EL MÉDICO por sedacala

Portada de LA CIUDADELA

La ciudadela de 1937, y Las llaves del reino de 1941. Dos novelas del escritor escocés A. J. Cronin, que fueron llevadas al cine por la notable resonancia que tuvieron en su época. Las llaves del reino, contaba la historia de un cura católico (Gregory Peck en la película) destinado como misionero en un pueblo del interior de China. La leí hace más de cuarenta años y conservo nítido su recuerdo. Para contrastarlo comencé a leer La ciudadela, novela muy crítica con el deficiente funcionamiento de la sanidad en las islas británicas en la época de entreguerras. Visto desde hoy sorprende que un país avanzado como el Reino Unido, pudiera haber tenido deficiencias en esa materia y en esa época. La medicina no tenía entonces los medios de hoy, pero, no era ese el problema, no iban por ahí los tiros. La cuestión era de otra índole, y no tenía nada que ver con la medicina como ciencia sino como organización que gestiona la sanidad, y, sobre todo, con la actitud de abulia y adocenamiento con que se comportaban muchos de los profesionales que trabajaban en ella.
Todo empezaba con el desembarco de los médicos novatos en la profesión. Su objetivo al terminar sus estudios, era, prioritaria e incondicionalmente, adquirir una sólida reputación. Esto, dicho así, parece normal y loable, empero, el procedimiento no lo era tanto. Solía este consistir, en la adquisición de favores y prebendas de profesionales ya establecidos mucho más que en mejorar su formación o en la actualización de sus conocimientos. Así que una vez adquirido el deseado prestigio, la práctica de su profesión se convertía en un negocio prioritariamente lucrativo que recurría al boato en las consultas y a blindar su imagen adoptando unos aires de fatua eminencia que hacían de los médicos unos engreídos y unos estirados que, subidos en su falso pedestal y rodeados de absurdos privilegios y veneración, llenaban su buchaca con absoluta desconsideración por la auténtica finalidad de su cometido. Era un sistema perverso, con incidencia, tanto en la alta sociedad como en el resto de estratos sociales en los que el mecanismo se repetía adaptado a las circunstancias, propiciando la degradación del sistema y actuando como un cáncer corrosivo para el conjunto del estamento. Como remate, el interesado conservadurismo de las corporaciones médicas, siempre vigilantes y ferozmente opuestas a cualquier pérdida de privilegios, y la general aquiescencia de los pacientes que asumían este estado de cosas como algo habitual e inamovible. Cuando Cronin, en el ejercicio de su profesión de médico, tomó conciencia de todo esto, decidió escribir una novela que tratase de estas disfunciones y que, en la medida de lo posible, contribuyese a solucionarlas.
La ciudadela, tuvo una fuerte repercusión en amplios sectores de la opinión pública británica. Su éxito se convirtió en el empujón que llevó a la opinión pública a reclamar cambios y, consecuentemente, a conseguir que la administración atendiese esa demanda, creando un organismo eficaz y sin privilegios (base del actual sistema público de salud del Reino Unido), y logrando así la consecución del objetivo de la novela.
Su texto, especialmente fácil, tiene una sencillez que permite avanzar en su lectura sin esfuerzo, aunque también, sin apreciar rasgos de estilo personal. Esto, junto al sentido regenerador de la novela, debió influir en su éxito comercial. El humanitarismo, implícito en su mensaje, predispone en su favor, lo que unido a un planteamiento muy claro, sin saltos en el tiempo y absolutamente lineal, hace que la historia evolucione fácilmente con hechos que se suceden unos tras otros. Se capta inmediatamente, cuando se comienza su lectura, su condición de novela de denuncia. La trama empieza exponiendo cómo los primeros empleos del protagonista, le llevan a adquirir conciencia de las imperfecciones y las carencias de la sanidad de la época, y el lector queda pronto convencido de que la narración es, en buena medida, un reflejo de la trayectoria real vivida por el autor. Sin embargo, aunque sus consideraciones arrancan de su trayectoria particular y el argumento se nutre de sus experiencias, no es una novela autobiográfica, en tanto que hay coincidencias, pero también notables disparidades con su vida real, que hacen que no se la pueda considerar así.
Comienza su historia, desde el principio de los principios; lo que, para un médico, quiere decir desde el día en que se dirige, atenazado por los nervios y la responsabilidad, a visitar a su primer enfermo. A partir de ahí, su trayectoria quema velozmente etapas, afianza su valía como médico, y se forma la penosa convicción de que el duro mundo en que se mueve está viciado y lastrado, por hábitos anticuados y espurios, y por el talante acomodaticio de una mayoría de médicos que, apoltronados y faltos de ilusión y entusiasmo, carecen de cualquier interés por mejorar las cosas. Sus primeras experiencias acaecen en la zona de los valles mineros de Gales, comarca atrasada, pobre, insalubre y refractaria al progreso; allí está, literalmente, oprimido entre montañas y entre la abulia y el conformismo de unos habitantes limitados por su secular tradición de aislamiento. Aun así, entre vecinos