AÑORANZA por Guille

Portada de PERORATA DEL APESTADO

Ya Hamlet nos ha comentado fantásticamente los muchos logros literarios que atesora esta bella y triste novela, por lo que no creo que haga falta insistir sobre este tema que por sí solo justificaría la recomendación de su lectura.

Yo vengo a hablar aquí de lo tratado en ella y dar mi punto de vista.

Leyendo la novela, es imposible no acordarse de esa magnífica Montaña mágica, con la que comparte similar escenario y penas parejas.

“Solo yo soy de verdad y lo seré mientras viva. Vosotros, los demás, apenas sois sombras y ficciones que siento respirar y hablar a mi lado. Y la historia sólo os concierne a vosotros, yo no sé qué quiere decir. Entiéndeme: entro todos los miles de millones de siglos pasados y futuros yo no sé encontrar acontecimiento más importante que mi muerte. Y todas las carnicerías y derivas de continentes y estallidos de estrellas son únicamente cancioncillas y comedias en comparación con este minúsculo e irrepetible cataclismo, la muerte de Marta. Haría cualquier cosa por retrasarla un instante.”

Aunque aquí predomine la historia de amor y sus desarrollos estén ciertamente alejados, mantienen simbolismos y rasgos comunes, como no podía ser menos. En ambas historias encontramos al sanatorio refugio, frontera y recordatorio permanente, un mundo dentro de ese otro mundo, el de fuera, que se va haciendo cada vez más ajeno; los compañeros de infortunio y los lazos tan fuertes y al mismo tiempo tan leves que entre ellos se establecen; los diagnósticos, la muerte, propia y ajena, y las estrategias inútiles para disipar o reconducir el poder de su presencia. No por nada la elección del término “perorata”, discurso que en el fondo no sirve para nada, pues poco o nada se puede decir sobre el tema que realmente nos aproveche.

Entre otras posturas ante la muerte, como la inoportuna pérdida de la fe del capellán y el consiguiente nacimiento de la rabia o la del Coronel, quizás la respuesta más adecuada si somos capaces de ella, empeñado en mantener el orden en su vida como si la cercanía del enemigo no cambiara para nada la lucha, sobresalen otras dos encarnadas por los personajes principales de la novela.

Por un lado, tenemos al joven sin nombre que nos narra la historia desde su madurez. Su estrategia ante la cercana muerte consiste en una resignada huida de la realidad, en su negación, en conseguir hacerla menos real que los sueños, confinarla a una mera proveedora del combustible que pueda poner en marcha la imaginación que le alivie momentáneamente de la mortaja que cada vez le aprieta más.

Junto a él, la bailarina que al peso de la enfermedad suma quizás la carga de un pasado culpable, Marta, incapaz de resignarse, la que corre tras la vida alejándose de ella, la muerta en vida incapaz de cualquier satisfacción, se entrega al juego de la vida y la muerte con la rabia y la desesperación del que se sabe derrotado de antemano.

“Sé que esparzo y contagio por todas partes la muerte, en las superficies de las paredes, en las servilletas, en los bordes del plato. A veces se me ocurre una idea: utilizar adrede dicho omnipotente poder de incubación y de siembra; me imagino entrando en una casa; y que sea un casa feliz; me imagino escupiendo cuidadosamente sobre las cuatro paredes de cada habitación, sobre una funda de almohada, sobre un biberón... Cada vez siento mayor curiosidad por mí misma.”


Ambos son jóvenes y se puede entender la novela como una historia de aprendizaje y no deja de ser revelador el destino que a cada uno de ellos le asigna el autor, siendo lo más reseñable, aparte del sentimiento de culpabilidad y deslealtad que embarga al autor, la sensación de pérdida que acaba arruinando su vida posterior. ¿Puede la muerte cercana conferir a la vida una intensidad tal que pueda llegar a vaciarla de sentido una vez conjurado el peligro? ¿Puede sentirse añoranza de esas escaleras al patíbulo?

“Mañana me esperaban otros caminos. Fáciles, ruidosos, comunes. La fe a medias, las falsas banderas. Me resignaría a ello, ¿qué otra cosa podía hacer? Puesto que la seducción de la nada era inútil, repugnándole al corazón por tantos indicios dejarse persuadir por ella. Y ni la infelicidad, con su amarga miel, me servía ya.”

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 4 votos · @Guille le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Tharl hace 8 años

Leyendo vuestras reseñas pensé en dos obras. La citada de Thomas Mann y el testimonio de Primo Levi.

Adjetivos como “rabiosamente lírica” o “prosa poética” me despiertan suspicacias, pero interpreto que es poético al modo de Conrad, quien tiene muy poco de lirismo, de poesía y de afectación.

Me inquieta el inevitable culto a la muerte de nuestros tiempos desencantados. El único absoluto que permanece.
Leeré la novela.