VIDA Y LITERATURA por Guille

Portada de BARTLEBY Y COMPAÑÍA

«Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz. »

Cómo no va a gustarme un libro que tiene tal inicio. Estoy rendido a este no-escritor de novelas que son ensayos o de ensayos que son ficción atormentado por la inutilidad o la imposibilidad o la magnificencia inalcanzable de su oficio. ¿De su oficio? Estoy convencido de que esa angustia literaria es extensible a su vida, a toda vida.

Porque en el fondo no estoy muy alejado de Rimbaud cuando señala que «puedo decir que el arte es una tontería», he ido interpretando todo el cuestionamiento de la literatura que recoge esta novela (o lo que sea) como un cuestionamiento paralelo de la vida: vida y literatura se mezclan en este libro, en el que yo he leído y he interpretado, son la misma cosa (es algo muy conocido que, a veces, los opuestos se tocan).

Vila-matas agrupa en torno a Bartleby (el célebre personaje de Melville que igualmente podría haber sido Wakefield, otro famoso personaje de un cuento, en este caso de Hawthorne) a autores que se negaron a escribir o que callaron tras una o dos obras sobresalientes.

«Hablar -parecen indicarnos tanto Wakefield como Bartleby- es pactar con el sinsentido del existir. En los dos habita una profunda negación del mundo.»

Aunque no faltan ejemplos de aquellos autores que dejaron la literatura precisamente para abrazar la vida, muchas de las razones que se esgrimen para justificar ese abandono podrían servir perfectamente como un posicionamiento ante ese famoso TO BE OR NOT TO BE, esa cuestión fundamental de la filosofía que decía Camus.

Aquí conoceremos al tío Celerino, a cuya muerte culpa Rulfo de su silencio (escritores que aducen que sus obras nos les pertenecen, que fueron escritas como al dictado o bajo el influjo de alucinaciones). Tendremos noticias de algunos escritores que se paralizaron ante el abismo inaccesible de lo que buscaban o a los que, por vagos, les parece una tarea impropia (*), o a los que, por ineptos, se sintieron del todo incapaces de la tarea o a los que, quizás por vanidosos, calificaron la tarea como un despropósito («La dignidad de la inteligencia reside en reconocer que está limitada y que el universo se encuentra fuera de ella.» Pessoa) o que pensaban que la palabra escrita era del todo insuficiente («la escritura es un pequeño equívoco sin importancia, tan pequeño que nos hace casi mudos»). También se nos presentarán autores que, antes de embarcarse en la ardua tarea de escribir, de decir algo de verdad, necesitaban llegar a la raíz del asunto, encontrar aquello que no sabían qué era ni dónde buscarlo pero que aun así intuían que en el mismo momento en el que se toparan con ello se darían cuenta del sinsentido de la tarea («La actitud realmente seria es aquella que interpreta el arte como un medio para lograr algo que quizá sólo se puede alcanzar cuando se abandona el arte.» Susan Sontag). Y no podemos olvidarnos de aquellos para los que la escritura se despoja de todo atractivo o necesidad tras la muerte del amante o de aquellos para los que ya se ha escrito todo, o de aquellos que no consiguen responder a una simple pregunta: ¿para qué?, o de aquellos que, como Tolstoi, ven en la literatura la razón de su perdición, o la de esas mentes privilegiadas para las que, según Borges, «Tal vez su propia destreza les hace desdeñar la literatura como un juego demasiado fácil», desprecio de la literatura que puede venir acompañado por otro desprecio más hiriente: «como decía Oscar Wilde, el público tiene una curiosidad insaciable por conocerlo todo, excepto lo que merece la pena».

¿Por qué escribir? ¿Por qué vivir? ¿Por qué dejar de escribir? ¿Por qué dejar de vivir? La respuesta más inteligente y, al mismo tiempo, la más estúpida es la que dio Jacques Vaché: «El arte es una estupidez», y se mató.

Ninguna razón convence a Vila-Matas, obviamente, que argumenta, como años más tarde hará en su obra El mal de Montano (**): «escribir es una actividad de alto riesgo… la obra escrita está fundada sobre la nada y un texto, si quiere tener validez, debe abrir nuevos caminos y tratar de decir lo que aún no se ha dicho.»

Un argumento excesivamente aristocrático que no creo que fuera capaz de disuadir a mucha gente ni de su silencio ni de su suicidio. Y yo, que soy más bien plebeyo, prefiero quedarme con la frase de Del Giudice: «Escribir no es importante, pero no se puede hacer otra cosa» o con el comentario que Patrizia Lombardo hace a la obra de dicho autor, El estadio de Wimbledon: «Entre la futilidad de la pura creatividad artística y el terrorismo de la negatividad, quizás haya lugar para algo diferente: la moral de la forma, el placer de un objeto bien hecho.», que no es poco.

Por último, no podía acabar este paralelismo entre vida y literatura sin referirme a la despedida de la literatura que es la despedida de la vida: «Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esto. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir.» (Persiles. Cervantes)

Sé que alguno podrá pensar que todo este larguísimo comentario está muy traído por los pelos y que el libro de Vila-Matas solo versa sobre autores y literatura. Para aquellos que así piensen traigo aquí el párrafo final del epílogo que el propio autor ha escrito para su obra en el 15 aniversario de su primera edición:

«Bartleby y compañía, contrariamente a lo que se cree, no habla exactamente de escritores que dejan de escribir, sino de personas que viven y un día mueren, de gente que lee y de gente que un día deja de leer y de gente que muere sin haber leído nada y de gente que ama y deja de amar o ama sin ser amada, de oleadas y oleadas incesantes de seres inútiles y malolientes que vienen desde el fondo de los tiempos a hundirse, a hundirse aquí, que es a lo que venimos a este mundo, donde el instinto silencioso, el instinto de muerte, no necesita ni compañía, de tanta que tiene. »

(*) Me pareció curiosa una frase que leí de Vila-Matas al respecto: «Nada me descansa tanto a mí como la lectura, porque quien lee soy yo mismo mientras que cuando escribo utilizo máscaras.»

(**) No será la única idea con la que insista Vila-Matas en su Mal de Montano. También aquí introduce como una de las causas de la muerte de la literatura una idea que, al igual que allí, apoya con una cita de Schopenhauer «Los libros malos son un veneno intelectual que destruye el espíritu. Y porque la mayoría de las personas, en lugar de leer lo mejor que se ha producido en las diferentes épocas, se reduce a leer las últimas novedades, los escritores se reducen al círculo estrecho de las ideas en circulación, y el público se hunde cada vez más profundamente en su propio fango.»
Y como no hay dos sin tres, también se encuentra aquí la idea de la enfermedad como punto de inflexión del ave Fenix: «la enfermedad no es catástrofe sino danza de la que podrían estar ya surgiendo nuevas construcciones de la sensibilidad.»

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 1 voto · @Guille le ha puesto un 8 ·

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