HISTORIA DE UNA OBSESIÓN por Guille

Portada de EL TÚNEL

Otra relectura, aunque no en el sentido estricto. Ni recordaba el argumento ni apenas las sensaciones que me produjo su lectura más allá de guardar una buena opinión de él, por lo que no me debió impresionar mucho. Tanto es así que no me vino a la mente en ningún momento mientras leía, hace relativamente poco, un par de libros con los que guarda una clara relación: “Memorias del subsuelo” y “Una confesión póstuma”, que forman parte de la trilogía clásica de la confesión que pronto completaré con la lectura de “Indigno de ser humano”.

Y no tengo dudas. Castel se puede sentar cómodamente a la derecha del personaje de Dostoievski y no lejos del de Emants. Todos ellos representan a su modo el fracaso, son personas que no saben vivir: egocéntricos, atormentados, contradictorios, hipersensibles, mezquinos, propensos a idealizar un mundo que únicamente les ofrece frustraciones.

No obstante sus similitudes, cada uno de estos tres personajes personifican tipos muy distintos. Si la debilidad del personaje del Subsuelo nos inspira compasión, y la desesperación de Emants le lleva a suplicárnosla, el soberbio y despectivo Castel solo nos produce rechazo. Si el primero desdeña el mundo que anhela porque le es imposible adaptarse a él y el segundo lo rehúsa por la mera posibilidad del fracaso, Castel desprecia esa “vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad”. Si a la creación del autor ruso le atormenta la culpa y la responsabilidad, y a la del autor holandés le mortifica la injusticia de la lotería de dones y circunstancias, Castel se desespera por la estúpida incapacidad del mundo de entenderle, de alzarse hasta su cumbre, de lograr la íntima comunicación con él. Si al primero le mueve a confesarse el oscuro placer de la mortificación y al segundo gritar al mundo la injusticia de su desventura, el tercero trata únicamente de defender lo indefendible por su "maldita costumbre de querer justificar cada uno de mis actos". Pero aun así, los tres coinciden en la necesidad de amor, de sentirse semejante entre semejantes, de no estar solos, así como en el intento de que estas confesiones les sirvan para ser exonerados de algo de lo que ellos sienten que no tienen el control.

En este retrato de Castel que es esta novela, quiero destacar la magnífica descripción que Sabato hace del funcionamiento demencial del cerebro de un agresor de género: como retuerce la realidad hasta conformarla con las sospechas previas, como lleva hasta el ridículo unas absurdas “deducciones lógicas”, como exige del otro lo irrazonable. Castel, que encuentra en María por primera vez la posibilidad de ser comprendido, necesita poseerla completamente, que viva para él, es más, que sea uno con él, pero no un uno cualquiera ni una combinación de ambos, no, de que sea él mismo.

“Era una mujer diferente de la que yo había conocido hasta ese momento, Y lejos de producirme alegría, me entristecía y desesperanzaba, porque intuía que esa forma de María me era casi totalmente ajena y que, en cambio, de algún modo debía pertenecer a Hunter o a algún otro.”

Queda brillantemente descrito como el agresor se va envolviendo a sí mismo en sus propios desatinos, encerrándose en un túnel cuya luz final, lo único capaz de terminar con el tormento, es la desaparición de quien, en su delirante lógica, es su causa.
“mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera… entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.”

Y el desenlace que nos ofrece es doble. Por un lado, nos presenta el súbito cambio que se produce en la mente de un agresor una vez ejercida la violencia. Como, una vez aplicado “el castigo”, el túnel en el que ellos mismos se han enterrado vuela en pedazos y la luz les golpea con todo su fuerza mostrándoles la magnitud de lo perpetrado, como entonces y solo entonces, reconocen la crueldad y la irracionalidad del propio comportamiento y aparece la necesidad de perdón, de reparación de lo hecho, incluso de humillación ante la víctima. Un perdón cuya imposibilidad en caso de muerte a menudo no deja otro camino al agresor que el suicidio.

Pero aunque Castel muestra este tipo de comportamiento en el momento de una cruel y gratuita ofensa a María, no es el caso cuando le da muerte, cuyo arrepentimiento solo aparece débil más tarde al darse cuenta de lo que él ha perdido con su acto (no es un dato gratuito el que Castel haga toda su confesión desde un manicomio).

“Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.”

“estoy pagando la insensatez de no haberme conformado con la parte de María que me salvó (momentáneamente) de la soledad.”

Para terminar, comentar que otro gran acierto de Sabato es la indefinición de María, la víctima, de la que no sabemos apenas nada concreto, de la que solo hay insinuaciones, suposiciones, sospechas, pero casi nada concluyente, porque de hecho todo ello es irrelevante para el juicio que debemos hacernos de Castel y sus actos.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 4 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@FAUSTO hace 8 años

Gran reseña y comentarios, Guille, aunque me ha llamado mucho la atención tu afirmación que no te dejó ningún poso el libro en su primera lectura. Para mí fue un relato que me impactó en su momento y ahora, después de tantos años, todavía siguen “frescas” muchas de esas impresiones. Si tuviera que apostar por una novela remarcable, sin duda una de las primeras que me vienen a la mente es esta historia independientemente de la calidad literaria y sin importar la capacidad para gustar al lector, o sea que se disfrute o no con el texto dejaría una gran huella.

Por otra parte, coincido contigo en la importancia de las relecturas. Supongo que con el transcurrir de las diferentes lecturas, la experiencia (lectora y vital) y, cómo no, los años que no pasan en balde, nos hacen mirar atrás con cierta nostalgia y curiosidad sobre las obras leídas, tanto las que nos parecen notables como las que en su día nos dejaron una “espinita” clavada. El riesgo merece mucho la pena.

@Guille hace 8 años

Gracias FAUSTO.

Para que veas como era yo hace 20 años: lo que no diré de mí dentro de otros 20.

De lo que me estoy dando cuenta es que no hay nada como la relectura de libros leídos hace muchos años para constatar cuanto hemos cambiado sin vejarnos con la impertinencia de las fotografías añejas o la crueldad y hasta la mofa del espejo y llevarnos de vez en cuando gratísimas sorpresas acerca de nuestro estado actual.