EL CAFÉ DE DOÑA ROSA por sedacala

Portada de LA COLMENA

La acción de “La colmena” transcurre en diciembre de1943, si bien Cela la escribe entre los años 45 y 50, para finalmente publicarla en Buenos Aires en el año 51. Era su segundo título tras el éxito en 1942 de “La familia de Pascual Duarte”. Son fechas críticas para los españoles, que condicionan el carácter de unos episodios, que, sólo diez o quince años después, no hubieran sido ya iguales. El libro narra una sucesión de historias cruzadas en las que, en sólo dos días, aparecen muchísimos personajes pero, de todos ellos, sólo me referiré a doña Rosa, que está ya nombrada en el título de la reseña y que, además, es la anfitriona.
Leemos, pasan las páginas, y empezamos a reflexionar: ¿cómo son todas estas vidas marcadas por la depresión de la posguerra y por un entorno social envolvente y opresivo?: Son vidas a las que la fatalidad ha abocado a sufrir, además de tristeza y amargura, una conjunción de cansancio y desánimo, que la prolongación en el tiempo de las circunstancias convierte en vulgar rutina, en desaliento, y en resignación. En tales situaciones, uno espera encontrar personajes inimaginables, esquinados, extravagantes, insólitos, y eso es lo que ocurre en el café de doña Rosa. Sin embargo, al fijarse en ellos, se ve que detrás de su existencia hay algo, que intentaré explicar, que va mucho más allá de aquellas duras circunstancias y que, me parece a mí, obedece a otras causas.
La mayoría de personajes que se van incorporando a la trama, pertenecen a una clase social desfavorecida o muy desfavorecida y en muy pocos casos a una clase social acomodada. Téngase en cuenta que todo empieza entre las mesas del café de doña Rosa, en el que los clientes suelen consumir un café con leche y, todo lo más, un suizo. Muchos son personas sin ocupación fija, otros no tienen ocupación, y algunos son los propios camareros del café; pero casi todos comparten una economía estricta, están siempre sin blanca, y así se entiende que acudan allí a echar la tarde, aceptablemente acomodados, sin pasar frío, gastando poco, y en un ambiente distraído. Las ocupaciones habituales de los que la tienen, son variadas y bordean lo que hoy llamamos economía sumergida, a menudo no son empleos normales sino insólitos modos de ganarse unos cuartos, los necesarios para ir tirando. Entre las mujeres, las jóvenes buscan descaradamente novio, las maduras se juntan con las amigas de tertulia, las más atrevidas recurren a la picaresca para encontrar a alguien que las mantenga, y a las más desesperadas sólo les queda un último y vergonzante recurso. Muchos sufren humillación por razones laborales, domésticas, o afectivas, ejercidas por personas con más dinero, fuerza, o influencia, que desde su posición de ventaja aprovechan su debilidad para extorsionarlos y sacarles dinero, trabajo de balde, o favores sexuales. Todos ellos representan la parte más vulnerable de lo que podríamos definir como una depauperada clase media urbana, machacada por la economía de la posguerra. Naturalmente, todo esto son generalizaciones que marcan la tónica más repetida entre una maraña de situaciones varias. Hay alguna excepción que rompe el monopolio de ruindad general, pero son pocos los casos que escapan a esa norma; nuestro autor demuestra que las debilidades humanas le interesan más que la bondad de la gente.
Según progresa la novela, la narración sale del café de doña Rosa para poder recabar más datos de los protagonistas, profundizando en sus penurias mientras deambulan por la urbe y su actividad adquiere dinamismo. No todos los personajes están en situación de pobreza severa, algunos no viven mal, y no pasan hambre, ni frío, ni otras privaciones, pero su presencia se explica porque sus penurias son morales, como estupidez congénita, o miserias del espíritu derivadas del papanatismo oficial imperante, no sólo en lo político, también en lo religioso y en las costumbres sociales. Cuando surgen los asuntos amorosos, ya sea amor verdadero, o simulado, libre o bendecido, y, casi siempre, clandestino, se ve que don Camilo está en su salsa, se nota que disfruta aportando abundancia de detalles chuscos y divertidos, mientras nuestros personajes se refugian en los rincones más peregrinos, sórdidos, o innobles, que uno pueda imaginar, siempre guiados por una actitud pícara que aviva el entendimiento y provee recursos sorprendentes. Luego prosiguen las peripecias mañaneras de nuestros protagonistas, hasta que todos van retornando al café de doña Rosa, en donde se renuevan los episodios de chufla, choteo y humillación con que empezaron las historias.
