LA GRAN PREGUNTA por Guille

Portada de LOS SUICIDAS

Nada puede ser más grande para un lector que sentir que lo escrito nos está especialmente dirigido, que el autor nos presiente mientras escribe. Indispensable para ello es la conjugación de forma especialísima del tema tratado, que te pellizque en lo íntimo, y la forma de tratarlo, un guiño cómplice y exclusivo detrás de cada párrafo, casi de cada frase. Esto es lo que siento al leer a Di Benedetto. Todo lo que a partir de aquí pueda añadir realmente sobra, pero por qué no decirlo.

Tercera entrega de la Trilogía de la Espera y el mismo estilo, personalísimo, genial y con esa erótica contradicción entre la aridez de la forma y la sensibilidad del fondo que sugiere, suscita, inspira, muchísimo más de lo que enseña. Una narrativa construida a base de breves escenas, de escuetos diálogos, de lacónicos pensamientos o reflexiones y, nuevamente, de lo que pudieran haber sido (o son) micro-relatos fantásticos.

“Mi hermanito, el Bebe, se suicidó. Yo lo quería mucho, pero no lo extraño, porque él no sabía hablar, ni caminaba, ni nada, aunque le faltaba poco para cumplir los seis meses. Él y mi otro hermano, el que vive, nacieron juntos, eran mellizos. Dice mi mamá que ella se acostumbró a darle el pecho primero a uno y después a otro, y que el primero era el que vive porque lo ponía a la izquierda. El otro, el Bebe, cuando le tocaba mamar no quería y dejó de tomar la leche y murió de hambre. Que fue porque no lo atendía primero, dice mi mamá, pero cuando ella se dio cuenta ya era tarde. El doctor dijo que el Bebe se suicidó y mi papá le contestó que era una gran desgracia, pero que él estaba acostumbrado porque en la familia ya otros se habían matado. Yo mismo lo oí y no me lo contaron".

Si en el silenciero resaltaba la frase “¿cómo pueden ignorar lo esencial, que el error se halla incorporado a la raíz del hombre?”, en esta nueva entrega el autor nos insiste: “Destruirse a sí mismo es privilegio de la absurda condición humana”.

Próximo a alcanzar la edad en la que su padre se suicidó y buscando quizás la comprensión para la que su herencia podría haberle dotado ("Doce, doce suicidas hubo ya entre los nuestros… con mi padre, que todavía no entraba en la cuenta de mi abuelo, los suicidas suman 13”), el jefe de nuestro protagonista le encarga un trabajo periodístico. A esta investigación sobre ciertos suicidios se añaden otros dos planos en la novela: la búsqueda de las razones que pueden llevar al ser humano a adelantar el inevitable final o a prolongar la espera, con un repaso sucinto de lo dicho por un buen puñado de autores, por un lado, y el enfrentamiento del protagonista con su vida, con las mujeres, con su familia y sus trece suicidios, por el otro.

Si en las dos novelas anteriores encontramos a seres angustiados, atormentados, pero que, a pesar de todo, luchan, esperan, aunque sea de forma impotente, aunque con ello ahonden más en su derrota, en esta tercera entrega de la Trilogía, el autor plantea la gran pregunta, la única de verdad importante si hacemos caso a Camus: “la cuestión no es por qué me mataré, sino por qué no matarme”, las razones de la espera.


La tristeza de haber terminado la trilogía se atenúa con la alegría de sus cuentos completos por leer. Esperemos.

Escrita hace 9 años · 0 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

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