UN ITALIANO IN PORTOGALLO por sedacala

Portada de LA CABEZA PERDIDA DE DAMASCENO MONTEIRO

Esta es la primera novela que leo del italiano Antonio Tabucchi, con una valoración muy positiva que me llevará a leer otras obras suyas en el futuro. Nacido en Pisa, residió largas temporadas en Portugal y es autor de “Sostiene Pereira”, su novela más conocida. A mí modo de ver, un ligero vistazo a su sinopsis hace pensar en una novela de corto alcance porque, sus poco más de ciento ochenta páginas, su trama basada en la aparición de un cadáver, los detalles habituales vistos bajo una perspectiva periodística, y los pormenores del proceso judicial, parecen escasos argumentos para una novela de envergadura. Aunque sí que podrían ser suficientes, para una trama policiaca al estilo de Agatha Christie, o de Andrea Camilleri; es decir, entretenimiento asegurado y no mucho más más.

Sin embargo, contradiciendo estas exiguas expectativas que la pequeña dimensión de la novela parece presagiar, su lectura hace sentir que se tiene entre manos algo que va más allá de lo esperable, algo dotado de calidad, de fuerza y de una originalidad, sorprendente en tan reducido formato. Esa sensación arranca al ver cómo utiliza Tabucchi su prosa, sencilla pero solvente, que no sólo expone agradablemente los hechos, sino que además le infunde al lector el convencimiento de que va a seguir haciéndolo conforme avanza el texto. Toda la historia se enfoca desde una perspectiva doble: los mundos periodístico y procesal, perfectamente representados ambos por la personalidad de los protagonistas, que son dos y que marcan, cada uno con sus matices, el desarrollo de la narración. Todo ello se empieza a apreciar desde que, al comienzo del libro, relata los avatares de Firmino, un joven de aficiones más literarias que reporteriles, que trabaja para un diario de sucesos y que se ve obligado, para ganarse la vida, a escribir sobre asesinatos y otras cosas parecidas.

Firmino es enviado por su periódico a cubrir la noticia del hallazgo de un cadáver en las proximidades de Oporto. Cuando baja del tren en la ciudad del Duero, sus primeros movimientos le llevan a entrar en contacto con el abogado Fernando de Mello Sequeira, más conocido por Loton, un alias que por la similitud física nos transporta mentalmente a Charles Laughton (el abogado de “Testigo de cargo”). Cuando este orondo personaje empieza a intervenir en la trama, crece la sensación de que su prosa es de una calidad excelente, creencia que va asentándose a medida que la relación entre periodista y letrado cuaja y adquiere forma de monólogo desbordante del abogado, al que tímidamente corresponde Firmino con la modestia de sus prudentes respuestas y con la picardía del que no quiere parecer menos. La irrupción del abogado hace girar la narración hacia un texto más literario, más inteligente, más simbólico y más comprometido en la defensa de valores éticos y democráticos que, por lo que se ve, aún no estaban plenamente asentados en el Portugal de 1996.

Pero mi valoración positiva del libro va mucho más allá de la exaltación de esos ideales, porque los méritos de la novela, sin ser de un calibre extraordinario (vuelvo a lo de sus exiguas dimensiones), están ahí en medida suficiente como para convencer de que, este libro y este autor, destacan sobre la media. Lo que más me ha gustado, quizá, ha sido la avenencia entre el abogado combativo y tenaz defensor de causas justas y el diligente periodista con anhelos de escritor; el discurso siempre parte del hombre avezado y se dirige al discípulo entusiasta, cómo si el abogado fuese una especie de Don Quijote que tuviera un interés supremo por transmitir los conocimientos y la visión del mundo que los años y la experiencia han dejado en él, a un Sancho ávido de absorber ese cargamento, para ver cómo asimilarla, para enriquecerse con ella y para integrarla en su propia concepción de las cosas. Su relación representa, a la manera cervantina, la oposición entre las dos formas de ver el mundo, la idealista y la pragmática. Aunque aquí el idealista sea tenaz e incansable en la defensa de sus ideales y, a su vez, el hombre práctico no le haga ascos a sumergirse en la magia de las palabras imaginativas del otro. Ese es, en resumen, el poso en que, para mí, se substancia la novela.

Antonio Tabucchi refleja perfectamente en su relato esos elementos particulares que son, a veces, tan importantes para que el lector se sienta plenamente integrado en los escenarios de la trama; por ejemplo, en forma de paisajes urbanos: la ciudad de Oporto, sus calles, sus barrios, sus rincones; o las personas que los habitan, como Dona Rosa, la encantadora dueña de la pensión, como “Manolo el Gitano”, su mujer, o el director del periódico; el trato directo y entrañable con la gente, como los camareros de la pensión con quienes Firmino entabla conversación (magnifica también la escena con el barman del tren); o las costumbres, como las comidas, los típicos callos de Oporto, esos otros guisos formidables, los enormes puros que se fuma Loton, como lo hacía su homónimo inglés a escondidas de su enfermera y esposa en la vida real; son, en definitiva, cosas de un país que los españoles sentimos cercano a través de sus páginas; y además, aplicado de manera contenida, sin regodearse con un localismo fácil o excesivo en todos esos apartados de lo pintoresco, o de lo queda bajo el influjo de la saudade.

Pero por encima de todo esto, que está muy bien, sobresale definitivamente con la creación de unos personajes brillantes, como este abogado de fuerza irrefrenable, obeso, hedonista, filósofo, más ladino que inteligente, entrañable, conversador, íntegro, que ha consagrado su vida y su hacienda a trabajar para los demás y que a pesar de los reveses, aún conserva suficiente fe en el ser humano; o como este periodista espabilado, despierto, inquisitivo, ávido de la sabiduría del abogado, con la ilusión de tener la vida por delante, pero a la vez, con el escepticismo propio del hombre práctico que es, que sabe que no conviene esperar demasiado de la vida. Como se puede ver, lo del asesinato es lo de menos, es una mera excusa para hablar sobre la vida y sobre las personas, que es lo que le interesa a Tabucchi y visto lo visto, a mí también.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Guille hace 9 años

En tu línea, sedacala.

Curiosamente estos días me he cruzado con este autor en el libro de Vila-Matas (en el que también se citan casualidades varias a las que él da más importancia que yo) y había pensado en releer dos libros de Tabucchi (Porto Pim es uno de los escenarios de El mal de Montano) que no llegaron a entusiasmarme en su día pero que quizás ahora aprecie más y mejor.

Del que sí guardo un gran recuerdo es de Sostiene Pereira.

@sedacala hace 9 años

No lo tienen en mi biblioteca.

@Tharl hace 9 años

Pues no conocía yo a éste hombre. En literatura italiana contemporánea ando más que ignorante. Apuntado queda, que las páginas son pocas.