Henry James, es un autor que sigue ejerciendo un considerable influjo sobre mí a pesar de las numerosas novelas suyas que he leído; no estoy pensando sólo en un sentimiento de admiración, o en la enumeración de las muestras de satisfacción, o a veces insatisfacción, que me produce la lectura de sus novelas. Me refiero también a la magia que emana de ellas, a veces positiva, y a veces de enorme dificultad por su estilo complejo, por el tono extremadamente sofisticado que adopta a la hora de hacer hablar a sus personajes, o por el tratamiento limitado que da a determinados temas, como bloqueado por algún extraño retraimiento o contención que no le deja enfrentarlos abiertamente. Si a todo esto le añadimos que su vida personal estuvo claramente marcada por una actitud especial, responsable de esas limitaciones y sumida en las sombras por propia decisión, nos encontramos con que sus libros introducen al lector en un agitado mar rodeado de costas, a veces luminosas y dotadas de maravillosas playas en las que deleitarse, pero otras veces, ¿por qué no? infestadas de feroces y traidores acantilados contra los que chocar.
Todo esto viene de la mano de mi lectura actual de “Las alas de la paloma”. Me ha costado un considerable esfuerzo introducirme en el mundo cerrado de sus extraños personajes. James invierte al menos doscientas sobrecargadas páginas, sobre un total de cuatrocientas cincuenta, para tejer una tupida urdimbre sobre la que ir construyendo la situación. En ella seis personajes, sólo seis, se dedican a considerar la relación que los vincula entre sí, de una manera prolija y pormenorizada, a la vez que tortuosa, laberíntica, evanescente y a un paso de la pedantería. Naturalmente, las siguientes doscientas cincuenta páginas tampoco se salvan de la justa aplicación de todos esos adjetivos, pero hay que reconocer que una vez que el asunto queda planteado de manera bien delimitada, la asunción de esa forma de escribir empieza a cobrar sentido y empiezan a debilitarse los argumentos utilizados para deslizar tales críticas. En cualquier caso, incluso desde el principio del libro, la lectura se puede sacar adelante —con algún esfuerzo sin duda— pero se saca adelante, gracias a esa especie de “toque James” que caracteriza a nuestro autor —dicho en un sentido parecido al de aquel inefable “toque Lubitsch” del cine— y que permite sobrellevar su prosa aun en aquellos momentos en que la mano del escritor se excede en su retorcimiento. Aunque esto de que sea la mano la que se excede, es bastante impropio, porque la correa de transmisión de sus textos por aquellos años, no era su mano sino su voz y esto es algo que se aprecia mucho. “Las alas de la paloma” (1902), “Los embajadores” (1903) y “La copa dorada” (1904), son quizá sus tres últimas novelas más conocidas. Con “Los embajadores”, no pude, lo intenté, pero tuve que batirme en franca retirada ante la avalancha de frases en las que, aparte de querer decir demasiadas cosas en muy poco espacio, recurría puntualmente a la adicción de sucesivos añadidos entre comas, tratando de aportar matices y más matices al sentido original de la frase; así que lo dejé, cosa que, ahora, en “Las alas de la paloma”, he conseguido evitar. La cuestión estriba en que: el hecho de que las frases salgan de su mente y se enuncien de viva voz, establece una diferenciación definitiva sobre lo habitual, que es que las palabras y los signos ortográficos se distribuyan a voluntad del escribidor de turno que decide dónde y cómo los reparte para que el énfasis y la estética de las frases sea la que prescribe la inveterada costumbre de escribir. Yo supongo que en el caso que nos ocupa, era el amanuense que transcribía sus textos el que tomaba esas decisiones en función del sentido que le suponía al autor por su entonación. De hecho, hice la prueba de leer en voz decididamente alta el texto y pude sentir, poniendo gran atención en respetar las pausas, que la coherencia de las frases mejoraba, allanándose la comprensión de su significado. Es algo así, como si el entendimiento de su contenido entrase en el cerebro más por vía auditiva que visual.
Pero como decía, el panorama cambia mucho cuando se llega al punto de la novela en el que las cosas están ya planteadas en toda su dimensión, porque a partir de ese momento la lectura se vuelve más intensa, el texto que antes parecía sofisticado en exceso, ahora adquiere su razón de ser y pasamos fácilmente a disfrutar del análisis brutal y exhaustivo al que James somete a los personajes y a su personalidad. Es entonces cuando comprendemos que ese lenguaje complejo, retorcido y artificioso que utiliza, nos gustará más o menos según el gusto de cada lector, pero es particularmente adecuado para trabajar esos aspectos analíticos de la psicología de sus personajes, al aportar unos matices que le confieren al lenguaje una versatilidad extraordinaria.
