NADA ERES Y A LA NADA VOLVERÁS O COMO MULTIPLICARSE POR CERO por Guille

Portada de JAKOB VON GUNTEN

Poco puedo aportar a las cualidades del libro tan magníficamente reseñadas por sedacala, por lo que obvio lo obvio.

También coincido con él en esas similitudes que señala con la literatura de Kafka, la bella sencillez con la que expone los grandes problemas, esos que son indescifrables, imposibles de “resolver” sin apelar a la paradoja, a cierto grado de ambigüedad y hasta de oscuridad en esos márgenes difusos que solo se encuentran en la realidad fantástica, donde los volúmenes adoptan formas volubles al ojo del espectador, de cada espectador. De ahí el extraño escenario en el que nos sitúa Walser y los extraños personajes que aquí encontramos y que conforman un espacio profundamente sugerente, repleto de ideas, metáforas y simbología acerca de todo aquello “que se niega a ser oído”.

Es difícil, pues, concretar el (un) significado de Jakob Von Gunten. Mi admirado Vila-Matas, entusiasta confeso de la obra de Walser, la definió como “la historia del aprendizaje del procedimiento para que seamos elementos nulos e insignificantes para el poder”. Sin pretender enmendarle la plana, tengo que decir que esas formas volubles a las que aludo más arriba tomaron para mí unos perfiles bien distintos.

Leo por ahí que fue el propio Robert Walser quien pidió su internamiento en el manicomio de Waldau para escapar del mundo y con la esperanza de enloquecer del todo y para siempre. Pues bien, Jakob Von Gunten, tras romper las ataduras familiares, ingresa libremente en el Instituto Benjamenta para aprender a renunciar a sí mismo, para aprender a “vencer el orgullo y la arrogancia que aún lo animan parcialmente”, para internalizar la subordinación como valor supremo, para, en definitiva, fundirse con el mundo y desaparecer del todo y para siempre.

Rechazar el pensamiento (¡Fuera pensamientos! Suplica Jakob. “¡Ah, todos esos pensamientos y extraños deseos, esta búsqueda, este tender las manos hacia algún significado!”, se lamenta Jakob), alejarnos de la reflexión y abrazar la efusión, escapar de la individualidad, de los deseos, de las aspiraciones y hacerse nada en la nada. Esta es la quimérica intención con la que Jakob ingresa en el Instituto Benjamenta y el quimérico objetivo de la educación que en él se imparte. No es, por tanto, la intención, al menos no la principal a mi modo de ver, hacer crítica de los sistemas educativos, bien sean los impuestos por el poder en general bien sea el imperante en su época. El sistema educativo de este especialísimo instituto, cuya enseñanza consiste básicamente en inculcar a los alumnos la paciencia y la obediencia, es el apropiado para el objetivo perseguido. El Instituto Benjamenta es el medio; el fracaso es el fin.

¿Por qué tan peculiar personaje abriga tan peculiar deseo? ¿Angustia existencial? ¿La vida le parece superficial e intrascendente (“la lección de baile” resulta una brillante metáfora) o un lugar inhóspito e inhabitable donde solo encontraremos frustración y decepción (“el hombre consciente de sí mismo tropieza siempre con algo hostil a su conciencia")? En ambos casos la sensación que Jakob nos trasmite es la misma: somos soldados de Napoleón camino de Moscú.

¿O será simple cobardía? ¿Pudiera ser que Jakob fuera incapaz de enfrentarse a un mundo cambiante que ya no se rige por las leyes y modos aristocráticos que le son propios? ¿O quizás sencillamente es que tiene miedo de no estar a la altura de lo que su alcurnia le exige? ¿Incluso es posible que la razón se encuentre en un espacio más prosaico aun, esto es, que Walser nos quiera embromar de “mala manera” y el ingreso de Jakob se deba únicamente a la decisión adolescente de huir de su familia tras agredir a un profesor de su anterior colegio, el profesor de historia, “el respetable doctor Merz”?

¿Sabemos a qué atenernos tras esa contradictoria afirmación, esa paradójica confesión que nos realiza en los primeros pasajes de la novela: “Nada deseo con más franqueza que la insinceridad, y nunca soy mejor persona que cuando finjo que soy malo”? ¿No deberíamos dudar de todo lo que en su diario escribe este extraño ser procedente de una familia aristocrática que pretende convencernos de su propósito y de la conveniencia de vivir como un sirviente? ¿No es esta una decisión altamente contradictoria con el placer que extrae de la transgresión de la ley; con su fuerte tendencia a la provocación desde la irreverencia del descreído; con el gusto con el que arremete sarcásticamente contra todo y contra todos en el instituto (con una…no, dos gloriosas excepciones); con el irónico escepticismo con el que atiende a los consejos de su hermano, el importante, el adaptado, el que sabe que “no hay nada, absolutamente nada digno de desearse”, que “todo está podrido” y que, sin embargo, aconseja el anhelo apasionado? ¿Quién es realmente este ser que afirma no querer ser amado ni deseado, que dice no reconocer verdades, no encontrar significados y que, no obstante, desde “este creer-saber y este nunca-saber-nada-sin-embargo” nos dice que quiere vivir “sea como sea”?

¿Qué elegir, la seriedad o la bufonada? O quizás, como criaturas degradadas, ¿no deberíamos tomarnos la novela (y la vida misma) “en serio, pero también a la ligera, casi frívolamente”? ¿Es el final de la novela la respuesta a esta pregunta? ¿Así es como tenemos que interpretar el suceso que le acontece a Fräulein Lisa Benjamenta, símbolo de lo puro, de lo serio, de lo trágico? ¿Es ese el significado de la decisión que toma Jakob acerca de Herr Benjamenta, protagonista de las escenas más esperpénticas del relato?

Las formas volubles se tornan en este final más juguetonas que nunca, pero merece la pena el juego: disfrútenlo.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 2 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

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