SI NO FUESE TARDE Y TODO ESO por sedacala

Portada de FRANNY Y ZOOEY

Aún no escribía reseñas cuando leí “El guardián entre el centeno, pero empecé a hacerlo unos años después y fue entonces cuando escribí la suya. Ahora es al revés, porque aún no he terminado “Franny y Zooey” y ya estoy impaciente por recalcar en su reseña lo fácil que es reconocer en su autor al que escribió “El guardián entre el centeno”. Lo que más sorprende es que no haya ni evolución, ni matices, que todo sea igual como si los diez años que separan ambas novelas nunca hubieran existido, cómo si Salinger se hubiera puesto a escribir “Franny y Zooey” diez minutos después de haber terminado “El guardián entre el centeno”.
Sorprende la uniformidad estilística, sobre todo, por ser tan diferentes los enfoques de ambas novelas. Los temas son, parecidísimos; en “El guardián entre el centeno” el protagonista es un chico insatisfecho con la vida, que en un acto de franca rebeldía no duda en echarse a la calle a hacer frente a todo lo que se le interponga. En “Franny y Zooey”, ambos hermanos también comparten insatisfacción e incluso, angustia, pero la afrontan quedándose en su casa y conversando sobre su problema. Es decir, que las dos novelas comparten casi el mismo leitmotiv (la insatisfacción juvenil), pero las dos difieren radicalmente en la forma en que lo va a desarrollar cada una. En “El guardián entre el centeno” el mecanismo de su desarrollo es muy dinámico, llevando a Holden a recorrer Manhattan a la búsqueda de algo que mitigue su insatisfacción; mientras que Franny y su hermano Zooey, en cambio, actúan pasivamente, quedándose en su casa y confrontando sus puntos de vista, con su madre primero y luego entre ellos, en un diálogo interminable mediante el que buscan exorcizar, por así decirlo, las causas de la insatisfacción de ambos.
No sabría presuponer el grado de interés que puede ejercer sobre cualquier lector un tema como el de la insatisfacción juvenil, pero, en principio, podría no ser demasiado atractivo y su éxito dependería en buena medida del talento del autor por su capacidad para ofrecer una visión sugerente del asunto y, probablemente, de la disposición favorable del lector en el caso de que su edad se aproxime a la de los afectados.
Yendo a nuestros dos ejemplos, si la trama contiene actividad y dinamismo, como pasa en “El guardián entre el centeno”, la novela entretiene o incluso divierte (aunque no a todos los lectores), en tanto que si se desarrolla con profusión dialéctica y largos parlamentos, como ocurre en “Franny y Zooey”, no será ni la mitad de divertida, ni tan fácil de leer. Es la diferencia entre una historia ágil, con aire de travesía urbana, y otra en la que la acción se queda reducida a un diálogo, casi teatral, entre dos personas encerradas en un ámbito limitado. Por eso llama tanto la atención, que Salinger utilice aquí un estilo tan exactamente igual al suyo de diez años atrás, sobre todo considerando las enormes diferencias entre ambas historias. Resumiendo, parece evidente que la clave del éxito popular de “El guardián entre el centeno” reside en su carácter lúdico, mientras que el carácter intelectual de “Franny y Zooey”, podría estar en el origen de su buena acogida por la crítica literaria.
Termino aquí la conexión entre ambas novelas y paso a la que nos ocupa, resaltando la decisiva importancia que la escritura de Salinger tiene en el balance final de su lectura. Su estilo es asombrosamente eficaz. Aparenta cierto descuido inicial, cierta reiteración, abundancia de frases hechas, abuso de expresiones convencionales sacadas del habla coloquial, continuas coletillas y muletillas, interjecciones repetitivas, o adjetivos ampulosos aplicados indiscriminadamente; en fin, toda una carga estilística que remite al lenguaje sonoro y de pretendida naturalidad con que se expresaban los jóvenes de aquella época. Y obsérvense también, algunos ejemplos de ello que no dejan de repetirse profusamente en el texto:

“Quiero decir que… Por Dios santo. ¿Quién demonios dice? Santo Dios. Genial, eso es realmente genial. Por el amor de Dios. ¿Sabes a qué me refiero? ¡Dios! Ha ido al dentista, o algo así. ¿De veras? ¡Dios Todopoderoso! Quieres largarte de una condenada vez. Demonios. ¿Quién diablos se está riendo? Maldita sea. En serio. Si no fuese tarde y todo eso“