No hay que decir, se presupone por lo anterior, que son historias leves que muestran instantáneas puntuales de sus vidas y que, en la mayoría de casos, son las más corrientes y cotidianas, y esas historias constituyen la materia con la que Cela construye su novela, que es como un variado mosaico de personajes en el que cada cual cuenta su problema. Todos ellos juntos, como en una orla colegial, componen una foto fija en la que, al modo de los añejos retratos de estudio, queda plasmada la patética autenticidad de sus tramas, pequeñas, plurales, y vigorosas, con un poder de seducción que les confiere intensidad y brillo, y con unas enormes dosis de fuerza y carácter, que Cela sabe inocular en sus personajes hasta convertir sus argumentos en abrumadores retratos individuales. Ese podría ser el compendio de los atributos y la singularidad de una foto fija que identificase a “La colmena”, novela que, ni es muy larga, ni es muy compleja, y cuya trama es, estructuralmente, sencilla. No la calificaría como una gran novela, pero sí diría, que obtiene un óptimo aprovechamiento de las bazas, limitadas, que maneja su autor.
Su estructura, dispersa y fraccionada, dificulta hacer una crónica a escala reducida de la trama, por lo que voy a desviar el contenido de la reseña hacia un tema colateral que me ha interesado y que denomino como sigue: “De cómo Cela concibe sus personajes” tema que veo aquí apropiado por tener condición de novela superpoblada. Todo surge desde que se empieza la novela y se detecta algo extraño y que llama la atención. Surgen, uno tras otro, tipos estrafalarios, o muy peculiares, que son presentados por el autor como si sus rarezas fueran la inevitable consecuencia de una dura posguerra; son personajes que muestran conductas o trazos tan exagerados, que delatan un origen exógeno, ajeno a cualquier café, bar, o cualquier otra procedencia que no sea la imaginación de su autor, y sus rasgos son tan próximos a la caricatura malintencionada, que hacen pensar que el autor los castiga, configurándolos a su libre albedrío, y achacándoles características físicas y psíquicas en virtud de criterios caprichosos y malévolos en exceso.
Bueno, se dirá, y ¿qué tiene eso de criticable?: en principio nada, al contrario, que los personajes tengan carácter y personalidad de sobra, es bueno y muestra la imaginación que Cela aporta para crearlos y eso, lógicamente, no se lo niego. Pero el problema es otro. En épocas mucho más recientes, y ya con los modernos medios de comunicación desplegados, Cela se prodiga en ilimitadas apariciones televisivas. Se diría que gusta de exhibir su persona a los demás, o lo que es lo mismo, se diría que está ansioso por convertirse él también en personaje, como si hubiera salido de repente de cualquiera de sus libros. Esa estrategia le saca del terreno de su lícita privacidad y le introduce en el espacio público que constituye toda obra literaria, por su propia naturaleza y, ello, sin privarse de su estilo preferido, directo, a las claras, sin tapujos, con aquella pose de incontinencia verbal superlativa, que paseaba con altivez y descaro ante cámaras y micrófonos.
Y concretamente en las cien primeras páginas de “La colmena”, en las que describe a la mayoría de sus personajes, se nota demasiado la manipulación de Camilo José Cela, no el magnífico escritor, sino aquel personaje, público en exceso, que manifestaba continuamente su particular idiosincrasia sin que nadie se la reclamase, y que ponía en sus novelas extraños personajes extraídos de su, a veces, esperpéntica imaginación. Son personajes al gusto de aquel hombre orgulloso, soberbio, que presumía de no morderse la lengua y, lo que es peor, que peroraba como si se considerase en posesión de la última verdad revelada. El caso es que en todo esto hay algo perturbador para la novela, y para sus personajes de los que se entienden sus tribulaciones, pobreza, miseria, o humillación, pero se entienden menos, las extrañas lacras morales o físicas que los atenazan, hasta extremos ajenos a toda lógica literaria, y cuyo origen no es otro que la mala leche de su creador.
Recuerdo que en “Niebla”, Miguel de Unamuno charlaba amigablemente con Augusto, su protagonista, que a veces le solicitaba como favor personal que mejorase su imagen en la novela; incluso, debatían ambos, relajadamente, sobre la conveniencia de cambiar algunos detalles. Si los personajes de “La colmena” hubiesen podido hacer lo mismo, se habrían constituido rápidamente en comisión (porque son muchos), para ir a visitar a don Camilo e insinuarle su malestar por la saña, al borde de lo escatológico, con que los trata, y solicitarle una dignificación de sus respectivas reputaciones.
Véase, en relación con esto, el siguiente detalle; en la película de Mario Camus “La colmena”, María Luisa Ponte era una doña Rosa muy ajustada a la idea que la novela da de ella. Entonces, aceptando como buena aquella recreación de la estúpida e intransigente dueña del café, e invirtiendo el razonamiento, yo me pregunto: si, partiendo de aquella película, quisiéramos reescribir el relato devolviendo a la doña Rosa fílmica (Mª Luisa Ponte) al papel, ¿sería necesario describirla con la saña con que Cela lo hace?, véase como la describe él en la novela:

“Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está mudando siempre la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para abajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura.”

Este párrafo viene de perlas para divulgar la magnífica forma de escribir de su autor, pero, también, para hacer ver la “mala baba” que yo le achaco. Claro que siempre habrá quien diga, que por qué no puede haber una señora así, en una novela, o en la realidad. Bueno. Naturalmente, podría haberla, es obvio; pero aquí lo llamativo es que doña Rosa no representa un caso único, hay muchos otros parecidos en la novela, y al apreciar una reiteración de ciertos personajes y ciertos detalles, uno empieza a mosquearse y a sospechar otras cosas; es como detectar una especie de “teoría de la conspiración” a escala literaria. Entiéndaseme, al esgrimir estos argumentos no estoy tratando de decir que la novela no valga nada, ni que su autor sea un merluzo. Nada más lejos de mi opinión. Es más, muchos lectores considerarán la novela buenísima y su trabajo como escritor excelente, y puede, incluso, que los excesos que a mí me lo parecen y que estoy criticando, estén entre las cosas que más les hayan gustado. Ello es perfectamente posible, porque es una cuestión de personalidades y, por tanto, de gustos y de cómo afectan éstos a la obra literaria. La personalidad de Cela fue desbordante, y a la vez, invasiva y abrumadora, y conmigo no casaba, pero, al margen de eso, la importancia reside en su obra y en ésta, concrétamente, yo aprecio ese efecto y no para bien. Creo que penaliza un poco la valoración de la novela, aunque me apresure a decir que eso no nubla mis entendederas, ni me lleva a dejar de considerar que la suya es una buena novela y que su trabajo como escritor es magnífico.
En este tramo final de la reseña hablaré del lenguaje que utiliza Cela en “La colmena”. Me recuerda el caso de “El Jarama”, no porque se parezcan los diálogos en una y otra novela, que no se parecen, sino porque, igual que aquella novela reflejaba magníficamente el habla popular de algunos grupos de jóvenes de la época, “La colmena” refleja magníficamente, también, la manera de hablar de las clases populares en la posguerra, me la recuerda por eso, por su enorme arraigo popular. Como es lógico, tratándose de diálogos de café, contienen continuas incorrecciones gramaticales o sintácticas, propias del lenguaje coloquial y vulgar de personas de poca formación. Esto es normal y no molesta mientras se tome como lo que es; sería absurdo y ridículo, que los parlamentos de estas personas contuviesen una sintaxis perfecta. Sin embargo, tengo mis dudas en lo que se refiere al estilo que utiliza el narrador. La novela nos llega con la palabra de un narrador omnisciente que, sin embargo, no lo aparenta demasiado por adoptar un lenguaje muy a ras del suelo, formalmente muy próximo al de cualquiera de los personajes. Pareciera que el narrador no fuese sólo un ser idealizado que todo lo sabe sobre los personajes, sino, además, que se expresara como ellos, que fuera, incluso, uno de ellos, lo que, a veces, resulta chocante. Pero al margen de ese efecto, que no defecto, hay algunos ejemplos que me sorprenden, como aquello de: “Tenía ya trescientos y pico de versos…” que a mí me suena más que raro, aunque no sea incorrecto. “Tenía ya trescientos y pico versos…” me suena mejor. Y lo de: “Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero”, que figura en el segundo renglón de la primera página, no deja tampoco de sonarme extraño. ¿Tropezando a los clientes? Yo siempre creí que uno va por ahí: tropezando “con” la gente, y no “a” la gente, sobre todo si el tropiezo contiene contacto físico, que es el caso, porque tropieza con su trasero; sonaría mejor ese “a la gente” si el tropiezo tuviese el sentido de encontrarse inopinadamente con alguien (“me tropecé a fulano”), pero no parece ser este el caso. En fin, tiendo a creer que debe ser correcto, porque si no, no llevaría ahí, en la primera página de la novela sesenta y cinco años; pero raro, lo que se dice raro, lo es un rato.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 8 años

Vaya reseña monumental. ya vas a por las 2.500 palabras.