y clientela, consigue establecer su propio círculo social, con tipos ásperos unas veces y entrañables otras, entre los que, pese a todo, surgen variadas relaciones afectivas. Cronin maneja bien la variada amalgama de vínculos personales con sus enfermos, vecinos, y colegas, arrostrando relaciones desconfiadas, enfrentadas y tensas. Basa su proceder en los fundamentos de la ética médica, y en una altruista moderación de honorarios que pronto le distancia de sus compañeros ya instalados, que ven en su actitud una competencia abiertamente desleal, con las consiguientes zancadillas, envidias y maledicencias en su contra que imposibilitan su éxito profesional y económico. Así hasta que la novela da un giro, y las circunstancias le llevan a trasladarse a Londres. Transcurrido casi medio libro, en la gran ciudad todo cambia y la ética y el altruismo se disuelven como azucarillo en agua, leve pero imparablemente. Su reputación mejora, sus relaciones se amplían, su economía progresa, pero, paradójicamente su estabilidad emocional disminuye. Y hasta aquí puedo leer, no más, pero sí hasta aquí, para, aun sin demasiados detalles, dejar bien claro el planteamiento de la novela.
Cronin, expone los actos de cada personaje encajándolos en su cliché característico; quienes le apoyan en su actitud son sensatos y ponderados, quienes la niegan y se le enfrentan, son gentes pérfida y de mal estilo; hay por tanto cierto maniqueísmo, mitigado, sí, por el deseo de que la pertenencia a uno u otro bando sea, sólo, levemente insinuado, pero, detectado, aun así. Como detectada es, cierta forma de estructurar las relaciones personales con un esquema repetido; hay un remedo en la resolución de las situaciones, cambian el momento y los personajes, pero se repite la fórmula del desenlace. Esta mecanización en zanjar las situaciones denota rigidez y crea momentos predecibles; pero también aquí las percepciones son leves y apenas reflejan tics que, o son imperceptibles o muy matizados. Lo que ya no es tan leve es su carácter de novela denunciatoria condicionada por la obligación que se impone de utilizar su obra como medio para conseguir un fin, por más que el fin sea digno del mayor encomio. Esto es así, se aceptará o no, pero, esa obligación, es parte inseparable de la esencia de la novela y la acompañará siempre, como lo viene haciendo desde el mismo instante de su concepción. Tampoco quiero dejar de hablar bien del libro en la medida en que lo merece; no me he inventado las críticas, están ahí, pero son, por así decir, de baja intensidad, como esos terremotos que permiten que todo siga en pie, o sea, que no impiden una lectura interesante e, incluso, intensa. Aparte de la cómoda asimilación de su texto, la estructura de la novela denota la maestría del artesano que conoce los mecanismos que mantienen el interés del lector; si a esas dos cualidades le unimos el más que loable objetivo de su autor de promover una regeneración de su profesión desde la ética profesional y la mejora de la atención a los enfermos, hay que concluir que se trata de una lectura interesante. Creo que este es uno de esos casos en que la condición de “novela que trata de demostrar algo”, no destruye el interés literario del libro, quizá porque la tesis es relativamente sencilla, a ras de suelo, sin complejidades metafísicas, obviando así la necesidad de utilizar complejos planteamientos filosóficos para su demostración; tan sólo, simple sentido común, fácil de encajar en cualquier trama de ficción.
Y por fin, como decía al comienzo, viene la comparación con “Las llaves del reino”, el otro éxito de Cronin; sus argumentos son muy diferentes, pero hay, al menos, dos puntos en común; uno de ellos la presencia, también allí, de una tesis a difundir: el propósito que subyacía en aquella historia de un misionero en China, era lograr, a ojos de la severa sociedad anglicana, la rehabilitación de la mala imagen que los británicos tenían de la Iglesia de Roma, encarnada en la novela, por aquel sacerdote bondadoso y abnegado (Gregory Peck-Atticus Finch), que dedicaba su vida, contra viento y marea, a una meritoria labor humanitaria. Sin duda Cronin, hijo de padre católico y madre protestante, tuvo el deseo de jugar esa baza a favor de la religión de su padre. El otro punto en común entre Las llaves del reino, y La ciudadela, es la fuerza, admirable, que Cronin le otorga, en ambas novelas, a la relación entre los respectivos protagonistas y los habitantes de las poblaciones donde ejercen su misión, relación bipolar, en la que unos les acogen bien y otros recelan de ellos, y en la que, al final, ambos consiguen hacerse con el respeto de la mayoría; no importa que, en un caso, sean los antipáticos mineros de los valles de Gales y en el otro, los recelosos campesinos de un pueblo del interior de China; en ambos casos, el autor, hábil y perspicaz manejando las relaciones humanas (quizá su mayor virtud desde un punto de vista puramente literario), consigue transmitir las claves de una intensa comunicación afectiva entre los protagonistas y las personas que les rodean. Esto, A. J. Cronin supo hacerlo realmente bien.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 2 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 8 años