Dos palabras para hablar de sus personajes. Los suyos están dotados de auténtica alma, cosa que digo con un convencimiento que sólo aplicaría a unos pocos autores. Es imposible, una vez situados en el ámbito de sus novelas, saber cómo van a reaccionar sus personajes ante los avatares de la trama. Se puede decir de ellos, que reaccionarán conforme a lo que les dicte la psicología a que se atiene su mente, la cual por cierto, es imprevisible, y lo es precisamente porque son seres creados con auténtica autonomía y capacidad de decisión propia, tal y como lo harían si fueren seres reales de carne y hueso…, y sobre todo, alma. James los crea deliberadamente así, les da forma y los suelta al ruedo para que se junten con los demás y se comporten como les obligue su libre, naturalmente, albedrío. A veces no nos gusta como lo hacen, véase el claro ejemplo de la Elizabeth Archer de su “Retrato de una dama” donde al bienintencionado lector le gustaría lanzarse al regazo del autor e implorar que haga uso de su misericordia; pero no, la libertad de acción del personaje es sagrada para él y no moverá un dedo para cambiar ese estado de cosas que viene determinado por las circunstancias, no por su voluntad. Aprovecho que hablo del “Retrato de una dama”, para indicar que esa es una novela de 1881, veintiún años anterior, a “Las alas de la paloma”, y corroborar, como decía más arriba, que eso se nota una barbaridad. El proceso de afectado refinamiento que sufrió su forma de escribir, hasta desembocar en este lenguaje sinuoso y criptográfico, fue paulatino y quizá lógico, por lo que tenía de evolución e incluso de reto, pero no llega a ser plenamente satisfactorio para sus lectores, al menos para éste que escribe, que sienten que estas maneras de progresiva implantación, no mejoran en nada los resultados. Bien al contrario, aunque siga estando ahí el escritor analítico, sutil y elegante que juega con caracteres, diálogos y situaciones, todo ahora es mucho más difícil; e inútilmente, añadiría yo.
Al margen de la evidente deriva de su estilo, me parece que, en estas últimas novelas, algunos factores, entre los que creo que está la propia actitud inquieta del escritor de éxito, influyeron en una última vuelta de tuerca, en la que el retorcimiento y la artificiosidad de los temas que trata, le lleva a afrontar un mundo demasiado sofisticado en el que no logra desenvolverse con la brillantez con la que, en obras anteriores, lo había hecho, dedicándose con excesiva autocomplacencia a buscarle tres pies al gato, en materia de psicología de los personajes, que es lo que yo creo que ocurre en “Las alas de la paloma”. Porque llega un momento en el que se superan las dificultades estilísticas que plantea su forma de escribir, cosa que empieza a percibirse, como dije más atrás, cuando se alcanza casi la mitad de la novela. Bueno pues, cuando en ese momento de euforia crees que has superado lo más duro y piensas algo así como ¡ahora viene lo bueno! esperando encontrar su brillantez pretérita, ves con claridad meridiana que la superación de esos escollos lingüísticos no basta para convertir la lectura en plenamente satisfactoria, sigue quedando, por algún lado, la sensación de que persiste un pernicioso exceso en la materia manejada por el autor, que no llega a resolver el asunto como es debido, de ahí lo de exceso, porque, el lector, entusiasta en otros libros de Henry James, se encuentra aquí con que estas mismas cosas que otrora le gustaron, o le encantaron, aquí, uf…, quiere reencontrárselo, pero no lo consigue; y no lo hace, por lo que tiene el tratamiento de excesivo, porque el autor se ha recreado hasta perder la noción de lo que conviene, en ese estilo propio, y también, y quizá esto es lo peor, en esa misma fruición en lo suyo, que convierte la novela en un producto sofisticadísimo, difícil de digerir por su escritura especial, pero también y sobre todo, por una materia novelesca que juega con personajes que parecen extraviados en un mundo irreal, en el que las relaciones sociales aprisionan la mente de un personaje principal que, pese a no tener un duro, dedica todo su afán y su tiempo al trato con los otros personajes como si le sobrase tiempo y dinero. A veces, durante la lectura, uno piensa: ¿pero existió alguna vez gente así?