No comparto todas tus ideas sobre la Colmena: es novela agria, y agrios son también la mayoría de los personajes. Cela rozó luego el costumbrismo más castizo, pero en esta obra controla muy bien el incesante flujo de personajes, dando una idea bastante desoladora de la posguerra. Por algo tendría que publicarla en Buenos Aires. Tú ves ensañamiento, casi. Pero es que el paisanaje que muestra se lo merece. Recuerda a la maligna doña Rosa, que ordena al camarero echar a patadas a Martín Marco, que no tiene para pagar. Y luego pregunta:

"-Oye, ven acá.
El camarero se le acercó.
-¿Le has arreado?
-Sí, señorita.
-¿Cuántas?
-Dos.
-¿Dónde?
-Donde pude, en las piernas.
-¡Bien hecho! ¡Por mangante!
Al camarero le da un repeluco por el espinazo. Si fuese un hombre decidido, hubiera ahogado a la dueña; afortunadamente no lo es. La dueña se ríe por lo bajo con una risita cruel. Hay gentes a las que divierte ver pasar calamidades a los demás; para verlas bien de cerca se dedican a visitar los barrios miserables, a hacerregalos viejos a los moribundos, a los tísicos
arrumbados en una manta astrosa, a los niños anémicos y panzudos que tienen los huesos blandos, a las niñas que son madres a los once años, a las golfas cuarentonas comidas de bubas: las golfas que parecen caciques indios con sarna. Doña Rosa no llega ni a esa categoría. Doña Rosa prefiere la emoción a domicilio, ese temblor.".

Cruel, pero magnífico.

Me sorprende lo de "tropezar a," porque la gramática de Cela suele ser excelente. Debe ser por lo de tropezar "con" el trasero, pero no suena bien.

Buena reseña.

@sedacala hace 8 años

Ya veo que no lo ves como lo veo yo.

Obtener mi propia imagen de La colmena, me llevó apenas un tercio del libro. A partir de ahí todo es más de lo mismo, está bien, tienen garra sus historias, son muy representativas de una época, la pasarela de tipos que desfilan por allí es espectacular, y esos párrafos que has entresacado, muestran a las claras el especial estilo de la verborrea de aquella gente y, además, es como dices: Cruel, pero magnífico.

Pero después de decir todo eso, también tengo que decir que, según leía, me iba dando mucha pena de esos pobres desgraciados. ¡Pobrecillos, cuanto cabronazo andaba por ahí suelto! Y andará todavía, a fecha de hoy, supongo. Porque parece razonable pensar que la maldad no es una cosa de un momento determinado sino que está en la esencia de la forma de ser de los hombres. De tal manera que sentí misericordia por ellos. Pero, ¿por qué los ha creado así? Tan vivos y tan reales me parecían, que me daba pena su mísera situación y me rebelaba contra el responsable de que estuvieran ahí, pasándolas canutas. Y quién era el responsable número uno de que estuvieran ahí. Pues don Camilo. Él y su personalidad excesiva. Nunca me gustó su personalidad. ¿Es un magnífico escritor?: sí, pero veamos, dices tú:

“Tú ves ensañamiento, casi. Pero es que el paisanaje que muestra se lo merece”

Claro, es que yo creo que si algunos de esos paisanos merecen lo que tienen es porque han sido creados así. La responsabilidad última es de su creador. No creo que muchos de los que aparecen tengan todos los rasgos de crueldad que Cela acumula sobre ellos, quiero decir, en origen, de donde Cela los saco. Era él el que inflaba la crueldad de algunos, concretamente de doña Rosa.

En fin, quizá mi posición sea mucho más visceral que racional, no lo niego. Es más, lo afirmo, pero lo siento por los que no compartan mi punto de vista. Reclamo el derecho a, no sólo dar opinión, en este caso incluso a divulgarla, a hacer proselitismo, a rebelarme contra el que tan mal trato dio a esos pobres. No me refiero a los que salen en la novela, que sí, algunos son unos cabrones, pero unos cabrones salidos de la mente de un hombre que disfrutaba creando monstruos. Y a mí me gusta que la maldad que aparece en los libros sea espontánea y no Don Camilo, alias “Deus ex machina”.

Con perdón, un abrazo.

