DEBE SER LA MÚSICA por Guille

Portada de INDIGNO DE SER HUMANO

No es la primera vez que me refiero a este tipo de libros –el relato de un viaje a los infiernos de alguien malherido, resentido consigo mismo y con el mundo- como una de mis grandes debilidades literarias, y aun así nunca me he topado con un personaje tan negro por dentro y tan en carne viva por fuera, una especie de autista extrovertido si es que tal combinación es posible, si es que un personaje tan complejo y contradictorio como este Yozo que nos retrata Dazai en esta novela puede ser posible. Un personaje al que la preocupación de convertirse en adicto le hizo ir en pos de la droga.

Yozo es un joven procedente de las clases acomodadas japonesas, inteligente, guapo, con cierto talento para la pintura y con una sensibilidad tan desaforada que le convierte en alguien “condenado a ser cada vez más infeliz sin saber cómo evitarlo”. Negado para la amistad, negado para el amor, misógino, misántropo, “capaz hasta de olvidar el nombre de alguien con quien hice un pacto de suicidio”, capaz de asistir a la violación de su mujer sin hacer nada por evitarlo, el más mínimo roce lo daña, la más cotidiana e inocente interacción con el otro lo sumerge en el horror. Un ser que desde muy pequeño tuvo que interponer entre él y la temible cotidianidad, entre él y el infierno de un universo en el que impera la maldad, la doblez y la desconfianza, un disfraz autoimpuesto de payaso, de bufón que, curiosamente, le convierte en un ser encantador a ojos de todos y especialmente de las mujeres que en su presencia a cualquiera “le entran deseos irreprimibles de hacer algo por él”.

“Así mismo, la gente habla del "sentimiento de culpabilidad". En mi caso, me poseyó desde que era bebé y, con el tiempo, en lugar de curarse se hizo más profundo, penetrándome hasta los huesos. Pero, incluso si se podía decir que mi sufrimiento por las noches era el de un infierno de infinitas torturas, pronto se me hizo más querido que mi propia sangre y carne. Y me llegó a parecer la expresión de ese sentimiento de culpabilidad vivo o quizás su murmullo afectuoso.”

No se puede negar que a priori reunía todos los ingredientes necesarios para que este relato, de una infinita tristeza y desesperanza, me encandilase y, no obstante, pocas han sido las veces en las que ha conseguido alterarme como otros libros en la misma línea lo han logrado de forma más global.

Y aunque me descolocó bastante un derrape casi al final del relato en forma de descarga de responsabilidad que rompe con el hilo narrativo seguido hasta el momento, la causa de mi parcial desafección se debe achacar a la música. Esa música de la que habla Dostoievski en una carta a Turguenev refiriéndose a la obra que en esos momentos tenía entre manos y que no es otra que Memorias del Subusuelo, esa música que emana del texto, que nos envuelve y nos lleva a ese espacio particular y privado en el que nos convertimos en estrechos cómplices del autor y nos hace sentir con una inmediatez y una intensidad que exceden con mucho a la compresión literal del texto. Sí, debe ser esa música la que no he conseguido oír la mayoría de las veces que me he acercado a la literatura oriental, que ciertamente no han sido muchas, y que tampoco he conseguido escuchar en esta ocasión y, sin embargo, no puedo decir que no me haya gustado… claro, que el tema tratado facilitaba mucho las cosas.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 2 votos · @Guille le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@_567_ hace 6 años

Buena reseña, Guille, para dar a conocer este clásico de la literatura japonesa que, por mi parte, estoy muy contento de tener por fin en el currículum. Muy recomendable a pesar de su breve extensión, quizá con una simple docena de páginas más –para conocer mejor la figura del padre de Yozo, verdadero causante de su descenso a los infiernos en mi opinión aunque nunca se mencione en el texto- lo hubiera hecho todavía más redondo. Muy bien estructurado en sus 3 cuadernos de notas escritas en 1ª persona además de la figura de ese narrador desconocido que nos cuenta la historia desde el prólogo y el epílogo, difícilmente 124 páginas puedan dar para más. Que los tintes que desprende la narración, manchando las conciencias de muchos de sus lectores seguramente, sean autobiográficos todavía hace que el poso que deja esta novela tras su lectura sea más terrible…

@Guille hace 6 años

Gracias, Krust.

Pues sí, es una novela que a priori tenía todas las papeletas para entrar en mi olimpo particular, pero no sé qué me ocurre con la literatura japonesa que no llego a conectar con ella. Quizás algún día se produzca el click de la conexión.