Bueno, pues a pesar de este testimonio mío, que afirma el carácter severo, bastante elitista, introspectivo y analítico hasta la extenuación de este drama psicológico, hubo versión fílmica de la novela —inglesa desde luego—, que no he visto pero que imagino que, por razones parecidas a las que indico en esta reseña, no tuvo demasiado éxito. Eso sí, Helena Bonham Carter puso su especialísimo rostro en mi mente a una de las protagonistas, y lo cierto es que me han quedado ganas de buscarla en mi biblioteca y verla. La referencia a esta película, me hace acordarme ahora y traer finalmente a colación el asunto que mencioné al principio, cuando hablé de la actitud adoptada por Henry James a lo largo de su vida privada. Me refiero al sexo, uno de esos temas que parece que fue “tabú” en sus textos y también en su vida personal. En la película, por lo que sé, el sexo aparece de forma bastante explícita; en la novela, haciendo un esfuerzo de lectura entre líneas, se intuye por algún rincón, aunque siempre de manera solapada y como quien no quiere la cosa; parece haber en ello, no tanto un problema de pudorosa inconveniencia, sino más bien una cuestión de: “no voy a hablar de esto no vaya a ser que después algunos me pregunten y me pongan en un aprieto”, o sea, corramos un tupido velo sobre estas cosas. Es evidente que tampoco en esa época, primeros años del siglo XX, los escritores eran demasiado explícitos con los escarceos sexuales de los personajes, pero tampoco se escondían. Uno tiene la impresión de que James, sí lo hacía y eso a pesar de tratar con frecuencia en sus novelas relaciones amorosas, como es el caso de ésta. De todas formas, esa actitud ocultista llama la atención pero no molesta y acaba formando parte de la manera especial de hacer de este americano de Nueva York, trasplantado a Londres y bregado en la vorágine de un emergente turismo finisecular, sobre todo, por las calles de Venecia, Florencia o Roma.
Escrita hace 10 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·
@Tharl hace 10 años
Henry James es uno de mis muchos clásicos pendientes. Está junto con Dickens, George Eliot y Virgina Woolf entre los autores ingleses que no he leído y más me apetece leer. Pero mientras que sé con que libro quiero conocer a Dickens y Woolf, con James estoy más perdido. Se agradece leer una reseña tan bien expuesta y con la que hacerse una idea de su estilo y su evolución.
No sé si será Otra vuelta de tuerca, Retrato de una dama o La copa dorada, pero alguno caerá pronto. Y entonces podré comentarte con más conocimiento.
@Tharl hace 10 años
Por cierto, que el hermano mayor de Henry James, Williams, era un tremendo psicólogo. En la literatura se le conoce sobre todo por su desarrollo teórico del "fluido de conciencia", expuesto en Principios de psicología que se publico en 1890, un poco antes de cuando señalas que el estilo de su hermano literato comenzó a cambiar. Tal vez tenga algo que ver, probablemente no. Como de los dos hermanos no he leído nada más que algun corto extracto y lo que sé se limita a leer sobre ellos, no sé hasta que punto estoy dando un enorme palo de ciego.
En cualquier caso y por lo que escribes, parece que los dos hermanos tenían grandes dotes para la psicología.
@sedacala hace 10 años
Pues mira, yo empecé con Las bostonianas, novela de mediano tamaño, leí después varias novelas cortas, pasé luego a El retrato de una dama, que es novela muy larga (800 pág.), luego Otra vuelta de tuerca, y Los papeles de Aspern, ambas novelas no muy largas, fracasé estrepitosamente con Los embajadores, y por último Las alas de la paloma, aparte de alguna otra novelita, un libro de ensayo, y la correspondencia que mantuvo con su amigo R. L. Stevenson durante cinco años, hasta que éste murió.
De todo ello, sin la menor duda, las que más me gustaron, ambas al mismo nivel de excelencia, fueron El retrato de una dama, y Los papeles de Aspern; ahora bien, la primera de ellas es, como te acabo de decir, muy larga y la otra en cambio tiene 150 pág. Por tanto, entre las dos te recomiendo Los papeles de Aspern. Tú parece que te inclinas por Otra vuelta de tuerca; en mi opinión esta es una novela más retorcida que puede caer bien o puede caer mal, sin embargo Los papeles de Aspern, aunque tiene un comienzo algo falto de tensión, o incluso de interés, por tratar un asunto aparentemente banal, súbitamente se desencadena el conflicto que convierte el final de la novela en apasionante. Como desarrollo de una trama, para mí es su mejor novela, lo que pasa es que El retrato de una dama, tiene unos personajes formidables y unos diálogos que he de decir que son de lo mejor que he leído de cualquier época o autor.
También te digo que a mucha gente H. James no le gusta, pero bueno, a mí sí, como explico en esta reseña de Las alas de la paloma, a pesar de que no es ésta de las que me gustan; pero en tu caso no tengo ni idea y está claro que no hay más remedio que probar.