@Guille hace 8 años

Este año se conmemora el centenario del nacimiento del autor y está prevista una reedición de este libro:
“Ese enjambre de soledades, perdedores y derrotados que Camilo José Cela tituló La colmena verá la luz con fundamentales anexos en una nueva edición a cargo de la Real Academia Española. Darío Villanueva, director de la RAE y experto en el autor gallego, comenta que será en otoño de 2016, para conmemorar en esas fechas la entrega del Premio Nobel que consiguió en 1989.

Contará con una novedad. “En una anexo, no dentro del texto, ya que la versión definitiva del mismo es la que Cela dejó en 1966 después de múltiples luchas con la censura, incluiremos los pasajes que por su fuerte contenido sexual, decidió no agregar convencido de que no pasarían la criba”, comenta Villanueva.”

Aprovecharé el evento para llenar una de mis muchas lagunas literarias. Ya comentaré.

@Faulkneriano hace 8 años

Todos los escritores hacen lo mismo, sedacala: seleccionar el fragmento del mundo que quieren rumiar y crear los personajes que mejor les ayuden a dar su particular versión de la realidad. A Dickens le salen de una manera; a Dostoievski, de otros. Conocerlos bien es conocer al autor. Y desde luego, Cela no se fijaba en las flores ni en los animalillos del campo.

Observo, de cualquier forma, que el personaje público Cela influye sobre la lectura de su obra. Desde luego, bien lo hemos conocido los que tenemos cierta edad, y no siempre para bien.

Tomo nota de la noticia, Guille. Algo había oído de esos pasajes.

@Tharl hace 8 años

Tengo la novela por casa, a ver si la leo que la pintais tan bien...

No sé cómo será Cela, pero con frecuencia los autores "pesimistas" como Céline o Bukowski son más tiernos y sensibles que los que pretenden lo contrario. Hay que fijarse en los resquicios dd esperanza que se abren paao en sus novelas. Ademas con ellos sabes que saben de lo que hablan y no te están mintiendo al darte esperanzas.

Estupenda reseña y comentarios

@sedacala hace 8 años

Hola Tharl. Creo que si no conoces o no has leído a Cela, imaginar un paralelismo entre él y Céline, o Bukowski, no se ajusta a la realidad, yo desde luego no lo veo. Y no es que los conozca, porque de Céline sólo he leído su “Viaje al fin de la noche”, y de Bukowski, sólo sé lo del realismo sucio que ya me tira para atrás. ¿Son pesimistas?, supongo que sí, ácido, diría yo de Céline.

¿Cela tiene conexión con ellos?, pues fíjate, no encuentro que eso que yo he criticado en “La colmena” sea, exactamente, una visión pesimista de los personajes. Más que pesimismo es mala leche, que no es lo mismo. Pero, definiendo a sus personajes, adopta una postura que es muy vitalista, muy en esa línea suya de epatar siempre, y diría, incluso, que es una visión lúdica, o divertida, lo que no deja de ser cínico después de tanto drama. En todo caso, es difícil que desde esa actitud que adopta, si hay retazos de ternura o sensibilidad, que a lo mejor los hay, se puedan apreciar; yo desde luego no lo consigo.

Tienes razón Faulkneriano cuando dices que “El personaje público Cela” influye en su lectura: influye absolutamente. Claro que esto es algo que nos ocurre a los que le hemos conocido, y esa influencia es más mala que buena. A mí me pesa mucho, lo reconozco.

Pero al margen de todas estas disquisiciones, “La colmena” me parece que destaca más por su valor como icono, como estandarte de aquel momento, como algo parecido a lo que representan “El Jarama”, o “Cinco horas con Mario”. Me parecen novelas de imprescindible lectura, pese a que a mí, personalmente, como lector, no me entusiasmara ninguna de las tres. Pero son iconos fundamentales de sus respectivas décadas (los cuarenta, los cincuenta y los sesenta), es obligado leerlas y deja poso su lectura.

@Kodama hace 8 años

Que voy a decir yo de esta novela con la nota que le puse. Genial el contenido y el continente, lo qué cuenta y cómo lo cuenta.
Y claro, tratándose de Cela hay que hacer el esfuerzo de separar al Cela escritor del Cela persona, algo que afortunadamente conseguí en él, y desafortunadamente no he conseguido con otros escritores.
A quién no haya leído La Colmena, a por ella; yo he de decir que la leí tanto en el orden de los capítulos como en el orden cronológico de la lectura, así que, voluntariamente, tuve Colmena por partida doble.