Buena crítica, sedacala... Estás hablando de uno de los bombazos de la novela en inglés en la primera mitad del siglo. La novela de Cronin, antes y después de la película, que he visto hace mil años, se la leyó hasta el Tato. Hoy, me temo, está algo olvidada, aunque sigue reeditándose.

Novela de médicos, como Dr. Arrowsmith (que se me hizo muy larga). y, claro, la de Noah Gordon. No es mi género favorito, aunque la novela de Cronin puede tener interés en el aspecto sociológico (esos valles galeses...)

@sedacala hace 8 años

Yo tampoco tengo ninguna afición por el subgénero “novela de médicos”, y he leído “La ciudadela” movido por el buen y lejanísimo recuerdo que me quedaba de “Las llaves del reino”. Sólo por eso. Por lo demás son novelas bastante pasadas de moda y pocos se acuerdan de ellas. Pero es verdad que en su momento fueron auténticos bombazos y en el caso de “La ciudadela”, su asunto permite conocer aquel nefasto sistema sanitario y la resistencia que pusieron las fuerzas reaccionarias para evitar su cambio. Esa es quizá la motivación a favor, que tuve para escribir esta reseña, compensando otras motivaciones en contra, como su absoluto desconocimiento en SdL (sólo un voto, el mío), o estar pasada de moda, o tocar un tema (el tema médico) que no me agrada.

@Tharl hace 8 años

No tenía noticias de este libro o de la película. Aunque pasen de moda, es lo que tiene este tipo de literatura, los best-sellers de distintas épocas suelen resultar interesantes. Y seguro que a comienzos del XX conservaban más calidad que los actuales. A mí me da algo de pereza leerlos, también la literatura de denuncia, sobre todo porque hay muchos otros libros, libros maravillosos, que no he leído.

La temática médica, sin embargo, sí me resulta interesante. Tal vez no tal y cómo la expone este libro y, desde luego, no de la forma en que la tematizan la mayoría de las series de televisión; pero sí veo en ella un potencial fascinante. Una de las cosas que más me gustó de Frankenstein fue, sin duda, la parte médica en que elaboran al monstruo. También es lo que más recuerdo del film de Kennet Branagh, con esos largos trávelin a las mesas de cadáveres, el ambiente de la universidad y la cuidada metodología. También es cierto que tengo especial fascinación por la medicina del XVIII; supongo que por culpa de Foucault. No me podéis negar que el modo en que se manipula la vida a través de los cuerpos, en base a la ciencia y, casi siempre, con ideas esotéricas en la cabeza más o menos explícitas, es fascinante. Supongo son planteamientos más propios de la literatura de terror que de los dramas de denuncia.

Por cierto, existe una serie de televisión sobre médicos, The Knick (Steven Soderbergh), que aún no he visto pero que muchos recomiendan y que creo que puede resultar interesante.

Buena reseña, Sedacala