@Guille hace 10 años
Yo empecé con Washington Square y fue un excelente comienzo. Después me animé con Retrato de una dama y quedé más que satisfecho. Ah, pero James me la tenía jurada y con La copa dorada rompimos relaciones. No hemos vuelto a intentarlo. .
@sedacala hace 10 años
Fíjate Guille, que menciono en la reseña La copa dorada como su última novela conocida, lo que quiere decir que está escrita en su momento más duro, así que no me extraña, pero como le decía a Tharl, Los papeles de Aspern está muy bien. Tharl, toma nota de lo que dice Guille, yo lo suscribiría aun sin haber leído La copa dorada. Si quieres conocer el mejor perfil de H. James no empieces con esa novela.
@Tharl hace 10 años
No conocia Los papeles de Aspern. Viendo vuestros comentarios y la ficha, creo que comenzaré por ahí. Como bien diced, sedacala, no hay más remedio que probar. Qué delicia que siempre quede grandes autores por probar.
@Guille hace 10 años
Por mi parte, me apunto Los papeles de Aspern. Venga James, intentémoslo una vez más.
@Faulkneriano hace 10 años
Excelente reseña, sedacala. Te vas superando a ti mismo. Por cierto, James es muy difícil de reseñar: hay que hilar muy fino.
Llevo unos quince libros de este hombre y no salgo de mi asombro: incluso cuando se lía, y lo hace pocas veces, ees una lectura más que aconsejable. Tiene obras muy ambiciosas, pero también novelas cortas (como Aspern) y hasta rematadamente buenos relatos de fantasmas (y no sólo Otra vuelta de tuerca). El altar de los muertos, un cuento suyo que me gusta especialmente, dio lugar a una no menos buena película de Truffaut, La chambre verte. En eso pensaba cuando visité la tumba del cineasta, en el cementerio de Montmartre, este verano.
Recomiendo dejar para el final sus obras últimas, como Las alas de la paloma o La copa dorada (esa novela suya que me hizo levitar, stricto sensu) porque su última manera es especialmente difícil, anticipándose a la obra de Proust. Conviene perder el miedo a este autor severo: aseguro que da muchas alegrías a los buenos lectores.
@sedacala hace 10 años
No cabe duda de que hiciste un "tour" por París muy literario y cinematográfico, el verano pasado. ¿Fuiste al Boulevard Haussman y a la rue Hamelín?
La verdad es que no se me había ocurrido nunca encontrar en H. James un antecesor de la forma de escribir de Proust. Por cierto, que está muy bien el libro de doña Celeste.
@marbe hace 10 años
Tharl hace poco leí el de Pandora, hacía muchísimos meses que no leía nada, y eso es como haber tenido una parte de mi ser muerta y apagada. Pandora es una novela corta, no tiene tanta intensidad, ni tanto desarrollo como otros libros del autor, pero aún así leer a James es un placer. Gracias a ese libro he vuelto a recuperar la felicidad de sumergirme en otros mundos y me he dado cuenta de cuánto echaba de menos leer!! Puede ser también un libro bueno para empezar porque se lee en un rato.
Muy buena reseña, como de costumbre, Sedacala. ¡Qué gusto da volver y ver que seguís activos con las reseñas!
@Tharl hace 10 años
Gracias por la sugerencia, Marbe, aunque ya me había decantado por Aspern (promete cortitud, calidad y accesibilidad, lo tiene todo). De todas formas tomo nota.
Bienvenida de vuelta a la lectura
=)
@marbe hace 10 años
Aspern lo tengo pendiente, he tomado nota yo también.
Gracias ^.^
@Faulkneriano hace 10 años
Para sedacala: no estuve en las dos casas que habitó Proust una vez que murieron sus padres. Sí que vi el solar de la casa de estos, en la hermosa place Vendôme y, por supuesto, su habitación tapizada de corcho en el Musée Carnavalet. Por cierto, la casa de Victor Hugo, en la place des Vosges, es preciosa. La de Balzac, en Passy, junto al Trocadero, absolutamente espartana. Y tumbas, muchas tumbas, y cafés y bistrots y restaurantes: el Flore, Les Deux Magots, la brasserie Lipp, La Tour d'Argent. Quince días dieron para mucho, aunque muchas cosas que menciona Proust han desaparecido (el café Anglais, los jardines de les Champs Elysées donde jugaba con Gilberte) Celebro que te haya gustado el libro de Albaret sobre su amo tan peculiar. Voy por el tercer tomo, viento en popa.
Marbe, Tharl: como he dicho alguna vez, de algunos autores hay que leer hasta sus listas de la compra.