Sin embargo, si somos capaces de, tras unas cuantas páginas, dejar atrás el mareo que produce ese lenguaje titubeante y lleno de tics y de juramentos y exabruptos, veremos que su texto trasciende enseguida, dejando ver un estilo fresco, ágil, y también recio y muy expresivo, que nos lleva a leer sin esfuerzo y a comprender perfectamente todo lo que intenta transmitir su autor; y cuando digo todo quiero decir TODO, no sólo la literalidad, también lo subliminal y lo sugerido entre líneas. Y para conseguirlo no utiliza sólo los sentimientos y los diálogos, se apoya también en los ademanes, en los gestos, en las actitudes corporales, en la recreación de una multitud de detalles aparentemente innecesarios, en un afán de reclamar la atención del lector hacia las circunstancias del entorno, como la comida que se le queda fría a Franny, o el tamaño de los servicios del restaurante, o la minuciosa relación de insignificantes objetos que aparecen en el armarito de baño que su madre revuelve buscando no se sabe qué, o el profuso e inagotable inventario de cosas que hay en el salón de los Glass, incluido el gato Bloomberg (¿?), y un piano de cola con la tapa abierta. Se concluye que lo que Salinger persigue, con el recordatorio machacón de todos esos detalles, es componer en la mente del lector un espacio lo más alejado posible del vacío, que mantenga levemente ocupada la imaginación del lector, predisponiéndola a digerir el complejo parlamento de los protagonistas.
Ahora empiezo a entender mejor la naturaleza del encanto especial que suscita “El guardián entre el centeno” cuando se lee, o al menos, el que suscita en aquellos que perciben ese encanto, que no son todos ni mucho menos. Hay una conclusión inmediata a extraer, que es que este hombre escribía fácil y bien, lo que, antes que nada, le permite pisar algo parecido a una “tierra de nadie”, que una vez ocupada, le asegura el resultado; así la novela será entretenida o un tostón, atraerá o repelerá, parecerá buena o sólo regular, pero si el autor se ha dado el lujo de escribir fácil y bien, todos esos juicios se decantarán a su favor y nunca en su contra. Esa, creo yo, es una de las razones del éxito de Salinger, y más aún en esta novela de características tan especialmente difíciles.
Y llegado a este punto es inevitable hablar del tema de la novela, que, adelanto ya, no es fácil. Trata, según avancé al principio, de la insatisfacción juvenil, entendida como la certeza de saber que la vida es un sinsentido que bloquea al sujeto, que le hunde en la amarga convicción de que nadie le entiende, y que encima, le hace ser visto visto como un marciano de la más rara especie. La historia de estos dos jóvenes se inscribe en el contexto de la familia Glass, ya presente en algún otro libro de Salinger. Se trata de un matrimonio neoyorquino con siete hijos, que son especiales, entre otras cosas, por ser extraordinariamente inteligentes; Franny, universitaria, de veinte años y Zooey, actor, de veinticinco, son los pequeños. La trama que se ventila en la novela, aborda los conflictos emocionales de su familia, como su inteligencia, sus circunstancias, su problemática cohabitación, y otras muchas cosas parecidas, que les abocan a la inseguridad y a la angustia. A ese panorama de desquiciamiento que, por otro lado, es consustancial a los Glass como la familia excéntrica que es, hay que añadir la obsesión que Franny tiene con el libro de un predicador y visionario ruso, que le incita a la búsqueda del sentimiento religioso y de la personalidad de Jesús, lo que es chocante en alguien que, como ella, nunca tuvo educación religiosa. Este conjunto de ideas hace crisis en su mente, llevándole a recurrir como único antídoto, a la formidable inteligencia de su hermano Zooey, que en aplicación de su irrefrenable elocuencia, desmenuza todo mientras intenta convencer a su hermana de que sólo debe preocuparse por lo que verdaderamente le interese.
Bueno, pues no quería llegar tan lejos en la explicación de lo que ambos hermanos debaten en la novela, porque su diálogo es muy complejo y cambia constantemente de asunto, de cuestiones suyas particulares a constantes digresiones familiares, formándose una amalgama de indescifrable sentido, si lo tiene, cosa que dudo. Digo esto porque es imposible que mis palabras sirvan para explicar de qué va la novela, si acaso para hacerse una idea del cariz de estas conversaciones familiares, que, a pesar de la fluidez con que están expuestas, comportan una exposición con pasajes que obligarán al lector a seguir itinerarios oscuros, empinados, retorcidos, y abruptos, sin saber ni intuir siquiera, a dónde le lleva el autor. Esto, con cualquier otro escritor sería duro, con Salinger, mucho menos. Si esta novela, con los mismos protagonistas y el mismo asunto, la hubiese escrito otro, el resultado hubiese sido muy árido, en tanto que, escrita por él, se lee bien y, en general, se disfruta.
Personalmente, la razón que me permite disfrutar con sus novelas, es la satisfacción que sé me provocará leer cualquier texto suyo, sea el que sea, e independientemente de cuales sean sus personajes y su trama. En “Franny y Zooey” los personajes son interesantes, la trama no; o, al menos, es casi inexistente y tiene poca entidad en sí misma.
Esto de encontrar una lectura excelente que, sin embargo, trata un tema de poca enjundia y mucha levedad, me recuerda lo que me pasa a veces leyendo a Henry James, un autor con algunas novelas de tema presumiblemente insustancial, que pese a serlo se siguen leyendo con gusto por el simple hecho de estar escritas por él. Son novelas de argumento insuficiente, a las que les saca un magnífico partido con su manejo de conflictos internos, angustias personales, análisis psicológicos, y otras cuestiones por el estilo, que configura y desarrolla con diálogos frescos y jugosos que acaban por insuflar carácter a un argumento que, a priori, no lo tenía. Claro que, en esta comparación postrera y forzada entre estos dos escritores casualmente nacidos ambos en Nueva York, la diferencia obvia está en los temas a tratar, porque pesan demasiado los cincuenta años largos que separan la mentalidad propia de la “Belle Epoque” con el naciente inconformismo de los jóvenes rebeldes e inseguros, aunque superdotados, de los años cincuenta del siglo XX.
En “Franny y Zooey” ocurre algo parecido. Su argumento es indefinido, casi no existe trama, el atractivo hay que encontrarlo en la agudeza y la elegancia del contenido de los parlamentos. Se disfruta mucho su lectura, en tanto que se está leyendo a un Salinger que sabe gestionar perfectamente esa coyuntura. Ahora bien, mi balance global es inferior al de “El guardián entre el centeno”, novela que reúne buena lectura y buena trama, completando un resultado notablemente mejor.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 8 años

Una reseña muy, muy perspicaz, sedacala.