su literatura no son fácilmente explicables, como las razones que le llevan a terminar en un punto y no en otro sus relatos o aquella que me planteó Faulkneriano acerca de por qué “El origen” constaba de dos párrafos en lugar de uno. De igual forma, soy incapaz de esclarecer las razones que llevaron al autor a separar esta pieza de la anterior, “El aliento”, dado que el tema es similar; el estilo, por supuesto, idéntico; la rabia, la crítica, la repulsa está dirigida contra los mismos; la sensación de fracaso, de sinrazón, de soledad se encuentra aquí igualmente omnipresente; el autodesprecio, la misantropía, el elitismo son parejos; el desasosiego, el vacío y la desesperanza que se torna en rebeldía que se vuelve desesperanza que…, es de nuevo la tónica dominante; y, en último lugar pero no por ello menos importante, ambas obras me han dejado igual de frío, pocas veces mejor dicho.

Lo mejor del relato el inicio, con ese humor tan especial de Bernhard con el que nos cuenta las competiciones que los enfermos entablaban en base a los esputos de sus pulmones con los que llenaban sus botellas de escupir, y, quizás porque se separa un tanto de la línea general, todo lo relativo a la muerte de la madre: conmovedor.

Y se hace todavía más conmovedor cuando en las primeras páginas del siguiente relato, “Un niño”, nos dice:

“Yo quería a mi madre, pero no era un hijo querido, nada era sencillo conmigo, todo lo que había de complicado en mí era superior a sus fuerzas. Yo era cruel, era abyecto, era taimado, era, y eso era lo peor, ni visto ni oído. (…) Qué degenerado soy. Es asqueroso.(…) Eres lo que te llaman, ¡el más horrible de todos los niños!”

Tras las frialdades de los dos anteriores, me templé un tanto con este último aunque sin llegar al calor de los primeros. “Un niño” representa un cierto cambio de estilo, aunque en cuanto a número de párrafos se mantuviera en sus trece… quiero decir, en la unidad. El relato es menos obsesivo, menos repetitivo, más claro y sencillo. Incluso empieza con una descripción amable y simpática de su primera excursión en bicicleta. Después viene la madre y la cosa cambia.

Parafraseando el dicho, el niño es estopa; la madre, fuego; llega el diablo y sopla. Y el diablo en este caso fue su abuelo, escritor sin éxito que vivió a costa de su mujer, primero, y de su hija y su yerno, después, y elevó el paseo a la categoría de arte, según nos cuenta Bernhard, al que le inculcó un espíritu artístico y un enorme desprecio por la inactividad y la mediocridad burguesa.

“Mi abuelo me había mostrado todas las posibilidades (…) Con explosivos se podía aniquilar todo, si se quería. En teoría todos los días lo aniquilo todo, comprendes, decía. En teoría era posible, todos los días y en todo momento en que se deseara, destruirlo todo, hacer que se hundiera, borrarlo. Esos pensamientos los consideraba él los más grandiosos. Yo mismo hice mío ese pensamiento y juego durante toda mi vida con él. Mataré cuando quiera, hundiré cuando quiera. Aniquilaré cuando quiera”.

Tras leer todos sus relatos autobiográficos, tras saber de todas las desgracias que le tocó padecer en sus primeros 20 años de vida, que son los aquí relatados, tras comunicarnos en ellos una y otra vez todo su desprecio por la vida, no mayor que su autodesprecio, uno no puede sino preguntarse por qué no acabó matándose, estando como está la idea del suicidio sobrevolando continuamente toda la narración. Y aunque siempre podemos sospechar que buena parte de lo aquí narrado pueda ser ficción, lo que no quiere decir que no sea la verdad, la respuesta parece que nos la da el propio autor en “El frío”, donde confiesa su autodesprecio por seguir viviendo, por aferrarse a la vida, por aceptar toda clase de compromisos repugnantes, por refugiarse en la falta de carácter “como en una piel nauseabunda pero cálida”. Y sin llegar a dudar de que esto sea tal como nos lo cuenta, personalmente creo que la elección de seguir viviendo responde más a la estrategia que dirigió toda su existencia: tomar siempre la dirección opuesta, completamente la opuesta.


P.D. Otro aspecto que llama poderosamente la atención es que en estas 600 páginas de recuerdos solo hay una línea, exactamente una línea, en lo referente a su sexualidad.

Escrita hace 8 años · 0 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

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